Otra vez George Clooney detrás de las cámaras. Parece que ya le tomó el gusto a dirigir, y por eso, religiosamente, filma una película cada tres años. En esta quinta oportunidad (presentada fuera de competencia en el último Festival de Berlín) toma un hecho verídico acontecido durante la segunda guerra mundial, el que justamente dará nombre a la película, la llamada “Operación Monumento”(USA, 2014). En esa operación y bajo el lema de “las grandes obras de arte no pueden pertenecer sólo a una persona”, un grupo de individuos relacionados con el arte serán reclutados por el historiador Frank Stooze (Clooney) para la arriesgada empresa que hay que hacer, meterse en el medio de la guerra para poder intentar recuperar aquellas obras de arte (del tipo que sea) que fueron saqueadas por el nazismo para acopio. El filme arranca con un robo, y así se genera desde un primer momento la empatía con la tarea de los hombres de los monumentos (como dice su título original) y mostrando la importancia del arte en todos los seres humanos. En momentos críticos justamente es el arte lo que en alguna medida le devuelve su humanidad a la raza o al menos su sentido de pertenencia a algo más allá de lo horrendo de las imágenes que presenta la guerra. Divididos en grupos, los reclutados por Stooze, a saber: un experto en arte, James Granger (Matt Damon), un arquitecto, Richard Campbell (Bill Murray), un escultor, Walter Garfield (John Goodman), un merchant, Jean Claude Clermont (Jean Dujardin), un historiador, Preston Savitz (Bob Balaban) y un especialista Donald Jeffries (Hugh Bonneville), deberán descubrir dónde están escondidas las obras. Una “búsqueda del tesoro” cinematográfica. En este caso el tesoro justamente será el botín de guerra. Por momentos la película se asemeja a una serie televisiva de procedimientos, en las que se deducen pistas de cualquier indicio que se presente ante ellos (siempre trabajando en duplas). En otras oportunidades el tono educativo y casi solemne que elige Clooney para contar esta historia (que en estos momentos su versión en papel está primera en la lista de best-sellers en EE.UU) no logra superar el tedio. Clooney sabe como contar, el filme posee una estructura clásica, es decir presentación de personajes, presentación del conflicto, relacionamiento entre ellos, resolución de la historia, haciendo que la narración sea muy cercana a la de cualquier filme de índole histórico, de hecho, hasta parece haber sido producida y filmada hace ya muchos años (esto fue a propósito o ¿es un filme que atrasa?). Con un material tan rico, la propuesta podría haber sido otra. Al igual que el registro. Por momentos los gags hacen que se corte cierto tono dramático que se quiere imponer. Y en otros el humor organiza las mejores escenas. Entonces uno entra en la disyuntiva acerca de qué tipo de película está viendo, obviamente más allá de enmarcarse en el género bélico. ¿Esto es una comedia, es un drama, es una película de acción?, ¿qué es Operación Monumento? También se diluye un planteo inicial sobre una historia de venganza, relacionada al personaje que interpreta Cate Blanchett (Claire Simone), una asistente de los nazis a quien le sucede algo con un familiar y decide tomar armas en el asunto. Este personaje es el más rico de todo el filme y es lamentable que no se haya profundizado más en él y se escoja la ridiculización con una escena cursi y banal como la de la cena con Granger (Damon). Otro elemento que no ayuda a la generación de climas acordes es la banda sonora, presente de manera extradiegética en casi cada fotograma del filme. Menos es más Clooney y hay veces que sólo con las imágenes se cuenta mucho más y se genera más tensión que con la música. A pesar de las actuaciones impecables de Blanchett, Murray, Damon, Goodman y hasta el propio Clooney, en “Operación Monumento” hay algo que no termina por convencer y hace que la película fagocite lo interesante del tema real cayendo en lugares comunes y golpes bajos innecesarios.
