EL TIEMPO DE LOS AMANTES ¿Cuántas historias de amor han comenzado con un cruce de miradas en un tren? ¿Cuántas películas han reflejado este flechazo instantáneo en un medio de transporte? Una vez más este fenómeno llega a las pantallas desde Francia y es “El tiempo de los Amantes” (Francia, 2012) de Jeromme Bonnell (Le Chignon d'Olga), pero con un estilizado sentido de la inmediatez de los cuerpos y de la urgencia de la piel. Alix (Emmanuele Devos) es una joven actriz nómade no profesional que deambula de un lado para otro. Corre. Siempre. Pero nadie la espera. Durante toda la película intenta comunicarse con Antoine, su novio, el único que al menos debería notar su presencia, pero siempre da con el contestador automático. Se desespera. No tiene dinero. Sigue corriendo. Se sube a un tren. Allí encuentra un poco de quietud, de paz, de sosiego a su eterno movimiento (y el director se encarga muy bien de mostrar este constante andar con constantes Zooms hacia la mujer en las calles parisinas). Sin quererlo fija su atención en un misterioso caballero (Gabriel Byrne). Se miran. Se desean. Se celan. Pero al llegar a la estación terminal se pierden cada uno en su vida. Y vuelven a ser extraños. Pero lo inevitable del encuentro comienza a latir en la mujer. Bonnell relata su ansiedad con detalles del rostro de la actriz, quien con pequeños gestos (morderse el labio, pestañar rápidamente), nos habla de su urgencia de encontrarse con la otredad. Y hacia el encuentro del otro se apresura. ¿Qué es lo que hace que Alix se entregue a un amor furtivo sin ningún tipo de condicionamiento? ¿Por qué la ciudad alberga historias basadas en la disrupción de la rutina? ¿Se puede construir un romance que surge en la inmediatez de la necesidad corporal? “El tiempo de los amantes” va mostrando el universo de la mujer para que podamos hacernos una idea del porqué de su decisión (su trabajo, sus relaciones familiares, la ausencia del compromiso, etc.) y del animarse a ingresar a un velatorio para acercarse a su objeto de deseo y terminar con él en una habitación de hotel. El encuentro, con titubeos, torpe, es reflejado con una naturalidad que incomoda, pero que a Alix la hará sentirse segura, tan segura como para enfrentar a su familia y tomar decisiones que afectarán o no a su futuro. Retrato de la urgencia en las grandes urbes y de la incomunicación entre seres humanos “El tiempo de los amantes” bien podría haberse titulado “Animarse a estar con el otro” ó “Encontrando un lugar diferente en la rutina”, porque estos amantes en realidad no hacen otra cosa que amarse por un instante para que el recuerdo dure una eternidad y esconda la promesa de volverse a sentir. PUNTAJE: 7/10
Si uno no se concentra en que el punto de partida del largometraje es algo particular y no universal, y que se enfoca en una fecha de festejo particular de un país, “Dos Pavos en Apuros” (USA, 2013) de Jimmy Hayward (“Horton”) tiene un humor particular que la acerca más al público adulto que al infantil. Ya desde el vamos los tres protagonistas (en su versión original), Owen Wilson, Woody Harrelson y Amy Poehler, le otorgan su particularidad a las aves que les tocó interpretar desde las voces. La historia es sencilla, un pavo llamado Reggie (Wilson), el más despierto de toda la parvada, decide cuestionar el orden establecido de la granja en la que vive. Sabe que el dueño de la misma los está engordando para luego venderlos como el principal alimento del banquete del día de acción de gracias. Pese a que año a año le dice a cada uno el destino que tendrán, es excluido del grupo por sus ideas “excéntricas” y un día es “indultado” por el presidente de EE.UU, en otra de las tradiciones previas al festejo, perdonarle la vida a un pavo, y lo llevar a vivir con él a la casa blanca. Allí Reggie conocerá la TV, la pizza y la sociedad de consumo, una sociedad que en el zapping y el comer a toda hora, lo hará sentirse mucho mejor que en la granja. Pero una noche, en la que su telenovela latina preferida (que cuenta el emporio que un excluido logra armar, y que él espera poder imitar) está en lo mejor de la acción, es secuestrado por el pavo Jake (Harrelson), para acompañarlo en una riesgosa misión, viajar al pasado para eliminar a los pavos del menú de la cena del día de acción de gracias. Inmiscuyéndose en una máquina de viaje en el tiempo (S.T.E.V.E, curiosamente con la forma de huevo) llegan a 1621 y terminan encontrándose con una parvada, que a fuerza de intentos terminará por incluirlos como propios hasta el punto de que Jennie (Poehler) se convertirá en el amor de Reggie y por el cual renunciará (o no) a su vida en el “futuro”. Nuevamente la historia de pertenecer a algo (el año 2013 trajo varias historias con este disparador: “Monster University”, “Caminando con dinosaurios”, “TURBO”, etc.) como disparador de acción y tópico principal para contar una historia de amistad y trabajo en equipo. Lo interesante de la tradicional propuesta radica en que Hayward dota al trío protagónico de particularidades (el ojo que se vuelve “loco” ante alguna situación tensa, los músculos como protección frente a las inclemencias externas, la razón por encima de la mera suposición) que hacen más interesante un relato lineal y que en cuestiones de animación se plantea como simple. Valor, coraje y el “nunca rendirse por más obstáculos que se presenten en el camino” como moraleja, hacen de “Dos pavos en apuros” una película dinámica y que hará reír más a los grandes que a los pequeños.
