El debut en ficción de Marcelo Martinessi nos habla de cómo la decadencia de una clase social se puede explorar como el espejo de la sociedad actual, hipócrita, con doble moral. El trio protagónico, la casa, los detalles de cada uno de los elementos, hacen de esta ópera prima un relato amoroso sobre las elecciones y la pérdida.
La epopeya del tren que llegaba al fin del mundo se revive en esta producción que trasciende la anécdota y el archivo para convertirse en una muestra más de aquello que el hombre se propone a pesar de las trabas y obstáculos que puedan aparecerle. Sebastián Deus logra, con equilibrio, contar en la historia del tren, la historia del progreso y el avance tecnológico por encima de otras cuestiones.
Barroca y épica continuación de los hechos imaginados por Tolstoi y llevados varias veces al cine. La estructura de telenovela y la excesiva duración resienten la lograda producción y calidad de las actuaciones.
La segunda película de Menghelli narra la imposible historia de amor entre dos jóvenes (Gabriel Peralta, Abril Sánchez) en medio de las disputas de sus familias. El regodeo por un clima bizarro potencia la locura desenfrenada de personajes como el interpretado por Lautaro Delgado, una caricatura perfecta para potenciar la historia.
La segunda película de Ezequiel Inzaghi, “El jardín de la clase media” se propone como una reflexión sobre la política y la corrupción. El lenguaje televisivo y un guion fallido resienten logradas actuaciones de Luciano Cáceres, Leonor Manso y Eugenia Tobal, que se ponen la película en los hombros.
Comedia romántica que escapa al clásico chico busca chica y viceversa, para construir un relato sobre vínculos de personas abatidas por la vida y circunstancias. Spoiler: es una comedia romántica en la que hay lugares comunes, pero también mucho humor.
Historia universal de amor y amistad, con en el relato de una tradición que potencia una subtrama familiar que trasciende la anécdota y revisa la historia humana, sus mandatos y, principalmente, la necesidad de comprender al otro sin trabas.
El realizador Marcelo Goyeneche es un artesano del documental. Si bien la recurrencia de temas como el peronismo parecieran sesgar su producción, su anterior película “Las enfermeras de Evita”, le permitió conocer a Lucy, mujer de Bernardo Arias, con quien “codirige” y homenajea en “Por amor al arte”, un lúdico y lúcido análisis sobre el cine, el arte y sus derivados. El film se propone como el particularísimo viaje de Goyeneche hacia el universo de Arias, un mundo plagado de cine, de obras de arte, de reflexiones acerca del acto creativo y mucho, mucho más. Un recorrido sobre la vida de un hombre que no traicionó sus ideales y estuvo hasta el último de sus días, conectado con sus pasiones. Así “Por amor al arte” comienza a desandar los pasos de un mito de la época de oro del cine argentino, que luego decidió embarcarse en sus propias aventuras fílmicas con una prolífica producción que llegó a ser censurada no tanto por su osadía, sino por las presiones de una sociedad que no comprendía sus propuestas. A partir del conocimiento de un proyecto inacabado, las ganas de hacerlo, aún a pesar de sus 90 años, y la lucidez de una mente que analiza y cuestiona, “Por amor al arte” trabaja con algunos de los hechos que atravesaron a Arias y que Goyeneche refleja con su cámara, que se introduce en el hogar de Arias, y lo acompaña en las reflexiones y acciones del hombre. Acercándolo a Antonio Pujía, y comenzando entre ambos ese film maldito, Goyeneche demuestra que cuando hay empatía con el “objeto”, por nombrarlo de alguna manera, de estudio, se pueden construir relatos honestos y simples sobre aquello que se pretende narrar. Arias, con sus 90 años a cuesta, con su mirada para nada complaciente acerca del acto creativo, las películas y una época en la que el cine era algo diferente de realizar, comienza a interactuar con Goyeneche y con la película que desea hacer sobre su amigo y el arte. Entre ambos emerge un relato vital, necesario, sobre cómo se puede seguir activo a pesar que la sociedad de consumo, que descarta a viejos, que expulsa a aquellos que recorren otros caminos en el arte, les pisa la cabeza. A pesar de algunas sobre exposiciones de Goyeneche, de imágenes que se reiteran y que subrayan conceptos ya trabajados, “Por amor al arte” es un ejercicio lúcido y honesto sobre el cine, la continuidad en el mismo, y la creatividad y reinvención artística sobre todo.
No importa que a los pocos minutos de iniciada “Una entrevista con Dios” de Perry Lang, actor, visto en una infinidad de producciones y director de “Hombres de guerra” con Dolph Lundgreen, uno detecta el sentido evangelizador, solapado como película narrativa, que tiene la propuesta. Tampoco importa mucho que el protagonista, Brenton Thwaites, sea un celebrado ídolo teen, que actualmente disfruta de un reconocimiento gracias a participaciones en la saga de “Piratas del Caribe” o en la serie “Titans” de DC comics. Al contrario, ninguno de estos dos puntos influyen a la hora de sentarse frente a una película trillada que engaña a los posibles asistentes con una serie de giros que intentan esconder el panfleto cristiano que se traen entre manos. La propuesta es simple, un periodista tiene la posibilidad de entrevistar a Dios (David Strathairn), o al menos, alguien quien dice ser el todopoderoso, y dialogar con él sobre cuestiones trascendentales de la humanidad. Al proponer esa “columna” al periódico donde escribe, su editor delira con la posibilidad de, desde la primera plana, contar historias diferentes que acerquen a audiencias con noticias “buenas” o con contenidos alternativos. A medida que el periodista avanza con los encuentros, momentos en los que entiende que el verdadero entrevistado comienza a ser él, el manual de autoayuda, las lecciones eclesiásticas, y la búsqueda del convencimiento acerca del buen obrar en la vida, repliegan la propuesta hacia lugares desagradables. El lenguaje televisivo, la estructura episódica, y excepto el interés por reconstruir el pasado del periodista con flashbacks y diálogos con su ex mujer y otros, desafían al espectador a persistir en su butaca con mensajes obvios que de subliminales terminan a posicionarse en la superficie de la trama, debilitando cualquier otra posibilidad de escape y aire en la historia. Thwaites exagera su interpretación, no encuentra el tono adecuado para ponerse en el rol de aquel individuo que ha perdido todo y que Dios lo pone en la chance de replantearse su vida para cambiar y tener ganancia nuevamente. Hace algunos años “Dios Mío!”, obra teatral dirigida por Lía Jelin y protagonizada por los excelsos Juan Leyrado y Thelma Biral, proponía un juego en donde el humor cedía su lugar a aquello que la narración dentro del marco de una terapia servía como cimiento para un relato atrapante. En “Una entrevista con Dios” todo suena a falso, a forzado, a exagerado, sin poder comprender el soporte y el lenguaje cinematográfico, disfrazando de película una pancarta cristiana que no brinda nada nuevo a la pantalla.