Pareja en crisis tiene un resort (para parejas en crisis). Los nuevos huéspedes ponen en cuestión los sentimientos de esta pareja y comienzan los enredos. Desgraciadamente, estos “enredos” carecen de la cualidad fundamental para que la comedia se desarrolle: timing. Quizás no la mejor película para que Martina Gusmán se muestre como comediante: será cuestión de esperar otra oportunidad.
Veamos: familia de clase media alta, festejando un aniversario, se ve atacada por un grupo de psicópatas que lleva máscaras de animales y los va matando uno por uno. Ok, ya la vio y lo primero que habría que pensar es por qué esta fórmula del cine de terror es tan abundante hoy día. Pero no, no la vio: dos elementos (una formidable vuelta de tuerca y que todo se transforme en una comedia negrísima con algo de Duro de matar bien consciente) hacen que la fórmula recupere fuerza. Cacería.. es de ese tipo de películas sorprendentes que creemos haber visto muchas veces pero que, al recordarla, nos damos cuenta de que no es así. Varias ideas visuales muy interesantes mantienen el clima de tensión y nervio suficiente para que, de principio a fin, sintamos lo que debemos sentir por esos personajes nada simpáticos (otro acierto): miedo. El ataque a flechazos a la casa al principio es de una precisión notable, y todos los protagonistas comprenden la difícil cuerda de unión entre el terror y la risa.
La primera Percy Jackson no logró el impacto suficiente para iniciar una serie inmediata, aún si su director era el mismo de las dos primeras Harry Potter (el ocasionalmente bueno Chris Columbus) y superaba a su modelo. En fin: los estudios siguen buscando el Santo Grial de la Serie Millonaria y van a por ello. Lo peor que se puede decir de este Mar de los Monstruos es que difícilmente encontremos algo original: adolescentes con mágicos poderes (son hijos de dioses y hombres) luchan por salvar el mundo de un conflicto universal en el marco de la mitología griega. Lo mejor que se puede decir es que el film mezcla en partes equilibradas acción y humor, que carece de esa autoironía “para adultos” que termina siendo un guiño canchero en la mayoría de los casos, y que es generosa en el rubro espectáculo. Pasan muchas cosas, hay muchos peligros y, en términos generales, la acción física está bien diseñada y mejor filmada. Los personajes son simpáticos, lo que implica que no nos cuesta demasiado identificarnos con ellos y preocuparnos por lo que les suceda. Es decir, un film no especialmente memorable pero que no nos deja con la sensación de no haber visto nada, e incluso promete que, en caso de haber una tercera película (la cuestión es un tanto peliaguda dado que no fue un gran éxito en los EE.UU.), puede ser mejor. Una golosina para los ojos, no más.
Una muy buena lectura en clave melodramática (pero también, aunque en un sentido algo retorcido, satírica) de Madame Bovary por el maestro mexicano Arturo Ripstein (NB: ¿recuerda que supo estar de moda Ripstein y, de pronto, nadie lo volvió a estrenar?). Esta trasposición a un universo más próximo en el tiempo y el espacio de la genial novela cumple con lo que debe ser una buena adaptación: concretar una lectura posible de lo esencial del texto a través de la imagen. Ripstein cumple con creces.
Si no fuera porque Ricardo Darín es realmente un tractor a toda prueba (aunque en más de una secuencia de este film se lo nota incómodo), este film no pasaría de ser un programa televisivo estirado y una historia de suspenso sin suspenso. Que, incluso con una premisa fuerte (a un hombre le secuestran sus dos hijos, nada menos) no logra introducir al espectador en el océano de la angustia. Un mal paso policial.
