El artista Wes Anderson, porque no hay otra definición que le quede mejor que esa para hablar de su trabajo, vuelve a reincidir en la animación con una propuesta que trasciende su impronta. En la historia de Atari y los perros aislados, Anderson nos habla de una realidad aplicable a cualquier ser vivo. Una distopía con reminiscencias de épica samurái que roza lo sublime por momentos.
Mi amigo el terrícola Inspirada en E.T. El extraterrestre (E.T.: The Extra-Terrestrial, 1982) y en clásicos productos que reposan su mirada en la relación de terrícolas y alienígenas a partir de un fortuito encuentro, la película animada Luis y sus amigos del espacio (Luis and the aliens, 2018) busca persuadir al espectador con un mensaje, en apariencia ingenuo, pero que destaca la diferencia y el respeto por los demás como vector narrativo. Con una animación de trazos simples, muy simples, una paleta de colores primarios y el aval del CGI, los directores Wolfgang y Christoph Lauenstein (también guionistas) proponen en esta oportunidad el recorrido por los días de un pequeño niño, víctima de bullying en su escuela, que intenta salir adelante a toda costa a pesar de la indiferencia de su padre. Luis y sus amigos del espacio está presentada como un entretenimiento menor más dentro de la oferta de películas, que, apoyadas en su espíritu lúdico, terminan por construir alegatos en contra del asedio escolar, el abandono, y que a su vez buscan generar un espacio de reflexión en medio de punchlines y gags. Dividida en tres actos, con una presentación perfecta de los personajes y conflictos, luego una segunda instancia de resolución y puesta en acción, para más tarde presentar la transformación final de los involucrados, hay además en la propuesta un interés por recuperar ciertos discursos que pertenecen a la comedia silente que funcionan como ecualizador de sus líneas narrativas. Si Luis muestra una faceta más exploradora en el relato, el guion posibilitará que a partir de aunar fuerzas con los alienígenas, presentados como pequeñas babosas coloridas hambrientas y verborrágicas, el slaptick y la comedia de confusión, esa que encuentra en el abrir y cerrar puertas su magia, potencien algo más que la simpleza del disparador inicial que generó los movimientos de la película. Como toda película, y siendo la infancia, la soledad de los niños y el bullying, los ejes temáticos, los grandes cambios de los personajes secundarios, que no por casualidad en una primera parte se los construye con trazos gruesos (ejemplo, el vecino rico, que exige que la casa de Luis esté acorde a la línea de presentación del resto de la cuadra) para acelerar la rápida identificación de la mutación en los más pequeños, rasgo característico de todo el film, un entretenimiento efectivo que busca generar empatía inmediata con alguno de los protagonistas para suplir algunas carencias.
Afinando el oído “El jazz es como las bananas, debe consumirse en el lugar en donde se produce” dijo el filósofo Jean Paul Sartre cuando este tipo de música comenzaba a explotar en miles de lugares especializados en el género alrededor del mundo, y pese a la proliferación de la frase y el análisis, que en el primer momento chocó en la industria, muchos otros pensadores no sólo alzaron su voz, sino que además, albergaron a músicos y creadores generando espacios de resistencia que funcionaban como el lugar de resonancia ideal para que el jazz se expandiera y construyera su propio camino. Una figura destacó localmente, Jorge “Negro” González, quien inauguró en el Buenos Aires de principios de los años setenta Jazz y Pop, emblemático espacio habitado por músicos de la escena nacional y que El Jazz es como las bananas (2017), de Salvador Savarese y Cristina Marrón Mantiñan, dará cuenta desandando la historia para hablar de una época pasada que intenta regresar cada noche en una nueva etapa del reducto. A través del testimonio de los protagonistas de