El caso de “La Reina del Miedo”, de Valeria Bertuccelli y Fabiana Tiscornia, puede enmarcarse en un subgénero denominado “cine de actores”, no porque en él haya actores haciendo de actores, sino porque, principalmente, la búsqueda de la esencia del acto y el hecho interpretativo trasciende el soporte que lo contiene. Robertina (Bertuccelli) exorciza sus temores a partir de evadir responsabilidades y huir a Dinamarca para estar con un amigo (Diego Velázquez), en el devenir un tour de forcé épico que posiciona a la propuesta como una de las más profundas reflexiones sobre la soledad del creativo y su necesidad de trascender lo efímero de la fugacidad de su trabajo.
Con una inusitada urgencia, y un discurso que fue parte de la agenda mediática recientemente, “El padre de mis hijos” (2018), la nueva realización del director Martín Desalvo (El día trajo la oscuridad, Las mantenidas sin sueño), propone en clave de comedia una mirada a los vínculos a partir del relato del descenso a los infiernos de Eva (Mora Recalde). Recientemente separada, la mujer, deberá poder lidiar con sus deseos más profundos y los inevitables mandatos que le llegan desde amigas, sociedad en general, familia y unos padres de antología (Horacio Fontova y Mirella Pascual). Mientras Eva nunca pensó en ser madre, al quedarse sola y con casi cuarenta años, el futuro que les vilusmbran los demás nada tiene que ver con aquello que le devuelve el espejo cada vez que se mira. Aun así, en el apasionamiento con el que sus allegados quieren verla, se esconden siglos de ideas machistas que deben ser exorcisadas en el breve tiempo de duración de la divertida y entretenida propuesta. Desalvo desanda los pasos de Eva con humor y exageraciones, otorgándole a Recalde, la protagonista absoluta del relato, una mayor cantidad de exposición mediática, lo que no implica que sólo se centre en ella. Mientras la historia avanza, la búsqueda tiene que ver con el mientras de una otredad que detiene su mirada también en el variopinto grupo de personajes secundarios que acompañan, los que, aún más, refuerzan las líneas narrativas que componen “El padre…”. El gag, el chiste, el slapstick y todos los punchlines habidos y por haber sobre el feminismo, su exposición, su necesario debate, abren el juego a un nuevo tipo de film, que no sólo juega y se divierte, sino que, principalmente, permite una reflexión posterior. Se destaca la puesta y la fotografía, por su estilo visual de un preciosismo único, la película además de apoyarse en el talento y carisma de Recalde potencia, desde la estética casi Almodovariana, un relato que en manos de otro director bien podría haber caído en trazos gruesos y estereotipos. Aquí todo es dicho con la misma potencia con la que se busca reforzar positivamente un mensaje que hace algunos meses ha comenzado a tomar cada vez más poder entre aquellos detractores acérrimos de los movimientos y pensamientos exacerbados. En “El padre de mis hijos” todo es exceso y ostentación, aún a expensas de aquellos que se muestran más medidos en el relato (como ese alumno de Eva, interpretado por Santiago Margariños) y que terminan siendo víctimas de los ataques de la mujer en medio de su crisis existencial. La película posee una frescura y desfachatez que logran trascender la anécdota de la mujer en busca de su horizonte, poniéndose encima a todas las mujeres para decir BASTA yo decido qué y cuándo.
