El anti documental Ya desde el título que sigue en cierta manera el estilo único de Raúl Perrone queda establecido el guiño con aquel espectador familiarizado con el cine del director de Labios de Churrasco. Y también en ese enorme desafío de adentrarse en la intimidad, sin filtros, casi como un ojo gigante que escudriña desde un espacio no invasivo a los confines del proceso creativo, pero que nunca deja de estar en la cabeza de Raúl Perrone a pesar de su concentración y dedicación en cada detalle de un plano o explicación de su manera de entender de qué va esto de hacer películas, con un grupo de personas reducido y que también intentan entenderlo. Si Farina partió de la base de sumergirnos en una rutina del director de Hierba para contagiarnos en ese caos de un rodaje de una mística que no se puede mostrar con imágenes o reducirla a conceptos, entonces su anti documental es potente; nada indulgente pero respetuoso al fin y al cabo. Cuando la cámara participa de esa intimidad y el propio Perrone manifiesta su incomodidad ante tanta exposición hay cierto acuerdo invisible que no excede ese espacio tan difuso entre la admiración y la intrusión o invasión per se. Algo que ningún documental sobre directores de cine logra equilibrar. El de Farina no es la excepción a la regla pero funciona de cabo a rabo para aproximarse a la magia de hacer cine; representar mundos desde la mirada artística y conseguir esos momentos de verdad que nadie puede vivir sin estar involucrado sensiblemente. Por momentos en cada planificación se encuentra la esencia o el ADN del “Perro”, otro mote que solamente a los íntimos se le permite utilizar. En su búsqueda incansable del plano o el ángulo como si se tratara de un enorme juego al que muy pocos le encuentran el costado lúdico y profesional que se merece.
El Dios dinero. Desde el inicio queda muy clarito con una reinterpretación de la escena en el mercado cuando Jesús terminó con el negocio de los mercaderes y más aún cuando la voz en off del protagonista de este indescifrable opus de Federico Veiroj comienza a introducirnos en su derrotero, atravesado por una amoralidad sugestivamente perturbadora. Si a eso se le agrega el manifiesto trabajo sobre los colores de la imagen y la puesta en escena para generar una atmósfera noir, símil policial negro, entre opaca y angustiante, entonces las condiciones para el desarrollo de un relato anti redención, anti segundas oportunidades y pro inescrupulosidad humana se encuentran exacerbadas al nivel de caricatura. Esa es una posible lectura para adentrarse en el universo y contexto político de Así habló el cambista, una película tal vez sobre la usura, o al menos focalizada en las estrategias cuestionables para aprovechar las crisis y sacar ventaja con la miseria ajena. Las dictaduras de Argentina y Uruguay en un segundo plano generan por un lado un anclaje histórico, más no ideológico porque tanto la Marina como una pareja de guerrilleros buscan fugar capitales a través de los servicios del inescrupuloso Humberto Brause (admirable composición de Daniel Hendler), quien rápidamente entiende que es más inteligente especular que trabajar, entre otras lecciones que nadie le ha enseñado más que su experiencia como empleaducho de la financiera de su suegro y jefe (Luis Machín), padre de Gudrum (impecable Dolores Fonzi), esposa decorativa si las hay, fiel a los paradigmas de la época, pues todo transcurre entre los 50 y mediados de los 70. Pero afortunadamente Federico Veiroj se desentiende de los convencionalismos de películas que retraten una época o clima social para concentrarse en los avatares y tribulaciones de un anti héroe, que no logra alcanzar el grado primario de la empatía pero tampoco ganarse desde su condición de “ventajero” un repudio mayúsculo. Desde esa endeble coordenada moral, el relato suma elementos y subtramas que lo ubican por el ritmo a veces en zonas de thriller y por el uso extemporáneo de la música -que a veces refleja alguna condición lírica- en un retrato liso y llano de un hombre cuya ambición lo lleva a perder la brújula entre lo que está bien y lo que no. La traición, tanto del otro como del ser amado, puede ser uno de los elementos de mayor peso en la trama, aunque la necesidad de sobrevivir en la caza de cualquier oportunidad donde la ganancia y los activos se multipliquen por mucho más que dos son el contrapeso ideal para que la balanza de valores apunte a desacralizar todo intento de juicio moral sobre Humberto y sus acciones. Como suele ocurrir en las propuestas del director uruguayo, la importancia de los conflictos internos potencian las acciones y no al revés. Para que ese reloj no adelante ni tampoco atrase es fundamental el apoyo en un sólido elenco y desde ese espacio haber confiado el rol de Humberto a Daniel Hendler es un verdadero acierto; así como el detalle no menor de una dentadura prominente que lo afea desde todo punto de vista y alude sin lugar a dudas al retrato malicioso que por ejemplo los alemanes reservaban a los judíos y su avaricia para justificar la injustificable idea de su aniquilación. Algo parecido a lo que cimentaba el monolítico discurso de las dictaduras y su contracara, las guerillas: ambos rendían en definitiva culto al Dios dinero.
