Hong San-Soo lo hace de nuevo. Una vez más analiza las relaciones amorosas, en este caso a partir de un editor de libros que harto de su rutina familiar mantiene una relación extramatrimonial y es descubierto. El juego que propone el director hace que inevitablemente el espectador ordene las secuencias, las que, filmadas con sus herramientas características (zoom in, corrección del encuadre, por nombrar sólo algunas) proporcionan un disfrute único y una pesquisa que trasciende la propuesta.
Es inexplicable que esta secuela de la saga del asesino de los caminos llegue al cine. Estrenada comercialmente en el canal SyFy en los Estados Unidos, la película no aporta nada nuevo. Filmada con el manual en la mano, con efectos que atrasan años, y con el misterio de esa canción que suena y esa camioneta que se lleva puesto a quien sea, no logra superar sus características de telefilm de bajo presupuesto.
De tanto en tanto Hollywood se repliega sobre sí mismo para buscar historias verídicas que permitan analizar momentos particulares, biografías, artistas, mitos, leyendas, construyendo así metarelatos que promueven, como fin último, valores y problemáticas sobre el esfuerzo y la pasión por el cine. Todos los años hay una película que toma esta posta, y cuando la historia es protagonizada por loosers, por personas casi sin talento que aún a pesar de sus limitaciones se permiten soñar a lo grande, claramente el resultado es inspirador a pesar de todos los obstáculos que se atraviesan. Así “The Disaster Artist: Obra Maestra” (USA, 2017) película de y con James Franco, es un relato sobre la épica de un director y su amigo (Dave Franco) por plasmar una idea a pesar de tener casi nulo conocimiento sobre cómo hacerlo. Cuando Greg Sestero (Dave Franco) conoce casi accidentalmente a Tommy Wisseau (James Franco) nada lo haría suponer que un pacto entre ambos, casual, espontáneo, los llevaría a una aventura increíble en el centro de la industria y de la que ambos no sólo saldrían bien parados, sino que, colateralmente, serían canonizados como héroes absolutos del cine clase B perpetuándose en la historia del cine a pesar de todo. En el empeño de Wisseau por dirigir una película imaginada para su amigo, quien de un momento a otro cambió su rutina para seguir sus sueños, hay una nostalgia que se transmite en cada escena, y en su disfraz de comedia de situaciones “The Disaster…” va configurando un atrapante relato sobre la capacidad del hombre de sortear todas las trabas y pelear por sus sentimientos, sinceros, de amor y amistad, para alcanzar la meta. Claramente al comenzar a ver el film la referencia de “Ed Wood” de Tim Burton se hace inevitable, por la mística de aquellos hacedores de éxitos en donde nada suponía que eso iba a suceder. Pero allí donde Ed Wood se revelaba como un oscuro relato, lúgubre, sobre un hombre y sus manías y obsesiones, la luminosidad que James Franco le impone a “The Disaster…” cambia la mirada sobre el director que representa. Aunque por momentos la película y las representaciones de los protagonistas reales linde con el ridículo, el guion y la película no se mofan de su fuente de inspiración, al contrario, la potencian en cada intervención. “The Disaster Artist: Obra Maestra” podría haber apostado por lo seguro, pero no lo hace, porque Franco es un realizador que se arriesga, siempre, no sólo como director, sino, principalmente, como artista. Así como también con sus anteriores producciones dirigidas por él, como “Interior. Leather Bar” (2013), en la que el cine sirve como disparador para hablar de otras cosas, en “The Disaster...” se permite jugar a hablar de una de las peores películas de la historia, secundado por un dream team de actores maravillosos, deteniéndose en aquellos momentos en los que se hace inevitable una prospección mucho más profunda sobre la industria y sus maquiavélicos mecanismos de producción. Bonus: Acá se puede ver The Room https://www.youtube.com/watch?v=jkBTRgR_U5o
Perdiendo el rumbo La ópera prima de Sergio Corach, Quizás hoy (2016), es un ejercicio particular sobre la condición humana con un resultado final fallido. Quizás hoy se enfoca en Miguel (Corach) un joven inmaduro que no sabe que quiere para su vida y que, mientras aguarda que su novia le responda alguno de los millones de mensajes que le dejó, va del trabajo a la casa y de la casa al trabajo. Miguel se relaciona con sus compañeros de trabajo casi de manera obligada, mucho más con Cristina, con quien cree que podrá entablar una relación fluida, Anota todo en un diario, por pedido de su terapeuta, y odiando su vida más que nunca, un día mientras pedaleaba su bicicleta, se cruza con un ex compañero de secundaria que estaba a punto de ingresar a un casting para una publicidad. Ese cambio laboral aparece como vector de las ideas y de los posibles motivos de exploración hacia un estado anterior mucho más interesante, pero cuando todo comienza a ordenarse, la confirmación del rodaje desordena su rutina que exige un nuevo orden. Si la meticulosidad y el minucioso ordenamiento es algo que caracterizaba a Miguel, el comenzar a transitar bajo la idea del no orden y la improvisación, termina por seducirlo, porque en el fondo sabe que así terminará con su chatura. Quizás hoy no logra trascender el espíritu joven que desea que se le reconozca. La propuesta, que se asemeja a un ejercicio más que a un film consolidado, se diluye, y termina por configurar una fallida película que trata de hablar de una realidad común, pero que justamente en lo forzado de la puesta, no logra generar una identidad propia, al contrario, recae en la construcción de un personaje antipático, egoísta, soberbio, con el que nunca se puede empatizar y mucho menos, comprender por qué hace las cosas que hace.
