El equipo que venció a la desmemoria El experimentado documentalista pone el foco sobre el Equipo Argentino de Antropología Forense y consigue que su compleja tarea resulte comprensible a los ojos del espectador promedio. A pesar de la inevitable carga emotiva, las imágenes nunca resultan morbosas. Investigador del discurso televisivo y licenciado en psicología, Miguel Rodríguez Arias encaró un trabajo sumamente necesario que demuestra que el cine no es solamente un mero circuito de entretenimiento: también puede funcionar como una correa de transmisión de la historia. Su más reciente documental, Buscadores de identidades robadas, busca desentrañar cómo reaccionó un grupo de profesionales frente al terrorismo de Estado y cómo, a través de la ciencia, se podía llegar a la verdad y colaborar con la Justicia, vinculándola con los derechos humanos. El film narra la historia del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), surgido en 1984, cuando la democracia era incipiente y cuando todavía lo sucedido durante la dictadura cívico-militar no estaba tan asimilado por la sociedad argentina como está en la actualidad. Es que este contexto de país, con una activa política de derechos humanos y con la Justicia trabajando en los procesos contra los genocidas es el que favorece que se realicen trabajos como el que desarrolló el creador de Las patas de la mentira. Por eso este documental se vuelve necesario: aporta su cuota de compromiso con la historia reciente. El EAAF surgió luego del asesoramiento del prestigioso antropólogo forense estadounidense Clyde Collins Snow y de Eric Stover –entonces director del Programa Ciencia y Derechos Humanos de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia–, quienes llegaron a la Argentina para realizar los primeros trabajos con profesionales argentinos. En sus inicios, el EAAF estaba compuesto por cinco personas. Dueño de un prestigio mundialmente reconocido, en la actualidad el EAAF tiene 60 integrantes –entre los cuales también hay médicos, odontólogos forenses, biólogos y genetistas–, tiene tres oficinas en el país y su labor ha sido requerida en 45 países. Sin embargo, cuando empezaron la tarea no fue sencillo porque, a la par de la soledad en la que trabajaban, fueron declarados Personas No Gratas por la Secretaría de Derechos Humanos del gobierno de Raúl Alfonsín, el mismo que impulsó las leyes de Obediencia Debida y Punto Final que generaron un debate al interior del equipo, ya que sentía que soplaban vientos de impunidad. Sin embargo, primó la cohesión de sus miembros porque sintieron una enorme responsabilidad de continuar con su trabajo. Los resultados están a la vista: al momento de terminado el documental, el EAAF lleva identificadas a 577 personas. Si se tiene en cuenta que el EAAF suele tener un perfil bajo –sus miembros, dueños de sólidos principios, ejercen la ética científica pero no la declaman–, la tarea de Rodríguez Arias fue difícil: convencerlos de hablar de su trabajo. Una vez logrado el objetivo, este documentalista experimentado, realizador de 38 audiovisuales, puso en imágenes el surgimiento, crecimiento y consolidación del primer equipo de antropología forense de América latina que comenzó a buscar la identidad de las personas desaparecidas a través de un método que consistía en la aplicación de técnicas de la arqueología y que se fue mejorando con los nuevos avances de la ciencia: a fines de los ’80 se produjo un cambio enorme cuando se descubrió que se podía identificar a personas con el ADN de los huesos –la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo fue fundamental desde el inicio– comparándolo con el de familiares directos, algo que hasta entonces sólo podía hacerse con tejido blando. La estructura narrativa de Buscadores de identidades robadas es clásica. El modelo “cabeza parlante” es el elegido por Rodríguez Arias y tiene su justificación para hacerlo: había que contar temas difíciles de explicar de manera sencilla. Por lo tanto, se necesitaba de la palabra de los expertos, quienes relatan su trabajo con un lenguaje llano, conciso y comprensible para quien no es un profesional. Este es uno de los méritos del documental: logra contar la historia del EAAF sin dejar afuera a quienes no entienden de antropología, biología ni arqueología. El relato se combina con imágenes de trabajos de exhumación de restos en cementerios, de las mesas donde depositan los huesos encontrados, con el agregado de la especialidad de Rodríguez Arias: material de archivo audiovisual donde se ve a los antropólogos trabajando y, en algunos casos, visitando programas de televisión para contar sus novedades. Vale recalcar que el trabajo es sumamente respetuoso con las imágenes de los restos óseos; aunque impactan por lo que significan, el cineasta nunca cae en golpes bajos ni escarba en lo morboso, mérito suficiente que lo coloca a la altura de aquello que pretende hacer visible.