ese entonces, el archivo, la búsqueda de la palabra actual y de nuevas generaciones que reconocen en González el embrión del jazz como espacio de creatividad y resistencia, se va reconstruyendo su imagen a pocos años de su fallecimiento, destacando también su ausencia como faro y guía. Igualmente, y gracias a la inmortalización que una película puede hacer, González se hace presente desde el recuerdo, y también desde un presente, en donde se pudo dar el gusto y el lujo de reabrir Jazz y Pop en un contexto completamente diferente al de entonces, pero con la misma convicción de fortalecer el género y darle espacio a los más jóvenes para que puedan mostrar su trabajo. Una cuidada selección de entrevistados, en los que no sólo se dan testimonio las figuras que en los años 70 comenzaron su carrera, sino también El Jazz es como las bananas da cuenta de la nueva escena musical local, que no vislumbra sólo el bronce, sino que comienza a desandar otro camino. Si bien se va configurando un corpus homogéneo sobre el jazz y la figura del emblemático González, tal vez el documental se resiente cuando quiere dar cuenta de algo que es imposible hacerlo sólo con la palabra, porque la música se transmite con emoción, no sólo verbalizando, y cuando las entrevistas se multiplican, pero no hay una razón más que la colección, allí hay una falla. Así y todo El Jazz es como las bananas logra reunir a los máximos exponentes de antes y los actuales del género para hablar también de cómo esa frase que disparó la revolución del jazz, aún hoy en día continua haciendo ruido en los músicos y en los dueños de los locales especializados. Correcto ejercicio documental, con un notable trabajo de producción que recorre de manera completa los exponentes del género, y que en la emoción del recuerdo de González, al cumplirse un aniversario más de su nacimiento, o en la notable decisión de registrar la puerta de Jazz y Pop de día, con la gente que pasa por el frente siguiendo sus rutinas y desconociendo que detrás de esa fachada se esconde la historia del jazz, se dice mucho más que en cada una de las palabras de los entrevistados.
Propuesta que llega en el momento justo. Su impronta histórica no habla de otra cosa que de un patriarcado que perdura hasta la fecha a fuerza de sometimiento y dolor. El debutante William Oldroy construye una narración en donde el sonido y el fuera de campo son parte fundamentales para acompañar la historia de una joven que es obligada a cambiar de estado civil y sufrir, desde ese momento, los embates del destino.
No, no y cien veces no. Ni como consumo irónico esta película dirigida por Pablo Parés puede llegar a las salas con el previsible relato de un joven en búsqueda del amor y su realización personal. Ni siquiera el aditamento de explorar visualmente algunos tópicos de género posibilitan un visionado completo de una historia que hace agua por todos lados y que, principalmente, pierde efectividad en las endebles actuaciones protagónicas y chistes y punchlines mal logrados.
La nueva película de Jason Reitman actualiza las historias de mujeres y su relación con el mundo, sus vínculos y sus cuerpos tras traer un hijo al mundo. La camaleónica Charlize Theron se transforma y ofrece una de las más potentes actuaciones de su carrera como una madre a punto de perder la cordura hasta que llega una pequeña ayuda que la hará ver todo de otra manera. Sólida, contundente, uno de los estrenos del año.
Volvió él. Sí, el más desagradable, corrosivo, e incorrecto héroe que Marvel dio a luz. Tras una lograda primera película, Deadpool2 profundiza en aspectos trabajados anteriormente sobre las características del personaje y su universo y las lleva más allá. Hay nuevos compañeros, una pérdida, y no mucho más para contar para evitar revelar aspectos de una trama simple que reitera fórmulas pero que es efectiva y potente en su propuesta. Quédense a ver la escena post créditos INCREIBLE.