Las pastillas o la vida Matthew McConaughey volvió a la pantalla grande con un papel para el que se transformó físicamente de manera radical. Pero ese no será el único cambio, ya que el registro en el que se mueve dista mucho de aquellas comedias románticas en las que se paseaba mostrando el torso y casi sin actuar. En "Dallas Buyer's Club"(USA, 2013) el director Jean-Marc Vallée explota (en el buen sentido) a McConaughey para narra la historia de aquel grupo de personas que encontró en la experimentación en el consumo de determinadas drogas una posibilidad de extensión de sus esperanzas de vida. Austera y casi sin sorpresas, la película sigue el derrotero de Ron Woodroof (McConaughey) una hombre heterosexual que tras enterarse que tiene HIV y sufrir en carne propia la discriminación de su comunidad se aventura en una empresa arriesgada para ayudar a otros enfermos. La película deambula entre el telefilme clásico de los años ochenta y la obviedad de tópicos con los que ya el cine ha intentado reflejar la enfermedad del siglo XX sin suerte (el ejemplo más conocido es "Philadelphia" ejercicio errático de Demme apoyado en la impecable actuación de Tom Hanks). Hay un interés por parte del director de construir una poética sobre las relaciones humanas más allá del vínculo dinero/pastillas. Pero ese intento queda solo en una posibilidad cuando la principal temática es la de los hospitales, médicos y los conejillos de indias humanos que se prestan a la experimentación sobre sus cuerpos. La dirección de cámaras, como así también la puesta en escena es clásica, y a este tipo de filme bien le podría haber venido un poco más de riesgo y osadía. Es que el tradicionalismo ya no sirve para contar otra vez la misma historia. Mención aparte merece la interpretación de Jared Leto, como el transexual Rayon, que busca los extremos todo el tiempo, pese a que pende sobre él la misma suerte que en Ron. Algunos personajes secundarios y escenas hacen que "Dallas Buyer's Club" levante un poco promediando la duración, pero no hace que finalmente esta película se erija como el discurso emblemático sobre la epidemia y sus implicaciones. PUNTAJE: 6/10
Un inmenso lienzo y muchas posibilidades. Uno puede tomar determinadas decisiones, ir por un lado, parar, retomar la acción hacia un lugar, tratar de buscar alternativas. “La grande Bellezza” (Italia, 2013) de Paolo Sorrentino (ganadora de varios premios internacionales y la preferida para los Oscars 2014 como mejor película extranjera) explora una nueva manera de contar una vieja historia, aquella de pobre niño rico, en este caso una persona mayor (Jep Gambardella –interpretado por Toni Servillo), otrora escritor exitoso y hoy devenido bon vivant. Aburrido de todo y todos, este literato (devenido en periodista) sigue esperando algo que lo inspire, algo que lo motive en su vida de frías apariencias. Quizás por eso es que mantiene un vínculo íntimo, muy cercano y familiar con su mucama, una mujer latina a la que llama bruja y viceversa y a quien se muestra realmente como es. “No quiero perder el tiempo en las cosas que no me gustan” dice Jep en un pasaje crítico de la película, y se va de la cama de una mujer aristocrática para tomar una tizana en su casa. Este hombre es Roma, y se brinda a la ciudad que más conoce con una pasión irrefrenable, o al menos así lo refleja el director. Los excesos de la era Berlusconi, el éxtasis de las reuniones (de antología la fiesta inicial), el oropel, la italianidad al palo, la megalomanía, la fiesta eterna (que está por terminar), todo trabajado desde la noche. “La mañana es extraña para mí”, porque Jep es nocturno, y sus amigos también. La noche es el misterio de lo que no se sabe que pasará, la noche envuelve cientos de posibilidades. El día lo aburre. Mucho. La soledad de la madurez, las cirugías instantáneas que sólo permiten una refrescada, pero que nunca arreglarán algo, las máscaras de la alta sociedad desnudadas, algunos de los tópicos trabajados en una película que se sonoriza a través de clásicos populares y la música más sofisticada entonada in situ por coros (lírica) o por música diegética. Una fiesta sensorial. Además de Servillo y las actuaciones secundarias de Carlo Verdone, Sabrina Ferilli y Pamela Villoresi (entre otros), hay otro actante con un papel tan o más importante que el de los “reales” y es la ciudad de Roma. Sorrentino ama la ciudad y vemos en cada uno de los planos que le dedica una pasión insuperable. La ciudad y sus secretos. La ciudad y sus tesoros. La arquitectura hecha cine en un viaje de 142 minutos por las calles y lugares de la capital italiana. Porque para rendirle tributo, el director utiliza todos los recursos del dispositivo técnico fílmico y los expone. Esa es su manera de rendirle homenaje a esta ciudad, travellings, subjetivas, primeros planos, la cámara que gira, explota y acompaña al ritmo de la música por un lado, y que en otros momentos se pierde y no vuelve más. La estructura espasmódica de la película también posibilita que en “La Grande Bellezza” haya otro homenaje, al cine, con una poética y referencias directas a títulos como ”La Dolce Vita“(Jep errabundea por la ciudad al igual que Marcelo Rubbini), “Julieta de los espíritus” y “Roma”. En un momento alguien dice “me gustan los trencitos de las fiestas, porque no van a ningún lado”, y Jep piensa en lo efímero que es su vida y en el dolor que le genera el perder seres queridos. La fiesta sigue, y él no quiere asistir más. Sólo quiere encontrar “la grande bellezza”.
