En la transformación del personaje principal del film, la narración encuentra diferentes matices en el relato de los conflictuados días que se vivieron en Ecuador ante la contingencia por el límite territorial con Perú. No pretende ser más de aquello que ofrece, y en los tiempos que corren, este punto, más que un rasgo negativo, es una virtud.
Doble de cuerpo ¿Una franquicia exitosa es aquella que lanza más productos periféricos o aquella que posibilita la creación de un universo plagado de películas y spin offs? Sin dudarlo cuando la respuesta es doble estamos ante la presencia de una posibilidad creativa y narrativa en la que las opciones se expanden ilimitadamente. Mi villano favorito 3 (Despicable Me 3, 2017) tiene todos los condimentos necesarios para arrasar con la taquilla durante el receso estival: villanos, héroes, anti héroes, música, mucha música, minions y más minions. Todo comienza cuando Gru es expulsado de la LAV, la liga antivillanos de la que forma parte hace tiempo, o en realidad hace poco tiempo, en el momento en el que decidió salir del lado oscuro para transformarse en un ciudadano amoroso, padre de familia y un paladín de la justicia. En el medio de su situación laboral complicada, se desayuna con la noticia de tener un hermano gemelo, algo que su madre, la excéntrica y sexualmente activa anciana (que hace pequeñas, pero contundentes, participaciones en la saga), le escondió deliberadamente. Decidido a conocerlo se embarca hacia latitudes extrañas para conocerlo, más cuando se entera que su hermano, Dru, posee una vida llena de lujos y excentricidades, basada en la producción y cuidado de cerdos. Pero en ese viaje que inicia junto con su mujer y las tres niñas a cargo, los minions, el ejército de secuaces que lo ha acompañado, se rebela al considerar que estar del lado de los buenos no les agrega sentido ni acción a sus vidas. Así, sin los pequeños seres amarillos, conoce a Dru, un calco de su figura (excepto por una cuidada melena rubia), con el que no sólo empatizar instantáneamente, sino que comienza a dudar de su acercamiento al bien, al ser constantemente interpelado por el gemelo para volver a la villanía. Los directores Pierre Coffin y Kyle Balda alternan la narración entre el emotivo reencuentro familiar, las particularidades de la convivencia con Dru y las niñas, y el desarrollo de la trama principal de espionaje, en la que Bratt querrá robar un valioso diamante, y Gru y su hermano tratan de impedirlo. La progresión de la historia se mantiene, además de la alternancia, por la incorporación, hábil, de temas musicales claves del POP de los años ochenta, que posibilitan escenas más lúdicas, necesarias para relajar la tensión de los conflictos y también unificar la multiplicidad de líneas discursivas que en esta oportunidad Mi villano favorito 3 contiene. Los minions están, pero en un plano secundario, dejando a Gru y su búsqueda de identidad el protagonismo, algo que tal vez resienta un poco la comicidad que siempre han desplegado en estas películas los pequeños seres amarillos, pero, claro está, al ser estrellas ya en sí mismo (con una entrega de sus aventuras y otra por venir) no relegan su relevancia en el universo de la animación actual.
Es curioso el caso de “Alta Cumbia” (Argentina, 2014), filme del realizador Cristian Jure (que tiene por estrenar la película sobre “Pepo”, presentada recientemente en el Festival Internacional de Cine de Mar Del Plata) que intenta desandar los caminos de la llamada “cumbia villera” y su momento de surgimiento en un contexto político y social particular. Lo curioso es que el realizador decide transitar la lábil línea que separa el documental y la ficción, manejando entre los dos registros un tono casi paródico por lo que el trabajo de campo e investigación, exhaustivo, profundo, termina por desdibujarse. Tomando como punto de partida la situación particular de un exproductor de televisión, que ahora se dedica a vender CD’s truchos en la villa, y la posibilidad de conseguir un dinero para terminar con los “aprietes” de usureros, acepta la propuesta de un empresario (Diego Cremonesi) de hacer un documental para España sobre el género “cumbia villera” (si es que hay un género llamado así) y volver a recuperar, con él, un espacio ganado que tenía sobre la música y que lo perdió luego de la crisis de 2001. Martín Roisi, conocido como “el Fanta”, por su grupo “Fantasma”, es el encargado de personificar al “rastreador” de los orígenes del estilo, quien además debe lidiar con cuestiones particulares como el próximo nacimiento de su hijo, deudas que lo están agobiando y el poder, de alguna manera, recuperar el lugar que tenía en la música y que la economía quiso que no tenga más. Jure narra la búsqueda con particular énfasis en las entrevistas personales que Roisi consigue, en ella éste dialoga coloquialmente con cada uno de los miembros del movimiento musical al que se lo emparenta con el 2001 como una manifestación de un estado social de crisis y explosión que no pudo contenerse y que encontró en la simpleza y claridad de las letras de sus canciones, un público cautivo que supo que no era música nada más aquello que sonaba desde las radios. “Alta Cumbia” rinde homenaje a cada uno de los exponentes de la cumbia villera otorgándole en la pantalla el tiempo necesario para que puedan contar, a partir de anécdotas y recuerdos (algunos gratos y otros no tanto) la explosión de un fenómeno que supo ocupar horas y horas en las radios y programas de TV, y que rápidamente, también, se trasladó a fiestas y bailes. “Flor de Piedra”, “Los Gedes”, “Pepo”, Daniel Lescano, son sólo algunos de los convocados al documental para poder comprender, en parte, la complejidad del fenómeno llamado como “cumbia villera”. Roisi avanza en la investigación y captura de testimonios mientras intenta, casi sin lograrlo, encontrar a la figura máxima del movimiento, Pablo Lescano, que supo hacer con su grupo Damas Gratis himnos que fueron tarareados y cantados por infinidad de seguidores. Hay una búsqueda expresiva a partir de la utilización de trazos gráficos, exposición de la imagen a colores, y la utilización constante a referencias de la iconografía y cultura popular (Gauchito Gil, Maradona, etc.) que buscan legitimar aún más aquello que se relata. “Alta Cumbia” claramente es un exponente del documental, que en el híbrido con otros géneros termina por perder el norte por lo que sólo se puede recuperar algunos testimonios de aquellos que en un momento supieron con su música expresar un estado de época y darle voz a los más necesitados, mudos hasta el momento.
