La comedia americana es un arte sutil incluso si los chistes no lo son. Nada es más difícil que hacer reír, especialmente porque no todos nos reímos de las mismas cosas. Del realizador Rawson Marshall Thurber, los afortunados conocimos una comedia deportiva llamada Pelotas en juego, donde Vince Vaughn y Ben Stiller se enfrentaban en un super campeonato de quemado. Aquí, el director vuelve a mostrar elegancia en el uso de la desproporción: un dealer menor tiene que fingir tener una familia para pasar un cargamento de drogas tras haber caído en desgracia. La “familia” en cuestión es tan marginal (en un sentido bien amplio) como él y, desde esos mismos márgenes, capaces de generar con precisión toda clase de efectos cómicos. Quien esto escribe no es fan de Jennifer Aniston: lo sería sin reservas si la mitad de sus trabajos fueran como este: combina perfectamente el timing para el efecto cómico con el aspeco sexy, y en su personaje se concentran todas las contradicciones sociales sobre las que trabaja una trama que no le teme al delirio. La película es todo lo libre y todo lo satírica que puede ser sin reservarse nada. E incluso habla bien de la familia, aunque parezca reírse de ella, o justamente por eso mismo: muestra sus contradicciones, lo cosmético de muchas de sus representaciones y, en última instancia, qué significa hoy. Y lo hace sin ahorrarle una risa al espectador. No hay muchas películas así, aproveche ahora.
Si nos dicen “Drácula por Darío Argento”, esperamos mucho, muchísimo: torrentes de pasión y hemoglobina de modos que nadie se atrevería a pensar, con el agregado del chiche 3D para hacer más placentero el susto. Pero aquí Argento, ni más ni menos aquel de Suspiria, ha decidido seguir más o menos el reglamento del cuento de terror contemporáneo y no cambiarle demasiado al viejo vampiro. El vuelo queda a medias.
Una historia ecológica en un universo ficticio poblado de pájaros. Sí, claro, de esas cosas que permite el mundo digital y que empiezan a abundar. La animación no es perfecta, pero tiene algo interesante: se hace cargo de sus limitaciones y opta por el encanto del cuento, el humor y la buena fabricación de acciones. El film resulta pues agradable y divertido, incluso si está casi exclusivamente destinado a la infancia.
Mientras los superhéroes siguen dando dividendos, los estudios de Hollywood siguen a la pesca de la nueva gran franquicia. Cazadores de sombras, otra película montada en el boom de la literatura fantástica adolescente (y, seamos un poco pacatos: ¿por qué nadie recomienda a los adolescentes libros como El monte análogo, o Manuscrito encontrado en Zaragoza, o El Golem, o el Drácula original, o En las montañas de la locura siendo, como es, el gran momento?) que, esta vez, combina algo de Harry Potter (el mundo de fantasía es real y esta es la historia de una adolescente medium que debe lidiar con el poder de enfrentar lo invisible) y Crepúsculo (adolescente niña descubriendo amor y erotismo) a ver si el pastiche funciona. A medias: en lugar de presentarnos personajes que nos atraigan, cada bache se llena con efectos especiales, haciendole flaco favor a la narrativa clásica y -obviamente- a los efectos especiales. Algunos momentos de puro diseño funcionan bien, pero el balance es negativo.
No hay dudas de que Steve Jobs es una de las personalidades más influyentes del siglo XX (y XXI), el nombre clave en establecer el puente entre las computadoras y las personas, en quitarle a la tecnología el halo de misterio e introducirlo en nuestra vida cotidiana. Sin dudas su personalidad volcánica y la capacidad de invención proveían un gran tema para una película. Desgraciadamente, e incluso si el tempo es el justo, el film que retrata su vida -incluso teniendo en cuenta el más que decente trabajo de un maduro Ashton Kutcher, quizás la mejor elección para el rol- es algo así como el “Billiken” de la computación contemporánea. Contrariamente a una obra maestra de tema similar (La red social, de David Fincher) el film no retrata innovación con innovación, originalidad con -al menos- la búsqueda de otra originalidad formal, sino que se contenta con enhebrar los “grandes éxitos” de una vida. Peor incluso: tal no sería un problema si al menos la película lograse transmitir algo de la electricidad que rodaba a Jobs, o al menos proponer una hipótesis para explicarla. Nada: Kutcher realiza una lograda imitación, el diseño de imagen que recorre tres décadas clave en la historia de la comunicación humana (que no es más que la del universo conocido) es funcional y hau poco más para ver salvo un artículo de Wikipedia correctamente fotografiado.