El amor conoce de extremos Con su consabido pulso para asumir temas sociales, el director se apoya en buenas performances de Julieta Díaz, Guillermo Francella y Mauricio Dayub para delinear el modo en que una mujer consigue vencer sus propios prejuicios al relacionarse con un liliputiense. A veces, lo que la gente puede imaginarse previo al estreno de un film suele resultar engañoso, y que no necesariamente exprese la esencia de la película que luego se podrá ver en la pantalla grande. Que un hombre de 136 centímetros intente seducir a una mujer hermosa puede resultar un golpe de efecto y ser el puntapié de una comedia absurda, llena de gags, liviana en su propósito, con una ridiculización de un enano –un liliputiense, para mayor exactitud– y con meros convencionalismos comerciales. Totalmente alejado de todo eso está Corazón de León, séptimo largometraje de Marcos Carnevale, director que tiene la costumbre de meterse en temas tomados del universo social. Conviene, entonces, dejar de lado esos preconceptos para poder sumergirse en una historia que transita entre la comedia y el drama y que, si bien tiene humor, establece una reflexión profunda sobre determinadas cuestiones de las conductas de una sociedad, en términos más dramáticos que jocosos. ¿Cuáles? Paso a paso. Julieta Díaz es la morocha elegida para componer a Ivana, una abogada que viene de un fracaso amoroso con Diego (Mauricio Dayub), luego de una relación de tres años. Si bien ya no comparte cama y casa, sigue siendo socia de Diego –él también es abogado– en un estudio jurídico. Un día habla por teléfono con su ex, mantiene una discusión y hace volar el aparato por los aires, producto de su furia. León (Guillermo Francella), un arquitecto exitoso, ve la escena en la calle y, sin conocer a Ivana, recoge el celular. Más tarde, busca en la agenda, y cuando encuentra el contacto “Casa”, la llama suponiendo que es el número de línea de Ivana. Y así es. León comienza la conversación muy amablemente, despliega toda su garra seductora, se muestra simpático, con todo su carisma, inteligente, rápido para contestar. Resulta lógico establecer un clima propenso a una buena química con Ivana. Pactan un encuentro y cuando cortan, Ivana siente que en esa cita no sólo recuperará el teléfono sino que, tal vez, pueda pasar algo más... Hasta que, cuando se ven cara a cara, se encuentra con un hombre de 136 centímetros. El impacto visual hace entrar al personaje de Díaz en una batalla interior, porque León tiene todo lo que le gusta: es exitoso en su profesión, está separado en buenos términos con su ex, tiene un hijo, no padece problemas económicos, es sumamente agradable (algún matiz no le hubiera venido mal al personaje), pero la altura parece un escollo insalvable. La película, entonces, se concentrará en mostrar el recorrido que hace Ivana para poder desafiar sus contradicciones, pero también para enfrentar los prejuicios de su familia y sus amigos. Y plantea la siguiente encrucijada: ¿es posible que nos guiemos por nuestros sentimientos tapados por nuestros propios prejuicios? Responder al mandato familiar/social o guiarse por lo que realmente siente es el dilema que deberá resolver Ivana. Vale destacar que la actuación de Francella es enorme (cualquier paradoja con la altura del personaje es mera casualidad lingüística) y que demuestra una vez más, como en El secreto de sus ojos y Los Marziano, que se trata de un actor con un potencial dramático que está empezando a consolidar con solvencia, más allá de sus trabajos en sitcoms y su anterior encasillamiento en la comedia. El papel de Julieta Díaz también es consagratorio porque, en realidad, Corazón de León hace hincapié en el punto de vista de su personaje y en el recorrido que establece desde el impacto inicial hasta el proceso de enamoramiento de León. Y Díaz logra una plasticidad artística que no hace tambalear en ningún momento la difícil tarea de los cambios que experimenta su personaje. Una mención aparte también merece Nicolás Francella, el hijo de Guillermo tanto en la vida real como en la ficción, que le hace ver lo que él disimula con su máscara.
Mucho más que una mera biografía Si bien el film de Guzmán da cuenta de algunos aspectos biográficos imprescindibles a la hora de hablar de Ferrari, Civilización es, antes que nada, un recorrido por las ideas y las obras fundamentales del gran artista plástico argentino. Sin que suene exagerado y sin la intención de menospreciar la labor del resto, León Ferrari es el artista plástico vivo más importante de la Argentina. Un rótulo del que el propio Ferrari se debe sentir incómodo si se lo mencionan. “La gente está muy confundida: paga disparates por mis dibujos, yo no gastaría esa plata”, suele decir. Sin embargo, a lo largo de más de cinco décadas de trayectoria, Ferrari se ha ganado el respeto no sólo en el país, sino en la comunidad artística mundial. Así lo corrobora el León de Oro que obtuvo en la Bienal de Venencia en 2007. Pero lo que más ha trascendido es su mirada sobre el arte. Mirada política, claro. Se trata de un artista que siempre ha denunciado las contradicciones de la Iglesia y la religión católica. También siempre se ha manifestado en contra de todo tipo de totalitarismos (uno de sus hijos permanece desaparecido) y, sobre todo, de la intolerancia. Precisamente, hay que recordar que Ferrari la ha padecido en carne propia cuando un grupo de fanáticos católicos ultraortodoxos atacaron su muestra retrospectiva en el Centro Cultural Recoleta, en 2004. “Quienes atacaron la muestra completaron la obra”, dice el artista en el documental Civilización, dirigido por Rubén Guzmán. El largometraje de Guzmán tiene una estructura particular: el propio Ferrari habla en muy pocas ocasiones. Más bien, el modelo cabeza-parlante está usado por el director con cuentagotas: cuando el propio artista plástico obsequia al espectador algunos recuerdos de su vida y de su obra. Pero la voz que más se escucha es la de la actriz Cristina Banegas, quien lee reflexiones de Ferrari. Empiezan como una biografía pero, a medida que avanza el relato, esas lecturas de Banegas se van transformando en manifestaciones del propio artista. Es que si bien Civilización da cuenta de algunos aspectos biográficos imprescindibles