Que el nombre de la protagonista de este thriller, mezclado con drama y sutiles dosis de comedia, sea alusivo a un personaje que para la historia de Islandia representaba la idea de lo que se conoce habitualmente como “bandolero”, es decir alguien que se opone a las corrientes del sistema y busca desde sus actos cortar de raíz esa epidemia, es un dato no menor debido a que en este segundo opus del realizador Benedikt Erlingsson se pone en juego el paradigma capitalismo versus medio ambiente. El activismo ecológico hoy es uno de los pilares más debatibles en lo que a modos de terrorismo se conoce cuando el fundamentalismo de aquellos que buscan generar conciencia a nivel mundial recurre a sabotajes ó acciones en las que el fin justifica los medios. Tomar una posición a favor o en contra a veces reduce las dimensiones de los conflictos que el progreso y la imposición de las reglas del capitalismo salvaje han generado en el desarrollo de las economías emergentes, sin dejar de lado la hipocresía de todos los resortes del poder económico y político ante la vulnerabilidad del planeta en su conjunto. Por ese motivo es muy interesante el planteo sin corrección política detrás de esta historia de resistencia no pacífica encabezada por la protagonista Halla (Halldóra Geirharðsdóttir) mientras en su rutina se desempeña como una simple profesora de canto, a cargo de un coro de comunidad y con un carisma arrollador cada vez que encara por convicción la defensa de una causa que va más allá de aquello que la rodea. La música y el canto no son otra cosa que un elemento simbólico para la resistencia y en este caso exponer en la diégesis la emisión de la fuente sonora (músicos que ejecutan la banda sonora a la par de la película), recupera un viejo recurso del cine que se llama música diegética. Además, la exposición del dispositivo narrativo genera una marca personal que en lugar de hacer “ruido” en el relato, de quedar como elemento de carácter decorativo para la trama, se acoplan dramáticamente hablando al derrotero de esta activista ecológica, quien se opone a la industria del aluminio y a un posible acuerdo comercial entre Islandia y China como uno de los tantos obstáculos políticos para el presente de su tierra y de la gente, enceguecidos por las quimeras del progreso, empleo asegurado en la industria y desarrollo sustentable que venden los políticos desde los medios o las redes sociales. Ahora bien, un conflicto de carácter interno -que aquí no se revelará- se interpone entre los actos de sabotaje de Halla, en su modo de encarar la causa e incluso en los vínculos más próximos, así como en un planteo mucho más profundo y arriesgado que encaja a la perfección para el tono de la película, su matiz moral y hasta la idea de lucha desigual entre la mujer de la montaña, alias de la activista en cuestión y todo un sistema de control y miedo que paradójicamente que nadie controla. No sólo Mujer en guerra es una alternativa y chance de tomar contacto con una cinematografía absolutamente desconocida y ninguneada en la cartelera latinoamericana sino que representa una manera muy creativa y dinámica de abordaje de tópicos urgentes desde el pulso narrativo de un director talentoso y la idea de cine como medio o vehículo para generar un cambio, aunque sea pequeño como cada acto de Halla o sus modos de entender el mundo de hoy.
