Pensada como comedia pero en la práctica más cercana al drama, Recreo (2017), de Hernán Guerschuny y Jazmín Stuart, propone un viaje a la intimidad de un grupo de amigos durante un fin de semana de encuentro, revelaciones y peleas. Filmada con recursos que apelan a un lenguaje televisivo (puesta, encuadres, diálogos, figuras) Recreo busca construir un camino diferente dentro del panorama actual de la comedia nacional, pero se queda a mitad de camino. Buceando en las miserias de cada uno de los personajes y la obligatoria confrontación de verdades ocultas y mentiras que ya nadie puede contener, la película se propone como un fresco generacional, aunque por momentos termine por narrar desde una posición de clase los conflictos que intenta desentrañar entre los personajes y se pierda una mirada más abarcativa. Como pasaba en la anterior película en solitario de Guerschuny, Una noche de amor (2016), la ideología supera cualquier intento por suavizar la mirada que se tiene sobre algunos de los protagonistas, pero a diferencia de ésta, acá, tal vez por la incorporación de subtramas, se posibilita un escape de la misma. Una estancia alejada de la ciudad servirá de campo de batalla para que tres matrimonios: el de los excéntricos y liberales (Fernán Mirás y Carla Peterson), el de los snobs y más conflictuados (Juan Minujín y Jazmín Stuart) y el de los relegados (Martín Slipak y Pilar Gamboa), interactúen y definan su relación. Decididos a pasarla bien, las tres parejas se relacionan en un espacio sólo conocido por los dueños de casa (Mirás, Peterson), y en el que desplegarán, durante dos días, sus estrategias para: no cuidar a sus hijos, emborracharse hasta el hartazgo, drogarse, acercarse por demás a quienes realmente desean, liberar tensiones, gritar y gritar. Hay algo de “comedia francesa” que rodea la propuesta, principalmente por la presentación inicial de los actores, por algunas líneas del guion, y por la estructura del relato. Diálogos edulcorados, superficiales, como así también ideas subrayadas hasta el hartazgo (abandono de los hijos, machismo) resienten la progresión narrativa, y refuerzan esa mirada de clase que posee la película, con prejuicios y con la estigmatización de la clase obrera, representada por los caseros de la quinta. Si se superan esos puntos mencionados anteriormente, y se intenta ver Recreo sólo con la intención de pasar un momento agradable y divertido, se cumple el objetivo con lo justo en una propuesta sostenida por su elenco, que podría haber sido mucho más sólida y entretenida.
Hay algo en “Todo el dinero del mundo” (2017) de Ridley Scott que hace ruido. Al comenzar la proyección y ver por primera vez a Christopher Plummer como el multibillonrio Getty, un misterioso mecanismo comienza a operar en la cabeza del espectador cinéfilo que se pregunta cómo hubiese sido esta película con Kevin Spacey en este papel. Porque si bien Plummer está soberbio y contundente, como ese magnate avaro que no desea desprenderse de su dinero ni siquiera para salvarle el pellejo a uno de sus nietos, la duda de cómo hubiese sido todo con Spacey queda latente. “Todo el dinero del mundo” fue la primera producción que se vio envuelta en la ola de denuncias sobre acoso que impera al momento en Hollywood. La producción de la película prefirió remover a Spacey del film y convocar a Plummer para que interpretara al empresario petrolero, dueño de la fortuna más grande de todos los tiempos. Y el resultado está a la vista, Plummer demuestra con solvencia el oficio que a lo largo de los años supo conseguir, construye a Getty de una manera sublime (de hecho ha sido reconocido con nominaciones en la temporada de premios el enorme esfuerzo que ha hecho) y se convierte en el ícono de la película. Así y todo la pregunta sobre Spacey queda latente durante toda la proyección. “Todo el dinero del mundo” marca el retorno a las pantallas de Ridley Scott, un realizador que se toma su tiempo para narrar, y que en esta oportnidad vuelca su oficio en la dirección de actores y en la puesta en escena más que en el virtuosismo de dirección. El guion, de estructura clásica, sigue de cerca el caso del secuestro de John Paul Getty III (Charlie Plummer) en medio de la lucha de la madre de éste (Michelle Williams) por lograr que el rescate, de 17 millones de dólares, sea abonado por el abuelo (Plummer). En medio de la historia Fletcher Chase (Mark Whalberg), un especialista en negociaciones, acompañará a la mujer a entender los motivos del secuestro, la gente involucrada, y también la acercará al magnate para conseguir una solución ideal para todos. Scott despliega la historia en un registro cuasi televisivo, sin grandes estridencias, apoyándose en la construcción e interpretación de los actores. Al hacer esto, descansa en ellos todo el poderío de la historia, la que a minutos de arrancar se convierte en un simple recorrido por las tapas de los periódicos de la época, sin reflexionar sobre aquello que narra. Hay un interesante trabajo con la paleta de colores, la que, sumada a la decisión de trabajar casi en penumbras, termina por configurar una atmósfera ominosa, propicia al personaje de Getty y a sus manejos y decisiones sobre el dinero. Por momentos, resalto, por momentos, “Todo el dinero del mundo”, tiene algo de aquellos capítulos de “Los Simpsons” en los que el Sr. Burns intenta obtener por nada algo de los demás, destacando la figura del millonario y mostrando su lógica utilitaria aún para con sus seres “queridos”. Y entre esa dicotomía, de relato histórico, intento de biopic con trazo exagerado y grueso, y la falta de pasión en el guion, “Todo el dinero del mundo” no logra sorprender o impactar con la obviedad de su propuesta, y mucho menos su mensaje sobre la mezquindad y avaricia.