a la hora de hablar de Ferrari, no es una biografía clásica. O mejor dicho, no es una biografía. En todo caso, Civilización es antes que nada un recorrido que Guzmán establece por las ideas de León Ferrari. Y como no se puede separar el artista de su obra, porque a través de ella se expresa, es también un viaje que se completa con sus trabajos más importantes de sus diferentes etapas. El punto de inflexión en la carrera de Ferrari fue la guerra de Vietnam. Ese acontecimiento lo marcó a fuego. Y ese conflicto bélico lo inspiró para realizar una de sus obras fundamentales: La civilización occidental y cristiana, formada por la maqueta de un bombardero norteamericano y un Cristo crucificado en ese avión, dando cuenta de dos de sus grandes temas: la violencia política de un imperio despiadado y del poder dominante de la religión en ese mundo. Ferrari explica en el documental que esa obra tuvo mucha repercusión, entre otros motivos porque el Cristo fue comprado en una santería. A lo largo de una hora, Guzmán condensa mucho material: desde las esculturas en cerámica con que Ferrari se inició, pasando por sus dibujos, sus cuadros literarios, hasta sus heliografías que, según el artista, pueden verse como “una arquitectura de la locura” que expresan “lo absurdo de la sociedad actual”. También puede apreciarse Palabras ajenas, un collage literario de más de cien personajes “que condensa la violencia de Occidente a través de frases sacadas de libros, revistas y diarios pertenecientes a personajes como Hitler, Dios, Pablo VI, Johnson, etcétera”, cuenta Ferrari. O su carta al Papa en 1997, cuando le pidió “la anulación del juicio final y de la inmortalidad así como también el desalojo y demolición del infierno”. Uno de los méritos de Civilización es que, si bien muestra muchas imágenes estáticas (las obras), tiene un ritmo que no resulta tedioso: ideas profundas combinadas con una cuidada edición y una fotografía muy elaborada que se apoyan mucho en la voz de Banegas o se combinan con la música compuesta por Sergio Pángaro. Aunque resultan acertadas sus composiciones al entrar en relación con las imágenes, por momentos la música sobrecarga o es excesiva. Esto no impide disfrutar de un documental que puede resultar didáctico –en el mejor sentido– para quienes no conocen el pensamiento de Ferrari e interesante para quienes deseen profundizar en sus reflexiones, muy difíciles de rebatir por parte de sus detractores.
No debí pensar jamás en lograr tu corazón El amor en sus diversas formas es siempre amor. Y así lo vivieron el famoso letrista de tango José María Contursi y Susana Viganó, a quien el autor inmortalizó en “Gricel”, el recordado tango que es un clásico del 2 x 4. Y fue amor en sus diversas formas porque cuando Contursi conoció, casi por casualidad, a Gricel, estaba casado. Luego de un flechazo en Buenos Aires, fueron amantes durante un tiempo. Pero Gricel vivía en Capilla del Monte y Contursi era un hombre de la noche porteña. La relación se cortó por decisión de él. Pero cuando su mujer falleció, Contursi entró en una gran depresión y, después de veintidós años, reconquistó a aquella muchacha de pueblo con la que había sostenido su relación durante un tiempo, a través del intercambio epistolar. Y, desde entonces, vivieron juntos hasta la muerte del autor. Paradojas del destino, la historia de amor que construyeron Contursi y Gricel no tiene el final que suelen tener los tangos cuando hablan del amor. Jorge Leandro Colás –que había debutado como cineasta con Parador Retiro, documental sobre el lugar donde duermen personas en situación de calle– decidió realizar su segundo largometraje con esta historia. Gricel tiene un pequeño argumento ficcional que funciona como ordenador de la estructura narrativa del documental: Manuel (Pablo Basualdo) es un cantante lírico que está entusiasmado con escribir una ópera sobre la historia de amor entre Contursi y Gricel. Y, entonces, decide investigar contactando diversas fuentes. Es en ese momento en que la ficción da paso al documental cuando Manuel comienza a recorrer el camino de esa historia entrevistando a personas que vivieron la época de Contursi y que relatan cómo era la noche porteña, mientras otros recuerdan aquella relación. Gricel tiene dos vetas. Una de ellas comienza con el relato breve de la obra de Contursi, donde queda claro que Gricel no sólo fue un gran amor en su vida, sino también su musa inspiradora. A tal punto, que a varias de sus obras más famosas, Contursi las escribió en el hermoso paisaje de las sierras cordobesas, donde ella vivía. Gricel también relata, a través de personas vinculadas con el tango, cómo era ese mundo por entonces y cómo lo vivía “Katunga” o “El duque de la noche porteña”, algunos de los apodos que tuvo el autor de “En esta tarde gris”. Esas noches que terminaban todos comiendo “el pucherito de gallina”, como comenta Oscar Fresedo. La otra veta narrativa tiene anclaje en Córdoba, más precisamente en Capilla del Monte, donde Manuel entrevista a habitantes del pueblo que recuerdan la historia entre Contursi y Gricel con detalles sustanciosos. Uno de los aspectos destacables de este documental de Colás es que el cineasta logra reconstruir aquella historia con la dificultad que implica acceder a fuentes de algo sucedido hace muchas décadas. Y entre esos logros están los testimonios de Alicia Contursi, la hija del letrista –una persona clave en el relato de la historia–, y la nieta de Gricel que le otorga emotividad casi al final de este documental. Gricel tiene un ritmo sostenido con la fluidez de los relatos, la lectura de las cartas de amor y el agregado de algunas interpretaciones de tangos que, en algunos casos, funcionan como separadores de los testimonios. Si bien es un elemento atractivo la idea de ficcionalizar el documental con la búsqueda que emprende el cantante lírico, no resulta muy acertada la elección de Basualdo, quien, en la vida real, también tiene esa profesión, ya que no es actor. Por momentos, no se lo nota con la soltura necesaria para entrevistar o emocionarse. No hay que dejar de lado que no representa a un periodista que busca información, sino a un artista en búsqueda de conocimientos y sensaciones que lo inspiren en su proyecto operístico.
