El hombre o la máquina Era de esperar que la puesta al día del clásico ROBOCOP (USA, 2014) se concentrara más en la ontología o filosofía de las máquinas y su relación con el entorno que en la acción. Hace años el imaginario sobre los robots exigía innovación "visual" más que análisis sobre las relaciones entre máquinas y hombres. El realizador brasilero Jose Padilha (Tropa de Elite) fue el encargado de adaptar la película de Verhoeven y dotarla de un verosímil científico que convence y mantiene en vilo durante las casi dos horas de duración y que gracias a las actuaciones de Michael Keaton (Raymond Sellars) y Gary Oldman (Dr. Hubert Dreyfuss), más Samuel Jackson (Pat Novak, un cínico y vendido presentador de televisión ) y Abby Cornish (la mujer del "robocop"), han virado las peleas por un duelo crítico sobre la humanidad muy interesante. Alex Murphy (Joel Kinnamann) es el policía bueno que ayuda y acompaña y que envuelto en un caso de corrupción en el que participan miembros de su cuartel es expuesto a una bomba y casi pierde su vida. Omnicorp, empresa de Sellars (Keaton) estaba en busca de un ejemplo de honestidad y bondad en las fuerzas que estando al borde de la muerte pueda ser transformado en un ser mitad policía mitad robot, para de esta manera poder vetar una ley antirobots (su empresa se dedica a eso) que le permita introducir sus máquinas asesinas(ED-209, EM-208) irrestictamente en el país. La mujer de Murphy (Cornish), acepta con muchas dudas que su marido sea conejillo de indias, pero antes que perderlo, mejor robot. Vale aclarar que en "Robocop" no hay malos "MALOS" ni tampoco buenos "BUENOS" (excepto Murphy, claro está), sólo hay seres humanos intentando sobrevivir y quedarse con lo que más les interesa. Murphy se transforma en el "objeto" del momento, pero su concienca (definida por Dreyfuss como "el proceso de la información") comienza a interferir con los intereses de Omnicorp, por lo que es retirada de su cerebro, convirtiendolo en un zombie de metal y carne. "Ahora es una máquina que cree que es un hombre" se regodean en la empresa, sin saber que algún día ese robot volverá a sentir y luchar por poder ser el padre de familia que era antes. Cosmología sobre la geopolítica, reflexión acerca de la corruptibilidad de los seres humanos, y el rescate de valores sobre la familia, la pareja y la vocación, destacan en una película que, si bien tiene pocas escenas de acción, potencia su costado reflexivo acerca de las relaciones entre los hombres y las máquinas (pronto en "Her" de Jonze hablaremos de este ítem) para dar una respuesta tibia y que da miedo. PUNTAJE: 7/10
En su regreso al cine Stephen Frears vuelve con una historia basada en hechos reales gracias al impulso que el actor Steve Coogan le dio al escribir el guión de "Philomena"(UK, 2013). Con "The Lost Child of Philomena Lee" como punto de partida Frears convenció a Judi Dench de interpretar a esta madre que luego de vivir atormentada por su pasado decide salir a la búsqueda de un hijo que tuvo en su juventud. Philomena vive encerrada en su casa, y en sus pensamientos recuerda la imagen de aquel niño que le quitaron para darlo en adopción y así ofrecerle una "vida mejor" en palabras de las monjas que la hospedaron en su convento durante su embarazo. Un día decide contarle la historia a su hija y esta contacta al periodista interpretado por Coogan (quien está saliendo de una crisis personal y profesional) para que pueda darle trascendencia y visibilidad al caso y así al menos conocer dónde está el hijo perdido de su madre. Pero Philomena es testaruda, y así como durante 50 años se mantuvo en silencio, duda de darle publicidad a su búsqueda, una búsqueda que comienza a obstaculizarse por el propio peso y paso de los tiempos. La iglesia y la fe cuestionada por el periodista pero avalada por la mujer, que sigue creyendo que más allá de las torturas a las que fue sometida durante su estadía en Roscrea (el convento) la decisión de dar en adopción a su hijo fue correcta. El caso