Vacaciones en familia Luminosa y explosiva, así es Las Vegas (2018), la nueva película de Juan Villegas (Adán Buenosayres. La película) que explora los días de reencuentro entre una pareja de divorciados, su nueva cónyuge, su hijo, y otros personajes, en el marco de un edificio emblemático (que da lugar al nombre del film) pensado para vacacionar frente al mar. Dicen que hacer reír es mucho más difícil que hacer llorar en cine y Villegas apuesta a todo con un guion que transita el humor a partir del gag a un nivel de “tiroteo” con el que el espectador empatiza y deconstruye a cada uno de los personajes de este film coral. Las Vegas comienza con un cuadro de situación particular. Una mujer (Pilar Gamboa) le grita al chofer de un micro de larga distancia para saber el tiempo de demora que habrá entre que un nuevo ómnibus les permita abordar para alcanzar el destino final (Villa Gesell) que tenían. Laura (Gamboa), exige que con exactitud le pueda definir el lapso temporal, el chofer continua con sus cosas, se suma su hijo Pablo (Valentín Oliva), y en lo que comienza como una anécdota a contar luego del descanso a los amigos, termina por convertirse en el inicio de un viaje que transformará a cada uno de los protagonistas. El director pinta de cuerpo entero a sus personajes, los moldea a pocos minutos de iniciado el viaje a partir de los detalles que los configuran (vestimenta, aspecto físico, accesorios, gustos), pero, principalmente, desde lo verbal. La palabra definirá no sólo las acciones, sino que contextualizará y contrastará a cada uno de los integrantes de la propuesta. Laura, en oposición a Pablo, habla, grita, discute, mucho. Pablo se refugia en la música y en los cientos de CD’s que lo acompañaran durante su breve estadía en la costa. En un paso de comedia único, se toparán con Martín (Santiago Gobernori) y Candela (Valeria Santa), el exmarido de Laura y su actual pareja. Y a partir de allí, el humor cederá sin presión el espacio para el romance, o mejor dicho el reromance, el despertar sexual y la definición de situaciones. El guion privilegia el gag y el humor físico, descubriendo vínculos, pero también las costumbres e idiosincrasia de la vida frente al mar durante los períodos de descanso, y en la recurrencia de algunos punchlines, además se configura el contrato de lectura de esta película, amena, que cuenta con una banda incidental envolvente que unifica las acciones. Las Vegas es una película que cuida sus encuadres y tomas, destacando una vez más el clasicismo con el que Villegas se acerca al cine, pero que además, en esta oportunidad privilegia los diálogos y el chiste visual para desarmar los conflictos. Hay una escena en un boliche que es digna de una sitcom. Todos deciden ir a bailar para terminar la noche. A los cuatro personajes se suma la guardavidas (Camila Fabbri) que Pablo pretende conquistar. Bailan al ritmo de un tema y Laura queda sin pareja y genera su baile sola antes de retirarse. Hay un capítulo de The Nanny en el que la protagonista, Fran Drescher, hace lo mismo. Ambas asumen su soledad sin tener que renunciar a su propio entretenimiento. Y eso resume al film, una propuesta que intenta aportar al cine un entretenimiento inteligente, alejado de estereotipos y utilizando recursos que pocas veces funcionan en nuestra pantalla. Pilar Gamboa deslumbra con otra interpretación sostenida y constante que se completa en la interacción con cada uno de los personajes de esta agradable y divertida comedia.
Elogio a la inocencia Avalada por más de un millón y medio de ejemplares vendidos a lo largo de casi diez años, la adaptación cinematográfica del clásico libro infantil de Luis Pescetti, Natacha, La Película (2017), establece una revisita al cine infantil más clásico, aquel encuentra en la escuela su razón de ser y motor narrativo. Fernanda Ribeiz y Eduardo Pinto son el equipo de directores encargados de llevar a la pantalla grande a uno de los personajes más emblemáticos de la literatura para niños, y, en este caso, adaptando los dos primeros libros de la saga best seller regional. Natacha (Antonia Brill) es una niña que siempre está con una sonrisa, vive con sus padres (JJulieta Cardinali y Joaquín Berthold) y disfruta diariamente de la compañía de sus amigos, especialmente de Patti (Lola Seglin), “su mejor amiga”, con quien avanza en un negocio de escritura de cartas de amor que genera más confusión entre los participantes que parejas. En el medio adopta a Rafles, un pequeño perro que desorganiza su casa (y los nervios de su madre), pero que le permite demostrar que el animal distingue colores, tema central de una tarea escolar especial asignada con la que intenta además, derrotar a sus archienemigas las “chicas coral” (Fiorela Duranda y Martina Iglesias) y así convertirse en la