Película de Ken Loach que llega con atraso, directamente al cine Cosmos, en la mirada sobre el misterio tras la muerte de un soldado de elite, y la pesquisa que realiza uno de sus compañeros, hay un intento por humanizar un conflicto que atraviesa países y generaciones. La imposibilidad de sostener la tensión hasta el último fotograma, y la disparidad de las actuaciones, hacen que “Route Irish” no logre cumplir con las premisas que en el arranque prometía.
Cuántas películas de personas amenazadas por tiburones hemos visto ya? La última, y más lograda, “Miedo Profundo” intentó remozar el subgénero, algo que “A 47 metros” busca nuevamente hacer. Dos jóvenes en viaje para olvidar las penas de amor de una de ellas, terminarán acechadas a 47 metros de profundidad por un gigantesco tiburón que sólo buscará su sangre. Hay algunos momentos de lograda tensión y no mucho más. Mandy Moore quiere ser la nueva reina del género y destronar a Blake Lively del podio.
Inspirada en uno de los personajes icono de la cultura popular, El pájaro loco (The Woody Woodpecker, 2017), resulta un híbrido entre el recuerdo de los episodios breves, protagonizados por el pájaro, y que plagaron horas y horas de programación matutina en la televisión, y la necesidad de construir una narración que atraiga a las nuevas generaciones al cine. Dirigida por Alex Zamm, que viene de llevar adelante proyectos de dudosa calidad para televisión y secuelas de películas de grandes estudios exclusivas para el consumo doméstico, esta propuesta se centra en la aventura que deberá vivir un joven al ser obligado a pasar unos días en el bosque con su padre y su madrastra. Con la intención de construir dentro de una reserva natural una mansión, el padre del niño verá cómo sus planes serán modificados al recibir la inesperada visita de Woody, un pájaro que habla, grita, y defeca en la cabeza de la gente a modo de protesta, y que sólo desea mantener intacto el lugar en el que habita. Plagada de gags, de slapstick y de acción física, El pájaro loco va imponiéndole a la narración una impronta tal vez más cercana a otro personaje emblemático de la infancia, y que recientemente también fue adaptado en una live action movie, El Oso Yogi (Yogui Bear, 2010), que al espíritu original de su serie, en una suerte de sitcom animada con mucho humor. Además, El pájaro loco suma la ecología como temática, ubicando a los humanos en un lugar arquetípico de enfrentamiento, y que termina por ofrecerle, de esta manera, uno de los motores principales a la historia. Técnicamente la utilización de la animación para lograr que Woody se relacione con los humanos es correcta, aunque no se despliega ningún elemento novedoso, por lo que a la chatura de la narración, la obviedad de su guion, plagado de estereotipos y lugares comunes (transformación de los personajes “malos”, presentación de arquetipos para contrastar con los protagonistas), también se suma esta simple y anticuada figura de superposición. Hay algunos elementos de quiebre, como la mirada y el discurso a cámara de Woody, que intentan sorprender al espectador, principalmente infantil, que desconoce los dibujos animados creados por Walter Lantz, y que suma alguna incorrección a lo políticamente correcto del total de la propuesta en un producto pensado para entretener, sin sustento y que lamentablemente termina sin homenajear al emblemático y colorido personaje.
