La dosis:
Marcos (Carlos Portaluppi) es un enfermero de planta de una clínica privada. Su área de trabajo es cuidados intensivos, allí pasa largos turnos atendiendo a pacientes complejos. La primera escena de la película -una reanimación- se encarga de mostrarnos a Marcos como el salvador, una responsabilidad que ejerce dentro de su micromundo. Es su decisión determinar quién vive y quién muere.
Matar es un trabajo que Marcos realiza de manera silenciosa, sin dejar rastro y expresando compasión hasta lo último, un practicante de la eutanasia que responde a pedidos y súplicas de quienes atiende. Todo está en orden en el espacio de Marcos hasta que llega Gabriel (Ignacio Rogers) quien como una infección empieza de a poco a invadir el mundo de Marcos, su espacio, la gente que lo rodea, sus turnos y hasta su forma.
La dosis es la ópera prima de Martín Kraut, un thriller acertado que se mete en la piel y la cabeza de estos peculiares enfermeros. En este caso, en el mundo de la salud privada, porque quienes pueden pagar tienen o “reciben” otro tipo de atención, algo que sutilmente expresan los pacientes cuando están siendo atendidos. La película asienta de forma firme los diferentes estratos que ejercen en la terapia intensiva de este lugar: los médicos como aquellos que no pueden ser molestados, los enfermeros que deben realizar todas las tareas y lidiar con pacientes difíciles que parecieran buscar pelea constante, los del laboratorio, el director de la clínica, los familiares y el día a día reflejado en una rutina que no puede ser ejercida por cualquiera.
Durante el desarrollo de la película hay simbología y escenas que revisitan el concepto religioso y de Dios: Marcos cuestiona accionares médicos y trabaja para “enmendarlos” porque a fin de cuentas es él quién pasa tiempo con los pacientes, y en consiguiente quien hace caso a sus pedidos; por eso se adjudica el derecho de obrar cuando ya “no queda nada más por hacer”, aunque la única frase que verbaliza frente a las mortalidades es: “se podría haber salvado”. El lugar de trabajo -la unidad de terapia intensiva- funciona como un limbo entre la vida y la muerte para reivindicar los accionares de Marcos. Un espacio donde, si bien Marcos no es el supervisor, es quien termina de alguna forma controlando lo que sucede; un derecho adjudicado por el tiempo, la desidia institucional y la falta de empatía de otros.
Es bajo la mirada del personaje de Gabriel cuando La dosis comienza a mutar como película y su retrato cotidiano de la vida hospitalaria se vuelve una narración de terror y desesperación tanto desde el lado de quien trabaja como de quien yace en una cama en terapia intensiva. La relación entre Marcos y Gabriel es de poder y está en constante tensión, lo que hace que el suspenso en la película funcione bien manteniendo la atención en el qué pasará.
El suspenso y la sensación de miedo están presentes a lo largo de toda la película, no solo porque es fácil reconocer y sentirse identificado por los espacios donde transcurre la ficción sino porque además hay un juego de incertidumbres y de lados: quienes están internados y quienes deben ser atendidos. La fricción entre ambos mundos trabaja una tensión constante que funciona hasta el final.
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