Otra vez Ethan Hunt (Tom Cruise) tratando de resolver misiones para salvar al mundo de un destino catastrófico y trágico. En esta oportunidad, fantasmas del pasado lo amenazan y dispersan. Acción y más acción, en diferentes localidades del mundo para construir una versión lavada de aquella mítica serie, devenida en saga y en donde Cruise encuentra SIEMPRE el tono para hacer verosímil lo inverosímil.
Inexplicable puesta al día de films que trabajan desde el romanticismo problemáticas asociadas a alguna discapacidad para generar relatos efectivos. Acá la ceguera de la protagonista es el motor para impulsar la nada misma. Película de fórmula, con un tufillo a “hagamos esto sin mucha preparación”, Valeria Golino hace lo que puede destacándose en una propuesta triste, vacía, aburrida, sin mucho más que decir.
Los hermanos sean unidos Película de climas y logradas interpretaciones, Secretos ocultos (Marrowbone, 2017) es la puesta al día de historias de fantasmas que esconden, en realidad, una oscuridad más grande que la de los propios monstruos que acechan a sus protagonistas. Inscripta en cierta corriente sobrenatural del cine de género, que aprovecha el fuera de campo como base argumentativa, esta historia de los hermanos que deben enfrentarse a la sociedad (su principal amenaza) para sobrevivir de alguna manera, tiene puntos de contacto con propuestas como Los otros (The others, 2001) y La dama de negro (The woman in black, 2012), entre otras. Cuatro hermanos a la deriva en una derruida casa, es la excusa ideal para hablar del amor fraternal, y de un coming of age de los protagonistas en los que los recelos entre ellos y el misterio tras la desaparición de uno de los miembros de la familia, son solo alguno de los disparadores del conflicto y la tensión necesaria para avanzar en el relato. Construida sobre la base de las interpretaciones, el principal riesgo que corre esta película dirigida con solvencia por Sergio G. Sánchez, es el de entenderse como producto de terror básico. Secretos ocultos posee una progresión narrativa lenta, y suma pocos sobresaltos a lo largo de su metraje, acercándose más al melodrama que al género con la que se comercializa. Con esta salvedad, que puede afectar a quién se acerque para buscar sangre y muerte en el relato, el film propone una mirada sobre los personajes que presenta, y aquellos antagonistas que se suman, para resolver con habilidad sus premisas adicionando el misterio que tras las paredes de la casa se esconde. La docilidad de los cuerpos de los personajes, que viven un idilio entre ellos y el lugar que llegan para habitar, rápidamente se verá trastocada por un salto temporal en el que se refuerza el halo de intriga necesario para generar el interés en el desarrollo de la historia. Importa mucho menos los pasos que ellos dan dentro de la vivienda, que los sentimientos y percepciones de los otros hacia ellos. La casa es construida en la pantalla como una fortaleza, como el lugar de sosiego, pese a que los ruidos de los viejos pisos y la decisión de esconder los espejos (para evitar los reflejos) responden a ciertas convenciones que terminan, hacia el final, por desentrañar la dolorosa verdad de la historia. A las logradas interpretaciones de los actores protagónicos que representan a los hermanos (George MacKay, Charlie Heaton, Mia Goth, Matthew Stagg) se suman dos personajes que determinarán su accionar (Anya Taylor-Joy y Kyle Soller), una mujer que se convertirá en el objeto de deseo de uno de ellos y un abogado sin escrúpulos que comenzará a agobiar al grupo con requerimientos técnicos que inevitablemente precipitarán el desenlace de los conflictos. Algunos giros de la historia, ubicados estratégicamente hacia el final para sorprender narrativamente, resienten la lograda progresión y construcción dramática de una propuesta que prefiere crear atmósferas y climas, subrayar la tensión, y enternecer al espectador con una serie de personajes que revelarán la necesidad de esconderse y aislarse en esa vivienda abandonada, más que asustar con sangre y muertes.