de Philomena es tan sólo uno de los muchos niños que fueron arrancados de los brazos de sus madres y llevados a otros lugares del mundo para que crezcan con sus familias postizas. La objetividad y frialdad del periodista se contrasta con la cercanía y calidez con la que Philomena se relaciona con todo el mundo. De a poco entre ambos se establecerá un vínculo que los irá acercando a la verdad, más allá que justamente ese acercarse al objetivo haga que se vayan separando o al menos que contrasten sus diferencias sobre la manera correcta de hacer o decir. Philomena sueña en fílmico y recuerda a su pequeño hijo en imágenes coloridas que le dan la seguridad necesaria para poder develar la verdad. A pesar del miedo avanza y oculta sus sentimientos. Si bien Frears por momentos opaca la fuerza de la historia con la incorporación de un discurso pseudo positivista (en el sentido de ser "positivo" ante todo), las ideas sobre la ontología de la vida, qué es pecado y el valor de la iglesia como institución son puestos en juego. El periodista le dice a Philomena "No creo en algo porque dicen que deba hacerlo" y ella sabe que hay algo de verdad en esa máxima, pero piensa y siente que antes que nada el respeto debe ser cosntruido más allá del resentimiento. Qué somos, quiénes pueden hablar de nosotros, quiénes realmente nos conocen, algunas preguntas que Frears va desplegando y respondiendo apoyándose en la mirada de una madre que a pesar del dolor y de qué encuentra del otro lado del mundo decide seguir apostando a la vida. Imágenes bellas acompañados por una música que motiva, planos lejanos y la intimidad de las habitaciones en las que se descansa y se piensan los siguientes pasos, son las que acompañan la búsqueda de Philomena y que otorgan la verosimilitud necesaria en este tipo de historia. Para aplaudir de pie a Judi Dench. PUNTAJE: 7/10
¿Qué es lo que hace que uno siga mirando el derrotero de un hombre libre que de un día para el otro pierde su identidad?¿Qué es lo que hace que Steve McQueen logre una de las películas más contundentes sobre un período trágico de la historia norteamericana? Para saberlo hay que ir a las salas a encontrarse con "12 años de esclavitud"(USA, 2012), fuerte candidata a arrasar con los Oscar de este año y con todos los "condimentos" necesarios para poder entretener a todos por igual. La búsqueda del pasado de Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor) es el vector de la película, ya que todo se dispara cuando esta persona despierta en un calabozo alejado de su mundo. Allí su suerte de otros tiempos, como distinguido caballero, miembro de la sociedad y señor de familia, termina, y su derrotero entre malvados dueños (Paul Giamatti, Bennedict Cumberbatch, Michael Fassbender) y el exceso de una exhibición carnicera a la que es expuesto durante 12 años lo cambia para siempre. Como toda historia de esclavitud hay planes frustrados para escapar, hay un regodeo con la humillación, pero en esta oportunidad el punto de inflexión es otro. Nosotros sabemos que Solomon es una persona culta y honesta, alguien a quien lamentablemente sus saberes no hacen más que atormentarlo sobremanera y a quien le aconsejan esconder todos estos atributos. "Usted es un negro extraordinario, pero no le servirá de nada" le dice Brad Pitt en una pequeña participación a Solomon (Pitt produce la película tambièn) haciendo referencia a sus conocimientos. Y el sabe que justamente es su perdición. Porque más allá que sea cuestionable un pensamiento como el que voy a exponer a continuación, es la justificación que McQueen hace de la descarnada situación personal del esclavo, el problema de Solomon no es sólo ser negro, sino que, principalmente, es ser una persona culta con conciencia social. A los otros esclavos, ignorantes, incultos, les va mejor que a él. Porque por ejemplo ante castigos a otros cuerpos miran hacia otro lado. Solomon no hace eso, cuando Patsey (Lupita Nyonng'o) es duramente es castigada (aún siendo la preferida del amo interpretado por Fassbender -Edwin-) sale a poner la cara por ella (más allá que el resultado no era el que buscaba). El dolor de los demás es suyo también. La maestría en la dirección y la belleza de muchas de las imágenes que contextualizan la historia, así como también una musica incidental sórdida pero efectiva, hacen que "12..." sea un producto por encima de la media en este tipo de historias. Para ir al cine sabiendo que la crudeza de las imágenes no dan respiro, pero que erigen una historia necesaria para seguir repasando períodos oscuros de la humanidad. PUNTAJE: 8.5/10
