Los hermanos Onetti (“Francesca”) juegan con el slasher tras haber incursionado en el giallo y el terror más clásico. En esta oportunidad un grupo de jóvenes llega a un pueblo arrasado por las aguas y “olvidado” sin saber que el destino les jugará una mala pasada. Una primera etapa contundente, sólida, visualmente atractiva, termina por disolverse en resoluciones obvias y clichés, debilitando la propuesta con lugares comunes y estereotipos. Loable el trabajo de Mirta Busnelli como esa madre que alberga monstruos en su hogar.
Craig Gillespie es un realizador americano que ha servido a grandes estudios para narrar historias convencionales, anodinas, plagadas de valores y del american way of life. Por suerte en esta oportunidad patea el tablero tomando uno de los casos mediáticos más explotados, buscando una voz propia en su progresión. Margot Robbie (también productora) se desnuda en cuerpo y alma para construir a la patinadora del título quien a pesar de los esfuerzos descomunales que realizó para ser la número uno del mundo, debió luchar contra sus propios fantasmas vinculares para salir adelante. Disruptiva, ingeniosa, ácida, políticamente incorrecta, una pequeña gran película que se apoya en las grandes actuaciones de Robbie y los secundarios Allison Janney y Sebastian Stan para reforzar su propuesta.
Una torta. Su preparación. Su desarrollo. Excusa perfecta para desandar la historia de un joven, a partir del relato de su madre, que encontró en la delincuencia, la muerte. Toia Bonino presenta sin juzgar, juega con el soporte y termina por configurar un relato vívido y urgente sobre la imposibilidad de futuros ante las necesidades y los deseos de los más desposeídos.
Con mucha expectativa se esperaba la adaptación, o mejor dicho, la puesta en acción de una de las leyendas urbanas más grandes que ha tenido la literatura y la ciudad de Buenos Aires el Necronomicon. Marcelo Schapces es el encargado de dar vida al misterio que tras un libro maldito de Lovecraft esconde una historia ancestral de cuidadores, bestias, villanos, dolor y la imposibilidad de permanecer entre los vivos a aquellos que lo posean. “Necronomicón: El libro del infierno” (2018) explora a partir de Abramovich (Diego Velázquez) un restaurador de libros que vive sumido en su trabajo y el cuidado de Judith (María Laura Cali), una mujer lisiada, que le insume la mayor parte del tiempo. Cuando es contactado por la directora de la Biblioteca Nacional (Cecilia Rosetto) para realizar un inventario de una sección aparentemente abandonada del edificio, nada lo haría suponer que en ese descubrir de mohosos y descuidados materiales se abrirá un descenso a los más oscuro del ser. De ahí en más “Necronomicón…” busca cierta coherencia narrativa para presentar situaciones fantásticas. Construye un microuniverso literario en el que la lucha por obtener el libro maldito comenzará a impedir el natural avance de Abramovich en la tarea que se le encomendó. Personajes secundarios, claves para el desarrollo, son presentados, pero lamentablemente el trazo grueso con el que se lo hace termina por debilitar el esfuerzo con el que muchos de ellos llevan adelante su rol. Mención aparte la participación de Federico Luppi en lo que sería su última película, que por decisiones arbitrarias terminó por ser doblado en voz y rostro, olvidando el peso que su participación podía otorgar a la propuesta. Luppi además de ser uno de los mejores actores nacionales, ha sabido participar de algunas producciones fantásticas como el “Cronos”, el debut de Guillermo Del Toro en cine, o “El espinazo del diablo”. Más allá de esto, el guion presenta la historia de manera didáctica, casi pedagógica, volando narrativamente en algunas escenas que impregnan a la ciudad de Buenos Aires de una puesta apocalíptica, en donde la lluvia ácida remite a producciones extranjeras. El tiempo y la progresión inicial para presentar situaciones, personajes y la historia en sí, termina por precipitarse hacia el final, en una carrera desquiciada por intentar resolver cada uno de los puntos planteados inicialmente, construyendo dos tempos narrativos que perjudican su totalidad. El principal problema de la propuesta, más allá de ser específica para un público ávido de historias fantásticas y conocedor de la leyenda del Necronomicón, es que aquello que en su premisa se presentaba como original y novedoso termina por caer en situaciones recurrentes y predecibles sin atisbo alguno de innovar y dejar su huella en el nuevo cine de género autóctono.
Jennifer Lawrence presta su cuerpo y alma a una película que atrasa años en materia de disparadores narrativos y que intenta acercar a grandes audiencias un género que ya ha quedado en desuso: películas de espías. Francis Lawrence recupera a su heroína de Los Juegos del Hambre para actualizar el relato de saga juvenil a ligas mayores, configurando en el relato del devenir de una joven bailarina en espía todos los lugares comunes de propuestas ya presentadas. A favor, las escenas de tortura a las que se presta Lawrence y otros miembros del elenco.
La pregunta tras ver esta película es, si en el título pones el misterio que debe esconderse tras la mansión que alberga a la viuda Manchester (Helen Mirren), la protagonista “humana” del relato, esa construcción debe presentarse imponente e inmensa. El principal problema, más allá de lo obvia de la trama, del intentar asustar con golpes de efectos sonoros e intrascendentes giros, de las flojas actuaciones del elenco, que hace lo que puede con la débil historia de una mujer que día y noche sigue construyendo una casa para encerrar espíritus, es que la vivienda en cuestión nunca llega a imponerse por encima de la narración, por lo que su premisa se diluye.
Este documental analiza, como lo menciona su título, la realidad de tres madres y sus respectivos hijos dentro de los sistemas educativos predominantes en cada uno de los países que se reflejan. El mayor logro de la propuesta radica en aquellos instantes en los que se refleja la cotidianeidad de los niños y sus madres, con las emociones de comenzar etapas y los juegos previos a la hora de prepararse para salir a la calle. Por lo demás resulta muy específica para que espectadores incautos se acerquen a verla.
Debut en largometraje de Joaquín Cambré con una película que intenta sobre la base del mundo interior de un niño entrando en la adolescencia construir un apasionado y sincero relato sobre los vínculos familiares y sociales. En Tomás (Angelo Mutti Spinetta) Cambré deposita el vector narrativo para hablar de cuestiones que tienen que ver con el coming of age, en una propuesta que privilegia el punto narrativo del niño (encuadres, desarrollo de roles y personajes secundario), con logradas escenas oníricas, pero que termina perdiéndose en el propio laberinto que construye.
Ivan Wolowik debuta en el cine, tras años de experiencia como realizador de videoclips, con la puesta en escena del detrás de escena de la preparación, grabación y presentación de un disco del mítico Palo Pandolfo. Si bien por momentos el material parece el bonus de algún DVD, encuentra su ritmo y cadencia gracias al protagonista, quien intenta, en todo momento, ofrecer al espectador algo nuevo con que sorprenderse. Ajustada y precisa.