Más allá que se le pueden criticar muchos puntos relacionados a la trama, un giro hacia el final y hasta lo poco arriesgado de su dirección, “Familia Peligrosa”(Francia, 2013) marca el regreso al cine de acción de Luc Besson. Este es un regreso esperado, ya que ha logrado varias películas memorables en el género como director y productor(“Nikita”, “Taxi”, “El profesional”, “Búsqueda implacable”, etc.). En esta oportunidad cuenta además con el aval en la producción de Martin Scorsese y el guión (realizado en conjunto) de Michael Caleo (“Los Sopranos”), para construir una ágil comedia en la que un padre de familia (Robert De Niro) debe ser reubicado en Francia por el FBI para mantener su identidad secreta. Giovanni (De Niro) delató a la mafia (a la que pertenecía) y es buscado MUERTO, no vivo, por el jefe del clan que anteriormente lo albergaba. Pero Giovanni no está solo, lo acompaña su mujer Maggie (Michelle Pfeiffer) y sus hijos Belle (Dianna Agron) y Warren (John D´Leo), cada uno con sus hábitos bien aprendidos y afianzados durante su paso por la cosa nostra y cada uno queriendo dejar de ser trasladado de ciudad y país en país para no ser asesinados. El agente Stanfield (Tommy Lee Jones) es el encargado de velar por la integridad de la familia y tratar que se mantengan alejados de los conflictos y problemas con los lugareños, pero esto es imposible. Belle se enamora de un docente (“el amor es lo único que me puede hacer escapar de mi vida”, afirma), Warren arma una red de tráfico de tabaco y extorsiona a todos sus compañeros, Giovanni quiere que el agua de la canilla salga cristalina y hasta Maggie es capaz de crear una explosión en un pequeño y tradicional mercado de pueblo al no poder conseguir su amada mantequilla de maní. Además, mientras intentan ganarse el afecto de sus vecinos, Giovanni comienza a escribir sus memorias, y se presenta ante los demás como un escritor norteamericano, y ahí tenemos otra película, una que habla del pasado y repasa con imágenes su relación con sus pares mafiosos. La familia Blake/Manzoni es un volcán a punto de explotar por el mínimo detalle y más cuando las diferencias culturales se intensifican. La comida (“acá le ponen a todo manteca”), la vestimenta, los hábitos, todo puede ser un detonante para que los descubran. Hay un trabajo sobre la dupla bondad/maldad que erige Besson que es más que interesante. Los buenos, en este caso los Blake, pese a haber tenido un pasado mafioso y continuar con algunos vicios de esa época, son presentados como honestos (de incuestionable moral) y cálidos, mientras que los malos, los que los persiguen, son caracterizados hasta el extremo (sobretodos negros y sombreros), exagerando sus enojos y la cantidad, por ejemplos, de armas con las que enfrentarán a la familia para liquidarla. Y al tratarse de una comedia, esto está muy bien. El acercamiento de Giovanni a la literatura posibilita la digresión de la acción y contemplar algunas máximas que dichas por el maestro de De Niro (cada día trabaja más y mejor) suenan con una entidad especial. “La escritura es intensa, es como verme en el espejo”. Guiños cinéfilos (“Buenos Muchachos” es proyectada con la asistencia de Giovanni a un debate) y la elección de actores que siempre están presente en este tipo de filmes como Vincent Pastore, Anthony Desio y Jimmy Palumbo (y hasta Pfeiffer tiene su pasado en el género con “Casada con la Mafia”) posicionan a “Familia Peligrosa”, más allá de algunas lagunas en la trama (qué hace Maggie con los agentes del FBI, por ejemplo), como una entretenida comedia.