Hermanos en loop Anclada en el terror gótico, la producción irlandesa Los inquilinos (The Lodgers, 2017) propone un viaje alucinatorio a la enfermiza relación de dos hermanos que custodian una vieja y deteriorada mansión en la que, además, ocultan oscuros secretos. Rachel (Charlotte Vega) y Edward (Bill Milner) viven y vigilan una mansión que supo conocer épocas de gloria pero que ahora sólo acumula suciedad, polvo y podredumbre. Dentro de ella los hermanos, agobiados por siniestros personajes que la habitan, deben seguir una serie de reglas derivadas de una extraña melodía que digita sus pasos, días y horas. Cumplir con estos preceptos es esencial para evitar que “inquilinos” irrumpan y tomen el control. Pero cuando Rachel decida transgredir las leyes de la música, una serie de desafortunados acontecimientos pondrá al extraño y cercano vínculo fraternal en jaque, primando los impulsos por sobre la razón y desatando una serie de sucesos que nadie podrá controlar. La segunda película del realizador Brian O'Malley propone un barroco juego de espejos, el que, de manera progresiva, comienza a profundizar en la psicología de los personajes centrales sumando secundarios que ayudan al conflicto guía del film: el choque entre el deber ser y las necesidades de trastocar los mandatos. Hábilmente el guion comienza con una presentación casi didáctica de los hermanos dentro del microuniverso que se esconde detrás de las paredes de la casa que habitan, y en esa primera instancia el desarrollo de ciertas características de Rachel y Edward posibilitan el ingreso a un relato que no por poseer similitudes con películas como Los otros (The Others, 2001), o La dama de negro (The woman in black, 2012), repite fórmulas y estereotipos. Al contrario, O’Malley se encarga de adicionar elementos realistas, como el enamorado de Rachel que proviene de la guerra con una minusvalía, o la imposibilidad de mantener en pie la mansión por los apremios económicos que refuerzan su espíritu de género. Rodada en Loftus Hall, una construcción original que según una leyenda urbana está maldita, tanto la casa como los escenarios naturales que la rodean, son el espacio ideal para que la épica lucha entre el bien y el mal trascienda la anécdota del incesto. Las animaciones digitales suman en momentos clave la dosis necesaria de fantasía para que el relato no sólo impacte, sino, principalmente, pueda generar intriga en la progresión del desarrollo. Si bien en algunos pasajes las explicaciones verbales en la voz de Rachel, casi un acto enunciativo de aquello que luego vendrá, coartan las posibilidades de fluidez narrativa, en su totalidad Los inquilinos se presenta como un sólido exponente de género que intenta innovar saliendo airoso de su propia propuesta.
El duelo Recientemente ganadora del Globo de Oro a la mejor película extranjera y acreedora del premio a la mejor actriz de la última edición del Festival de Cannes, En Pedazos (In the fade, 2017), del realizador Fatih Akin (Cocina del alma) propone un duro viaje al duelo y búsqueda de venganza de una mujer apenas sostenida por sus recuerdos. En lo que creía que iba a ser un día más, con las mismas rutinas de siempre, Katja (Diane Kruger) se prepara para sorprender a su marido e hijo en el local que éste posee en el centro de la ciudad, pero a metros del mismo es testigo de cómo una bomba explota en él dejándola sin su familia en un instante. Mientras atraviesa el dolor por la pérdida de los suyos, Katja, además, deberá enfrentarse a su familia, a los policías, y a la sociedad, que cree ver en el atentado y la muerte algo más que un simple hecho fortuito, algo que ella también presiente, y que se asocia al origen extranjero de su marido. Desarmada, en pedazos, como el título local, desde las sombras, como el original, deberá desandar los oscuros caminos y tiempos de la justicia, el darse cuenta de la manera más dolorosa que nada volverá a ser como antes, por lo que buscará explicaciones en cada recuerdo que aún mantiene y que le permiten, de alguna manera, seguir adelante. Dividida en capítulos y sosteniendo la acción a partir de una presencia casi totalizadora de Kruger en la pantalla, la narración de En Pedazos se fraccionará en dos instancias bien diferenciadas entre sí. Una primera etapa, post atentado y