La mala leche Con ciertos altibajos en el guión pero con el nervio adecuado para generar con mínimos recursos tensión y suspenso, Mientras duermes marca un giro de 90 grados en la cinematografía del realizador Jaume Balagueró, referente obligado del cine de terror ibérico más interesante de los últimos años. El director de Rec esta vez construye más que un relato, un personaje insertado en una trama básica (edificio, inquilinos variopintos, portero resentido) atravesado por una gama de complejidades que le otorgan singularidad. César (Luis Tosar) trabaja como conserje en un edificio de Barcelona manteniendo un trato cordial y servicial con cada uno de los inquilinos. No presenta ninguna queja sobre su rutinario trabajo, soporta estoicamente las represalias del dueño del edificio por sus constantes faltas y fallas, e intenta ayudar cada vez que requieren de sus servicios. Sin embargo, lejos de aquel solícito y bien intencionado portero se oculta un verdadero parásito que como no encuentra sentido a su miserable existencia procura hacer de la vida ajena una verdadera pesadilla. César no es un psicópata de manual sino todo lo contrario porque no actúa de forma violenta al menos que sea absolutamente necesario. Se lo podría encapsular dentro del grupo de voyeristas dado que tiene acceso a la intimidad de cada departamento, conoce al dedillo los secretos de todos pero especialmente su obsesión recae sobre Clara (Marta Etura), una joven y entusiasta a la que acosa con cartas anónimas y por las noches vigila sin que ella note su presencia. Pero de todas las presas; de todas las víctimas que son tan hipócritas en el trato cotidiano como él -incluida una adolescente que conoce su secreto y lo extorsiona convenientemente-, Clara conserva aún la virginidad en materia de desazón y angustia siempre con una sonrisa a flor de piel que hará que el protagonista tome todo tipo de medidas para sembrar la semilla de la maldad a fin de conseguir borrarle de una vez y para siempre la alegría. El acierto de Balagueró obedece en primer término a la excelente elección de Luis Tosar para encarnar a César y parte del atractivo que tiene el film reposa en su perturbadora performance sin exabruptos típicos del cine Hollywoodense y con la capacidad de sorprender al público con sus actos y resoluciones de los conflictos, los cuales irán apareciendo de manera progresiva a medida que suba el nivel de exposición ante su víctima predilecta. Esa consolidación de Tosar en su personaje también se logra gracias a la complementaria actuación de Marta Etura (el resto del elenco no desentona pero tampoco descolla virtudes), cuya simpatía y despreocupación generan el justo contraste ante tanta oscuridad. Mientras duermes es un excelente ejercicio de estilo y una muestra cabal de que cuando los mecanismos del suspenso se accionan con rigor, sin subestimar la inteligencia del público; sin apelar a golpes de efecto, pero sobre todas las cosas teniendo siempre presente la idea de conmocionar, se logran películas que no pasarán de largo ante tanta mediocridad dentro del género.
