Retomando los hechos acontecidos en The Force Awakens, en esta oportunidad la corrección estilística y política de la propuesta termina por configurar un espectáculo predecible que intenta, a través del humor, unificar aquellos puntos que comienzan a desplegarse en su narración. Su extensa duración, además, juega en contra del dinamismo que siempre ha caracterizado a la saga, generando momentos de progresión mucho más laxa que preconfiguran el espacio para que los efectos especiales, las luchas y los confrontamientos hagan lo suyo. Emotividad pura las escenas de Carrie Fisher.
El cine recupera a un gran compositor, artista, y forjador de identidad como Ramón Navarro, quien recibe, además, la noticia que las calles de su pueblo, aquel por el que tanto hizo, recibirán los nombres de canciones de su autoría. Con sencillez y con mucha pasión, Silvia Majul recorre las calles de Chuquis y en el desandar los caminos habla con Navarro, con sus familiares, colegas, músicos, para trazar el mapa conceptual de uno de las figuras más relevantes de La Rioja.
Pocas veces el cine documental logra transmitir con sencillez, y a la vez con una profunda y potente convicción, ideas que trascienden el mero registro y la expectación, pero cuando sucede, la empatía con el relato es instantánea y el hecho cinematográfico se potencia. El realizador Marcelo Burd debuta en solitario (“Habitación Disponible”, “El tiempo encontrado”) con una película que no sólo posibilita el conocer el día a día de una comunidad, sino que, principalmente, permite reflexionar, post visionado, acerca del rol que tienen en la actualidad la educación y los maestros Salomón es un profesor de colegio primario que dejando su familia atrás se instala de lunes a viernes en la localidad de Olacapato, Salta, para ofrecerles a un grupo de niños algo más que una simple tarea o un dictado. Diariamente imagina estrategias que superan los dictados y las innumerables cuentas, posibilitando el acceso instantáneo a una cosmogenia diferente a la realidad, dura por cierto, que atraviesa a cada uno de los niños y niñas con los que trabaja. Una botella se transforma en un cohete espacial, y en esa transformación Salomón convierte el corto plazo en un horizonte plagado de expectativas y anhelos, de sueños y de relatos que completan. Pero Salomón no está solo, lo secunda un grupo de ayudantes, cocineros, celadores, que también desean que esos niños puedan imaginarse en un futuro que no quede únicamente ligado a la actividad principal del lugar, o a aquellos negocios esporádicos que se suceden rápidamente y que sólo desean llenarse los bolsillos sin pensar en el otro. Burd es uno más en la escuela, con habilidad de borrar la cámara, el registro comienza a difuminar la lábil línea entre ficción y documental, generando la duda, todo el tiempo, de qué es realidad y qué forma parte de un guion. “Los Sentidos” habla de esa Argentina en la que nadie tiene garantizado nada, en donde vale más la posibilidad de poder salir adelante acompañado por un docente que se sale de la curricula y la administración para mostrar otra verdad sobre la sociedad. Y también habla de los sueños postergados, del dejar de lado el ego para salir adelante como equipo, sabiendo que nadie es más importante que el conjunto que día a día pelea para que los alumnos puedan superar los obstáculos que se presentan. Olacapato es el escenario, y Burd lo refleja con su belleza natural imponente, pero también con la imposibilidad de ofrecer a sus habitantes beneficios que puedan superar aquellas limitaciones económicas que poseen. Un viaje al norte y al centro de la educación local, en el que cada uno de los personajes que muestra se convierten en actantes de una realidad dura, dolorosa, de la que no se puede ser ajeno o indiferente, y de la que “Los Sentidos” viene a demostrar que se puede modificar con pasión, amor y con mucha, mucha inventiva cuando no se tiene más que la imaginación para poder superarla.
Tras “El gran golpe” Bruce Willis vuelve a ponerse en las manos del realizador Steven C. Miller, esta vez en la piel de un policía que desentrañará los misterios tras la desaparición del hijo de un empresario. Narrada de manera simple, pero no efectista, el gran problema está en querer trascender más allá de lo que plantea, y en, obviamente, poner a Willis como protagonista cuando en realidad es un secundario, muy secundario.
Con la excusa de registrar el preparado de una exposición de máscaras de la artista Luisa Valenzuela, el director Miguel Baratta reflexiona sobre la cultura y el folklore, la tradición y el rol de esta en la sociedad. Tal vez su especificidad no la hace visible para todo el mundo, como tampoco su errático camino para desentrañar el velamiento de la identidad tras el uso de caretas que hacen más tolerable la vida en comunidad.