¿Cómo se puede hacer aún más entrañable la historia del pequeño perro que adopta a un niño? Así habrán pensado las mentes que decidieron que la clásica serie de TV llegue a la pantalla grande, y con agregado de 3D, en “Peabody y Sherman”(USA, 2014), dirigida por el experto en la materia Rob Minkoff (“El Rey León”, “Stuart Little”). Acá ya sabemos que va a haber un perro con una capacidad intelectual superior, y no sólo, obviamente, para su especie, sino sobre los hombres, que un día encuentra un pequeño abandonado (Sherman) y decide iniciar el proceso de adopción. ¿Por qué si los humanos adoptan perros un perro no puede hacer lo mismo?” se pregunta el juez encargado de definir el caso de Peabody, y tras una respuesta satisfactoria se pone a diseñar la mejor estrategia educativa para su hijo. Pero Peabody es frío y distante, los libros y las computadoras lo han convertido en un ser hiper racional, que deja ante cualquier situación los sentimientos de lado. Y todos bien sabemos que en la crianza de un hijo/a es uno de los componentes esenciales. Tiene que haber mucho cariño y amor hacia ellos. Sherman acepta las condiciones de vida y enseñanza de su padre y a diferencia de éste tiene algunos problemas, ya no de aprendizaje, sino de asimilación de conocimientos y rapidez de aplicación de conceptos (nunca entiende una broma nerd de Peabody, por ejemplo). Será por esto que el padre diseñó una extravagante máquina para viajar en el tiempo y así contarle en vivo y en directo la historia a su hijo. De esta manera Sherman posee un sinfín de datos y registros históricos que de otra manera quizás no hubiese podido saber. Todo parece ideal, pero tras un pequeño incidente con una compañera de escuela llamada Penny, la custodia de Peabody sobre Sherman es puesta en duda por la temible y burocrática señora Gruñona (quien tiene el convencimiento que el perro es una mala influencia sobre el niño), quien decide organizar una cena con los padres de la joven para suavizar la situación.Pero Sherman complica todo cuando, tras un millón de intentos fallidos de “conectarse” con Penny, la invita a viajar en el tiempo. Y ahí comienza la aventura, porque Penny se pierde en el tiempo. Una verdadera enciclopedia visual ante nuestros ojos, es lo que atravesaremos y viviremos. Eras y épocas pasarán de la mano del perro más inteligente del mundo y su pequeño hijo. La revolución Francesa, el antiguo Egipto, el Renacimiento italiano, tan sólo algunos de los muchos momentos claves de la humanidad a los que asistiremos gracias a estos anfitriones. Hay tres mensajes claros en la película que fueron trabajados con gran tino por el director. Por un lado tenemos el elogio al conocimiento (¡vivan los nerds!), principalmente para aquellos seres que con su inteligencia pueden atravesar situaciones y construir su historia de la mejor manera. Por otro tenemos un trabajo fino sobre la incorporación del distinto (dejando claro que, por ejemplo, con el bullying no se llega a ningún lado y que el otro también me define). Y por último hay una reivindicación de algunos miedos, claros y específicos, que surgen a la hora de criar un hijo. La identificación con alguno de estos temas hacen que la empatía con la película sea inmediata. “Peabody y Sherman” resulta una entretenida aventura de viajeros en el tiempo con algunas escenas entrañables (atentos al racconto de la infancia de Sherman musicalizado con “Beautiful Boy” de Lennon) y las ganas de traer personajes que siempre se mantuvieron en el imaginario popular de los clásicos dibujos animados.