Reflexión política y poética El film muestra el mundo público y el privado del ex presidente y gana en intensidad cuando ambos se entrecruzan. Con gran uso del material de archivo y testimonios reveladores, esta película fue hecha desde el amor, sin agresiones ni golpes bajos. Aquel histórico discurso de asunción como presidente de la Nación que pronunció Néstor Kirchner el 25 de mayo de 2003 aún resuena en la memoria de millones de argentinos. Y en el corazón de tantos que todavía lo añoran. Ese “Vengo a proponerles un sueño” funcionó como un bálsamo, como una esperanza, como una caricia al pueblo que venía de muchos desengaños políticos, represiones varias, juramentos violados, promesas incumplidas y sentimientos traicionados. Las primeras imágenes de Néstor Kirchner, documental de Paula de Luque, comienzan con ese discurso –inolvidable no sólo por su contenido sino por su carga emocional–, luego de hacer un breve repaso de los años anteriores al inicio de la gestión presidencial de Kirchner: la represión de diciembre de 2001, el helicóptero de De la Rúa, la asunción de cuatro presidentes en tiempo record y los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán durante el interinato de Eduardo Duhalde. Tras esa referencialidad del personaje a enfocar, De Luque inicia un recorrido en dos aspectos: el mundo privado –el menos conocido– y el público de Kirchner. A este último lo establece prácticamente en orden cronológico, mientras que al otro lo narra en un sentido más atemporal. Pero donde gana intensidad la película es en el cruce de ambos, porque permanentemente esos dos mundos se entrelazan, dialogan y proponen una completud de la figura de Kirchner por parte del espectador. Es que ambos son indisociables, se sabe: no puede ir el sentimiento político de una persona por un andarivel, y el privado, su humanidad, por el otro. Porque en la política se ponen en juego ideales y valores humanos que tienen efectos concretos en la cotidianidad de una sociedad. Ese cruce permanente entre ambos le otorga vitalidad a este documental que, si bien nació a partir de la muerte del ex presidente, apela al valor de una vida en una circunstancia histórica determinada. Por eso no es una biografía clásica ni un documental de observación, sino una suerte de viaje por las ideas y sensaciones de un hombre como político, pero también como hijo, hermano, padre y marido. Se trata de un enfoque, entonces, con varias líneas de relato. El eje público está compuesto por situaciones que vivieron los argentinos: desde el anuncio del pago de la deuda con el FMI, pasando por aquella decisión honrada de hacer bajar los cuadros de los genocidas Videla y Bignone, la Cumbre de la Américas en Mar del Plata (2005), donde Kirchner cuestionó las políticas que condujeron al default y en la que los presidentes latinoamericanos rechazaron el ALCA (es antológica la cara que pone Bush durante el discurso del ex presidente argentino); la asunción de Cristina como presidenta, el conflicto con las patronales agropecuarias por la resolución 125, la presentación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, los festejos del Bicentenario, el nacimiento de Unasur y el nombramiento de Kirchner como secretario general del organismo, el asesinato de Mariano Ferreyra y, finalmente, la muerte del propio Kirchner. Todos estos temas están entrelazados con comentarios e imágenes de su vida íntima que relatan básicamente su hermana Alicia y su hijo Máximo, quien también brinda su opinión sobre cómo vivió su padre determinadas situaciones. El documental eleva su tono emocional cuando testimonian la madre de Néstor y la de Cristina: son momentos cortitos pero intensos. La mamá de Néstor cuenta que, ya de niño, el ex presidente decía “Yo quiero ser gobernador”. Y la madre de Cristina provocará más de una carcajada cuando recuerda que le decían a Néstor: “¿Qué hiciste para conquistar a la más linda siendo vos tan feo?”. Son momentos que prueban el grado de intimidad, como si De Luque hubiera abierto una puerta para observar recuerdos de alguien tan querido no sólo a nivel social sino en su núcleo más cercano. Un párrafo aparte merece la combinación del material de archivo público con el de la vida privada del ex presidente: por ejemplo, se lo puede ver junto a Cristina cuando se casaron y compartiendo la militancia desde muy jóvenes e, incluso, en sus etapas como intendente y gobernador. Son imágenes que ayudan a construir esta reflexión política y poética (a la que contribuye la música de Gustavo Santaolalla), y que cobran su mayor pico emocional con el final (que no conviene ser adelantado). “Quisiera que me recuerden”, dijo Néstor Kirchner una vez al leer el poema del escritor desaparecido Joaquín Areta (del cual su hermana Alicia cuenta detalles). Y escuchado hoy en boca de alguien que logró poner de pie un país cobra un significado nuevo.