La invención de Román Entre lo vivido y lo recordado, la memoria se desliza como un mecanismo de reconstrucción del pasado. Pero en ese proceso talla -claro está- el desplazamiento de los recuerdos en una lucha o dialéctica en el que uno invade el territorio del otro. Pensemos: qué pasaría por un momento si un recuerdo determinado de una situación supuestamente vivida distorsiona en cadena a los otros recuerdos y entonces la memoria en lugar de reconstruir, crea, inventa, fabula, tergiversa, pero con la misma intensidad que aquella que experimentamos en la realidad. ¿Somos nuestros recuerdos? La pregunta no tiene una respuesta univoca y es parte de los debates más profundos que tanto las neurociencias como diversas corrientes de psicología cognitiva buscan responder tomando caminos biológicos, psicológicos, emocionales, etc. Sebastián Brahm es un realizador chileno, estudioso y apasionado por estos temas que encontró en el lenguaje del cine en su máxima pureza el puente adecuado para asumir el desafío de contar una historia que desde un meticuloso mecanismo narrativo y una audaz puesta en escena explora los intrincados universos de la memoria y de la creación, pero también de la percepción sobre la propia historia cuando el pasado no es más que una invención. El circuito de Román, su ópera prima, es un rompecabezas de imágenes que van a un ritmo de vaivén y que es justo aclarar somete al espectador a un trabajo extra que lo aparta de su habitual pasividad para armar ese puzzle donde las vivencias del protagonista Román (Carlos Carvajal) ocupan el centro pero a su alrededor y en lo periférico los recuerdos desordenan, perturban, se yuxtaponen alterando el tiempo y el espacio. Podría relacionarse en cierta forma con aquella experiencia que tenía el personaje de Jim Carrey en la genial Eterno resplandor de una mente sin recuerdos cuando los mecanismos del olvido entraban en escena. Aquí sucede el camino contrario son los recuerdos y la memoria que evoca la que altera la realidad y marcando una simultaneidad en las acciones. Meritoria por donde se la mire, la puesta en escena encuentra el espacio cinematográfico justo para el desarrollo de este arriesgado film que además apela a una teoría sobre la migración cortical que tiene desde el guión muy bien escrito una terminología propia que la vuelve tan atractiva como verosímil. Sin intentar una definición de la película de Sebastián Brahm se puede especular con elementos que aparecen: el drama intimista y existencial de un hombre atormentado por la culpa, los celos de colegas y que duda realmente sobre lo que experimenta de manera empírica pero que se ve atraído por el poder de re contextualizar su pasado. Algo que la historia de muchos países latinoamericanos pretenden borrar, pero que la memoria del inconsciente colectivo se encarga de recuperar, casi siempre.
Sexo, mentiras y dinero Sin tapujos, ni especulaciones, despojada de todo esteticismo, Malgorzata Szumowska, realizadora polaca -muy poco conocida por estos confines de la tierra- aborda en Elles (traducido como Ellas) el mundillo de las escorts universitarias en la ciudad de París. Más allá de los lugares comunes cada vez que se habla del tópico de la prostitución, lo interesante del film es que adopta el punto de vista femenino a partir de un doble cruce de miradas: por un lado, la protagonista es una periodista que tiene que entregar en fecha límite un informe sobre el fenómeno de las chicas que se prostituyen para ganar más dinero del que podrían conseguir con otro tipo de trabajo. A partir de una serie de preguntas a un grupo de entrevistadas que aportan el otro punto de vista, específicamente dos de ellas, la periodista se va conectando no sólo con un universo completamente desconocido para su comodidad burguesa sino perturbador, al punto de confrontarla con sus propios prejuicios, insatisfacciones sexuales y esa aplastante vida matrimonial que la aleja de todo tipo de felicidad. Hijos poco comunicativos, marido ausente y la chatura extrema son elementos que entran en conflicto al vincularse la periodista con las historias ajenas en un intento más que de comprensión, de catarsis o excusa personal para indagar sobre su propio deseo. Juliette Binoche encara este papel desde un compromiso absoluto con el personaje y saca a relucir su talento innato para dotarlo de intensidad y dolor contenido, sin llegar a la exageración, gracias a la excelente dirección de la realizadora polaca que mantiene una distancia adecuada entre los personajes y una cámara fisgona que a la hora de resolver escenas de alto voltaje –que no llegan a ser de sexo explícito- logra generar las atmósferas ideales cuando se trata de mostrar tensión, erotismo, sexualidad y sensualidad. De esta última cuota se encargan las jóvenes actrices Anaïs Demoustier como Lola y la magnética Joanna Kulig en el rol de Alicja. Elles es un film sin concesiones que en vez de regodearse en lo morboso se encarga de cuestionarse su aparente morbosidad a partir de un abandono consciente de toda moralina salvadora y retrógrada, haciendo foco tanto en los roles sociales que encorsetan a las personas; en la hipocresía y las culpas burguesas, sin un ápice de redención.