En “La Paz” (Argentina, 2012) el protagonista, Liso (Lisandro Rodriguez), vuelve al mundo “real” luego de una internación en un psiquiátrico. Allí fue contenido por un grupo de especialistas que pudo entender algunas de sus inquietudes y necesidades, pero en el regreso a su hogar, en el que convivirá con sus padres (interpretados por Andrea Strenitz y Ricardo Felix), se siente perdido. No hay nada ni nadie que lo pueda guiar hacia el lugar que en ese retorno necesita. Santiago Loza es un hábil narrador que hace de la digresión y los primeros planos el motor para contar historias pequeñas, pero que a su vez hablan de temáticas universales. La apatía, los desbordes de índole psiquiátrica, como así también lo efímero de algunos vínculos, interesan aquí y en cualquier lugar en el que sea visionado el film. Los pequeños movimientos de la cámara, casi imperceptibles, transforman la estaticidad de la acción en un nuevo devenir del relato. Tan hipnótico es el resultado que ni siquiera la decisión de estructurarla a través de episodios puede generar una disrupción en la línea de tiempo. la_paz_5_ew En “La Paz” Liso deambula como un zombie por los cuartos de su casa, buscando complicidad en su mucama (Fidelia Batallanos Michel), alguien que lo ayudará con pequeños gestos a orientarse, o en las palabras de su abuela (Beatriz Bernabe), con la que compartirá más que un helado. Es en estas dos personas en las que podrá volcar sus necesidades, más allá que su madre lo esperaba con ansiedad. Porque en las palabras y obsequios de ella justamente lo único que hace es transmitirle angustia. Algo que en un momento como el que está atravesando no le ayuda mucho. Liso se escapa de la observación todo el tiempo, buscando su lugar arriba de una moto (reciente regalo). Pero las cosas no le resultan fáciles. Intenta recuperar a un viejo amor. Es rechazado. Todo lo expulsa. No hay una sonrisa ni capacidad de disfrute en nada. Así una alegría se transforma en un dato más en su memoria. Un encuentro sexual cambia a un acto rutinario casi mecánico, desprovisto de toda libido y pasión. Liso habla con la mucama, comparte momentos con ella en el cuarto, se conocen, la simbiosis es casi espontánea. Esto contrasta con otros momentos con climas opresivos que subrayan la increíble actuación minimalista de Rodriguez, un actor que justamente en la economía de gestos compone el infierno mental que vive Liso sin siquiera parpadear. la_paz_4_ew La puesta en duda y juicio de los valores de la clase alta. La reivindicación de la facilidad para juzgar y apoyar al qué dirán son algunos de los puntos de “La Paz”, que además erige un discurso sobre la falta de emoción y vinculación entre los seres humanos, aun cuando se hace tan obvia la necesidad de los mismos. El padre se relaciona a través de las armas con Liso y le exige una pronta definición sobre su futuro inmediato “¿Qué querés hacer vos? Algo tenés que hacer”. Nunca se detiene a pensar sobre qué lo puede hacer seguir inspirando a su hijo y vivir en “paz”. Porque Loza trabaja en el filme con la idea de paz versus incomodidad, ese es el punto fuerte del filme. Todo el tiempo sus personajes están incómodos y se incomodan, y a su vez nos incomodan, promoviendo y exigiendo una resolución óptima para el estado mental de Liso. No había posibilidad de otro final. “La Paz” es aquel lugar en el mundo en el que volvemos a encontrar nuestro rumbo. Loza lo sabe. Liso también.