Hay una solemnidad en “El Juego de Ender”(USA, 2012) que juega en contra todo el tiempo contra sí misma. Desde el vamos hay algunas cuestiones que rozan el plagio a filmes como “Harry Potter” (la saga entera), “Top Gun” o más recientemente “Battleship”, pero no es el interés ahora de contar cuántas secuencias se copiaron a otras películas. Quizás el trabajo del realizador y guionista Gavin Hood (“Wolwerine”, “Tsotsi”) estuvo más orientado a una puesta en escena que finalmente atrasa años, que en despertar el interés en una historia que sólo por la participación de Harrison Ford (Coronel Graff) y algunos intensos momentos de la actuación de Asa Butterfield (Ender Wiggin) la hacen interesante. Niños nativos en el mundo del 3.0 y los videojuegos de estrategia son enlistados por la “Flota Internacional” (una elite de pilotos mercenarios) para destruir a unos antiguos enemigos alienígenas. Hace unos años el reality “Boot Camp” tuvo una versión con niños, y esta película parece ser la versión cinematográfica de esa experiencia pero en el espacio. El Coronel Graff apuesta a que Ender sea el líder del grupo y extermine en una misión secreta a la amenaza. Pero Ender (el hijo menor de una familia de clase media), si bien ansía con todo su ser pertenecer, tiene algunos problemas consigo mismo que aún debe solucionar antes de encarar una travesía, que más allá de alguna escena de vuelo en gravedad cero, nunca despega. Con una estructura narrativa clásica y filmada de manera tradicional, la riqueza que en la saga de Orson Scott Card genera las ganas y el interés de pasar al siguiente libro, el que nos aclarará algunas cuestiones pendientes, acá sólo potencia las intenciones de levantarse de la sala e irse. Después de ascender a comandante de Flota, Ender tiene un altercado con un excompañero y sin lograr contenerse y manejar su conducta hacia un lugar más positivo (en la película no se encuentran valores positivos, sino todo lo contrario) lo termina dejando en coma. Ahí está el problema, Butterfield no posee el cuerpo ni la cara para poder reflejar el fuego interior y las contradicciones de Ender. El actor no se cree su papel y nosotros tampoco. Pero él no es el único, el resto de los jóvenes tampoco logran transmitir la lucha interna y terminan convirtiendo sus actuaciones en parlamentos sin espíritu dignos de cualquier serie que transcurre en una escuela/colegio/secundario. Pertenecer o no. Ser elegido. Luchar contra los propios demonios. Trabajar duro. Dejar la vida de lado para convertirse en una máquina de matar. Eso elige contar Hood más que el incipiente amor entre Ender y Petra (Hailee Steinfeld), los vínculos que genera con sus compañeros y la relación con los altos rangos (Ford y Viola Davis) que bien podrían haber llevado a este juego, el de Ender, a otro lugar.
El cine de Daniel Burman es un cine antropológico, de detalles y de inmiscuirse en comunidades que conoce hasta el hartazgo, algo que en sus últimas películas se ha ido diluyendo para dejar el lugar a la focalización de duplas a las que les genera universos particulares para que interactúen entre sí (piensen en “Dos Hermanos”, “El Nido Vacío”, “Derecho de Familia” ó “La suerte en tus manos”). En “El Misterio de la Felicidad”(Argentina, 2012) hay que superar el inicio, simil spot publicitario de préstamos de bancos para encontrarse con la historia del encuentro de dos mundos opuestos a partir de la desaparición de un tercero. La reunión será entre Santiago (Guillermo Francella) y Laura (Inés Estevez), que aunarán sus fuerzas luego que Eugenio (marido de Laura y socio de Santiago), desaparezca inesperadamente de sus vidas y rutinas. Juntos tratarán de recapitular las últimas horas del “desaparecido” para poder encontrar una respuesta a todas las preguntas que aún permanecen sin respuestas (¿Por qué desapareció?, ¿Qué intereses tenía?, ¿Dónde está? ¿Con quièn?). El director trabaja sobre la idea del suceso imprevisto como disparador de la acción para luego concentrarse en la transformación en la percepción de la mirada sobre el otro a partir de un hecho inesperado. Una “masajista” (Silvina Escudero) le hará notar a Laura que su marido era mucho más que lo que la rutina del día a día le mostraba, y Laura le demostrará a Santiago que todo lo que él creía sobre su Eugenio eran meras suposiciones. La ciudad de Buenos Aires será el marco en el cual se contarán las anécdotas que irán hilvanando el largo anecdotario y que desplegará una realidad oculta