Efectos colaterales:
El fin de un ciclo
Retomando al maestro
Dice que es su última película, y parece que es verdad. Steven Soderbergh, luego de haber dirigido entre cortometrajes y largometrajes- tanto documentales como de ficción- una treintena de títulos, nos trae su última obra. Una obra en la que no solo nos deja un balance de sensaciones, una perturbación tanto psíquica como observacional, sino también un sello de lo que fue toda su filmografía, y lo que para él es el cine.
Una ciudad, Nueva York, un recorrido de la cámara hasta un edificio y en éste una ventana, y no cualquier ventana, sino la ventana que tenemos que ver, esa por la cual vamos a entrar a este universo. Somos bienvenidos, hasta la música nos invita a pasar. La cámara recorre con el ritmo justo el espacio y nos devela algunas piezas de la escena del crimen, huellas ensangrentadas en el parquet, un barco en miniatura con manchas de sangre. Pasamos a otra escena, el primer flashback, que nos da el indicio de que, aunque esté desconectado momentáneamente con lo que acabamos de ver, va a ser una pieza fundamental en el rompecabezas que estamos empezando a armar.
No se trata de una remake de Hitchcock, pero sin duda, en Efectos colaterales el maestro del misterio está citado, y no solo en esta introducción, sino también en el género de la película y la forma de contarlo. En principio porque se trata de un thriller y en segundo lugar porque se maneja- quizá no en forma directa pero si de una manera notable- la culpa; y quien otro sino Hitchcock, aquel gran presentador de thrillers en donde la culpa es la principal protagonista.
Pero no todo queda ahí, y no todo es una relectura de las obras hitchcockeanas, estos son solo importantes detalles. En los 106 minutos de esta pieza, Steven Soderbergh nos vuelve a sorprender con su manera poco genérica de contarnos historias. Donde la cámara, la fotografía y el sonido, junto con las actuaciones, hacen de la simpleza del tema una complejidad visual. Y es que el director de una obra de alto contenido social como Erin Brockovich, nuevamente nos envuelve en esos cromatismos entre amarillentos y verdosos para hacer, como en gran parte de su filmografía, una demostración de lo que es la cultura norteamericana. En este caso lo que está en juego son los fármacos, y cómo la sociedad contemporánea creó hacia ellos una potente dependencia. Pero a Soderbergh no le interesa mostrarnos esto como una lección o una denuncia- si bien puede verse como tal-; lo utiliza, sin embargo, para poder relacionarse con el espectador, hablarle desde una realidad que conoce y generarle una confianza para con el film: con el espectador zambullido dentro de esta trama, la manipulación de los elementos del thriller se organizan dentro de una atmósfera más atrapante.
Estructurada en tres partes que se interconectan, la historia se centra en Emily Taylor (Rooney Mara) una mujer que se reencuentra con su esposo, Martin Taylor (Channing Tatum), recién salido de la cárcel. Emily comienza a sufrir alteraciones en su vida diaria- principalmente sufre de depresión, lo que la lleva a auto provocarse un accidente automovilístico, desencadenando una consulta con un psiquiatra, Dr. Jonathan Banks (Jude Law), quien promete ayudarla. En su afán por ayudar a esta turbada mujer con antecedentes psiquiátricos se pone en contacto con su anterior doctora, Victoria Siebert (Catherine Zeta-Jones) quien le recomienda la prescripción de una nueva droga del mercado, Ablixia, y, como bien sugiere el título, a partir de la ingerencia de dicho medicamento los efectos colaterales irán haciéndose presentes.
Más allá de su semejanza y de su clara marca, Soderbergh utiliza un recurso para valerse de una distancia hacia los personajes hitchcockianos: la protagonista. A diferencia de ese montón de heroínas rubias, valientes y determinadas, el ecléctico director nos propone una mujer morocha, con una personalidad que continuamente se escapa a cualquier encasillamiento. Temerosa, frágil e intrigante, aunque por momentos nos deja entrever una personalidad dominante y decidida- Emily deambula por el relato, tomando la acción por las riendas y a veces dejándola pasar; de esta misma forma la cámara la busca continuamente.
Jude Law, una sólida interpretación de un psiquiatra inglés en Norteamérica.
La combinación de planos en breves segundos es otra de las cosas interesantes que el director le aporta a esta trama, y no sólo eso, sino también el hecho de que se toma el tiempo necesario para que cada uno de esos planos cuente lo que tiene que contar y a su vez produzca la sensación deseada, o al menos la principal en un thriller: generar intriga constantemente. Es así que en el mismo comienzo del film- a los siete minutos de la película- nos brinda una de esas escenas que los libros de texto denominan “primer punto de giro”, una de esas escenas que va a hacer que tanto los personajes como los espectadores pongan en cuestionamiento todo lo que vieron anteriormente, y, como suele suceder, comiencen a realizar hipótesis. Plano detalle de la mano en la palanca de cambios, primer plano de la excelente Mara con expresión desconcertante, respiración algo agitada y la mirada fija, continuando con lo que ve, “EXIT” en la pared del estacionamiento; nuevamente su cara, nuevamente la palanca, pero esta vez con la cámara contrapicada, con ella fuera de foco y solo su mano en foco, continuando con el plano en contrapicado, esta vez desde debajo del tablero del manubrio y con su pie como si nos fuese a aplastar la cara, para luego pasar a un plano detalle del mismo, donde sin titubear aprieta el acelerador. Y luego, lo que todos ya a esta altura imaginamos, siempre continuando con un montaje picado entre planos fragmentarios: plano entero del estacionamiento, primer plano de ella, nuevamente el estacionamiento, lo que ella ve esta vez más cerca, de nuevo su rostro, esta vez cerrando los ojos como si fuesen el escudo de lo que está por hacer, y, finalmente, el choque, presenciado desde adentro del auto.
En esos escasos segundos, dieciséis para ser exactos, se simplifican algunos de los recursos que utiliza este director. No solo su fusión de planos y la utilización del tiempo, sino también la importancia del sonido, y no solo en esta escena- ni solo en esta película- sino a lo largo de casi toda su filmografía. Al igual que los virajes de color, esas marcadas tonalidades que predominan en las distintas escenas- todos ya característicos recursos de su impronta como director. Donde la música no es solo algo que acompaña a la imagen sino también parte de la imagen, parte del relato, parte de lo sensorial. Donde la falta de la misma también hace eco, como si estuviese presente, y donde la predominancia de los sonidos ambientales crean otro universo dentro del universo de la imagen- juntos articulan la pieza al punto de hacerla absolutamente indivisible.
Es que aunque Efectos colaterales sea "una película más" de uno de los directores que años atrás fue considerado como uno de los elegidos para darle un giro al cine de Hollywood, es una película más de un director que con cada una de sus obras, a pesar de la repetición de su estilo- que es algo que, a esta altura, no se le puede criticar- supo dar lugar a obras sumamente distintas. Y eso no es algo menor.
Ver ficha de la critica