El último cine de género nacional ha intentado emular fórmulas consagradas, repitiendo esquemas y, en algunos casos, buscando la zona de confort para ofrecer un entretenimiento obvio y predecible. En esta oportunidad, la historia de dos accidentales huéspedes en un hotel, en medio de una noche de tormenta, y con una anfitriona bastante particular, sirve para trazar un paralelo con hechos del pasado que acontecieron en el lugar con anterioridad. La factura técnica y visual, como así también las actuaciones y resoluciones de escenas, no pueden sostener un relato que se desinfla a los minutos de haberse iniciado. Ximena Fassi se destaca, como siempre, dotando de verosímil su papel, pero en medio de tantos desaciertos, tampoco puede hacer mucho más.
Pese a ser predecible, a no innovar, y aún más, a caer en muchos lugares comunes, la trama de la película comienza a despegar de su obviedad al preferir la construcción de personajes y atmósferas claves para la sucesión narrativa. El juego que inicia “Se ocultan en la oscuridad” entre sueño y realidad, y el misterio detrás de la desaparición de una niña y la posible participación de todo un pueblo en ella, son los puntos más interesantes de una película que comienza transitando un sinfín de situaciones planteadas con anterioridad en infinidad de propuestas de género, pero que termina encontrando su propia voz y forma.
Desarmando arbolitos Curiosamente, y antes del estreno de La Navidad de las Madres Rebeldes (A Bad Moms Christmas, 2017), llegó a los cines locales Guerra de papás 2 (Daddys Home 2, 2017), película con varios puntos en común y que plantea situaciones similares, pero diferenciándose únicamente por el género (el femenino por el masculino). En la segunda entrega de la película con Will Ferrell y Mark Wahlberg, los protagonistas recibían la visita de sus respectivos padres en medio de los festejos navideños y veían como de a poco su relación, ahora perfecta, se desmoronaba. No es raro que este plot resuene mucho cuando se ve La Navidad de las Madres Rebeldes y que además las comparaciones, odiosas por cierto, sean inevitables, dejando de lado que aquello que en una suma, en la otra resta. Mientras que el gag y el punchline explotan en Guerra de papás 2, aquí sólo genera tedio y ganas de salir rápidamente de la sala. La Navidad de las Madres Rebeldes retoma los personajes presentados en El club de las madres rebeldes (Bad Moms, 2016), en medio de la preparación de la casa y la cena para nochebuena. Amy (Mila Kunis), Carla (Kathryn Hahn) y Kiki (Kristen Bell), cansadas de lidiar con sus hijos, maridos, y demás obligaciones; deciden tras una noche de tragos, dejar de lado las tradiciones navideñas y hacer lo que realmente desean: nada. Mientras afirman su “no Navidad”, la visita de sus respectivas madres, interpretadas por Susan Sarandon, Christine Baranski y Cheryl Hines, las harán rever su decisión. El principal problema de La Navidad de las Madres Rebeldes no es el arco de sus personajes, la definición de los mismos, ni mucho menos la proliferación de situaciones. Por el contrario, su deficiencia radica en la imposibilidad de mantenerse transgresora durante toda su duración. Cuando comienza a elevar el nivel de bromas asociadas a la rutina de las madres, y a mofarse de ellas, cierta moralina y corrección política comienza a asomarse y a transformar los chistes en un castigo para las protagonistas. Una película que prefiere volverse blanca en los momentos en donde el espectador más necesitaba que el guion transgreda y corrompa lo establecido. La sucesión de situaciones sin fundamento ni lógica, como así también la imposibilidad de mantener la cohesión dentro de la propuesta, terminan por resentir una secuela que podría haber ido por un lado, como su “hermana” Guerra de papás 2, pero que no logra salvarse ni con las actuaciones del excelente sexteto protagónico.