Perdidos El mayor mérito de "Nebraska"(USA, 2013) es el de poder construir un relato intenso y llevadero a partir de una pequeña anécdota. Un círculo virtuoso sobre la cual todo el tiempo el realizador (Alexander Payne, en un cuidado trabajo de guión) volverá para sumar intensidad y dramatismo a la historia. Hay un señor en plena decadencia física y mental(Bruce Dern) quien se ha creído una de las estafas más conocidas y populares que ha tenido diferentes versiones: acerquese a nuestras sucursales, usted ha ganado un millón de dólares contra presentación de este título. Nadie puede quitarle de la cabeza la idea que si llega a Nebraska para retirar el premio se convertirá en millonario. Ni su mujer (June Squibb), ni mucho menos su hijo (Will Forte), quien terminará llevandolo en su automovil para evitar que se siga escapando por las noches para cumplir con esta misión. El hijo sabe que el padre està mal, pero aún así se embarca en la travesía de seguir adelante por las rutas del país cuando éste le demuestra que no tiene ningún objetivo claro en la vida (su mujer lo abandonó y su trabajo -vendedor de electrodomésticos- no avanza). "Nebraska" habla de los vínculos, de la familia, de la amistad, pero no desde un lado positivo, sino desde la crudeza de la realidad. El "nunca conocemos a nadie en profundidad" como máxima. La puesta en escena, primero en la ruta (porque sí, la película es en parte road movie) y luego en abandonados hogares atiborrados de objetos inútiles, hacen que algunas escenas y diálogos (muchos parecen improvisados) sean memorables. No hace falta deducir que el premio obviamente no llega, pero así como Woody (Dern) lo creyó, habrá muchos incautos que también pensarán que podrán cobrarse o bien deudas del pasado (Ed Pegramm, interpretado por Stacey "Mike Hammer" Keach) o pedir ayuda económica. En medio de la confusión el cansancio de la mujer (que no puede ni con ella misma), el agotamiento del hijo, el crecimiento de un hermano (Bob Odenkirk, un "anchorman" de una pequeña emisora regional) y una de las historias familiares más potentes de los últimos tiempos (con una fotografía bellisima de Phedon Papamichael), pero también dolorosa. PUNTAJE: 8/10
Akiva Goldsman es la mente detrás de varios blockbusters como “El código Da Vinci” y la saga de “Actividad Paranormal”. En esas cintas y otras ha cumplido los roles de guionista y productor, pero este año decidió ir más allá y se lanzó a la dirección con “Un cuento de invierno”(USA, 2014), inclasificable y caótica historia de amor. A comienzos del siglo XX, un ladrón (Colin Farrell), se enamora de una joven enferma (Jessica Brown Findlay- Lady Sybil Branson en “Downton Abbey”). Ella es la hija de un multimillonario (William Hurt) a quien intentaba robar. El flechazo es instantáneo y a pesar que el padre en un principio se opondrá a la relación, con el tiempo se comprará el cariño no solo de él y de Beverly (Brown Findlay) sino el de toda la familia. Faltó decir que Peter (Farrell) tiene una historia bastante particular. Sus padres lo abandonaron de pequeño y fue adoptado por Pearly Soames (Russell Crowe), el jefe de la mafia de NY, con el que intentará romper su vínculo para poder dedicarse a su amor. Pero Pearly, oscuro malhechor, que busca la aprobación constante de Lucifer (Will Smith), obviamente, no lo dejará por lo que acosará a la pareja hasta las últimas consecuencias. Hasta ahí una parte de la trama. Porque un día Peter despierta sin memoria en el siglo XXI y decide recuperar su pasado. El recuerdo de una misteriosa dama de cabellos rojos lo persigue (Beverly era pelirroja) por lo que ayudado por Jenniffer Connelly, una periodista del diario The Sun, que curiosamente es propiedad de los herederos (familia Penn) de aquel multimillonario padre de Beverly, intentará dilucidar su vida. Las conexiones entre los personajes se justifican a partir del hecho que “lazos de luz que las personas mantienen entre sí” los unen. Dato maniqueo y caprichoso, más cuando este punto es tan sólo uno de las disparatadas ideas que se presentan a lo largo del filme. Beverly, en su enfermedad (con altas temperaturas) veía los haces de luz todo el tiempo. Peter intenta que se le aparezcan. Pero no los ve. Y ahí es cuando misteriosamente comienza a recordar ayudado de algunas reliquias escondidas en la estación central de Nueva York su historia. Todo agarrado con pinzas y con un esfuerzo por parte del espectador para armar el rompecabezas inmenso. En “Un cuento…” hay muchos problemas de narración (no de puesta en escena, que es bella e impactante). Quizás el principal obstáculo de Goldsman fue tratar de abarcar casi literalmente la exitosa novela de Mark Helprin, sin pensar que hay veces que es mejor dejar fuera algunas cuestiones y darle un mayor sentido y entidad al producto final. La utilización del realismo mágico como constructor de un verosímil que nunca aparece, el recurso de los viajes en el tiempo, la incorporación de caballos alados (que se escapó de la presentación de TRISTAR PICTURES), estrellas guías, la hiperbolización de los extremos bondad/maldad, diálogos pseudo filosóficos, solemnes, viejos (“somos máquinas que necesitan un poco del universo para funcionar”), y otros excesos (todos los que se puedan imaginar), no alcanzan para a cerrar una historia que intenta adaptar algo inabarcable (un poco lo que le pasó a los hermanos Wachowski con “Cloud Atlas”). Más es menos dice una vieja máxima. Goldsman parece desconocerla. Y el caos impera en una película que bien podría haberse enfocado en algunas ideas del libro original para reflejar con honestidad la historia de amor de dos opuestos en medio de una espiral de violencia. Desaprovechados todos los actores. Un pastiche casi sin sentido.