Hay algunas películas que se escapan a cualquier tipo de análisis subjetivo, “El Almanaque” (Uruguay, 2012) es una de ellas. Es que cualquier tipo de introducción de herramientas para trabajar sobre ella se diluyen con la honesta puesta en situación de los hechos que el realizador José Pedro Charlo Filipovich (“Héctor el tejedor” y “El Círculo”) hace en la pantalla. El calendario al que hace referencia el título de este documental (que viene precedido por presentaciones y premios en varios festivales internacionales) es en realidad un particular sistema de “memoria” que Jorge Tiscornia creó en 1972 durante su estadía en el Penal de Libertad, la mayor cárcel política de Uruguay durante los años setenta del siglo pasado. Con anotaciones y palabras claves sus almanaques han sido considerados como una prueba esencial para reconstruir una de las etapas más negras del país vecino. Jorge, diariamente, registraba en pequeños papeles todo lo que acontecía en el Penal y que él creía relevante (sin saber, claro está, la importancia de estas anotaciones). Cada pequeño papel los escondía en un par de zuecos que el mismo construía y que permitieron que esas verdades y detalles se puedan escapar a cualquier control policial/militar. 4.646 días o más de doce años descriptos de manera breve por Tiscornia. La película relata de adelante para atrás la vida de este preso político, en su actualidad y en el penal. La cámara de Charlo Filipovich lo acompaña y lo entrevista para poder descrubir qué hay detrás de cada palabra y marca realizada. Porque justamente el principal inconveniente y virtud de esos almanaques es que no pueden ser leídos por cualquiera, solo Tiscornia tiene la clave para leerlos. En el volver al lugar en donde estuvo preso luego de 20 años, en el relato en primera persona mientras las imágenes del Penal pasan por la pantalla, en la inocencia de algunas declaraciones de Tiscornia “yo sabía que no tenía buena memoria, por eso tenía que anotar todo”, es en donde “El almanaque” va construyendo su verosímil y la innegable necesidad de su discurso. Sumado a las anécdotas que se suceden, porque además de crear este sistema de registro minucioso, Tiscornia es un gran personaje para entrevistar, con ganas de narrar historias a partir de disparadores que le proponen Filipovich o los otros personajes entrevistados (también exreclusos del Penal De Libertad). “Mi mamá antes de morir me contó que ella anotaba todo, y me mostró pequeños registros de gastos” de ahí cree Tiscornia que proviene su particular manera de sobrevivir (con los almanaques) a la detención ilegítima de su persona. Los trazos gráficos acompañan por momentos las palabras de los “actores”, reforzando la idea de escritura, tan necesaria para poder en la actualidad repasar la historia, una historia repleta de ideología castrense que trabajó sobre su mente con ideas de disciplina y control hasta el último de los días dentro del penal. Pero es gracias a la inteligencia superior, que seguramente se origina en las ganas de resistirse a todo, a que genialidades como este registro en almanaques emanan de seres combativos. Hoy en día Tiscornia registra diariamente en fotos el ocaso en Montevideo. La necesidad de detener el tiempo continúa latente. Y de eso nos habla Charlo Filipovich, de la resistencia ante la opresión, en una película necesaria, urgente, que si bien puede tener algunas falencias, no opacan la magnitud de lo que muestra.