La película sigue siendo la misma A esta altura de las circunstancias se podría anticipar que cualquiera de las propuestas cinematográficas de la actriz, guionista, productora y directora Valeria Bruni Tedeschi tienen por un lado una raíz autorreferencial, y por otro la excusa de utilizar al cine como vehículo de la catarsis y neurosis propias. La primera pregunta incómoda es si realmente puede interesar lo que le pasa a Bruni Tedeschi, cómo siente o piensa la vida, la muerte, el deseo y sus circunstancias. Ese es el problema de su nuevo opus Nuestros veranos, ese egotrip en tres actos y un epílogo habitual donde la actriz y directora saca a relucir el mosaico de la burguesía francesa, sus propios argumentos críticos hacia un modo de vivir y por supuesto la esfera sentimental cuando la apuesta por el amor viene con un plus de fracaso a cuestas. El exceso y la ironía son las herramientas que mejor maneja desde siempre, alguna sutileza con el humor y un reconocible límite a la hora de escribir diálogos o diagramar personajes. Tampoco son eficaces en esta ocasión los recursos y elementos narrativos en la puesta en escena como por ejemplo hacer uso de la presencia ausencia con un personaje clave para la familia retratada en su habitual reunión de verano en la Costa Azul, con los empleados serviles que no hacen otra cosa que enfatizar los contrastes de clase como ese recurso trillado de purgar vaya a saber qué culpa por tener dinero y no compartirlo. Sin otra idea que se pueda destacar más que un elenco de lujo, donde por ejemplo Valeria Golino hace uso de su libertad en ese espacio controlado junto a actrices de la talla de Yolande Moreau, Nuestros veranos es otra película de Valeria Bruni Tedeschi, ni más ni menos que eso.
Transacciones sin saldo ¿Cuál es el precio de la soledad? La pregunta lleva a otro terreno donde parece que todo se valoriza o desvaloriza de acuerdo a cómo se lo mire. Y desde ese lugar partir en el universo ambiguo del nuevo opus de Gustavo Fontán, La deuda, implica por un lado encontrar huellas de otras películas del director de La casa pero también una etapa mucho más narrativa que experimental. Por eso nada mejor que contar con un casting con nombre y apellido propio. Actores capaces de asumir roles necesariamente contenidos a nivel dramático y además el valor agregado del prestigio de Leonor Manso que descolla apenas unos minutos en pantalla o Belén Blanco para cargarse en las espaldas a Mónica, una mujer que vive 14 horas con alta intensidad, envuelta en una red de vínculos que desgarran una trama sutil sobre nuestro mundo moderno, las relaciones humanas como transacción dentro del cinismo imperante de un sistema que cambia las reglas a velocidades imposibles de asimilar pero que ponen en jaque determinados modelos de sociedad mucho menos cínicos e individualistas. Ambigua es una deuda cuando no se tiene en cuenta qué se debe y a quién. Si bien el dinero faltante, la suma de 15000 pesos, es el disparador de la intención de recuperarlo y así reponer en poco tiempo (14 horas) ese vacío, el derrotero de Mónica juega en la nocturnidad una carta invisible y que la conecta con su subjetividad. Las emociones contenidas en la piel de Belén Blanco son apenas las marcas visibles de un dolor mayúsculo, tal vez ligado a otro tipo de deuda y de carácter simbólico cuando viene acompañada de la palabra culpa. Sobre la culpa, la soledad y los fantasmas que no necesariamente aparecen en las películas del director de El limonero real transita este nuevo desafío a los sentidos y al tiempo -que a pesar de la rapidez del paso de las horas- que se detiene en un viaje que va de la ciudad a los suburbios, a visitas desesperadas para refrendar “deudas” de otro calibre con una hermana por ejemplo. La doble deuda propuesta por Gustavo Fontán, quien escribió junto a Gloria Peirano el guión de esta ficción, nos interpela como espectadores de lujo acerca de cómo nos vinculamos con los otros y cuánto vale cada instante de esa relación o pérdida del contacto por las mezquindades del corazón.