Cuando el dolor se transforma en esperanza “A veces me preguntan cómo se puede querer tanto a alguien sin conocerlo”, dice la protagonista de Verdades verdaderas. La vida de Estela, en el comienzo de la ópera prima de Nicolás Gil Lavedra. Y la respuesta está en la propia vida de Estela de Carlotto, que la película del hijo del ex camarista del Juicio a las Juntas refleja con un respeto sublime y con una intensidad dramática tan potente que, por momentos, uno llega a olvidarse que está frente a una pantalla. Y esa vida dedicada a la lucha por la restitución de los nietos apropiados durante la dictadura provoca empatía con una mujer que trabajó sin descanso, doblegando el esfuerzo, aprendiendo lo que desconocía, en busca de memoria, verdad y justicia. Por eso, la pregunta que se formula Estela (Susú Pecoraro) tiene su propia respuesta en ella misma: se puede querer a alguien sin conocerlo físicamente porque es fruto del amor de su hija ausente, aunque constantemente presente en el recuerdo que acompaña su vida. Si la televisión ya se había ocupado del tema de la apropiación de bebés durante la dictadura militar y de la restitución de los nietos en Montecristo y en Televisión por la Identidad, el cine había ofrecido los notables documentales Nietos (Identidad y Memoria), de Benjamín Avila, y Botín de guerra, de David Blaustein. El tema en la ficción lo inauguró La historia oficial, de Luis Puenzo. Y Verdades verdaderas... trae la novedad del enfoque en la vida del mayor símbolo de la lucha por el derecho a la identidad. Pero lo hace desde una esfera íntima: no parte del personaje público que todos conocen y muchos admiran, sino desde la madre que busca a su hija, después que los asesinos con botas largas se la arrebataron; desde la esposa de un hombre con quien comparte alegrías y tristezas, y sobre todo el dolor por la pérdida; desde la docente que debe simular los llamados telefónicos de su hija en la clandestinidad, y desde la abuela que comienza a buscar a su nieto cuando se entera por una joven que su hija Laura estaba embarazada antes de ser asesinada por los genocidas. El modo de construcción del relato de Verdades verdaderas... es ambicioso: la narración no es completamente lineal, sino que Gil Lavedra, junto a los guionistas Jorge Maestro y María Laura Gargarella, diseñaron una compleja estructura que transita por distintas épocas. Arranca en el fin del año 2009, con la familia Carlotto celebrando y, a la vez, recordando las pérdidas, pero con la esperanza renovada de poder encontrar a Guido, el nieto que la Estela real aún hoy sigue buscando. Luego, la historia se sitúa poco tiempo antes de la dictadura, donde se ve a los hijos militando en una agrupación política. Y posteriormente, todo lo que ocupó la vida de Estela: la clandestinidad de Laura (Inés Efron) perseguida por los militares; el secuestro de Guido, el marido de Estela (Alejandro Awada); la búsqueda de su hija por sitios oficiales y por los juzgados, la noticia del asesinato de Laura (al que los militares quisieron disfrazar de “enfrentamiento”), el encuentro con otras madres, la primera vuelta a la Pirámide de Mayo, la confirmación del nacimiento de su nieto Guido y la necesidad de que otros de sus hijos se exilien. Y entre cada uno de estos sucesos, algunos hermanos de Laura (Fernán Mirás, Laura Novoa) le hablan imaginariamente a su sobrino Guido, frente a una cámara, en la actualidad, construyendo una suerte de memoria familiar. Y el final vuelve a situar la historia en tiempo presente, con el personaje de Carlos Portaluppi –un hombre que tiene a su compañera desaparecida– viviendo en la sede de Abuelas una situación inolvidable que dejará una marca indeleble en su alma. Si las actuaciones de Portaluppi y de Alejandro Awada no sólo son creíbles, sino también muy precisas, la interpretación de Susú Pecoraro es de un nivel supremo: contagia emoción a grandes dimensiones, construye con naturalidad la personalidad de una mujer que se quiebra pero que sigue buscando la verdad, compone con soltura a una persona que en la actualidad puede asegurarse que es de las más respetadas no sólo en la Argentina sino también en el mundo, pero que sobre todo es amada por muchos argentinos que valoran su temple para transformar el dolor en esperanza. Y encarna su coraje. Porque valiente no es quien no tiene miedo, sino quien, a pesar del miedo, sigue adelante. Todas esas características de Estela de Carlotto están condensadas en el rostro, el cuerpo y los sentimientos que tan brillantemente transmite Susú Pecoraro.