El mundo de LEGO, como el de los Rasti, Mecano y hasta Playmobil (que son de otro tipo), u otro sistema de encastre, siempre ha permitido que los niños activen su costado más lúdico para construir mundos soñados y deseados para así atravesar las aventuras más increíbles, obviamente, alejados de los más grandes. Con ese punto de partida es que “La aventura LEGO”(USA, 2013) captura la esencia de mundos imaginarios creados por los que alguna vez jugamos con estos pequeños mecanismos de encastre daneses, y los pone en la pantalla con la avanzada del 3D y el aval en la dirección de los talentosos Phil Lord y Chris Miller (“Lluvia de Hamburguesas”). Hay un mundo, autoritario, en el que el malo absoluto de la película (Negocios –Will Ferrel en el original) erige un sistema de control con una sinergia de artefactos (y con límites al mejor estilo muro de Berlín). Desde que un LEGO se levanta hasta que se duerme TODO, absolutamente TODO está digitado. Pero hay una leyenda que dice que si se encuentra la “pieza” de la resistencia, una ancestral reliquia poderosa, ese mundo disciplinado puede cambiar. Y ahí entrará en la historia Emmet (Chris Pratt en la V.O), un constructor a quien el sistema ha vaciado de ideas y que por casualidad terminará siendo “El Elegido”, el héroe de esta película, en donde el juego y la posibilidad de cambio es lo que impera y se necesita. Estilo Libre (Elizabeth Banks), una maestra constructora, deslumbrará con su belleza e inteligencia a Emmet desde la clandestinidad y lo impulsará a que tome un cambio en su vida para que pueda así tener sus propias ideas (basta de seguir las instrucciones de los manuales). Claro está que el malvado Negocios no permitirá que de manera fácil le quiten el poder y su imperio, por lo que sacará a relucir una vieja arma letal: EL PEGAMENTO. Es decir, la posibilidad de más unificación y estaticidad. A esta altura ya se dieron cuenta que lo dinámico atenta al orden. Emmet y Estilo Libre lucharán por encontrar el momento de detener al malvado Negocios aliándose con un sinfín de personajes de la cultura popular (Batman, Superman, Linterna Verde, miembros de la saga Star Wars, etc.) que irán aportando ideas para poder superar los obstáculos que les irán apareciendo por el camino. Las ideas son lo que ayudarán a salir de la dictadura. Las hordas oprimidas necesitan de ideas. Toda una declaración de principios. Y Emmet no tiene muchas, pero intenta al menos rebuscar en su cerebro (una de las mejores secuencias es justamente el viaje a la mente de Emmet) alguna posibilidad creativa que los aleje de la oscuridad y la opresión a la que están siendo sometidos sin siquiera saberlo. El slapstick y la ironía estallan en la pantalla y hacen que el discurso se dinamice constantemente (Lord y Miller ya demostraron con maestría este tipo de narración en “Lluvia…”) con claras referencias a lo popular y al séptimo arte. El debut en la pantalla grande de LEGO es positivo y genera las ganas de salir del cine para volver a jugar con los ladrillitos, construir algo y bailar al ritmo del pegadizo hit lavacerebros del malvado Negocios “TODO ES INCREIBLE”.
