“Una ciudad de provincia” muestra el día a día de Colón, y cómo desde el detalle de las actividades y de las rutinas se desnuda una reflexión sobre los habitantes, siendo ahora personajes de una propuesta que devuelve al documental de expectación su sentido original y pasión. Rodrigo Moreno reposa su mirada y en cada decisión sobre la puesta de la cámara hace una profunda reflexión sobre las rutinas y las posibilidades de trascenderlas con charlas banales e intrascendentes.
“Verano 1993” trabaja con la difícil tarea de, trabajar con niños, por un lado, y de intentar reflejar su universo a partir de un hecho traumático y doloroso, la pérdida y el sentimiento de soledad. Carla Simón debuta a lo grande y cumple con los dos objetivos, devolviendo un relato apasionante sobre el amor, la familia, el duelo, el encontrar mecanismos de defensa ante tantos avatares externos, y, principalmente, sobre la posibilidad de hacer catarsis para seguir adelante.
“Amantes por un día” la nueva propuesta del mítico realizador francés Philipe Garrel es un viaje hacia los sentimientos de sus protagonistas, sus ideas sobre el amor, el desengaño y el desencuentro. Garrel narra en un estricto blanco y negro, los avatares de sus personajes sin emitir una opinión. Los deja que hablen, griten, lloren, amen, y ese dejar ser ante la cámara es la principal virtud de una propuesta que refuerza el sentido de su obra.
¿Cuántas veces se reversionó el cuento de Cenicienta? De aquella mujer que encontró en un palacio lleno de lujos su destino, lejos de la pobreza a la cual su malvada madrastra y hermanas la tenían acostumbradas. En tiempos en donde el rol de la mujer tiene que ser repensado desde los medios y soportes centrales, “Madame” (2017) de Amanda Sthers, propone un aire fresco en una comedia dramática que apela al carisma de su protagonista absoluta, Rossy De Palma, como una inmigrante que asiste a un matrimonio (Toni Colette, Harvey Keitel) y que ve cómo su suerte cambia de un día para otro. Siendo invitada de imprevisto a una cena para agasajar a amigos, posibles financiadores y figuras del arte relacionadas al matrimonio, esta ama de llaves, que dirige los destinos de la inmensa mansión, se relacionará con otra clase social y terminará involucrándose sentimentalmente con uno de ellos. Sthers habla del personaje con amor, y De Palma logra compenetrarse y avanzar en la presentación de esta mucama que necesita de la aprobación de los demás para poder seguir adelante con un amorío que desafía el origen de cada uno. El conflicto principal será ver cómo el hábil, ágil y dinámico guion, postulará ideas sobre el snobismo que rodea el mundo del arte, el vacío de la vida moderna de nuevos ricos, la explotación de inmigrantes y la obsesiva necesidad de mantenerlos al margen de todo, para continuar abusando de sus servicios. Con delicadas pinceladas, De Palma, va de menor a mayor en el avance de su historia. Por momentos titubea para consolidar su imagen de mujer que debe elegir entre el amor y el trabajo por los celos que la madame (Colette) del título destila al enterarse su acercamiento a uno de sus amigos. En el medio la mentira, no sólo la de la mucama para avanzar en su secreto romance, sino en la revelación e información que ésta posee sobre oscuros artilugios del matrimonio para mantener en las sombras relaciones clandestinas. “Madame” encierra la clave de un género, el de confusión, que ha producido varias de las comedias más inteligentes de los últimos tiempos. Como aquellas que se desarrollan en un hotel y tras las puertas se esconden verdades a gritos, en esta oportunidad París, con sus escenarios increíbles, más algunos momentos en la campiña, posibilitan la construcción del marco ideal para su disfrute. A la mencionada De Palma, que logra componer una interpretación sublime, medida y exagerada a la vez, aporta Colette el contrapunto ideal para que el timming del relato sea el exacto. “Madame” es una agridulce e inteligente comedia, que prefiere, en este tiempo, no traicionarse con almibaradas escenas, al contrario, potenciando a sus protagonistas con verdad en sus diálogos y con la intención de decirle basta a las chickflicks vacías y sin sentido.