Redundante. Obvia. Pero así y todo, esta película protagonizada por Josh Hartnett, inspirada en la vida del deportista Eric Lemarque tiene una potencia vital en los hechos que narra que supera cualquier estereotipo y lugar común que presenta. Hartnett ofrece la actuación de su vida al ponerse en la piel del hombre que estuvo perdido en la helada montaña durante días, y que debió arreglárselas como pudo. Destaca el retorno de Mira Sorvino, una de las actrices preferidas por los directores en los noventa.
La política se introduce en las tradicionales películas de Jackie Chan, alejando al actor de lo físico y acercándolo a un tipo de interpretación ajena a la carrera que construyó a lo largo de los años. El resultado es un híbrido que funciona por momentos, pero que no sólo cae en lugares comunes y estereotipos, sino que además involuciona a medida que progresa la narración. Sólo para fanáticos.
Paco Plaza lo hace de nuevo. Con la excusa de un supuesto caso real de posesión a inicios de los noventa en España, trabaja el subgénero ouija/exorcismo con lograda tensión y desarrollo. El contexto social y familiar de la niña poseída, además, proporcionan el espacio ideal para que la historia vaya mucho más allá, generando sustos y empatía por partes iguales.
Tras el multipremiado cortometraje “Las arácnidas”, Tom Espinoza regresa ahora con un largo en el que el estado de crispación argentino, evidente en películas como “Relatos Salvajes”, por citar sólo una, vuelve a la pantalla. En el derrotero de Arguello (Germán De Silva) por ayudar a una niña (Nina Suárez) a resolver situaciones complicadas en las que se mete, el “qué más puede salir mal” se potencia hasta desencadenar una historia tensa, urgente, profunda, sobre vínculos y marginalidad. Potente.
A Ulises Rosell lo atraen las historias crípticas. En sus anteriores películas ha demostrado una capacidad enorme para atrapar al espectador desde la intimidad de las acciones de los personajes, algo que reitera, con el plus de una tensión in crescendo en “Al Desierto” (2017), que recientemente estuvo en el Festival Internacional de Cine de Mar Del Plata. Proyecto personalísimo, y en familia, esta propuesta llega en un momento clave, para sumar al debate sobre problemáticas que refuerzan la mirada pública en cuestiones relacionadas a la violencia de género y las posibles vinculaciones entre esta y la misoginia exacerbada. Una mujer (Valentina Bassi) ve cómo de un momento a otro, su malestar por el sueldo recibido en un casino, se transforma en un derrotero sin salida al aceptar la propuesta laboral de un extraño (Jorge Sesán). Cuando Julia (Bassi) detecta algo extraño en el llegar al lugar en el que supuestamente tendría una entrevista, la historia comienza a desandar los pasos de ambos en el medio del desierto patagónico que les impide resolver el quid de la cuestión sobre su vinculación y el futuro de esa retorcida relación que entablarán. El sol como guía de las rutinas, de los pasos, uno tras otro para avanzar hacia la nada misma, configuran el escenario ideal para que Rosell arme una road movie policial, con destellos del “Átame” de Pedro Almódovar, pero al aire libre. Bassi y Sesán se complementan a la perfección. Uno con su histrionismo a la minima expresión (que le valió alzarse con el premio de SAGAI en Mar Del Plata) y otra con su minuciosa descripción física de una mujer que comienza a perder el control de la situación y se vuelve algo que ni siquiera ella misma sabe qué es. Y mientras la dupla camina y camina en el desierto, en el pueblo más cercano detectan la ausencia de Julia, por lo que la trama policial avanzará en paralelo a esa duda sobre aquello que Rosell decide no profundizar, dejando indicios y conjeturas para los espectadores. “Al Desierto” necesita de un espectador activo, porque es una película que profundiza en sentimientos y en desarrollar la identidad de los protagonistas desde un lugar de no recriminar ni juzgar, sólo mostrar para evitar que cierta moralidad impregne la narración. La cuidada fotografía, como así también la elección de las tonalidades vinculadas a la tierra, favorecen la aridez que necesita un relato como éste, que logra empatía con los personajes desde el primer momento que los muestra en sus ámbitos. Al avanzar en el “cuento” Rosell conjuga, hábilmente, elementos de género, pero se va despegando de éstos al ir llegando al tramo final, momento en el que ya nadie juzgará las cuestiones morales que habitan en cada uno de los intérpretes. Película que reflexiona sobre la mirada de los otros y la construcción de éstos, apoyados en prejuicios y lugares comunes, y en cómo, sin saberlo, mentes menos estructuradas posibilitan la descripción de un vínculo único y eterno, a pesar de todo.