El impiadoso El cine del realizador francés Bruno Dumont se caracteriza entre otras cosas por su austeridad a la hora de planificar una puesta en escena para contar una historia sencilla, de cuyos extremos se desatan todo tipo de elucubraciones metafísicas y una fuerte carga religiosa, que por momentos lo vuelve hermético para un gran público pero también para aquellos que reconocen en el director francés las influencias de artistas como Carl Dreyer, Robert Bresson, entre los más referenciales. La idea que resume en cierta forma este opus Fuera de Satán se concentra en la transformación de la bondad a la maldad a partir de los actos de un personaje (David Dewaele), quien mantiene una perturbadora relación con una joven (Alexandra Lematre) en una zona de campiñas (el recuerdo de Flandres es inapelable), completamente sumisa y dependiente de los caprichos del hombre. El devenir de su comportamiento noble y servicial hacia la psicopatía guarda una estrecha relación con las formas de la culpa y del castigo desde el punto de vista religioso y la vuelta de tuerca mística no hace más que elevar la apuesta para provocar en el público todo tipo de sensaciones. Personajes grises en paisajes agrestes, lejos de la bucólica calma del campo y atormentados por sus propios deseos forman parte de la galería arquetípica que comenzara con el film La humanidad, carta de presentación de este director que hace de cada plano un acto de rebelión estética y de cada premisa un manifiesto sobre el cine y su relación directa con los sentidos.
Anexo de crítica: -A diferencia de las anteriores películas protagonizadas por Matt Damon, esta nueva aventura de espionaje y contraespionaje no tiene el peso dramático y la acción que por ejemplo se desplegaba en la última entrega de la trilogía, aunque el director Tony Gilroy aprovecha los momentos de la acción en tres secuencias donde su habilidad en el manejo de la cámara es incuestionable.
El cerdo los unirá Digamos que muchas veces las intenciones, aunque sean loables, no garantizan buenas películas y ese es el caso de esta pseudo sátira política Cuando los chanchos vuelen, que se ubica en el contexto de la Franja de Gaza, territorio geográfico y simbólico si los hay que representa el conflicto entre palestinos y judíos israelíes, separados por un muro en lo material y por las absurdas peleas religiosas en lo espiritual. Así de absurda resulta la premisa de esta ópera prima de Sylvain Estibal, la cual apela a la metáfora obvia, a la ironía más elemental para fijar una posición de alegato antibélico en un registro que procura no caer en la gravedad del asunto y encontrarle un costado risueño para que la exageración haga el resto. El elemento de la exageración opera ya desde el vamos en la construcción de los personajes como la del protagonista Jafaar (Sasson Gabai), un pescador palestino que atrapa por azar con su red a un cerdo e intenta por todos los medios deshacerse de lo que se considera, según su religión, un castigo divino. Sin embargo, para sus enemigos israelíes, el animal también es impuro y mucho más si sus patas pisan territorio judío. Así las cosas, y atravesando una crisis económica con su mujer Fátima (Baya Belal), el pobre pescador buscará sacar un beneficio al no poder hacer desaparecer al chancho -proveniente de Vietnam- al conocer a una mujer joven que trabaja en el refugio de la colonia, del otro lado del alambrado. La joven Yelena (Myriam Tekaïa) necesita fecundar a las hembras de la colonia y para ello requiere el esperma del cerdo en poder de Jafaar. Situaciones como esa y algunas forzadas se repiten a lo largo de la trama, a la que se suman otras donde se pone en juego las aristas del conflicto entre palestinos e israelíes a partir de una mirada crítica en que ambos bandos quedan en ridículo en más de una oportunidad, aunque es justo decirlo los más ingenuos y cortos de cerebro en el film son los palestinos. Pese a los chistes elementales y a un manejo del absurdo bastante ramplón Cuando los chanchos vuelen es una comedia entretenida y diferente, pero nada más que eso.