Una vieja casona alejada de todo y todos es el marco ideal para que una familia, tras la misteriosa desaparición del padre, exponga sus diferencias y miserias sin importar las consecuencias. Casi una “intervención” en la pantalla grande, eso es “Agosto” (USA, 2013), adaptación que John Wells realizó de la aclamada obra ganadora del Pulitzer de Tracy Letts, si se tendría que resumir en pocas palabras. Wells tiene mucha experiencia en la TV (The West Wing, ER, etc), pero poca en cine (“The Company Men”), razón por la cual en “Agosto” no se encuentra una grandilocuencia o maestría en las imágenes o puesta de cámara, pero si un reemplazo de esto con las increíbles actuaciones de cada uno de los participantes de la película. En “Agosto” hay un duelo actoral entre Meryl Streep y Julia Roberts que opaca cualquier otra actuación secundaria, y eso que tiene a varios/as de los grandes del séptimo arte de todos los tiempos como Ewan McGregor, Chris Cooper, Abigail Breslin, Benedict Cumberbatch,Juliette Lewis y Margo Martindale (entre otros). Al lado de Streep, quien en esta oportunidad se pone en la piel de Violet, una adicta a las pastillas empedernida, aún más luego que un cáncer de garganta -no por casualidad- le sea detectado, y Roberts (Barbara, su hija) nada pueden hacer. Es que ya desde su origen la obra teatral estaba pensada para el lucimiento de esos dos personajes, y la cinta hace lo mismo. El calor de agosto en Pawhuska, Oklahoma, condado de Osage, favorece la determinación de Barbara de poder repasar su historia, para pararse en el presente y ver qué quiere hacer de ahora en más con su matrimonio (en crisis) y con su familia. Y en medio de ese viaje casi iniciático y de análisis se enfrenta a Violet, su madre, alguien a quien nadie puede decirle qué hacer o cómo hacerlo y al que todos los integrantes de la familia le ocultan cosas (aunque ella sospeche todo). Es que si bien su padre (Sam Shepard) hasta el momento logró mantener a Violet en su lugar, (apoyándose también con la ayuda de una empleada) con su desaparición todo es más complicado. Porque Violet es difícil, y en cada escena en la que aparece, Wells, y también Letts (que autoadapta su obra) dejan en claro que detrás de esa mujer, a la que el paso del tiempo y los tratamientos han desmejorado, sigue existiendo una fuerte ambición por mantener el poder y las decisiones sobre todo. El padre que sigue sin aparecer y las reuniones familiares con cada vez más integrantes sentados a la mesa (y con más secretos ocultos). Cada uno que se suma se esconde para no ser atacado por la verborragia resentida de Violet, porque saben que el veneno que destila es hiriente, hasta para los más jóvenes. Hay una intención de desenfocar el conflicto entre Violet y Barbara, agregando a la película escenas fuera de la vivienda entre los secundarios, pero uno más allá de seguir con atención esas digresiones, espera con ansiedad cada nuevo encuentro entre la madre y la hija mayor. En un momento Barbara avanza subida a la vieja cuatro por cuatro familiar en búsqueda de respuestas por el camino polvoriento (reflejado con largos planos y tomas fuera de la cabina de la misma). Sabe que el camino no le devolverá más que certezas acerca de su enfermiza relación familiar, pero se abandona al mismo, porque sabe que nunca nadie podrá cambiar a su madre. Tenso y punzante análisis sobre la familia y los vínculos, que en las mismas palabras de Letts, pueden llegar a hacer más daño que las acciones de alguien desconocido. Para asombrarse una vez más con Streep y Roberts.