para los protagonistas hasta el momento: ninguno conocía en profundidad a su socio/esposo. Una serie de participaciones secundarias (María Fiorentino, Alejandro Awada, etc) además irán complejizando la interacción entre Laura y Santiago, quienes arrancarán con un comienzo difícil, conflictivo, pero que de a poco develará más coincidencias que desencuentros. La postergación de sueños, la exacerbación de la rutina como modo de vida, el escapar de una zona de confort para “ser” y el sacrificio que en oportunidades conlleva la amistad y las relaciones en general, le dan a Burman la posibilidad para profundizar un análisis concreto sobre los vínculos en la actualidad. La “otredad”, aquella que completa al ser, vista con una lupa para demostrar que la única verdad que conocemos sobre los que nos rodean es aquella que nos quieren revelar. “A veces una mujer es un buen lugar para encontrarse con un hombre” dispara desde la pantalla uno de los protagonistas, para demostrar que esa verdad encierra mucho más que el misterio de la felicidad. Filmada con sobriedad, precisión y un guion que intenta todo el tiempo mezclar drama y humor, la madurez de un realizador siempre es bienvenida, como en este caso.
Y sí, el pibe la tiene clara. Escribe la película, la dirige y la protagoniza. Además te arma una romcom masculina (y no es para polemizar de si existen las comedias románticas para hombres o mujeres, las comedias existen y ya) enfocándose en la vida de Don Jon, un megalómano, metrosexual obsesionado con el porno. “Entre sus manos”(USA, 2013), horrible título que han decidido poner en Argentina a la ópera prima de Joseph Gordon-Levitt, es una agradable sorpresa en las pantallas por su novedosa narrativa sincopada, disruptiva y hábilmente icónica. Todos los clichés de las clásicas y cursis historias de amor son enviadas a la papelera de reciclaje y el lienzo que pinta Gordon-Levitt es atravesado por un sinfín de tópicos, principalmente masculinos (lo que no quiere decir misóginos) con los que dialoga durante el metraje de la cinta. Tomando como punto de partida la idea de que “todos los hombres consumen pornografía”, estando en pareja o no, este Don Jon que compone el actor, vendría a ser la versión onanista de Brandon Sullivan de “Shame”(USA, 2011), y que más allá de poder conseguir todas las noches a la chica que quiera, tiene un problema con el porno que lo hace tambalear cuando finalmente cae en las redes de Barbara (Scarlett Johansson), una manipuladora belleza rubia, que sólo quiere conseguir un hombre para casarse. Don Jon no tiene otro objetivo en la vida más que masturbarse, limpiar su casa, andar en su automóvil e ir los domingos a la misa a confesarse, y cuando esta rutina se modifica por su noviazgo, y porque su chica lo obliga a ir a estudiar, comienza a pensar que lo de mejor sólo que mal acompañado tampoco ya le sirve. En esa “escuela nocturna” conocerá a Esther (Julianne Moore), una mujer madura, desprejuiciada, que contrastará con la ingenuidad y vacuidad de todas las relaciones que mantiene con el sexo femenino. “¿Qué es mejor, el porno o el sexo?” con esa pregunta analiza las relaciones que mantiene con el sexo opuesto, un sexo que no lo completa pero que paradójicamente manda sobre su vida segundo a segundo hasta niveles obsesivos.Jon además mantiene una relación de amor odio con su padre (Tony Danza) y trata de mantener siempre contenta a su madre (Loanne Bishop) cada vez que los visita. Tiene una hermana (Brie Larson) que siempre está con su teléfono interactuando en redes sociales y no emite palabra hasta casi finalizar la película, toda una afirmación sobre las relaciones en el siglo XXI. “Entre sus manos” arranca con una explosión de imágenes, centrípeta, que ubica al espectador en el largo listado de máximas que el protagonista comenzara a enunciar. Los planos detalles de objetos, cuerpos, partes del mismo, afianzan y potencian cada palabra que pronuncia el protagonista. Porque la película es muy verborrágica y pasional. Jon habla y habla en todo momento y grita y mucho. Un tano de ley. Los sonidos, tanto como las imágenes, son parte importante de la estructura narrativa, encabezando el inicio de un video de porntube como la sectorización y serialización de la película. Toda una toma de posición acerca del amor y el aislamiento de la vida actual. Fresca, ágil, entretenida, pero sobre todo, innovadora, “Entre sus Manos” es el prometedor arranque de Gordon-Lewitt del otro lado de cámaras.