Otro modo de abordar el mito Desde un lugar de respeto pero evitando la solemnidad, la película combina lo histórico, lo ficcional y lo político en una misma unidad digna de verse. Así, abre un nuevo capítulo en la manera en que el cine argentino aborda la figura de Eva Perón. “Mi gloria es y será siempre el escudo de Perón y la bandera de mi pueblo y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria.” La frase, pronunciada por Evita el 17 de octubre de 1951 –el último de su vida–, es de una potencialidad dramática tan intensa que no pierde emotividad aunque se la haya escuchado miles de veces. Y a poco más de 59 años de su muerte, Evita sigue siendo el icono femenino más fuerte de la historia política argentina, el símbolo de la defensa de la dignidad de los trabajadores y la representante más fiel de los derechos políticos de las mujeres. Tan amada como odiada, la Abanderada de los Humildes fue abordada por el cine en numerosas oportunidades: desde la gran Eva Perón, de Juan Carlos Desanzo (con actuación consagratoria de Esther Goris) hasta la irrespetuosa Evita, de Alan Parker (con Madonna como protagonista), y más recientemente Juan y Eva, de la cineasta Paula de Luque, que contó la historia de amor de Perón y su mujer. Con un listado mucho más extenso que el mencionado, volver sobre la figura de Evita presentaba al menos un inconveniente: ¿cómo narrar su vida de una manera que no sea reiterativa? La respuesta la encontró María Seoane que, como periodista, investigó su vida y obra. Pero a la hora de pensar cómo contarla a través del cine, tomó una decisión muy original y arriesgada: hacerlo mediante dibujos animados. Seoane, directora y también autora del guión de Eva de la Argentina –en este rol junto a Carlos Castro y Graciela Maglie–, construyó una sólida estructura narrativa que reivindica la figura de Evita y aborda el mito desde un lugar muy respetuoso, pero sin ser solemne. Si hay una tensión en el cine, es aquella entre ética y estética. Muchas veces, en busca de respetar a una figura histórica, se pierde de lado la forma de narrar su vida, como si el contenido fuera lo único importante y no la manera de contar a ese personaje. No es éste el caso: rigurosa en reflejar la verdad histórica, Seoane armó una arquitectura que combina lo histórico, lo ficcional y lo político en una misma unidad digna de verse. Para darles vida a las animaciones, Seoane convocó al recordado Francisco Solano López, quien fue el encargado de los maquetados de los dibujos. Y era todo un riesgo convertir en imágenes palabras tan sustanciosas que atravesaron la vida de Evita, como amor, lealtad, solidaridad, rebeldía, odio, venganza, traición y compromiso. El resultado es un largometraje que puede disfrutar tanto el que ama a Evita como quien siente curiosidad por su figura. Aunque hay que aclarar que Eva de la Argentina no es un film informativo sino una obra cinematográfica que puede apreciarse o no, según la mirada de cada espectador. Además de ser la primera película política de animación del cine argentino, Eva... combina los dibujos con algunas imágenes documentales. Pero tiene otro aspecto original: está narrada por un personaje de ficción que es perseguido por la dictadura de Jorge Rafael Videla. Ese personaje representa al prestigioso periodista y escritor Rodolfo Walsh. De esta manera, Seoane establece un guiño a su generación política y el film gana en intensidad, ya que por momentos adquiere ritmo de thriller. Desde su infancia en Los Toldos, su juventud y sus sueños de actriz, su primer encuentro con Juan Perón –luego del terremoto de San Juan en 1944–, el surgimiento del peronismo –y por ende el nacimiento de sus detractores–, su obra política y su labor humanitaria, hasta llegar a su tormentosa muerte, el duelo por su pérdida, y el posterior secuestro y profanación de su cadáver, Eva de la Argentina es también, en parte, una clase de historia que abre un nuevo capítulo en la manera en que el cine argentino aborda la figura de Eva Perón.