René Magritte es recordado por su célebre serie de cuadros “La traición de las imágenes”, en la que destaca “Ceci n'est pas une pipe”(Esto no es una pipa) como la obra que puso en juego los límites de interpretación del espectador y sus significantes. Con esa idea de utilizar al público como cómplice y coautor, el realizador iraní Jafar Panahi, que se encuentra en su país privado de la posibilidad de dirigir nuevamente, aun cuando sus filmes (“El Globo Blanco”, “El espejo”, “El círculo”, entre otras) han sido premiados en los festivales más importantes del mundo, es que imaginó y plasmó “Esto no es una película” (Irán, 2011). Junto con Mojtaba Mirtahmasb logra llevar en imágenes la idea de su último guión de una manera particular, que no voy a desarrollar aquí para que puedan acercarse de natural e ingenuamente a ella. La cámara lo sigue durante su rutina diaria, dentro de su departamento, atendiendo llamados (algunos de ellos con mucha ansiedad, ya que contienen información sobre su situación legal), comiendo, alimentando a su iguana, y de a poco vamos conociendo su intimidad y sus ganas de sacar de su mente todas las ideas. La inmensa necesidad de filmar y de hablar de cine están presentes todo el tiempo, y la imposibilidad de hacerlo lo expulsan a que cualquier disparador dentro de su clandestina realización lo lleven hacia el séptimo arte y a repasar su carrera. “Los cineastas iraníes no hacen películas” le dice el camarógrafo siempre que él intenta darle una orden para ubicar la cámara en un plano que le sirva a su propósito, y él se contiene, pero le duele y trata de retomar alguna actividad hogareña para olvidarse. Sigue concentrado. Nada lo saca de su foco. La misma dificultad que erige esta película, la que lo devuelve a las pantallas le presenta más obstáculos, porque pese a haber creado un clima ideal para volver al mundo del cine, las trabas que se le van presentando lo obligan a buscar alternativas, no ya desde lo visual (donde se sigue con planos casi fijo su día), sino desde lo conceptual. Más allá de las anécdotas de lo que le pasa a Panahi dentro de su departamento, hay una nueva posibilidad de exposición de su situación, que recientemente en el 28 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata también fue denunciada.Siglo XXI y aún métodos del pasado para coartar la expresión. En “Esto no es una película”, una vez más el cine dentro del cine y la posibilidad de una cámara que registra en imágenes una situación particular, y que gracias a las nuevas tecnologías termina viajando en pendrive de Irán a París y haciéndose pública. Planos fijos de un realizador que necesita expresarse y que la prohibición de hacerlo impulsan alternativas que impactan de una manera no convencional en nuestras retinas. Relato digno y honesto desde el cine y para el cine.
Néstor Montalbano ha logrado forjar una carrera en la realización cinematográfica apoyándose en la utilización de figuras televisivas populares para narrar historias poco convencionales (por lo absurdas) aunque de manera básica y tradicional. Y si en su último largometraje (“Pájaros volando”) construía una épica historia de acercamiento a seres del más allá (con cosmogonía incluida) en su nueva propuesta “Por un puñado de pelos” (Argentina, 2012) se acerca a la imaginería popular que encuentra en las falsas deidades y la religiosidad instantánea su cohesión e impulso de existencia. Hay un looser bien estereotipado (Nicolás Vázquez), calvo, que intenta mostrarse de una manera que difiere con la realidad, y que en su soledad se autoafirma algo que no es y que nadie se anima a decirle: SOS UN PERDEDOR. Por casualidad, o mejor dicho, por interés, decide acompañar al portero de su edificio (Daniel Ferreyra) a viajar a San Luis a festejar los 100 años de su abuela, y todo para cambiar algo que le molesta de sí mismo. Es que en esa decisión de ser el “chofer” radica en que una vieja leyenda que le contó su “nuevo amigo” dice que si se moja la cabeza con el agua de una olla en la que el “Chapi” (un conquistador español enamorado de una indígena, de larga cabellera) desapareció, su problema capilar desaparecerá milagrosamente. Porque de eso se va a ocupar Montalbano en “Por un puñado…” de milagros que cambian la vida y la percepción sobre las mismas, y para hacerlo utilizará recursos como la animación 2D (para narrar la leyenda del Chapi) y el claro homenaje a westerns de los años setenta. La película tratará de encontrar su rumbo principalmente basándose en la dinámica que se generará entre la visita de Tuti (Vazquez) y los familiares de Héctor (Rubén Rada, Norma Argentina, Ivo Cutzarida, etc.). Civilización VS Barbarie. Humildad VS la opulencia. Pueblo VS Ciudad. Y así y todo, entre ambos bandos se armará una sinergia que posibilitará la construcción de un futuro fecundo negocio en el que hasta un Luis Miguel (el doble, para ser más exacto) querrá probar. El slapstick puesto en el cuerpo de Vázquez (se carga la película al hombro) y el extrañamiento como verosímil de construcción de sentido van erigiendo un discurso narrativo errático que pierde su potencia inicial rápidamente pero que intenta en esto de “vender el pueblo” o mostrar cómo afecta la alteración del orden establecido en los lugareños la visita de Tuti, hablar de una búsqueda personal. Atentos a la participación del pibe Valderrama.