Con un arranque visual impactante, casi un comic hecho película, “47 Ronin”(USA, 2013) del debutante Carl Rinsch, prometía mucho. Pero la potencia de esa secuencia inicial y la siguiente (en la un animal que arrasa con todo y todos), va perdiendo fuerza con el correr de los minutos. Ni la utilización del 3D suma a esta película sin alma un poco de desafío y riesgo. ¿De qué va “47 Ronin”?. El protagonista es un “mestizo”, Kai (Keanu Reeves), que intenta encontrar su lugar en un organizado grupo de Samuráis “puros”. Por el sólo hecho de no ser pura sangre, excepto su gran amor Mika (Kō Shibasaki, de “Battle Royale”), todos, lo rechazarán. Pero esto no será un impedimento para él, que intentará superarse y avanzar en el camino del aprendizaje del samurái y en el de la vida en general. Durante una lucha en un torneo real, al cual llegará el Shogun de otra ciudad, Kai reemplazará a un guerrero envenenado por la estilizada y malévola bruja Mizuki (Rinko Kikuchi), pero al ser descubierto pagará el señor de la aldea con su vida por la vergüenza que le hizo pasar a los suyos y al propio visitante. Ahí comienza una segunda película, no sólo la tragedia de un paria intentando encontrar su lugar, sino una de venganza, en la que Kai y Oishi (Hiroyuki Sanada) buscarán revancha y se entremezclarán con los samuráis que dan origen al título de la cinta para poder recuperar las tierras y el poder que el Shogun otorgó al malvado Lord Kira (Tadanobu Asano). En “47 Ronin” los malos son muy malos y los buenos son muy buenos, y eso atenta al verosímil del filme. Las actuaciones medidas y hasta correctas de los protagonistas tampoco aportan vuelo a esta adaptación de una clásica leyenda japonesa, la de aquellos guerreros que lucharon por los suyos hasta las últimas consecuencias. Con una puesta en escena básica y un armado de las secuencias de acción clásico, excepto algunas escenas oníricas y la animación que logran impactar más allá del tedio general que produce la película, todo se desvanece. Sólo en el personaje de Kikuchi, el más atractivo visualmente, hay un intento por construir algo en cada una de las intervenciones que realiza. Mizuki es una medusa seductora, una loba voraz, que sólo tiene una cosa en mente, las ganas de matar por placer y llevar al “lado oscuro” a todos. “47 Ronin” por momentos se asemeja a una telenovela, con tópicos, que fuera de la investidura samurái, bien pueden ser trabajados por este tipo de envíos. A saber: expulsión del diferente, amor imposible, galán sometido, heroína atravesada por la desgracia, villanos que buscan impedir el encuentro de los amantes, luchas por riqueza, etc. Pero la película no es una telenovela y más allá que en algunas secuencias se busca impactar con la utilización del 3D, y retomar la lábil historia que va construyendo, su principal dificultad radica en la imposibilidad de encontrar el rumbo durante los casi 120 minutos de duración, que bien podrían haber sido muchos menos y más entretenidos.