Anexo de crítica: -Si hay un acierto que se puede reconocer en esta nueva aventura de Stallone y compañía es que no se toma para nada en serio ni siquiera el argumento, con un guión totalmente arbitrario y flojo desde el vamos. La acción no deslumbra y tampoco la pericia en la dirección de Simon West porque no hay siquiera una escena bien resuelta, más allá del atolondrado movimiento frenético de la cámara. Digamos que la mayoría de los involucrados nunca se destacaron por ser grandes y locuaces actores pero que más allá de este defecto el hecho de no poder hilvanar tres frases juntas pasa desapercibido si se le da al humor el lugar merecido y en ese contexto de relajo total es donde Los Indestructibles 2 gana y se hace amena y divertida.-
Continuidad e intervalo Hace tiempo que Eliseo Subiela no hace una película redonda en lo que a planteo narrativo y conceptual se refiere. Culpa del guión; de la pretenciosidad; de la literalidad a la hora de crear metáforas o alegorías, vaya a saber uno dónde está el error que no lo puede encontrar. Cabe preguntarse si a esta altura del cine argentino de las últimas dos décadas se puede hacer referencia a los desaparecidos o a las épocas de los años de plomo sin resultar obvio o reiterativo. En Rehén de ilusiones pareciera que no o por lo menos no basta con la picardía del chiste fácil o la solemnidad cuando se trata de hablar de temas graves. La protagonista de la historia es Laura Quiroga (Romina Ricci), hija de un militar retirado (Atilio Pozzobón), que luego de la llegada de la democracia representa lo que en la jerga se conoce como mano de obra desocupada y en el presente trabaja de vigilador para una empresa de seguridad. Laura encuentra la excusa perfecta para un encuentro con Pablo Dafonte (Daniel Fanego), a la sazón escritor famoso en etapa de bloqueo creativo, casado hace 25 años con una curadora de arte (Mónica Gonzaga), que se vuelve a enamorar al verse en los ojos de Laura y de esa juventud que le devuelve las ganas de tener sexo, proyectar un futuro y escribir una nueva novela. Subiela se encarga rápidamente de crear los climas para el erotismo explotando la belleza de Ricci y su fotogenia pero le agrega a ese personaje una cuota de locura interior que la vuelve tan estereotípica como los otros personajes que la circundan y el relato asume un lugar incómodo al querer volcar una serie de elementos para abordar algunos tópicos subielanos como el tiempo, la muerte, el recuerdo, el olvido y el amor. Que Ricci o mejor dicho su personaje viva frente al cuartel militar y despotrique cada vez que escucha la marcha y las fanfarrias siendo hija de un militar que la quiere hacer pasar por loca es demasiado esquemático y obvio para dar pie a la subtrama que recupera la idea de que la persona que amas puede desaparecer. Utilizar una voz en off declamativa en un escritor que ha encontrado su musa en una ex alumna después de 10 años o que se ve acosado por personajes que llaman a su puerta durante su silencio frente a la hoja en blanco de la computadora también es demasiado para soportar. En el film aparece una idea mal desarrollada que tiene que ver con la continuidad y el intervalo o las grietas que se encuentran entre los espacios pensando al cine como esa ilusión de movimiento. Con el film de Eliseo Subiela pasaría algo similar: en la continuidad de su trayectoria cinematográfica quedan esos infinitos intervalos donde se depositaban miradas interesantes que lamentablemente desde hace un largo tiempo hasta ahora se han materializado en la ilusión de ver un buen cine argentino.