Seguramente no quedará en la historia del cine como un exponente del género pugilístico, pero sí como una comedia entretenida que logró fusionar a dos clásicos de filmes de boxeo como “Toro Salvaje” y “Rocky” y a sus protagonistas, Silvester Stallone y Robert De Niro (éste último cada vez más orientado hacia el cine cómico). El realizador Peter Segal (“Super Agente 86”, “Golpe Bajo”) trae en “Ajuste de Cuentas”(USA, 2013) a estos monstruos de la pantalla grande en plan boxeadores retirados, que se odian entre sí y que deciden darse una revancha ya entrados en años (muchos). Henry “Razor” Sharp (Stallone) y Billy “The Kid” McDonnen son convocados por Dante Slate Jr. (Kevin Hart) para un último encuentro en el que podrán sacarse las ganas de destruir al otro delante de miles de espectadores. Luego de muchas idas y venidas, los gerontes peleadores, deciden aceptar el match y se dejan utilizar (de las miles de maneras que se los pueden utilizar comercialmente en una sinergia sin igual) como centro de atención para poder de esta manera sumar adeptos a la contienda y ganar más dinero. El por qué de la eterna rivalidad entre ambos será revelado al promediar la película, una mujer (Kim Basinger), por la cual hasta uno de ellos decidió alejarse para siempre (nunca digas nunca) del mundo del box. Pero esto será sólo una excusa para presentar otras problemáticas (no ya la de la infidelidad) como la paternidad y el orgullo por aquello que se perdió, que impulsan al filme hacia un lugar más dramático. La propuesta de la pelea los encuentra en diferentes lugares. 30 años después del último match cada uno de ellos posee un estilo y un status de vida bien diferente y contrastante. Razor es un austero empleado de una empresa metalúrgica con apenas el dinero para llegar a fin de mes (y con deudas, muchas, por cancelar). The Kid es opulento, con una dinámica de vida que incluye mucho alcohol y mujeres. Así, entre ambos, las mismas diferencias que los separan serán las que irán fortaleciendo cada una de las decisiones que deberán tomar para poder encarar la pelea de la mejor manera. La película posee un adicional, que es la utilización de viejas imágenes de archivo para desnudar la comercialización de la contienda con escenas que desmantelan el negocio detrás de este “deporte” (avisos, exageración de los mensajes en las publicidades, etc.). La exposición mediática, la viralización de los escándalos, el consumo de televisión basura, son algunos de los tópicos trabajados con humor en una película con dos actuaciones contundentes (más la de De Niro que la de Stallone) pero que no bastan para suplir algunas lagunas en el guión y una dirección y puesta en escena básica (esperamos toda la película el match final entre Razor y Kid y Segal lo muestra con una simpleza que hasta genera aburrimiento). El otro tema vector de todo el film es la vejez, trabajada desde la “actividad” versus la “pasividad”. Los dos boxeadores, cada uno en lo suyo, son mostrados como seres mayores pero vitales, mientras que, por ejemplo, el personaje del entrenador de Razor llamado Louis Conlon (Alan Arkin), es una persona muy grande, que no oye ni puede caminar y con el único fin en su vida de ver “Dancing with the stars” (“Soy una persona mayor, tengo que ver Bailando con las estrellas”, grita). Bromas sobre los cuerpos de los boxeadores (“cuando saltas parece que tuvieras senos de Baywatch”, le dicen a “Kid” De Niro), o un examen pre pelea que incluye un “tacto” particular a Stallone para saber el estado de su próstata), reflexiones sobre la fama, y principalmente la búsqueda de la identidad a través del esfuerzo, permiten que por algunos momentos “Ajuste de Cuentas” vuele en un intento de construir un discurso más allá de la obviedad pero no le alcanza. Stallone correcto y De Niro impagable.