Bailar y amar para siempre Música, nostalgia y romance, una tríada que en la pantalla grande siempre ha dado grandes resultados, y que en Mamma Mia! Vamos otra vez (Mamma Mia! Here We Go Again, 2018) consolida un maridaje que hará delirar a los fanáticos de la saga y, principalmente, a los seguidores de ABBA. Cuando en 2008 Mamma Mia! desembarcó en los cines, el éxito de esta adaptación de la obra inspirada en las canciones del mítico grupo sueco, no tomo de sorpresa a los productores, quienes automáticamente imaginaron una posible secuela para un futuro cercano. Desandando el legado de su madre Donna (Meryl Streep), la joven Sophie (Amanda Seyfried) se propuso restaurar el hotel que heredó como una manera de mantener vivo su recuerdo y espíritu. Separada por el océano de su marido (Dominic Cooper), quien recibe un ofrecimiento para radicarse en Nueva York, Sophie se debate entre la inauguración de la villa y el acompañar a su esposo en la nueva aventura que le ofrecen. Sus padres (Pierce Brosnan, Stellan Skarsgard, Colin Firth) y amigas de la madre (Julie Walters, Christine Baranski) recuerdan a Donna en silencio, y entre esa nostalgia y el presente de Sophie, el guion de Mamma Mia! Vamos otra vez construye su estructura narrativa, la que, apoyada en las clásicas y recodadas canciones de ABBA tendrán una nueva chance de reencontrarse con los fanáticos y construir sentido en la película. En un momento a uno de los personajes le dicen “pensar es un error”, y en esa línea hay también una toma de posición sobre el espíritu que presentará el relato, una comedia romántica musical sin mensajes, que respeta las convenciones del género, suma algunas licencias -principalmente temporales-, para consolidar su relato y desarrollar la historia. El pasado de Donna, interpretada por Lily James, trazará una línea del guion, para desarrollar cómo conoció a cada uno de los posibles padres de su hija, sus primeros pasos en la isla y la decisión de avanzar en solitario con su embarazo (resultado que dio origen a la primera Mamma Mia!). La otra encontrará en el presente a Sophie, con la remodelación del hotel y su dolor por una posible separación. Entre esos dos universos la película avanza con su potente relato, el que, a diferencia de la primera entrega, utiliza narrativamente cada una de las canciones con precisión y respeto. Si en la anterior los números musicales se sucedían casi sin hilo con la historia, en esta oportunidad van construyendo un vínculo con cada una de las escenas, con los personajes y, principalmente, con el espíritu nostálgico que envuelve a toda la narración. La música y el recuerdo son parte de su propuesta, desarrollando una historia que supera a su predecesora y que dispara ya una posible nueva entrega centrada en los hijos de Sophie. El recuerdo de ABBA se encadena automáticamente al de Donna, su presencia latente en toda la película es una decisión que supera la mera evocación, de hecho, al verla de joven, con su espíritu libre y frescura, no hay un solo momento para detenerse en el hecho que la Donna adulta no ande revoloteando por los cuartos y playas del lugar como en la primera parte. Frescura en los diálogos, humor (atentos a ese empleado de migraciones), sencillez en las coreografías, logradas interpretaciones, y momentos que renuevan la energía de la historia, hacen de Mamma Mia! Vamos otra vez un entretenimiento sincero que en sus premisas propone un juego que incluye al espectador y lo invita a amar, cantar, bailar y emocionarse como a cada uno de sus protagonistas.
Las brokeup movies son un subgénero que ha generado un sinfín de películas. En esta oportunidad al abandono de la protagonista, en todo sentido, se le agrega el humor como vía narrativa. El resultado es fallado, no hay nada que finalmente termine por consolidar aquellas ideas con las que inicia el film, el amor es frágil, sí, pero más la paciencia del espectador por tratar de comprender las idas y venidas de una película sin compromiso con éste.
Situada en el dudoso límite que separa la ficción del documental, la excusa de los directores es poder reflejar un estado de la educación, salud, sociedad, en una comunidad rural. La cuidada fotografía, el esmero de la puesta en escena, y, principalmente, la selección de los personajes que se muestran, potencian y dinamizan el producto.
La posibilidad de ver el camino de resiliencia de una mujer que por los aires vio cambiar de un día para otro su destino, es la principal virtud de esta propuesta. El arte como refugio, el mirar para adelante más allá de cualquier obstáculo y situación traumática, destacan en una película simple y modesta, que a 24 años del atentado de la AMIA exige su visionado.