reina de la clase y la preferida por todos. Natacha, La Película fusiona tradicionales relatos de colegio (Señorita Maestra, Caídos del mapa) en el que dos grupos, uno popular y otro que intenta serlo, interactúan avanzando a paso firme, esquivando los conflictos y resolviendo en el día a día cuestiones relacionadas a la familia, la amistad y el amor. El binomio de directores decidieron contar la historia con un tempo diferente al de la Industria, creando además un universo inocente y en donde los niños son niños, los adultos, adultos, y cada rol que se presenta en el relato, además de cumplir con su función, representa, de la manera más verosímil, su idea y origen. Hay también una decisión por evitar caer en estereotipos parentales, así, la representación de los adultos de Natacha, La Película arranca con hombres y mujeres sin hiperbolización y, menos aún, con la necesidad de trascender o mostrarse por encima del elenco infantil. Su participación es en función de cada uno de los conflictos de los niños, muchos presentados con anterioridad en una propuesta para chicos que respeta a su público y que lo entiende y contiene. La incorporación de una banda sonora efectiva y trazos gráficos para dinamizar la historia, son aditamentos que terminan por consolidar una idea que hace años viene buscando plasmarse y verse en la pantalla grande y que en tiempos de efectos especiales y grandes es un pequeño oasis en medio de tanta espectacularidad. Y si bien Natacha, La Película falla en algunos puntos trabajados desde el guion (resolución de conflictos secundarios, diálogos demasiado extensos, desarrollo de ciertas cuestiones asociadas a los roles) la frescura con la que los niños protagonistas avanzan en el relato, la fuerza de las actuaciones, y una línea progresiva que respeta a raja tabla el cuento clásico de tres actos, con las idas y venidas esperables y la política como motor performatico, destacan como materia prima de una ideología ajena al establishment y que cada día avanza con más fuerza sobre lugares comunes, empoderando niños y familias con un mensaje esperanzador.
Hace 17 años, aproximadamente, Dakota Fanning llegaba como un torbellino a las pantallas acompañando a Sean Penn en “Mi nombre es Sam”. Su belleza natural, sumado a su precocidad, y potente manera de actuar, la ubicó en un lugar privilegiado de Hollywood. Pasaron años, películas y más películas, la transformación de ella misma, y siempre ha quedado en el imaginario aquel relato doloroso acerca de un hombre que debía luchar por la custodia de su hija (Fanning) en medio de su propia pelea por encontrar un lugar en el mundo pese a sus dificultades. Ahora ella es la que se ubicará en un lugar particular, con un personaje muy especial, en la simple y honesta “Un nuevo Camino”, película que la presenta por primera vez como protagonista absoluta y en la que muestra un registro actoral distinto, alejada de estereotipos. Ben Lewin (The Sessions) dirige esta historia de superación a partir de la construcción de una narración apoyada en el universo de Wendy (Fanning), una joven con autismo que se hace camino en la vida a partir de rutinas y mucha imaginación. Fanática de Star Trek, intentará escribir un guion y en el medio de su día a día recibe la visita de su hermana (Alice Eve) y verá cómo a partir de ésta su universo de seguridades y certezas se desploma. “Un nuevo camino” elude lugares comunes, clichés y estereotipos en su historia, prefiriendo avanzar en la construcción de disrupciones o secuencias oníricas para reforzar conceptos y la importancia que tiene para el relato el vuelo y la asociación con la cultura popular. No es un dato menor que Star Trek se convierta en el refugio y fuente de inspiración de metáforas y situaciones cotidianas para Wendy. La serie, que aún mantiene vivo el espíritu de fanáticos de todo el mundo, marcó un antes y un después en la concepción de otros mundos en el imaginario colectivo. “Un nuevo camino”, a su manera, también aporta una nueva mirada sobre la enfermedad, las situaciones que viven día a día personas con capacidades diferentes y su relacionamiento con el mundo desde dónde se pueda. La película prefiere desarrollar desde el humor, la incomodidad, y la honestidad, su historia, evitando que el drama supere los índices y temas del relato, apoyándose en el mundo imaginario de la protagonista, la relación con su hermana, con su terapeuta (Toni Collette) y con el agobio de su propia enfermedad. Lewin construye una película en la que se privilegia la forma al contenido, enriqueciendo una historia previsible que volantea el rumbo hacia una búsqueda visual potente, destacando así las actuaciones protagónicas, en particular la de Fanning, y reforzando su mensaje sobre la lucha, la perseverancia, el amor y la familia.