Vince Vaughn y Owen Wilson han demostrado ser una pareja de cómicos bien aceitada en Los rompebodas. Aquí son dos cuarentones que deben reciclarse al mundo digital y tratan de integrarse a la empresa Google. Bien: cuando los dos actores están al mando de los chistes, la cosa funciona. Cuando el intermitente realizador Shawn Levy (Gigantes de Acero, muy buena; La Pantera Rosa, muy mala) trata de imponer el humor fácil, naufraga. La primera película cómica virtual, o virtualmente cómica.
Nada es más difícil que el paso de la infancia a la adolescencia. Este film de Ezequiel Erríquez, narrado desde una sinceridad que parece autobiográfica, toma ese paso desde lo sutil, desde la observación de lo mínimo, aún cuando dispone de un elemento fuerte en su trama para motivar la historia. Próxima a sus criaturas tanto en ideas como en la forma, no fuerza la metáfora social sino que la impone por la pura fuerza de su mirada. Un film de emociones puras.
Si a cualquiera le dicen que este film es sobre un tipo chiquito, un hobbit exitoso interpretado por Guillermo Francella, que enamora a una primero rígida, después rendida y alta Julieta Díaz, seguro se asusta. No es para menos: el realizador Marcos Carnevale padece del defecto de la velocidad televisiva y no suele depurar su material; se queda con la primera idea y la primera imagen. Sin embargo, Corazón de León dista mucho de ser pésima. Es casi buena y ese “casi” es una pena, porque no faltó mucho para dar en el blanco. Aún así, Guillermo Francella es digno de verse porque está en la cima de su arte: incluso en los peores contextos, maneja el tono y las emociones de su personaje con una precisión matemática. Julieta Díaz está muy bien y, sobre todo, el entorno social, la mentalidad y comportamiento argentinos de las criaturas de este mundo, no requieren subrayados. Con sus problemas, sus chistes fáciles y algunas torpezas, Corazón de León es tan digna como su protagonista.
En su cuarta película, después de muchos años de haberse fogueado en la televisión, J.J. Abrams muestra una seguridad en el manejo del aparato cinematográfico notable. Las torpezas a la hora de la acción física de la primera Star Trek, que resultaba un gran film porque el realizador sabía sacar partido de la humanidad de los personajes, aquí desaparecen, y si la película parece un escalón por debajo de la previa en la franquicia (e incomparable con la bellísima Super 8) la relación personajes-acción es mucho más pareja. En gran medida, eso tiene que ver con la presencia de Benedict Cumberbatch como el villano del film, actor creíble de cabo a rabo (de paso, si puede, vea a su Holmes en la gigantesca serie Sherlock, pura belleza y comedia). Abrams logra, además, responder a la pregunta sobre qué nos hizo enamorarnos del cine cuando éramos chicos, dedicándose a divertirnos con lo maravilloso sin perder de vista que esos personajes son nuestros propios avatares. Y es la relación entre ellos -especialmente la tensión amistosa, cada vez mejor calibrada, entre Spock y Kirk- la que sostiene el equilibrio entre la región “humana” de la película y la espectacularidad de la aventura fantástica. Es un film “para chicos”, sí, en la medida de su épica alegre. Y es un film “adulto”, claro, en la medida en que entiende la complejidad de sus criaturas. Star Trek para todo el mundo.
Dos hermanos (uno un tanto deprimido) deben viajar de Europa a la Argentina para asistir a una boda. Lo interesante del film es, primero, que elude el lugar común turístico y utiliza las locaciones con sentido dramático (lo que implica que las entiende). Lo segundo, el ritmo constante y el buen humor que rodea a estos personajes, dos perdedores en una road-movie que no carece nunca de intensidad. La simpatía de los actores permite que uno se una a la aventura sin reservas.