Vacaciones de invierno. Hordas de niños plagando las salas. Padres que esperan que por al menos dos horas el cine les devuelva un poco de sosiego ante la falta de actividades escolares y extracurriculares. Películas de animación, de super héroes, de romance, de comedia, y la infaltable saga popular nacional serán parte de lo que promete ser un invierno con una masiva afluencia a las salas, porque más allá de todo, el cine, sigue siendo un entretenimiento barato en comparación a otras actividades y que funciona como el momento ideal de esparcimiento para la familia. Dentro de las anteriormente mencionadas propuestas, “Bañeros 5” viene a ocupar la cuota local con su fórmula probada de humor, incorreción, y estrellas televisivas que aportarán la principal atracción para convocar al público. No se puede pedir más que eso, porque sin dudas estamos ante un hecho que nada tiene que ver con lo cinematográfico, más allá de soporte que utilice y el lugar en donde se pueda ver su propuesta. Pensada como una entrega más de la saga, pero sin solucionar aún temas de narración, dirección y hasta actuación, “Bañeros 5” apuesta por lo seguro y evita profundizar demasiado en las mismas líneas argumentales que propone. Como un eterno sketch de televisión, en la película, y por acumulación, se va conformando el relato sin siquiera tener alguna conexión con la escena anterior. Por ejemplo, si la sobrina de Gino Renni (veterano de la saga), Sol Pérez, se incorpora como una de las nuevas figuras a la película, se la intentará dotar de alguna función dentro de la historia, pero tampoco se buscará demasiado que la cumpla. Hay guiños con el espectador, como ese gag, que funciona, y muy bien, entre Pablo y Migue Granados, aludiendo al mal momento que pasa el segundo por la exposición de su padre, que si bien sabemos que es un chiste dentro del relato, también puede organizar un subtexto relacionado a las figuras que trabajan en la película. Excepto Joaquín Berthold (el malo de turno), Matías Alé, Luisa Albinoni, Álvaro Navia y Renni, el resto de los personajes hacen de sí mismos, es decir, que Mica Viciconte, se esfuerza, pero es “la chica del momento”, la que los medios se disputan, y, en este caso, los dos bandos enfrentados del relato. Pichu ofrece su galería de transformaciones a la que nos tiene acostumbrados en “Sin Codificar”, Pachu Peña, una vez más recurre a su entrañable “alemán”, Granados guía al equipo, y Nazareno Mottola se cae una y mil veces, como en los programas de televisión en los que participa. La dupla de los hermanos Caniggia, hacen nuevamente de las suyas, y no hay mucho más por mencionar del resto de las participaciones que hacen lo que pueden con el endeble guion, puesta en escena y relato. Para “modernizar” la propuesta, además de las “chicas del momento”, se agrega un personaje “animado”, un drone, que tal vez ofrezca, no por su animación, las imágenes de una ciudad que siempre brilla, que siempre nos recibe, y que merecía, nuevamente, un mejor producto y trato.
Adrian Biniez es un artesano del cine. Pocos directores dedican tanto a la construcción de sus relatos, personajes, climas y ambientes como él. Ya en sus propuestas anteriores, “Gigante” y “El 5 de talleres”, se animó a configurar universos en los que una sola palabra dicha por los intérpretes terminaba por revalidar aquella estructura que presentaba y la potenciaba. En esta oportunidad en “Las Olas” (Uruguay/Argentina, 2016), ofrece una historia episódica que termina por cerrar con el último segundo de su personaje en la pantalla. Buceando en el realismo mágico, y entendiendo el verano y la playa como posibilidad infinita de exploración y sentido, Biniez configura una historia que se revalida en cada fragmento de la misma que ofrece. Un personaje llamado Alfonso (Alfonso Tort) la inmensidad del tiempo expresada en esas tardes eternas de sol, arena y agua. Las olas como elemento unificador de varios momentos y veranos del protagonista, un hombre al que lo vemos transformarse, mágicamente, en un adolescente, en un niño, en un hombre, en un trabajador, padre, hijo, amigo, marido, ex marido, y mucho más. Dejarse llevar por “Las Olas” es navegar en aquellos caminos que el cine permite jugar con el espectador, si bien todo relato se termina de completar con el público, con su mirada, con sus sentimientos y emociones, aquí es necesario para leer las subcapas que la historia propone. La infancia, juventud, madurez y nuevamente la infancia, son los espacios que el director decide construir para que los personajes jueguen, y gracias a la solvencia con la que componen las escenas, no es raro que un hombre de cuarenta pueda hacer de un niño de ocho. “Las Olas” juega con la atemporalidad, y con las posibilidades que el extrañamiento, la necesidad de una expectación y curiosidad por los hechos que se presentan, escapen de la tradicional actitud pasiva del espectador. Al recorrer lugares propios, pero reconocibles y universales, el camino del relato es simple de recorrer, trazando, necesariamente, desde la identificación, un universo de sentido que excede y supera su propuesta. Alfonso Tort se presta al juego y ofrece una composición única, con pequeños detalles y gestos que agrandan la experiencia de acompañarlo en su búsqueda en el tiempo de respuestas, sentido y forma a sus días. Secundado por un elenco integrado por actores como Julieta Zylberberg, Fabiana Charlo, Carlos María Lissardy, entre otros, todos juegan el juego en el que Alfonso va cambiando de edad. Película entrañable, de climas y atmósferas precisas y concretas, “Las Olas”, centrada en ese viajero en el tiempo, demuestra que a pesar que todas las historias ya se han narrado, siempre hay posibilidades de volver a explorar recovecos que ni siquiera en los mejores y más recordados sueños pueden expresarse.