Potenciando su narrativa inspirada en hechos históricos, el realizador Steven Spielberg vuelve a la carga con un momento clave para la libertad de expresión y el periodismo en Estados Unidos en “The Post: Los oscuros secretos del Pentágono” (2017). La lucha de un grupo de periodistas por sacar a la luz archivos clasificados que demostraban la innecesaria participación y continuidad de la guerra de Vietnam, en la que infinidad de jóvenes fueron “sacrificados”, aun conociendo el destino de esas vidas, es sólo el puntapié inicial para construir un tenso y apasionante relato sobre la pasión que mueve a los seres humanos, el periodismo, el feminismo y mucho más. Meryl Streep demuestra nuevamente por qué cada papel que realiza en cine le permite explorar nuevos rumbos a su actuación, en este caso interpretando a la heredera del imperio del diario local “The Washington Post” antes de convertirse en el gigantesco medio que hasta hoy en día lo es, con gestos medidos y detalles únicos (anteojos en la mano). “The Post: Los oscuros secretos del Pentágono” avanza su relato sobre una redacción encabezada por Ben Bradlee (Tom Hanks), quien comienza a vislumbrar otro tipo de trabajo periodístico, aun sabiendo que los tradicionalistas del periódico comenzarán a impedir que el progreso, en ese sentido, llegue a las páginas. La historia que la competencia acérrima, “The New York Times”, comienza a publicar sobre el análisis de la participación del gobierno en el incentivo de una guerra que ya sabían perdida es el impulso que necesita Bradlee para salir de su zona de confort y la del periódico. Sabiendo que Kay Graham (Streep) comparte valores, y también entendiendo que puede dar lugar a que la historia se replique en el diario, Bradlee se arma de sus mejores periodistas para construir la estrategia que colmará páginas y páginas y que les devolverá no sólo la pasión por la profesión, sino, principalmente, el lugar que necesitan dentro del panorama de medios. El sólido guion de Liz Hannah, Josh Singer y Elizabeth Hannah, profundiza con habilidad en la presentación de personajes y caracteres, los dibuja, los resalta, los ubica en escenario para contrastar, luego, en el medio de la batalla que se configuró. Suma humor en medio de la tensión y entretiene comprendiendo cuál es el rol del cine. Pero la principal virtud es poder sostener en vilo al espectador hasta la última escena, algo difícil en los tiempos que corren y más aun sabiendo el resultado y la resolución de toda la historia. Spielberg no sólo brinda su mirada sobre los hechos volcados sobre el guion, sino que juega con el soporte, filma como nadie cada detalle de las negociaciones, como algunas llamadas, con planos envolventes y ángulos complicados, pero que bajo su óptica tienen otro sentido. En una época en la que los realizadores apuestan a lo mismo, trabajan sobre temas trillados, sin una nueva perspectiva, Spielberg demuestra el oficio con una problemática urgente, de suma actualidad, necesaria para evitar caer en los mismos errores del pasado, mirando el futuro con algo de esperanza.
Ruben Plataneo presenta su tercera película como una lograda reconstrucción policial sobre la muerte de un grupo de jóvenes en manos de uno de los carteles de la droga que impera en el Rosario tierra adentro. En el arranque los muestra con vida, al final también, y en el medio desanda los caminos de la justicia por determinar y sentenciar una condena para aquellos que cometieron el asesinato. Desde lo particular Plataneo nos habla de la pérdida de posibilidades de un grupo etario, de una parte de la sociedad que vive aislada y en condiciones infrahumanas, y que aun así sale todos los días a pelearla. Dolorosa y necesaria.
El realizador Amichai Greenberg debuta como director de ficción con una película que logra darle un giro inesperado a las películas sobre el holocausto Nazi y las implicancias de la sociedad civil en ella. Un obsesivo historiador es sacudido emocionalmente cuando descubre una verdad sobre su identidad y la posible implicancia de familiares suyos en los hechos que escondieron una fosa común. Filme que recupera la estructura procedimental, con una lograda puesta y una increíble actuación protagónica de Ori Pfefer.
No, no y no. Por más que se venda este producto clase B como heredero (en producción) de algunas películas que renovaron el último cine de género, acá TODO suena a falso y huele a naftalina. Una joven llega a un pequeño pueblo a investigar la muerte de una monja y en el camino se enamora de un cura, vive en carne propia el miedo, y, obviamente, es poseída. Malas actuaciones, pésima puesta, horribles efectos especiales hacen de “La Crucifixión” un estreno más que olvidable.
Bienvenida esta propuesta de la realizadora Kris Nikilson, un profundo viaje desde el dolor y las posibilidades de reinventar caminos de una mujer que se despide de un estado anterior a su llegada a Buenos Aires. Tan sólo un escenario y potentes y sólidas actuaciones de Camila Morgado y Maricel Álvarez, la trama, que envuelve burocracia, malos entendidos y pasión, es una propuesta fresca y original en la cartelera que se renueva.