El segundo largometraje de Sebastián Caulier es un viaje iniciático hacia la adolescencia en un lugar y momento preciso. 1989, Formosa, una escuela privada es el contexto para que dos jóvenes comiencen una relación particular que podría llegar a terminar en algo más que una amistad. El planteo de Caulier es simple, en ese colegio con estructuras y tribus bien sectorizadas (los chetos, los nerds, etc.), Esteban (Patricio Penna) ve como sus días transcurren entre la soledad de su habitación y el acoso por parte de sus compañeros de clase. Al llegar un joven de otra ciudad llamado Gastón (Felipe Ramusio Mora), Esteban se ve hipnotizado por la personalidad de éste, dejándose llevar por algunas ideas “alocadas” que le impone y de las cuales será cómplice y parte. Mientras la amistad avanza, el colegio pasa a ser tan sólo el espacio en el que juntos comenzarán a desplegar sus ideas, las que, teñidas de una concepción anarquista, con el concepto de “corral” como rebaño sin sentido ni dirección, Gastón desea ejemplificar el verdadero motivo de su apatía dentro y fuera de las aulas. Ambos comenzarán con una serie de actividades que no sólo los acercarán íntimamente, sino que, principalmente, pondrán en evidencia la dependencia y dominio de uno sobre el otro, algo que Caulier, con su hábil guion, deja expuesto desde el primer plano y la narración en off. Más allá de esto, la película deambula por atmósferas bien diferenciadas entre sí, y juega al policial, al thriller, en la mejor línea de Gus Van Sant o la reciente película “Just Jim”, en la que se muestra a jóvenes atribulados al borde del abismo, conscientes de sus presentes, pero con ganas de cambiar la historia. La elección del entorno, la fecha, y el lugar, ayudan a que la narración sea hipnótica, un laberinto de emociones en los que rápidamente se puede empatizar con Esteban desde el momento cero, y, principalmente, cuando parece que todo se le va de las manos al involucrarse sentimentalmente con Gastón. Caulier acierta al escoger a los debutantes Penna y Ramusio Mora como la pareja protagónica, y los introduce en el espacio temático de la adolescencia, tomando al bullying casi como disparador nomás (de hecho durante el corte temporal que elige no se utilizaba esa palabra), privilegiando la transformación de los personajes más allá d el acoso. Si por momentos el relato pierde fuerza, es tal vez porque se elige caer en algunos lugares comunes, como la educación sexual que Esteban le da a Gastón, o el trazo grueso con el que se presenta a los padres de éste último, seres más preocupados por mirar hacia afuera que adentro de su hogar. Así y todo “El Corral” es un interesante ejercicio de género, buscando un camino propio y autóctono, con una densa dosis de verdad y de mirada específica sobre el comportamiento humano, en este caso juvenil, y que requeriría algún tipo de intervención adulta... Pero que tal como está planteado el juego, claramente, esa observación queda supeditada a una extraña y siniestra simbiosis, la que, con un logrado mecanismo de dirección de actores, de escenarios naturales, de juego con la música, el off y el fuera de campo, terminan por consolidar una de las propuestas más interesantes del cine nacional de los últimos tiempos.
Película que llega de Inglaterra y que narra el misterio tras la desaparición de un joven y un mito urbano acerca de una casa alejada de la ciudad y el llamado a la puerta de la misma. El principal problema de esta propuesta no es su intento por recuperar cierto espíritu nostálgico de films clase B de los años ochenta del siglo pasado, al contrario, eso potencia su esencia. El principal inconveniente es su incapacidad para definirse por un género de todos los que toca (terror, drama, policial, procedimiento, etc.) y justamente, en ese deambular eterno, y en los trazos gruesos con los que se trabaja algunos personajes (el marido de la madre de la protagonista), es en donde todo se desdibuja y genera un tedio apabullante a lo largo de todo el relato.