El precio del abandono En su ópera prima, Juan Pablo Di Bitonto entrelaza por un lado el relato de un mito o tradición del norte argentino y por otro el vínculo trunco de una madre y su hijo pequeño tras la partida de ella a Buenos Aires por cuestiones laborales. El detonante de la historia es la muerte o en un término algo más conceptual una enorme pérdida, por partida doble, la de la tradición por parte de Magalí (Eva Bianco), sumada a la de su propia madre, quien quedó en la comunidad de Susques (a casi 4000 metros sobre el nivel del mar, en una de las zonas más secas del mundo, con muy poca vegetación), para educar a su hijo Félix. El regreso de Magalí trae consigo el rechazo de todos los lugareños, dado que pesa sobre ellos la presencia de una entidad, que a veces toma forma de puma o león y mata a los animales. Terminar con esa suerte de “maldición”, de la que en un principio la protagonista ya descree, implica recomponer el lazo con el pasado, con los rituales de ancestros y por supuesto con el recuerdo de su madre y sus sentidas coplas. El equilibrio en el relato se consigue a base de una sólida actuación de Eva Bianco, actriz de enorme fuste para ponerse en la piel de esta mujer que atraviesa contradicciones internas, necesidades de orden afectivo y económico que eclosionan en un momento de crisis donde su rol de madre, hija y extraña para la comunidad la disocia cuando toma contacto con ese suelo seco, las miradas acusadoras y un paisaje tan desolador como mágico. Hay dos madres que sufren en esta película, la madre tierra o pacha que necesita alimentarse y la propia Magalí cuando el hijo solamente reclama estar presente y acompañar para que el olvido sólo sea una copla que viaje por el viento.
Izquierda, siempre izquierda Pedro Milesi, Mateo Fossa, Mika Etchebéhère y Liborio Justo son los referentes de la izquierda histórica elegida por los directores de este documental para ensayar un abordaje de este movimiento político a lo largo de las décadas y que hoy encuentra una expresión en las calles, en las protestas sociales y en dinámicas propias de esta convulsionada coyuntura social argentina. Buscar causas comunes y enemigos es uno de los principales pilares de este documental que apela a material de archivo fotográfico, de diarios de la época y testimonios de personas vinculadas directa o indirectamente a la investigación histórica para ir construyendo un retrato de miles y miles de rostros sin nombre. Desde el apartado visual, la complementación del discurso y el texto encuentra en las decisiones estéticas una idea que excede el formalismo como por ejemplo las panorámicas con drones para mostrar un mapa distinto de la ciudad, o el recurso de cabezas parlantes -propio de documentales clásicos- en contraste con algunas dramatizaciones forzadas. Como aproximación a un movimiento político, La Internacional… es un aporte más, tal vez para aquellos que comulgan con un tipo de cine enfático y que busca marcar determinados rumbos a la mirada bajo cierta espesura emocional.
La planificadora ¿Hay que ver para entender? No todo lo que se ve obedece siempre a lo que se mira y de ahí el juego de apariencias encuentra un reflejo difícil. El cine espejo pone en evidencia el truco y si el truco es evidente ¿es mérito del mago o sencillamente del incauto espectador que se deja seducir por la magia? El comienzo de Claudia es tan desconcertante e intenso como toda la película. Sin spoilear se puede aventurar que el director Sebastián De Caro pensó mucho a la hora de organizar un caos paradójicamente en una película donde el control y el orden parecen mover el amperímetro de una de las energías que atraviesan una trama que hace de un hecho anecdótico -si se permite banal- una intriga paranoica al mejor estilo Hitchcock. Es que en Claudia la película, tercer opus del director de Recortadas, Claudia, el personaje, se debate entre el deber ser y el sentir. La no emoción que se puede achacar a su impostura controladora, a esa bandera de la eficiencia, a la meticulosa tarea de cuidar cada detalle en un evento como una boda o el propio velatorio de su padre, no hace otra cosa que enfatizar la fragilidad por la que transita desde el momento del velatorio de su padre hasta el desenlace. Los detalles en la puesta en escena, la utilización de planos y angulaciones para hacer del espacio un muestrario de rituales y su contracara de cínica desacralización a veces explota con líneas narrativas que abren subtramas, artilugios de prestidigitador que conoce al dedillo los trucos pero que lo hace de una forma invisible y fluida. No se puede achacar falta de ritmo a esta intriga que por momentos se vuelve absurda; no se puede pretender ese cine digerido y autocomplaciente y menos en un director de las características de Sebastián De Caro. A Dolores Fonzi se le pide enorme entrega en esa contenida Claudia Segovia y cumple con creces, seguramente por estar bien dirigida, por confiar en la propuesta sin buscarle verosimilitud a determinados raptos de quiebres constantes en el rumbo a seguir. Es lógico por otro lado que para algunos la película no funcione como comedia que tiene que hacer reír y quede a medio camino siempre. Ahora, la pregunta se puede trasladar al terreno de la magia, el mago y sus trucos, a la transacción injusta de complicidades para reducir las expectativas del asombro cuando todo es visible y no se quiere ver más allá de lo que indican las convenciones de la mirada.