muerte, en la que el guion del propio Fatih Akin buceará en el relato del toparse con la vida sin su familia de la protagonista. La cámara allí funcionará como un testigo silencioso de cada paso que dé, como así también de cada decisión desfavorable que tome y cada juzgamiento al que será sometida. En esta etapa la construcción de la otredad por parte de la película posiciona a la protagonista en un lugar incómodo, siendo víctima de la mirada retrógrada de gran parte de los vínculos que posee, y juzgando ella también a cada uno que se le acerque. La segunda parte del film traiciona la visión política del relato, que de enfocarse en un análisis sobre el multiculturalismo de Alemania, inevitable y urgente, profundizando en sus prejuicios, sus rechazos, y sus preconceptos, pasará a una exacerbación de la búsqueda de venganza de Katja al conocer a los asesinos de su familia para saciar un impulso que hasta el momento desconocía que poseía. Así En Pedazos pierde en efectividad, acercándose a clásicos relatos de búsqueda de venganza por mano propia, una especie de film de acción estereotipado, pero que sobrevive gracias a la sólida, exultante y potente actuación de Kruger, todos aquellos lugares comunes terminan por ceder el lugar a una tensión in crescendo hasta el desenlace final. La irregularidad de la narración imposibilita que la totalidad de la denuncia sobre los rebrotes neonazis en Alemania sea un tema principal, convirtiéndose en un tópico más del relato. Akin así resuelve de manera precipitada el vacío de Katja, obviando el vínculo creado con ella desde su desgarro y silencios, posicionándonos en un nuevo paradigma del personaje, uno que no tiene tiempo para la reflexión ni la calma. Kruger ofrece una descomunal actuación, a pesar de los vaivenes narrativos, posicionándose como el alma y el motor de la historia.
Ernesto Aguilar vuelve al cine con una arriesgada y extrema puesta en escena de algunas fantasías que circundan al feminismo y sus derivados más acérrimos o poco ortodoxos. En la historia de un hombre que ve cómo su futuro se coarta a partir de la transformación de su cuerpo, hay un relato diferente que quiere imponerse. Lamentablemente la producción pierde fuerza por su complicada y austera puesta y algunas decisiones de dirección no menos objetables.
Qué pasaría si a “Mamma Mia” le sacaramos los números musicales, el humor casi barroco y los paisajes de Grecia, tendríamos ¿Quién @#*%$ es papá? una comedia que apela al carisma de sus protagonistas sin nada más que ofrecer. En la búsqueda de la identidad de los hermanos que se desayunan con la novedad de saber que su padre está vivo, no hay nada que destaque de un relato básico ni mucho menos de una puesta convencional.
Impactante puesta al día en la que optaron por sacrificar el espritu gamer del relato (no olvidar que el personaje principal) para construir una aventura única sobre la búsqueda de la identidad. Inmersiva, atrapante, potente y entretenida, Alicia Vikander otorga el toque clásico a un personaje que ha perdido en sorpresa, pero que ha ganado en entretenimiento le pese a quien le pese.
Se esperaba con ansiedad la nueva película de Paul Thomas Anderson, un esteta único y que ha sabido conseguir adeptos en cada lugar del mundo y la galaxia en donde una película suya esté por estrenarse. Despidiendo a Daniel Day – Lewis de la actuación, el guion trabaja con pocos elementos, o tal vez los que justamente no deseaba que se conozcan. Así y todo esperar cada escena es la gloria de los amantes del buen cine.
A primera vista parece un ejercicio. Pero Vladimir Durán no es un improvisado por lo que coreografía alrededor de Camilo, el protagonista, grandes bailes para terminar hablando de lo que más le gusta: la familia. La técnica puesta al día en la propuesta, además, resuelve de manera concreta aquellos lugares comunes del cine argentino, elevando a los actores y privilegiando la naturalidad de las acciones.
Inclasificable propuesta en la que un viaje, un acompañamiento y varias ideas terminan por configurar, sin quererlo, una road movie con política, o un film político con trasbordos. El realizador Ivan Granovsky compitió con la propuesta en el último BAFICI, una realización potente en cuanto a imágenes y sólida en relación a lo que se desprende de su visionado.