Hay algo interesante en “El sueño de Walt”(USA, 2012) que trasciende la horrible traducción que hicieron del título original “Saving Mr. Banks” (tampoco era muy apropiado) y es la épica por reflejar una puja comercial, enmarcarla dentro de un contexto histórico y devolver algo que termina siendo un homenaje al séptimo arte. Ya no importa si en la puja participan el legendario Walt Disney (Tom Hanks), del cual no hace falta aclarar nada, y Pamela Travers(Emma Thompson), la escritora que creó Mary Poppins, porque John Lee Hancock (gracias al guión de Kelly Marcel) hablará del proceso de creación de un filme, que como en este caso, fue arduo y complicado. ¿Por qué acepta Travers dejarse seducir por Disney para legar su libro?, ¿Qué esconde la escritora de su pasado?, estas son algunas preguntas que se disparan al iniciar la película, cinta que deambulará entre el presente urgente y el pasado que agobia. Porque “El sueño…” permite conocer en profundidad los miedos y pesadillas de Travers, una mujer que escindida entre lo que realmente desea y lo que muestra de su personalidad. Más allá de desnudar el proceso creativo, con mecanismos de producción a la vista, y que el director haga hincapié en cómo la escritora complicará la adaptación con cada decisión que el equipo creativo (Jason Schwartzman, Bradley Whitford) que Disney puso a su disposición (por ejemplo rechazar el color rojo para la adaptación), el filme enfocará en el pasado de Travers para intentar afirmar el porqué es hoy en día una mujer complicada, fría y distante (y que a través del personaje que creó intentará propagar su teoría sobre infundir orden para restaurar esperanza). Hancock decide contar con flashbacks (una reconstrucción de época interesante) la historia de la escritora durante su niñez, con imágenes y planos amplios, de una textura polvorienta y árida, que contrasta con la opulencia y colorido que le ofrece Disney al presente de la mujer. Y con ese ir y venir en el tiempo se consolidará una justificación sobre el comportamiento de Travers, principalmente en su exagerado distanciamiento y frialdad con los demás y el rechazo a cualquier pizca de alegría y desborde que pueda intentar el equipo con el que trabajará. Sabemos cual fue el resultado final del difícil proceso de adaptación del libro, punto a favor para el espectador, pero eso es tan sólo una información que se manejará y que irá perdiendo peso a medida que avance la historia, porque el interés no recaerá ya en “a ver si logran hacer la película de Mary Poppins”, sino en Travers y los vínculos que irá construyendo (la relación con su chofer –Paul Giamatti- en plan “Conduciendo a Miss Daisy”) y en la superación de traumas y recuerdos del pasado. El título original, ese que acá se decidió cambiar por algo que pasó en realidad y que fue el esfuerzo de Walt Disney (al que Hanks no se acerca, aunque lo intenta) por adaptar el clásico infantil (en un momento desesperado Disney le pregunta a Travers ¿Qué tengo que hacer para complacerte?, luego de haber respondido a todos sus caprichos), hace referencia al intento de la escritora por “rescatar” el recuerdo de su padre (interpretado con sobriedad por Colin Farrel), un ser que la marcó de por vida. Película de cine sobre el cine, de desnudar las dificultades para llevar a la pantalla las ideas de otros, con una actuación impecable de Thompson (gran olvidada en los Oscars 2014), “El sueño de Walt” es una propuesta interesante para conocer los pormenores de un clásico infantil y ver en detalle el pasado de una industria en la que se respetaba a todos más allá de las diferencias.