La política detrás de las hornallas Los realizadores de Porotos de soja hicieron una investigación exhaustiva y vibrante acerca de la nueva ley de medios. Si se tiene en cuenta que el proyecto de Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual recibió más de cien modificaciones en la Cámara de Diputados, donde finalmente obtuvo media sanción (146 votos a favor, tres en contra y tres abstenciones, para luego ser aprobada en Senadores), resulta, a esta altura del partido, algo más que sorprendente (intencionalidad o tendenciosidad serían las palabras más adecuadas) que algunos multimedios se encapricharan en tildarla de “ley de medios K”. Esos monopolios pasaron a convertirse en voceros de una oposición descarnada que veía “autoritarismo gubernamental” donde, en realidad, había una idea de pluralidad democrática. Finalmente la ley llegó para quedarse y para producir una auténtica revolución en el mapa mediático de la Argentina, hasta entonces dominado por unas pocas empresas. Pero al calor de los acontecimientos, cuando la ley era sólo un proyecto en discusión, los cineastas David Blaustein y Osvaldo Daicich salieron con sus cámaras a registrar qué cambios podía producir la ley de medios en el país y lo plasmaron en el documental La cocina. Después de haber corealizado Porotos de soja –sobre la coyuntura de la Resolución 125–, parece que Blaustein y Daicich son, en la actualidad, algo así como los abanderados del cine de urgencia. Su nuevo documental está estructurado en dos partes. La primera hace hincapié en los medios comunitarios, considerados alternativos antes de la sanción de la ley. Son los que se gestaron en base a experiencias de comunicación popular solidarias y que lograron resistir las olas del neoliberalismo menemista de los ’90, que amenazaban con inundar las pantallas y las radios con pocos dueños multipoderosos, algo que finalmente se concretó a través de la modificación de la Ley de Radiodifusión de la dictadura. Es en esa primera parte de La cocina donde aparecen los relatos de los representantes de una radio mapuche en Neuquén, FM Comunitaria Encuentro (Río Negro), Radio La Ranchada (Córdoba), y Canal 10 de Tucumán, entre otros. Algunos gestionados como cooperativas, estos medios cumplen una función social imprescindible en las zonas de alcance y así los presenta La cocina. La segunda parte del documental de Blaustein-Daicich gana en intensidad con respecto a la primera. Es que, después de brindar datos muy interesantes como, por ejemplo, que del ’83 al 2009 hubo 73 iniciativas de leyes de medios que no se concretaron, reproduce parte del acalorado debate en la Cámara de Diputados. Y uno de los grandes méritos de La cocina es que no hay una voz en off que “ordene” el relato ni tense una mirada: son los propios protagonistas los que quedan en evidencia. Por un lado, los grandes medios que hablaban de “la eliminación de voces y canales”, cuando, en realidad, la ley propone todo lo contrario. Por otro, algunos legisladores opositores que, por un espacio en aquellos canales, dijeron todo tipo de incoherencias sobre un proyecto que cobró legimitidad social cuando, antes de ingresar al Congreso, fue debatido intensamente en foros de todo el país, incluyendo los famosos 21 puntos generados por la Coalición por una Radiodifusión Democrática. Esta parte del documental es, sin dudas, la más caliente y la más picante, donde se puede ver cómo a través del manto de la supuesta defensa de la libertad de expresión, algunos políticos tuvieron sus quince minutos de fama para defender los intereses de corporaciones mediáticas monopólicas que sólo los mostraban a ellos en sus pantallas.
La denuncia y el periodismo La diversidad de lecturas que registra el documental colectivo permite “refrescar” el interés: cada cual en lo suyo, los diferentes segmentos van conformando un mosaico tan cargado de significados como las baldosas de memoria que retrata Guarini. Angela y María son dos adolescentes que tienen realidades muy distintas: la primera vive en un barrio carenciado, la segunda es de la zona norte. Ambas están frente a cámara y sus situaciones son confrontadas de una manera impactante, casi demoledora, que busca mostrar cómo influye el factor social en el crecimiento del cuerpo humano y, sobre todo, en la posibilidad de futuro. Los aspectos que se analizan van desde el coeficiente intelectual, genealogía, salud, medio ambiente, familia y educación, entre otros. Esto refleja Informe sobre la inequidad, primero de los ocho cortos que conforman el largo documental D-Humanos, en el cual Nisenson, mentor del proyecto, trabajó junto a otros nueve cineastas. Informe... es el más potente no sólo por la crudeza que adquiere el relato, sino también por el impacto visual de las dos chicas frente a frente y sometidas a diferentes tipos de test. El de Nisenson puede catalogarse como un corto de denuncia. En el mismo grupo se ubica La tumba, dirigido por Lucía Rey y Rodrigo Paz, que siguen la labor del Comité contra la Tortura de la Comisión Provincial por la Memoria. Nunca mejor elegido el título porque se habla –y con argumentos– de las cárceles bonaerenses como “depósitos” de seres humanos y, al juzgar por la realidad que muestra, no es difícil entender que entre eso y la muerte no debe haber mucha diferencia. La tumba combina la denuncia de los propios detenidos que sufren torturas o malos tratos con un enfoque periodístico, que los cineastas profundizan cuando entrevistan al coordinador del Comité. Dentro del grupo de cortos de denuncia también se inscribe Sangre en el plomo, del jujeño Miguel Pereira. El director de La deuda interna viajó hasta Abra Pampa, epicentro de la Puna jujeña, para contar la historia de los pobladores de ese sitio que sufren todo tipo de trastornos y enfermedades desde que una empresa fundidora se instaló hace mucho tiempo. Haciendo caso omiso de las normas básicas del cuidado del medio ambiente, el “trabajo” de esta fábrica derivó en que el 81 por