Aguas estancadas La nueva entrega de la exitosa franquicia de Sony Pictures, Hotel Transylvania 3 (2018), dirigida por Genndy Tartakovsky, deambula entre la fidelidad a la historia y el intento por sumar el atractivo de un crucero de vacaciones para explorar nuevas características de los personajes, y no mucho más. Recuperando lineamientos ya planteados previamente, en donde la integración entre humanos y monstruos es el disparador de los conflictos, la película avanza de manera muy cansina por caminos en los que anteriormente el desparpajo agregaba un plus y diferencia. En esta oportunidad la corrección política se adueña de la película, y excepto algún que otro gag con Vlad (interpretado por Mel Brooks en su versión original) no existe originalidad ni ironía en las líneas y situaciones que atraviesan los personajes. Tal vez esto se deba a que el plot central deje de lado la “monstruosidad” de los protagonistas para ocuparse de humanizarlos a la máxima potencia, y en este caso, desarrollar ideas sobre el trabajo, la familia y el amor, antes que el humor. Hotel Transylvania 3 se pone seria, y reposa la mirada en el emblemático hotel que maneja Drac, una vez más, quien está pasando por un momento caótico, influyendo, en su carácter, por lo que su hija, Mavis, decide contratar, de sorpresa, un viaje en crucero para liberarlo de la tensión y obligaciones diarias. Así, con ese simple giro, Hotel Transylvania 3 busca interpelar a los espectadores con una sucesión de bromas que subrayan el contraste entre los otrora amenazantes personajes, dotándolos de características sensibles y elementos psicológicos para trazar algunas líneas narrativas en una línea más dramática y convencional. Dividida en dos etapas, la película comienza con una primera parte en la que se repasan algunos puntos sobre la eterna rivalidad de Drac con Van Helsing, y también el agrupamiento de los monstruos clásicos alrededor de la figura del vampiro hasta convertirse en una comunidad. A continuación, por adhesión, se propondrá la exploración de las vacaciones como tema principal, el que, con la excusa del crucero, sólo agregará un escenario diferente para la propuesta, y elementos como más brujas, gremlins y babosas que complicarán aún más a las estrellas del relato. Los entrañables personajes se prestan al juego, pero son también víctimas de la necesidad de construir una película más tradicional y sin siquiera animarse a aquello que tal vez podría sumar intensidad y dinamismo al relato. Por momentos la acción en el crucero es casi similar a aquello que se venía planteando en tierra, agregando alguna dosis de romance para el protagonista, quien entenderá que su tiempo en soledad se acaba al conocer y deslumbrarse con la capitana del navío. Hotel Transylvania 3 agrega color y música en aquellos momentos en los que nada acontece, generando una estructura casi episódica, que no funciona como relato fluido, y mucho menos como cuento con las transiciones esperables de resolución y vuelta al estado primigenio. Evitando salir de su zona de confort, la película pierde la oportunidad de continuar explorando “la maldad” como vector del relato y prefiere desandar los pasos de la búsqueda de Drac del amor y la compañía sin sorpresas, y mucho menos, rebeldía.