Una bayoneta y una flor La gestora de este proyecto que involucró al director y productor Luc Besson para reconstruir en esta biopic la épica y conmovedora historia de vida de Aung San Suu Kyi, es la actriz Michelle Yeoh (El tigre y el dragón). Suu Kyi es una activista y política birmana, quien tras muchos años de arresto domiciliario y penurias de todo tipo, que intentaron quebrar su espíritu, consiguió ser liberada por el régimen militar de Birmania en 2010. Para esa fecha importante, Besson y equipo seguían rodando en Tailandia (en Birmania es muy difícil conseguir permisos) principalmente con el objeto de que el film fuera un vehículo para lograr la liberación de esta parlamentaria, quien en 1991 fue condecorada con el premio Nobel de la Paz y no pudo recibirlo en persona dado que para ese entonces estaba detenida por la dictadura militar, que tampoco reconoció su abrumadora victoria por 82% de los votos en elecciones que se celebraron a partir de la presión internacional. Como biopic, La fuerza del amor repasa cronológicamente los hitos en la larga lucha política y social de Aung San Suu Kyi, quien a los dos años se quedó sin padre debido a que fue asesinado por el régimen militar por su lucha a favor de la democracia, la defensa de los derechos humanos y la independencia en los años 40. Legado paterno y materno también, ya que su madre trabajó como enfermera voluntaria asistiendo heridos producto de la cruel y sangrienta represión, la protagonista de este relato pudo terminar sus estudios de Filosofía y Letras; se casó con un profesor (David Thewlis, quien hace un doble papel porque también interpreta a su hermano gemelo), con quien tuvo dos hijos y al que tuvo que dejar –incluida su familia- por aceptar la defensa de la causa en Birmania y la insistente negativa de una visa para que pudieran visitarla con más frecuencia. Luc Besson, fiel a su línea de heroínas históricas como ya lo demostrara con Juana de Arco, impregna la trama de dramatismo y busca el equilibrio entre las vicisitudes políticas y el triste renunciamiento a la vida social y familiar de Aung San Suu Kyi, mostrándola siempre en su carácter de líder carismática y pacifista pero también poseedora de una voluntad inquebrantable. Sin embargo, no se puede alejar ni un segundo del esquematismo, de los lugares más comunes que se puedan imaginar pero las papas las salva la soberbia actuación de Michelle Yeoh –cuyo parecido con la real Suu Kyi es asombroso- quien además de estudiar cada gesto se preocupó por aprender el dialecto Birmano para hacer de su creación personal lo más verosímil posible, tratándose de una ficción. Lejos de sus anteriores actuaciones sin lugar a dudas esta es la mejor de su carrera internacional, al menos.
No todo lo que brilla es oro Hay dos problemas que arrastra Atraco, coproducción argentina-española, dirigida por Eduard Cortés, también responsable del guión junto a Marcelo Figueras y Piti Español: no acierta en el tono al quedar en una nebulosa entre el policial negro y la estereotípica comedia de pareja dispareja y en la excesiva duración para un relato que tranquilamente puede resolverse en 90 minutos. Las actuaciones en este caso tanto de Guillermo Francella en una cabal demostración de su enorme ductilidad para cambios de registro y de Nicolás Cabré en los roles principales no son en sí mismas responsables de una falta de criterio por parte del director para decidir el rumbo de una trama, que parte de una premisa un tanto absurda y que comete el error de avanzar progresiva y cronológicamente. Francella resulta excelente para el aspecto policial y Cabré funcional a una idea más liviana y con paso de comedia, gracias a la enorme generosidad del primer actor. En un orden menos descollante, pero no por ello poco significativo, se destaca Daniel Fanego como Landa, secretario de Perón y Amaia Salamanca, suerte de interés amoroso y femme fatale. Con una reconstrucción de época aceptable -aunque hay ciertos errores por falta de rigurosidad- la historia se remonta al año 1955 con el general Perón en el exilio; Franco en el poder de España y un insólito operativo para financiar la estadía del ex presidente argentino en Madrid: empeñar las joyas de Eva Duarte de Perón para recaudar dinero sin que el general se entere. Sin embargo, al aparecer en escena doña Carmen, esposa del generalísimo y amante de las joyas, lo que en un principio parecía funcionar debe sufrir una serie de modificaciones que llevarán a la organización de un falso robo de las joyas para evitar que doña Carmen se apropie de ellas. Los encargados de tal misión serán un viejo guarda espaldas, soldado de Perón, interpretado por Guillermo Francella, a quien acompañará un inexperto actor vocacional que azarosamente se cruzará en su camino, encarnado por Nicolás Cabré. Atraco hubiese sido un más que interesante ejercicio de estilo Noir dado que cuenta con todos los ingredientes del género, pero malogra esta posibilidad a partir de la integración de una serie de subtramas que desvían la atención del policial hacia otros carriles que en vez de sumar, restan y eso a la larga se siente en carne propia.