El amigo yeta El fútbol y la amistad son los dos pilares en los que se apoya esta comedia, debut detrás de las cámaras de Jorge Piwowarski, que cuenta además con la participación estelar de Tomás Fonzi y Ariel Pérez De Maria. Ambos, hinchas empedernidos de un club que busca ascender y que tiene por delante una final para que se cumpla finalmente el sueño. Desde ese instante donde cada referencia a la pasión del fútbol lleva a situaciones que rozan el costumbrismo y la comedia liviana surge el primer conflicto, la presencia de un tercero en discordia, cuya reputación de provocar mala suerte al club gana, año tras año, mayores ejemplos como para “tildarlo” de lo que popularmente se conoce como el amigo yeta. Sin embargo, la dependencia del amigo indeseable para este dúo de hinchas, Néstor y Rafa (Fonzi y Pérez De María) implica más de una complicación. El plan de viaje hacia Mendoza habilita la estructura narrativa de la road movie y a partir de esa coordenada la trama acumula subtramas, personajes secundarios funcionales a la acción y un cúmulo de situaciones siempre pensadas hacia la veta humorística, las dotes de Fonzi y Pérez De María para el humor en contrapunto con el amigo acompañante, Fabián, en la piel de Fernando Govergun. Entre peripecias, una galería de personajes variopintos, reflexiones livianas sobre la pasión futbolera y la amistad, Todo por el ascenso se deja ver, no sólo por mantener un ritmo sostenido en la comedia (por momentos humor televisivo) sino por la acertada elección del trío que lleva adelante la acción.
Creer es crear Varios legados confluyen en este río cinematográfico, extraño, y que tiene por objeto seguir los pasos del curador de los rollos del Mar Muerto, Adolfo Roitman, argentino a pesar de vivir más tiempo fuera del suelo natal que dentro. Pero también el suelo representa identidad y la identidad cuando se piensa en la trascendencia o en lo que está y estará cuando nosotros dejemos de existir procura abrir un abanico de dudas y verdades a veces ligadas a la fe, a lo sagrado y otras a lo terrenal porque a pesar de los siglos y los milenios siguen siendo hombres aquellos que portan la historia o cortan de cuajo ese cordón umbilical con algo que se extiende más allá de la distancia o la altura que se alcance en el tránsito por esta escueta aventura. Se trata de pasión y de compromiso con lo que se cree pero además con lo que se puede transformar modos de ligar al hombre con el hombre. Buscar al padre todopoderoso no es otra cosa tal vez que encontrar lo que otros padres pensaron de nosotros o incluso intentaron descubrir. Paternal es más que un documental de Eduardo Yedlin (ver entrevista) básicamente porque hace de este viaje de descubrimiento su principal activo, otorga el protagonismo justo a Adolfo, su saber, su misión y mensaje sin erigirlo como profeta de nada y es por eso que el barrio, cuna del club Argentinos Juniors y del dios terrenal Maradona cobra un sentido simbólico y refuerza ese sentimiento de la fe en otra dimensión de algo que tampoco se explica. Y si de legado se trata la historia de Roitman hijo con sus familiares dejan el sabor de que en este derrotero por tierras santas, en este viaje absolutamente terrenal con los conflictos entre Palestinos y Judios hay otra película que se disuelve cuando se impone una Historia que en algún momento comenzó y que lejos de acabar aún parece viva, vital y con muchas páginas y manuscrito arrojados en la botella del tiempo para que el mar de los hombres la devuelva en un mensaje que todos compartan y entiendan.