ciento de los niños de Abra Pampa tengan plomo en la sangre. Si bien Sangre... tiene también un fin periodístico, el relato de los habitantes le otorga un tono intimista a la estructura narrativa, dentro del grave cuadro de situación que presenta. También periodístico es el corto La formación, de Andrea Schellemberg, que expone cómo es la educación en derechos humanos que reciben los cadetes-alumnos del Colegio Militar. Implementado en marzo de 2008 por el Ministerio de Defensa, después de 25 años de democracia, este sistema educativo es analizado por funcionarios nacionales y militares. La formación se complementa con imágenes del momento en que les toman examen a algunos cadetes, y queda expuesto que algunos, todavía, tienen mucho que aprender. Como el que titubea con el término “genocidio”. Dos cortos comparten la mirada desprejuiciada de dos realidades difíciles de aceptar o de incluir para aquellos que tienen preconceptos: mientras que Mate o leche, de Mariana Arruti, describe cómo un comedor de la Villa 31 les permite a los chicos alimentarse, Pasarela La Fraternidad, de Ulises Rosell, menciona a los “paseros”, es decir, los hombres que cargan entre 150 y 200 kilos de productos en sus hombros y los trasladan de Argentina a Paraguay por el puente que tiene el título del corto. Si bien mencionan temas difíciles como el derecho a la alimentación y al trabajo digno, tanto un corto como otro ponen, por encima de la denuncia, el aspecto más cotidiano de sus protagonistas que, sin ver la vida color de rosa, la llevan con entusiasmo. Dial, de Andrés Habegger, focaliza en la tarea social de Lidia López, una mujer que tiene un comedor comunitario y que forma parte del proyecto de Radio Gráfica, una emisora que transmite en la zona de La Boca. Lo interesante en Dial es que muestra cómo se sostiene un trabajo en equipo, no sólo por la actitud solidaria de los emprendedores sino también por el profesionalismo, aun en situaciones sociales desfavorables. El corto no es periodístico, sino que esa “imagen de radio” capta situaciones, sin utilizar la entrevista. Tampoco la usa Carmen Guarini en Baldosas en Buenos Aires, al reflejar el proceso de fabricación e instalación de las baldosas que homenajean a los desaparecidos. Puede verse cómo un trozo de cemento con cerámicas de colores logra transformarse por la fuerza de la historia y la vitalidad de los que quedaron en fragmentos de memoria.
Recuerdos del “no” a la dictadura charrúa El dictador uruguayo Aparicio Méndez fue una de las nefastas presencias en el Palco Oficial del estadio Centenario cuando el 10 de enero de 1981 la Celeste le ganó la final del Mundialito a la selección de Brasil. Ese estadio, que había sido testigo mudo de tanta algarabía popular en 1930, cuando Uruguay logró el primer campeonato del mundo, era ese día la sede donde concluyó el certamen organizado por la Asociación Uruguaya de Fútbol, en el que participaron todas las selecciones campeonas del mundo, excepto la de Inglaterra (que fue reemplazada por la de Holanda, dos veces finalista hasta aquel momento). Se sabe que la relación entre deporte y política es tan antigua como el origen del fútbol. Basta mencionar cómo la dictadura argentina utilizó el Mundial de Fútbol 1978 para intentar tapar ante el mundo las atrocidades cometidas por esos militares asesinos. En el caso de Uruguay, la historia indica que, en principio, ese Mundialito no le caía muy simpático a la dictadura del país oriental porque podía atraer a la prensa mundial, que los pondría en un aprieto. Pero pronto cambió su postura y buscó aprovecharlo. ¿Cómo? El gobierno de facto de Aparicio Méndez decidió realizar un plebiscito un mes antes del Mundialito con el objetivo de hacer una consulta por una reforma constitucional que legitimara a los militares en el poder. Y ese minicampeonato mundial podía, entonces, ser la excusa para festejar el triunfo en las urnas. Pero la jugada les salió mal a los dictadores, porque el 57 por ciento de la ciudadanía uruguaya votó por el “No” a la reforma. El cineasta uruguayo Sebastián Bednarik decidió investigar qué relación existió entre aquel campeonato y el plebiscito. La particularidad de Mundialito es que no arriba a una única conclusión, sino que presenta una diversidad de voces que incluyen a tres presidentes constitucionales (Julio María Sanguinetti, Jorge Batlle y el actual José “Pepe” Mujica), empresarios que invirtieron en el certamen, ex dirigentes, representantes de la dictadura uruguaya, ex jugadores, periodistas y militantes presos de aquella dictadura que trazan un panorama de los sucesos. Mundialito es un audiovisual de cabeza parlante, pero esta modalidad tan usada en documentales con poca precisión es, sin embargo, una decisión acertada por parte de Bednarik, ya que contrapone opiniones de unos y otros como si se tratara de un careo en el que muchos no quedan bien parados. Sin recurrir a la voz en off, Mundialito tampoco es el típico documental de denuncia, sino que se caracteriza por esa heterogeneidad de miradas de los hechos. Sin embargo, no es neutral, porque a lo largo de la hora y pico que dura el documental, el espectador se encontrará con interrogantes que quedarán planteados. Por ejemplo, cómo fue la relación entre el mundo empresario y los militares uruguayos en torno del evento deportivo, y algo más profundo aún: el apoyo civil a esa dictadura. Esa diversidad de opiniones pone en evidencia a quienes justifican lo injustificable. Tampoco puede señalarse que Mundialito sea exclusivamente un documental televisivo, porque los testimonios –muy bien editados y lo necesariamente sintéticos, sobre todo– se complementan con un importante material de archivo visual que le aporta una cuota de estética imprescindible a la hora de pensar cine. El mayor aporte de este film es el valor de documento para las nuevas generaciones que no vivieron los tiempos en que el totalitarismo intentó adueñarse de la vida de las personas que lo rechazaron en las urnas.