Casa tomada Conocido mundialmente por la saga de Locos por las nueces (2014), el canadiense Peter Lepeniotis regresa a la pantalla con Gnomos al ataque (Gnome Alone, 2017) un fallido intento de animación inspirada en gnomos de jardín (este año ya vimos la secuela de una) que ayudarán a su protagonista a reencontrarse con su familia y recuperar su vivienda. Gnomos al ataque juega en su título original con Home Alone, conocida localmente como Mi pobre angelito (Home Alone, 1990), comedia de Chris Columbus en la que Macaulay Culkin debía luchar con unos torpes ladrones para evitar que se llevaran todo de la casa. Acá Chloé impedirá, con la ayuda de los pequeños gnomos, la toma de la casa por parte de las siniestras criaturas, que, además arrasan vorazmente con todo a su paso generando una situación imposible de detener y contener, y que quieren dominar el mundo. Peter Lepeniotis va, lamentablemente, en esta oportunidad a lo seguro, en vez de innovar con una trama que juegue correctamente con otros géneros, como lo hizo en la anteriormente mencionada Locos por las nueces, y sumado a una animación básica que no logra despegar los personajes presentados de los planos y escenas en los que se enmarcan. Temáticas como la llegada del nuevo a la escuela, el intercambio con los populares y los nerds, y el manejo de manera muy estereotipada de tiempos de la acción y protagonistas, terminan por generar un pastiche animado que nunca define una línea narrativa genuina que la defina y favorezca. Hay además un menosprecio por el espectador, algo que no pasa frecuentemente con producciones generadas en la periferia de los grandes estudios, al contrario, esos productos revitalizan la animación evitando caer en lugares comunes, que si bien son necesarios para el placer del espectador, cuando es tan evidente la poca profundidad y espesura del relato, se termina por chocar con el propio origen de las películas y aburriendo hasta los más pequeños. Gnomos al ataque es una propuesta que marca un retroceso en la calidad, originalidad y sentido de las películas animadas, que solo apunta a lo efectivo de otras producciones, mixandola sin ningún sentido nuevo, y, mucho menos, respeto por el espectador, sea de la edad que sea, que se acerca a verla.
Ausencia eterna Anclada en el género policial, e inspirada por el best seller Cornelia de Florencia Etcheves, Perdida (2018), dirigida por Alejandro Montiel (Extraños en la noche), propone un viaje dinámico y consistente hacia la desesperada búsqueda de una joven que desapareció de una manera inexplicable años atrás. Tras la intimista y lograda Un paraíso para los malditos (2013), Montiel teje los hilos para desarrollar un relato ambicioso, que encuentra en su primera parte la consistencia necesaria para luego desentrañar el misterio tras una joven llamada Cornelia en un viaje de escuela. En medio de conflictos personales y profesionales, la agente Manuela Pelari (Luisana Lopilato) decide encarar una vez más la investigación que podría dar con el paradero de su amiga, aun a expensas de involucrarse en una siniestra, internacional y gigantesca red de trata de personas. Sin saberlo Manuela, avanza con su idea, enfrentándose a su jefe (Rafael Spregelburd) y compañero de trabajo (Nicolás Furtado), chocando con la madre de Cornelia (María Onetto), pero sabiendo que poco a poco la pesquisa comenzará a dar sus resultados. Desconociendo sus consecuencias y daños colaterales, Manuela ve cómo los recuerdos comienzan a interpelarla, aunque los mismos son confusos, y, muchas veces son reforzados por otros interlocutores, por lo que nunca sabe si los vivió o no. El rompecabezas comienza a encajar las piezas, y el guion desanda en dos planos la historia de Cornelia, Manuela y el grupo de adolescentes que en la última noche de un viaje de estudio pudo ver a esa joven que permanece hace casi 14 años desaparecida. El guion construye los personajes con trazos simples pero definitorios, y aún en la rudimentaria presentación de alguno de ellos, potencian la funcionalidad de cada uno dentro del relato. El vestuario los termina por configurar. Los malos son malos, y los buenos son buenos, pero por momentos esa función puede cambiarse, y ahí está la clave de Perdida, la capacidad de no inmovilizar a los actantes, quienes