¿Nuevas Generaciones exigen una puesta al día de clásicas románticos? ¿Es necesario que se adapte una vez más la historia de los dos enamorados por excelencia de William Shakespeare? Estas preguntas deben haber circulado en las cabezas de los productores detrás de “Romeo y Julieta” (USA, 2013) y tras obtener (o al menos pensar) una respuesta positiva, decidieron encargarle a Carlo Carlei (“Fluke”) la tarea de poner en pantalla la adaptación que Julian Fellowes (creador de la bellísima serie “Downton Abbey”) hizo de la tragedia. Filmada en escenarios naturales de Italia (que le otorgan cierto verosímil “arquitectónico”) y con una producción que por momentos parece ajustada (sólo en la escena inicial de un torneo de competencia se vislumbra cierta opulencia), en la elección de los largos travellings, como así también la estilización en algunas imágenes, se puede afirmar que se moderniza, parcialmente, el discurso. Digo parcialmente porque con una historia conocida y adaptada en varias oportunidades la apuesta debía haber sido más arriesgada. Nuevo siglo, nuevos mecanismos de producción, nuevos espectadores. Pero no. Una vez más asistimos a una casi literal adaptación en la que las familias Montesco y Capuleto se odian y matan en pantalla. Para los que aún permanecen ajenos al clásico de Shakespeare (¿existe alguien que no conozca esta historia?), hay dos familias que se odian y que aprovechan cualquier excusa para pelearse en las calles de Verona. Harto de los conflictos en su ciudad el príncipe (Stellan Skarsgård) decide tomar cartas en el asunto y prohíbe los enfrentamientos. Obviamente detrás del veto habrá choques cada vez más frecuentes. En el marco de esta ancestral disputa, el joven Romeo Montesco (Douglas Booth) ingresa de manera clandestina a un baile de máscaras en el castillo de lo Capuleto y se deslumbra con la belleza de Julieta (Hailee Steinfeld), de quien se enamora a primera vista. Y si bien los padres de la joven (Damian Lewis, Natascha McElhone) tienen otros planes para ella, decide seguir a su corazón cuando Romeo le declara su amor. Ambos saben de lo imposible y arriesgado de su historia, más cuando en un duelo en la calle, Teobaldo Capuleto (Ed Westwick) mata al primo de Romeo, Mercuzio (Christian Cooke) y luego Romeo decide vengarlo asesinando a Teobaldo. Al notificarse de esta situación, el Príncipe desterrará a Romeo. Julieta desespera y con la ayuda de Fray Lorenzo (Paul Giamatti) intentará recuperar su libertad tras hacerse pasar por muerta. En esta adaptación de “Romeo y Julieta” falta pasión, principalmente por la carencia de matices de Booth (a quien veremos próximamente en “Noé” de Aronofsky) y otros jóvenes actores provenientes de la televisión. En las escenas en las que Romeo y Julieta deben mirarse a los ojos y perderse en el otro, amarse eternamente falta conexión y química. Carlei y Fellowes demoran el primer beso, y cuando llega, nada sucede. Nuevas generaciones merecían una mejor adaptación, y si bien en su momento la versión de Baz Luhrman fue vapuleada (pero era enérgica y dinámica), como así también la de Franco Zeffirelli (sensible y medida), en esta oportunidad ambas son referentes de todo lo que no posee la de Carlei. El correcto trabajo de Fellowes, que intentó recuperar la cadencia y belleza de los diálogos originales de Shakespeare, no alcanza. Todo su esfuerzo se licúa en las anodinas actuaciones de sus protagonistas en una historia de amor a la que le falta pasión, mucha pasión.