Sería injusto tratar esta película como una más de Pixar por dos razones. En principio, y aunque el espectador no note la diferencia a simple vista, es un film de Disney Animation, no de Pixar (aunque se base en la idea de Cars, en realidad una idea muy antigua, la de humanizar cosas). En segundo, porque la intención es la de generar una franquicia casi “clase B” dentro de las posibilidades de la animación digital; en ese sentido, su norte comercial evidente implica también una cierta sinceridad. En esas condiciones, el cuento del avioncito que quiere ser un gran corredor -trama parecida a Turbo, linda película animada sin suerte de este año- posee tres valores interesantes: los personajes son simpáticos, las secuencias de acción están bien planeadas y ejecutadas, y la trama es veloz. No por cierto una obra maestra (ni mucho menos), su gran defecto es que en varias ocasiones cae en la pereza del lugar común. Un juguete casi específicamente diseñado para vender otros juguetes.
Hace unos meses se estrenó en la Argentina “Ataque en la Casa Blanca”. En esta columna, confundimos su director: era Anton Fuqua y dijimos que era Roland Emmerich. Pues bien, es que Roland Emmerich tenía para estrenar, y aquí está, otra película sobre un ataque a la Casa Blanca, que se llama (sí, bueno, qué decirles…) “El ataque”. La diferencia entre ambas es que en ésta todo es mucho más colorido, más espectacular y más disparatado, dado que a Emmerich, el tipo detrás de “Día de la Independencia” (film que arranca excelente y termina paupérrimo) o la muy interesante “2012” (toda una fábula política en sordina) nada le produce demasiados escrúpulos. Especialista en reventar el símbolo del poder estadounidense, aquí utiliza el escenario para una trama a lo “Duro de Matar” (muchacho armado que sin querer anda por ahí cuando todo revienta, sí, bueno, es igual a la otra) bastante dinámica y tensa. El ejercicio interesante es que, ante films similares, se pueden descubrir esas filigranas que solemos llamar “estilo”, y que evidentemente para los estadounidenses, a una década del 11-S, no hay lugar libre de peligro. Por lo demás, será la seguidilla de tiros y explosiones espectaculares que adivina, como dice Hollywood, “un caramelo para la vista”, que a veces empalaga un poco.
Mala elección del título en castellano, cuando se trata de una pareja de padres que directamente le declara la guerra al tumor que padece su hijo. Pero lo que podría ser uno más de esos films de “la enfermedad de la semana” se convierte en un relato equilibrado y amplio, épico de una forma secreta, sobre la determinación humana y sus motivos. Hay una gran sensibilidad en la directora, guionista y actriz Donzelli para pintar personajes y reflejar sus motivos que vale la pena seguir.
Hay algo interesante en esta serie: el uso de la tecnología y la coartada del “video enconrado” permite a los realizadores jugar con los puros efectos terroríficos y preguntarse, de modo divertido y siniestro, cómo funcionan, por qué, qué nos asusta. Aquí como en la primera hay de todo y la historia es lo de menos. Una oscurísima -y también más que dignamente dirigida- manera de acercarse a la sustancia de las pesadillas. Se va a asustar y eso aquí es un acierto.
No solemos hacer esto, pero le proponemos un divertido ejercicio. Vea esta película (está bien, es “regular”, pero veala) y después trate de ver la versión original de 1984. En ambas, los EE.UU. Son invadidos por una potencia maligna. Antes fueron los rusos en plena era Reagan, el director era el enloquecido y genial John Millius y todo era despiadado, fuerte, épico y shockeante, con un Patrick Swayze como líder de jóvenes defensores (así se llamó acá) en estado de gracia. Esta nueva versión carece de la visceralidad épica de aquella -política aparte- e imagina a un agresor norcoreano (sí, claro, cómo no). Lo interesante de ver ambas es comprender qué mal le ha hecho la corrección política a las posibilidades de sinceridad del cine: si aquella se enorgullecía de patear rojos y glorificar el modo de vida americano (la película era buena a pesar de su ideología), esta tiene vergüenza de decir lo mismo. La sinceridad hace un mejor cine, piense el espectador lo que piense sobre la política o los diarios.