Los hermanos sean unidos Hay películas que transmiten la urgencia del relato con una verosimilitud única. Hay otras que se quedan en la sucesión de hechos y anécdotas sin poder, entre ambos, consolidar una historia potente y generar la tensión necesaria para continuar expectantes ante la pantalla. No es el caso de Good Time: Viviendo al límite (Good Time, 2017), de los hermanos Ben Safdie y Joshua Safdie, hábiles y eficaces narradores que pueden superar el mero registro cuasi documental y algunas convenciones de género, para transmitir las vívidas reacciones de dos hermanos que ven cómo su suerte, de por sí ya maltratada, cambia de un momento a otro. La cercanía que logran los directores con sus personajes, además, posibilita que el espectador quede a la espera de obstáculos y resoluciones, y más obstáculos y más resoluciones, luego de un desafortunado robo a un banco, que se resuelve en el encarcelamiento de uno de los dos protagonistas. A partir de allí los Safdies nos llevan a un catálogo de equívocos que van generando un inevitable descenso al infierno en el que Constantine (Robert Pattinson), tratará a toda costa, de conseguir la clave para sacar a su hermano (Ben Safdie) del mal momento que le toca atravesar en la cárcel. Si bien el relato por momentos cae en convencionalismos, la imposibilidad de escapatoria del mismo, hace que el nerviosismo y la virulencia con la que se narra y se registra, terminen por construir un verosímil aún más potente, más allá de los estereotipos. Good Time: Viviendo al límite aprovecha elementos del thriller para avanzar en un análisis de las clases olvidadas, de aquellos que deben pelear día a día no sólo por el pan, sino por poder mantenerse dentro del sistema aún a su pesar. Si al verla se percibe cierta “cruza” de Trainspotting (1996) con Corre Lola corre (Lola rennt, 1998), es porque el principal imán de la película es Pattinson, que compone con gran talento a este ladrón de cuarta que lo único que hace es comprometerse y comprometer aún más a su hermano a cada paso que da en sus intentos de sacarlo con una fianza. El universo de personajes secundarios, la amante utilizada (Jennifer Jason Leigh), la joven seducida (Taliah Webster), el ladrón involucrado por error (Buddy Duress), el guardia que estaba en el lugar y en el momento equivocado (Barkhad Abdi), la abuela que sólo quiere lo mejor para sus nietos (Rose Gregorio), suman los conflictos necesarios para que la acción avance. Una dinámica con un proceso está presente en toda la película, y que tiene que ver con la utilización de lo verbal como refuerzo de la narración, mecanismo utilizado por algunos realizadores como Guy Ritchie (Snatch: Cerdos y diamantes), que además permiten sumar mayor velocidad a la progresión con una edición vertiginosa. El nerviosismo, la banda sonora estridente que sincopa aún más las imágenes y escenas, el decadente mundo que se detalla con urgencia y sin filtros, potencian las actuaciones, logradas con un tono único. Tal vez por eso Pattinson desanda las peripecias de Constantine, para ayudar a su hermano, con un nivel interpretativo pocas veces visto en su carrera. Esto no tiene que ver sólo con su actuación, sino por su irreconocible phisique du rol y por la estratégica decisión de componer el personaje desde un naturalismo, alejado de lugares ya visitados, que refuerzan aún más decisiones del guion y estilísticas de este gran film.
Una de las sorpresas de la última cinematografía italiana, que, en esta oportunidad, aprovecha el mix de géneros para construir un relato sobre el amor de dos pre adolescentes en medio de un oscuro secreto, que, además, está inspirado en un hecho verídico. Alejados de lugares comunes y clichés, los directores Fabio Grassadonia y Antonio Piazza, reinventan el realismo mágico, con reminiscencias al mejor Guillermo Del Toro, pero sin perder de vista su identidad e idiosincrasia.
Hay algo mágico cuando el cine documental encuentra “personajes” que con el solo hecho de enfrentarlos a una cámara, la mayor parte del trabajo ya está hecha. Como en esta oportunidad, que no sólo recupera una de las figuras más importantes de la ilustración local, sino que, principalmente, permite desandar los pasos de un creador. Fayó se desnuda ante el lente y ofrece su mirada sobre sus compañeros, la música, la paternidad, las enfermedades, y Santiago García Isler lo acompaña en un viaje que además incluye ilustraciones originales del artista.