Cazadores de primicias Sin lugar a dudas son tiempos aciagos y definitorios para el periodismo. Los límites éticos y la necesidad de fundar una deontología para esta profesión se vuelve cada vez más imperante. Día a día estamos en presencia de cómo, noticieros e informativos, tuercen en su beneficio la construcción de noticias regidos bajo el mandato de la inmediatez, el escándalo y la sangre. Nightcrawler, la ópera prima de Dan Gilroy (guionista, entre otros, de Gigantes de Acero), se detiene sobre uno de estos aspectos (la sangre) y sigue el trayecto de un cazador de noticias truculentas para mostrar cómo se construye, en base al morbo, toda una industria que genera enormes ganancias gracias a la vida y la muerte de los otros, esos que yacen en la pantalla inertes sobre un charco de sangre, apretujados entre los metales de un automóvil o víctimas de uno de sus productos favoritos, los mal llamados crímenes pasionales. “La oportunidad hace al ladrón” bien podría ser la máxima que rige la vida de Lou Bloom (Jake Gyllenhaal), un ladronzuelo que roba bicicletas, alambrados y cualquier cosa que esté a su alcance. Bloom es un joven que no encuentra eso que muchos llaman su lugar en el mundo y, bajo la máxima que organiza y ordena su comportamiento criminal, decide, de la noche a la mañana, que se va a dedicar a la producción de noticias truculentas. ¿Qué es esto? Va a comprar una filmadora y va a salir en su automóvil a recorrer la ciudad durante la noche, escuchando la radio de la policía para tratar de conseguir cruentas primicias policiales. Si algo se puede ver en Bloom es que aprende rápido, es ambicioso y está atravesado por los discursos del marketing y el individualismo. Esta mixtura irá tomando forma a lo largo del film y en el devenir profesional de Bloom, que adquirirá mejores equipos, contratará empleados y su desempeño técnico mejorará con creces. Sin embargo, aquello que se escapa a lo que nuestras palabras pueden contar es la emergencia del monstruo, monstruo al que Gyllenhaal le da una carnadura impecable y tenebrosa, monstruo encantador y aterrador que termina siendo no sólo un satélite de los noticieros sino el reflejo mismo de la industria de noticias. Dan Gilroy no sólo elabora una crítica áspera contra el sistema de medios habituado a construir las noticias en el filo de la ley y sus consecuencias legales, sino que cuenta una historia sobre los marginales, sobre aquellos que no caben, que no dan ni con la talla ni con el porte, en el “gran sueño americano”. Sumado a esto, se puede agregar que, lejos de un final feliz, el mundo que pinta Gilroy, es mucho más abrumador, espeso y sórdido que el que nos tiene acostumbrados la industria cultural norteamericana. La tríada actoral sobre la que se sostiene Nightcrawler está encabezada por Jake Gyllenhaal en el papel de Lou Bloom; Renee Russo en el rol de la jefa de noticias que compra el primer producto de Bloom y que le recomienda: “Nos interesan noticias en las que un blanco es atacado en los suburbios por representantes de alguna minoría”; y Bill Paxton, quien aunque se desempeña en un rol más periférico, encarna a su competidor, la inyección anímica de su ambición. Acaso puede pensarse que lo que pone en evidencia este film es la paradoja de la muerte de la que habla Karl Ove Knausgard en su autobiografía. Para el autor noruego “la muerte se distribuye a través de dos sistemas diferentes, uno relacionado con ocultación y peso, tierra y oscuridad, y el otro con transparencia y levedad, éter y luz”. Así, mientras los cadáveres son ocultados, cubiertos, enterrados, quitados de la vista mediante toda clase de mecanismos, en el momento en que la vida abandona el cuerpo; por el otro, tal como lo muestra Nightcrawler, los ratings de los canales y lo que se paga por ver la muerte en la pantalla es un bien de cambio de alta rentabilidad.