pueden pasar de un bando a otro en cualquier instante de acuerdo a aquello que le toque vivir. Luisana Lopilato compone con madurez su rol, sale de su zona de confort, y del glamour de las revistas del corazón, al igual que algunos actores secundarios, como Oriana Sabatini (Pipa), una amiga de Manuela que tiene conocimientos de informática y que la ayudará durante los primeros pasos de la investigación. El elenco se completa con una serie de actores extranjeros, que además de potenciar, claramente, la venta al exterior del producto, dotan de cierto cosmopolitismo al relato, destacándose Amaia Salamanca como una siniestra y fría madama, y Cachín Alcántara, como un asesino a sangre fría que no dudará enfrentarse con quien sea para mantener en secreto la red de trata de personas en la que está involucrado. Técnicamente precisa, con algunas escenas ampulosas y necesarios flashbacks para contextualizar el presente de la protagonista, Perdida es un correcto ejercicio de género, que tal vez precipita hacia el final una serie de giros de la historia, pero que no renuncia a su necesidad de generar un producto nacional de calidad sin traicionar el localismo y hablar de un tema de agenda e interés social.
En un mundo paralelo Dwayne Johnson “The Rock” sería Dios. Sí señor. Con todos los roles que ha asumido en el cine, más allá de sus músculos, puede tranquilamente ser el mandamás de todo y decidir los destinos de la humanidad. Además, en el último tiempo, ha logrado configurar una sólida carrera, basada en el cine de acción y catástrofe, pero también participando de algunas producciones que le permitieron jugar con otros géneros y en cada una de ellas ha volcado su carisma, el que trasciende sus habilidades de interpretación. Tiene clarísimo que lo suyo no es la actuación, y pese a haberlo intentado, como ponerse serio en “El infiltrado” (2013), el bleff en la taquilla lo orientó hacia un lugar seguro que le permitiera configurar un recorrido comercial, y, además, producir televisión, como el caso de “Ballers” para la cadena HBO, y convertirse en uno de los preferidos del público. Tras el suceso de este año con “Jumanji 2”, The Rock regresa a la jungla, pero de cemento, como un adiestrador de gorilas, que verá como su pequeño protegido George, un simio albino, muta al ser tocado por un siniestro experimento dirigido por una aún más oscura empresa manejada por dos hermanos que bien podrían ser amigos de “Los tres chiflados”. El guion refuerza con trazos gruesos los polos en el conflicto que se enfrentarán, los malos muy malos, los buenos muy buenos, pero que todos, en el fondo, pueden transformar su punto de vista y acción. The Rock rápidamente detectará que George no será el único que amenace la ciudad, un gigantesco lobo mutante y un cocodrilo transformado en máquina de matar, serán los generadores de una situación sin precedente en el medio de varias grandes ciudades de Estado Unidos, en la que deberán apelar a decisiones estratégicas y drásticas para salvarse el pellejo. Basada en el videojuego del mismo nombre, furor en los años ochenta, “Rampage: Devastación” es un clásico ejemplo de revisión de género que potencia las premisas iniciales y exagera todo para destruir los verosímiles y configurarlos en un nuevo universo. Acompañan a The Rock y los gigantescos animales diabólicos y asesinos, un elenco de figuras que asegurarán la afluencia a los cines, como Joe Manganiello (“The Walking Dead”) y la recuperada Malin Akerman, y participaciones de Naomie Harris y Jake Lacy. Los virtuosos efectos especiales potencian un relato simple, el de búsqueda de una solución ante la amenaza, y sumergen en una aventura épica de la cual es imposible eludir cada golpe y grito de los animales. Brad Peyton (“Terremoto: La falla de San Andrés”) dirige con solvencia la historia, priorizando la construcción hiperbólica de personajes y exagerando absolutamente TODO. No vamos a pedir verosímil en el producto, pero si verdad, que se transmite por la dedicación con la que se narran los hechos. En ese proceso es en donde “Rampage: Devastación” encuentra un punto de equilibrio y decide detenerse, reforzando su sentido de entretenimiento y evitando filosofar sobre cuestiones que trascienden el género, aunque las menciona (familia, trabajo, amor).