A partir de algunas premisas teatrales, situaciones que disparan la incomodidad en los actantes y los espectadores, el director Nicolás Savignone (“Hospital de día”) armó su primer largometraje de ficción “Los Desechables”(Argentina, 2012). La película, que tuvo un estreno limitado en Rosario en 2012, posee una estructura episódica de cuatro actos en total en los que la iteración y vacuidad van conformando el espacio para que los personajes armen una red de sentido que desconcierta y condiciona. Lo más interesante del filme es cómo se presentan situaciones simples apoyándose en el conocimiento teatral del director y el equipo actoral. En “Los Desechables” hay tres compañeros de trabajo que se creen confidentes el uno con el otro, pero que vivirán situaciones en su intimidad bastante complejas para contárselas a los demás. Así uno se relacionará con su expareja de manera imprevista e inadecuada, otro será el objeto de vergüenza frente al snobismo de los amigos de su mujer y el último tendrá que hacerse cargo de una situación “embarazosa” con una menor de edad. Además el trío protagónico compartirá uno de los episodios (el final) en los que deberán analizarse y juzgarse por pedido expreso del jefe de todos. Salvo en esta oportunidad, en el resto de las situaciones, las acciones se desarrollarán en espacios cerrados con la cama como vector y las pulsiones en stand by. Los hombres que protagonizan la cinta son “desechables” porque la fortaleza radica en la construcción de los personajes femeninos, cada uno con características particulares y diferentes, que pondrá en vilo y en situaciones complicadas a los tres hombres. La confusión del capítulo inicial, con una mujer invadiendo la vida de su ex (Fantasma), deja el espacio para un segundo episodio (casa de huésped) en el que dos mujeres interpelan a un hombre para conseguir algo. Ya en el tercer acto (elenco inestable) otra mujer tratará a toda costa de “esconder” a su novio frente a la llegada de unos “amigos”, mientras que en el cuarto (el purgatorio) las historias planteadas anteriormente se entrelazan en un mismo espacio pero sin llegar a darle un cierre a toda la historia y a cada vivencia personal. Esta última historia bien podría haber estado en primer lugar, como así también el resto es intercambiable, porque ya no interesa la digresión entre las mismas, sino la conectividad que se dispara desde situaciones bien planteadas y pensadas aunque registradas con cierta sencillez (planos fijos, primeros planos, planos conjuntos) que le restan potencia y ubica al filme en una puesta teatral más que cinematográfica. Las actuaciones del equipo de actores (que también participó de la escritura del guión) es correcta, destacándose Maida Andrenacci y Francisco Benvenuti, en el episodio que protagonizan y que marca el punto más alto en una película breve, narrada con honestidad y que surge de un trabajo en equipo que puso mucha pasión para terminarla.
Todo por un diente Un acierto de esta nueva adaptación de la clásica historia del ratón Perez es su intento por mantener viva la cultura de su país de origen. En "Rodencia y el diente de la princesa"(Perú/Argentina, 2012) están presentes los valores y riqueza de la cultura inca desde los escenarios hasta las palabras que se utilizan para hacer trucos de magia. Edam es un aprendiz de mago, sin confianza en sí mismo, que de un día para otro se verá en una aventura mucho más grande de lo que se pueda imaginar cuando acompañará a dos candidatos a casarse con la princesa de Rodencia en la búsqueda del diente de una princesa humana para salvar a su pueblo de la malvada amenaza de Rotex (una rata oscura que dirige hordas de malvados). En esa búsqueda estará también Brie, una ratoncita que odia el pueblo y vive en en medio de la selva y en vez de magia utiliza su fuerza y piedras para salvarse y salvar a Edam de las amenazas naturales del lugar. Las ratas de Rotex avanzan hacia la fortaleza de Rodencia, pero la resistencia que conformará el Rey hasta que Edam vuelva con el diente humano que salvará su pueblo, permiten un tiempo de descanso al ejército. Las diferencias de clases, las diferencias entre especies (Ratas Vs. Ratones), la crítica hacia la conquista de las culturas distintas y el respeto hacia la ecología, son algunas de las temáticas que el realizador David Bisbano refleja en su película. Mención especial para la estereotipación de dos ratones con nacionalidad "argentina", que son mostrados como vagos y especulativos, curiosamente este dato debe haber sido pasado por alto cuando se decidió el apoyo por parte de la producción nacional. Un imaginario de la migración hiperbolizado y discriminatorio. "No tengo todas las respuestas, soy mago, no político" dice Azul, el viejo mago que ha enseñado sus trucos a Edam, dejando entrever una vez más una crítica hacia la sociedad en general. Escenarios atrapantes, personajes bien definidos, animación humilde pero realista, colocan a esta producción (que viene de ganar el premio a mejor filme infantil en el último BAFICI) en un lugar de privilegio dentro del panorama de animación latinoamericana. Es una lástima que su estreno comercial en Argentina coincida con la permanencia en pantalla de grandes blockbusters que están arrasando con la taquilla entre el público pequeño. PUNTAJE: 6/10