Ambiciosa propuesta de Camila Toker (actriz, directora, “Ana y los otros”, “Upa”, “Upa 2”), un logrado policial negro en el que Punta Indio es el escenario para narrar la pesquisa sobre la muerte de la mujer que da nombre al título y un misterioso diamante que esconde una maldición. En la línea de Lynch y también de Larsson, el laberinto que imaginó Toker está liderado por una enigmática y fuerte mujer (Pilar Gamboa) que deberá transitar y desandar los pasos de Maier para encontrar la manera de vender una vieja estancia maldita. Los personajes van y vienen y las referencias a clásicos proliferan, pero la hábil dirección construye un puzzle hipnótico que convierte a la propuesta en una de las gratas sorpresas de la temporada. Cuidada y estilizada producción.
Ken Loach conoce como nadie a la clase obrera inglesa, y en esta oportunidad se mete de lleno con la actualidad y urgencia de un sistema que expulsa en vez de contener y que genera día a día a miles de pobres. Daniel Blake luchará por su pensión tras la decisión de la ART de impedirle volver a su trabajo, y en el camino que comienza en solitario, pero que luego se suma una mujer con sus hijos, se habla de una realidad que golpea y duele, y que, en más de un punto, sirve para ejemplificar también la situación actual del sistema previsional y social de nuestro país.
Esta es una de esas películas que se pueden compartir en familia, y, pese a esto, tiene una firma autoral que la aleja de cualquier telefilm lacrimógeno con la que se la quiera comparar o realizar algún acercamiento. Marc Webb (“500 días con ella”) vuelve a la pantalla con la historia de una niña y su tío, de las relaciones con los demás de éstos, de la imposibilidad de avanzar en la vida ante la tragedia, y, sobre todo, del amor como posibilidad de crecimiento y superación del pasado. Octavia Spencer, Chris Pine, y, sin lugar a dudas, la protagonista absoluta, McKenna Grace, brindan calidez y pasión a la historia, la que, en manos de otros intérpretes y director podría haber terminado en un bochorno.
El debutante Gastón Klingenfeld nos trae a la pantalla el universo del mar y la posibilidad a partir de este de obtener un medio para sobrevivir en “El legado del mar” (2017), centrada casi exclusivamente en el universo de Juan Iglesias y sus compañeros. El hombre, un veterano de la actividad, es entrevistado por Klingenfeld en repetidas oportunidades, mientras la narración se va construyendo de manera simple y efectiva alrededor de los pescadores y sus familias. Como veterano de la actividad todo el tiempo se lo escucha aclarando la idea de todo tiempo pasado mejor que tuvo, y justamente en ese reclamo y declamación hay un grito desesperado de detener el tiempo y respetar actividades tan ancestrales como el hombre mismo. Pero Juan Iglesias no es el único, mujeres, jóvenes, todos ofrecen su mirada sobre un oficio en el que nunca se sabe el resultado hasta que la embarcación, la que sea y de las características que sean, regresa al puerto con la colecta necesaria para seguir subsistiendo de la actividad. Hay mucho del esperar y del pasado, que Klingenfeld lo traduce en imágenes, en algunas oportunidades cuasi postales turísticas, y en otras, en postales de la miseria y el dolor, del hacer de gente que se ha conformado con repetir rutinas a lo largo de su vida. Lo más interesante de la propuesta es la transmisión del oficio a través de la palabra, en este Juan Iglesias que sigue subiéndose al Pica I, el barco más antiguo de la flota amarilla de Rawson, lugar en donde se filmó la propuesta. Pero también el rol que les otorga a las mujeres dentro de la propuesta. De por sí la pesca es una actividad enteramente masculina en Argentina, por lo que la mirada estará en la espera que ellas hacen de cada pescador que se enmarca en la aventura de adentrarse al mar, y también en el relato desgarrador de una madre que un día despidió a su hijo y nunca más lo volvió a ver. Recientemente una película como “Ama-San” (2016), de Claudia Varejao, nos mostraba el otro lado de las mujeres recolectoras de moluscos, pero también las guardianas de una vieja costumbre de pesca, que se mantiene vida gracias a su esfuerzo y valor. Y acá acontece lo mismo, con ese hombre curtido por el sol y por la sal, por el viento y por las olas que le han forjado un espíritu aventurero y emprendedor que lo posicionan más allá de los embates económicos que lo puedan apremiar. Gastón Klingenfeld mira y reflexiona, coloca la cámara en un lugar estratégico y selecciona de ese puerto lo mejor que encuentra de cada personaje que presenta, y en ese devenir de imágenes uno percibe la pasión por el mar, algo que para aquellos completamente desentendidos de la actividad, puede servir como un documento y testimonio de los argentinos que a diario hacen de la tierra, en ese caso el agua, una manera de poder sostenerse.
Uno de los casos mediáticos y polémicos más conocidos de todos los tiempos, regresa en forma de un documental tradicional, clásico, de plano y contraplano, entrevistas y poco vuelo, pero que permite la actualización de la información. Lo más interesante de la propuesta es comprender que aún permanecen enquistadas concepciones en el interior de la Argentina, que pueden llegar hasta a validar una violación o la sumisión, con comportamientos misóginos en hombre y mujeres.