The imitation game Primero la “polémica”: The imitation game, candidata a mejor película, y que fue una de las grandes ganadoras en el festival internacional de cine de Toronto donde, contra todos los pronósticos, obtuvo el premio del público, no se llevará la deseada y preciada estatuilla en los Óscar. Años atrás, películas como El discurso del rey y 12 años de esclavitud tuvieron una trayectoria idéntica: primero Toronto, después el Óscar. Es comidilla de pasillos que las biopics inglesas que conmueven y no incomodan son las favoritas de la Academia, pero me atrevo a arriesgar que este año no será así. En otras palabras, The imitation game no va a ganar el Óscar a mejor película. Ahora, la película The imitation game está basada en la biografía “Alan Turing: The Enigma”, sobre la vida del matemático y criptógrafo Alan Turing, una de las personas que hizo posible la derrota del ejército nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Alan Mathison Turing fue un matemático, lógico, criptógrafo y filósofo británico considerado uno de los padres de la computación que trabajó, durante la Segunda Guerra, para descifrar los códigos nazis, en particular, los de la máquina Enigma. Tras la guerra diseñó uno de los primeros computadores electrónicos programables digitales. La carrera de Turing se vio truncada súbitamente después de ser procesado por homosexual y sometido a un proceso de castración química. Deprimido y en soledad, terminó suicidándose dos años después. The imitation game narrará, bajo el rigor de oportunos flashbacks y elipsis, momentos destacados del Alan Turing niño y del Turing investigador, y su arduo trabajo por llevar adelante la máquina que develó los códigos de Enigma. El desarrollo de su personalidad quedará relegado a ciertos momentos de pedantería y obsesión sin desarrollar en profundidad aspectos centrales del personaje. En los momentos donde el guión hace agua, Benedict Cumberbach lo completa con una actuación de una densidad avasallante. El director Morten Tyldum debuta en el cine en inglés con The imitation game, su cuarto film, sin embargo este director de origen noruego y licenciado en la School of Visual Arts de Nueva York ya ha recibido la bendición de la crítica por films como Buddy (2003) y Head Hunters (2011). La entrada a la industria del cine internacional se sustenta en intérpretes de peso como Benedict Cumberbatch, Keira Knightley y Matthew Goode. El actor británico Benedict Cumberbatch (Sherlock, August: Osage County, Star Trek) da vida a Alan Turing y realiza un trabajo que sirve más para consolidar su breve pero creciente trayectoria y para posicionase como uno de los actores más importantes de la década. Por qué no va a ganar el Óscar Los principales problemas de The Imitation Game radican en que se le ven los hilos. Cada momento de tensión, cada quiebre decisivo y cada situación límite está encorsetada a tal punto que la resolución, en lugar de verse como una liberación tensional, termina siendo preanunciada y por ende perdiendo el efecto que busca. Por otra parte, el film no pretende explicar al detalle todo y deja jugar la imaginación de los espectadores. Pero, paradójicamente, hay momentos en los que se explica demasiado, y el relato toma un matiz burdo y extraño sencillamente porque ese no es el tono que domina en la película. Así y todo, The Imitation Game es una película entretenida, con momentos difíciles bien logrados y que busca eludir el mote de película bélica, de acción o de espionaje. También hay que destacar que va un paso más allá al abordar la discriminación y la homofobia que termina acabando con la vida del prestigioso Alan Turing. Sobre el final, unas letras blancas que se recortan sobre una escena que narra la quema de documentación informan que “después de un año de terapia hormonal obligada por el gobierno, Alan Turing se suicidó el 7 de junio de 1954. Tenía 41 años”. El 24 de diciembre de 2013, la reina Isabel II de Inglaterra promulgó el edicto por el que se exoneró oficialmente al matemático, quedando anulados todos los cargos en su contra. Como ya se dijo, a pesar de ser uno de los formatos favoritos de la academia, y vale la reiteración, una biopic que emociona pero que no incomoda, tenemos la certeza de que no va a ganar porque compite con La teoría del todo, otra biopic que, aunque no es objeto de este artículo, podemos decir que está mejor lograda.
LAS REGLAS DEL VOLEY El viaje, el desplazamiento o el cambio de escenario parece ser el primer paso, el puntapié inicial para trastocar las reglas del juego. O tal vez sólo funciona como una breve licencia, una excusa para moverse entre fronteras sinuosas y límites borrosos entre la amistad, el sexo y la adultez. O quizás no, y el núcleo problemático que este escriba percibe sólo es el telón de fondo donde se inscribe una comedia brillante que no busca resolver ningún problema sino abrir el juego, un poco más, donde las preguntas, enunciadas de soslayo, se perfilen como una afrenta al sentido común. Voley es la última película de Martín Piroyansky, donde luce el humor ágil y cotidiano que gira en torno a lo absurdo, donde las dudas y las incertezas son el motor que tracciona una comedia que se sostiene sobre la ilusión, ilusión de los protagonistas queda claro, de una vida adulta que una vez estructurada, sólo resta echarla a rodar. Los tiempos que gobiernan la narración, la secuencia entre planos abiertos y descriptivos, y los bretes que se ciernen sobre los personajes se convierten lentamente en una marca de estilo, en un sello de autor que se vio en el corto No me ama (2010) y que en Voley están más refinados. Voley cuenta el viaje de seis amigos a una casa en el Tigre para recibir año nuevo. Lo disímil de cada uno de los personajes -y lo antagónico- lleva a preguntarnos quizás cuántos conflictos amenizamos con los amigos propios a quienes conocemos hace años y con quienes así y todo compartimos gran parte de nuestras vidas. Sin ánimos de anticipar nada, pero tal y como puede verse en el trailer, los conflictos están al caer: una convivencia indómita, un amor intempestivo y las hormonas, que combinados con el alcohol y las drogas -dos anecdóticos porros, unos hongos alucinógenos y un poquito de cocaína-, pujan para que todo aquello que transcurre a espaldas de los demás se vuelva conocido. Y como sucede en el deporte, todos rotan y pasan por todas las posiciones, acaso para que el juego continúe. Piroyansky, cada vez más consolidado como actor, a lo que se suma su laburo como escritor y director, arma una comedia que no tiene reparos morales, es incisiva, irrumpe con personajes incorrectos que buscan -y esbozan- explicaciones inverosímiles sobre su vida y sobre la sociedad, y aprietos que devienen en más aprietos que aflojan un poco, risa mediante, pero que crecen y se acumulan hasta los últimos minutos. A todo esto se le pueden sumar pequeños homenajes que el director realiza al cine clásico, tanto de terror como de suspenso, y unos gags brillantes donde Nico (Martín Piroyansky) aparece digitalmente empequeñecido y efectúa un baile ridículamente sexy entre otros. Voley es una comedia protagonizada por Ricardo “Chino” Darín, Violeta Urtizberea, Martín Piroyansky, Inés Efrón, Justina Bustos, Vera Spinetta y estrenó el pasado jueves 12 de marzo en todas las salas del país.