Una de las realizadoras más particulares del cine mundial regresa con una lograda propuesta que realza, a partir de las interpretaciones y las locaciones, un conflicto simple y trascendental a la vez, la llegada del extraño. “La Librería” (2017), nueva película de Isabel Coixet, marca la transición entre su cine intimista y particular, hacia una temática universal que prefiere desandar algunos lugares comunes, cercanos al melodrama, para potenciar su historia y relato. Con una cercanía notable a “Chocolate” (2000) de Lasse Hallstrom, en esta oportunidad, el objeto de deseo no serán las delicias comestibles, sino los libros, y, particularmente, las ganas por lograr que un pueblo comience a leer y crezca de otra manera, espiritualmente. La viuda Florence (Emily Mortimer) llega a una pequeña y olvidada ciudad portuaria de Londres. Es tiempo de guerra y tras perder a su marido en combate decide reunir todo su dinero para emprender un proyecto. Segura de sí misma, y con la convicción que el ramo escogido será el ideal, su arribo al lugar será con la intención de inaugurar una pequeña librería en la que no sólo los compradores se encuentren con clásicos, sino, principalmente, en la posibilidad de leer nuevos estilos y autores. Tras meses de estar detrás del local, finalmente comienza a recibir los libros que ubicará en los viejos estantes del lugar, y el pueblo comienza a hablar de la nueva librería que albergará en sus estantes la cultura y el conocimiento. Pero días antes de inaugurar, una mujer que domina la ciudad (Patricia Clarkson), la invita a declinar de abrir el espacio, aludiendo que ahí ella gestionará un centro cultural, algo que, entiende, será mejor que cualquier negocio. Florence se resiste, no sólo por la proximidad y liviandad con la que se hace el pedido, sino porque, principalmente, desea vivir de un sueño que tuvo toda su vida, tener un espacio para compartir la pasión por los libros, y, conocer gente nueva que la acompañe en esa travesía. Sin entrar en más detalles de la trama, rápidamente el conflicto se desatará sin posibilidad de acuerdo. Florence verá cómo su vida de un momento a otro pasa de un cálido recibimiento al odio sin razón. Pero no estará sola, se hará de un cliente muy importante para el lugar, alguien que sostendrá que esa librería es mucho más que un negocio, y que en ella se puede viajar a través de la lectura sin siquiera sacar pasaje. Coixet adapta la novela homónima de Penelope Fitzgerald, casi al pie de la letra, pero deja espacio para su toque personal, generando un relato apasionante sobre las ganas de emprender y sostener un proyecto a pesar de todo. La estilizada dirección de cámaras y las sólidas y potentes interpretaciones de Mortimer y Clarkson, acompañadas por el gran Bill Nighy, son el punto más fuerte de una historia que se cuenta con sutilezas y detalles, con silencios y con pasión, transformando a “La librería” en un evento ineludible para los amantes del buen cine.
Cine que atrasa. Mientras celebramos la renovación del género con productos inteligentes como “Huye” o “Un lugar en silencio”, la buena racha se rompe con un producto pensado para adolescentes sin pretensiones más que el entretenimiento. Lugares comunes, obviedades, para una trama que reitera el juego como punto narrador de acción y que no logra trascender la simpleza y chatura de su propuesta.
En el medio de una Cuba devastada por promesas que nunca se cumplieron, una pareja de ancianos hace lo que puede con su dolida realidad. No hay más que atravesar los primeros minutos de la película para comprender el mensaje que se quiere transmitir, en una historia manipuladora que evita contextualizar correctamente todo.