Con un detallado trabajo de reconstrucción y animación “Caminando con Dinosaurios”(USA, 2012), coproducción entre Fox y BBC, podría haber deambulado entre el documental y la serie animada de divulgación científica. Pero lo que pudo ser algo tedioso y triste, gracias a la hábil dirección de Barry Cook (“Mulan”, “Arthur Christmas”) la película supera la prueba de transformar un éxito televisivo en una entretenida película. Ya desde el arranque, con un homenaje al género (una camioneta con niños entrando en una especie de parque hablando de lo divertido o no de buscar restos fósiles de dinosaurios) en el que uno llega a pensar, no, no pueden copiar a “Jurassic Park”, no lo hacen, y trasladan la acción con humanos a dinosaurios. Así conoceremos a Patch y sus amigos, un pachyrhinosauro, al que acompañaremos por su viaje épico e iniciático. El 3D en esta oportunidad se luce, en un filme en el que atravesaremos varias sensaciones al lado de la manada de dinosaurios, en una historia que además del amor y la amistad, reflejará el intento de supervivencia de un personaje que todo el tiempo intenta ubicar su raciocinio sobre su instinto. Aunque esto le cueste hasta la segregación del grupo. Hay ciertas similitudes con otras películas animadas como “Antz” ó “Bee Movie” en esto de un ser/insecto/animal o dinosaurio que de pronto se da cuenta que en sus vidas no quieren ser como los demás y comienzan a cuestionar el statu quo en el momento en el que su padre muere, su madre desaparece y hay que “migrar” por el invierno. En la manada de Patch el liderazgo se gana a través de un duelo de fuerza, y él sabe que esto no es determinante de nada, ya que seguramente, al ser pequeño (por contraste con su testarudo hermano “Mal Gesto”), las oportunidades para poder dirigir serán casi nulas. Pero él tratará de superarse todo el tiempo, y en esto mucho tienen que ver sus amigos. Patch no estará solo en la travesía, lo acompañará Alex, un ancestro de las aves actuales, que además será el narrador omnisciente de la película, y gracias a él podremos acompañar a los dinosaurios por su hábitat natural (o al menos por el que se cree que fue) y vivir las mismas sensaciones que van aconteciendo a la par del relato. También estará Juniper, la bella de la manada, el objeto prohibido de deseo del dinosaurio ( y de su hermano), ya que al pertenecer a otra manada, le es imposible llegar a ella. La animación en CGI y la utilización de trazados gráficos y stopmotion, como así también los “parates” de la acción para contarnos las características de los dinosaurios dinamizan aún más el relato. Algunas máximas que pueden ser utilizadas en cualquier ámbito como “si quieres saber dónde está la comida, sigue a los gordos”. La rebeldía, seguir o no al líder, salir a la vida, sobrevivir siendo el más pequeño de un grupo, ver cómo relacionarse con los pares, de estos temas habla “Caminando con Dinosaurios”, una vuelta de tuerca a la divulgación científica que encontrará en el público infantil su lugar para quedarse.
Una nueva colaboración entre la dupla Martin Scorsese y Leonardo DiCaprio, en este caso en la asombrosa adaptación del best seller de Jordan Belfort en el que cuenta todas sus aventuras como corredor de bolsa “El Lobo de Wall Street” (USA, 2013). Con un gran empeño por reconstruir el obsceno consumismo de la década del ochenta (ropa, lujos, autos, yates, helicópteros,etc.) el director acompaña a Jordan (DiCaprio) desde su primer trabajo hasta erigir Stratton Oakmont, una empresa de acciones que timó a miles de consumidores de escasos recursos quitándoles el poco dinero que poseían. Pero Jordan no está solo, junto a él hay un grupo de fieles seguidores a los que formó y entre los que se encuentra Danny (Jonah Hill), alguien con el que acepta fundar su empresa luego que éste renunciara a su trabajo al enterarse la cantidad de dinero que Jordan gana por mes. El duelo actoral entre DiCaprio y Hill es de lo mejor de la película en la que también se destacan las actuaciones de Rob Reiner (como el nervioso padre de Jordan), Matthew McConaughey (como el mentor de Jordan), Jean Dujardin (como un banquero Suizo) y Margot Robbie (la segunda mujer de Jordan, la que le perdona cualquier cosa). Por momentos “El Lobo…” parece una mezcla de “Wall Street”(de Oliver Stone) con “Dinastía” y “División Miami”, pero al centrarse Scorsese en los excesos (drogas, alcohol, prostitutas), las comparaciones se caen y todo lo que nos queda es un sueño y una mentira, como las que Belfort vende por teléfono. Desde el startup de una empresa, hasta la caída de la misma, acompañamos a Jordan y empatizamos siempre con él, más allá de saber que lo que hace es ilegal, y que está mal, y que todo lo que hace cruza la ley. Pero lo perdonamos. No nos importa. Jordan nos habla a cámara, nos explica lo que no entendemos y nos hace avanzar o retroceder en los hechos más relevantes. Hay escenas de una increíble audacia, como la comunicación telepática entre el banquero suizo (Dujardin) y DiCaprio, o cuando Jordan nos avisa que Danny está colocado al máximo con una droga, pero se ajustan al verosímil que a lo largo de las tres horas que dura el filme Scorsese propone y construye. Jordan es un coach nato, que sabe cómo vender cualquier cosa, y Scorsese y DiCaprio también. La dupla funciona a la perfección y el director ha logrado conseguir lo mejor de este actor en las últimas películas en las que ha participado. “El Lobo…” tiene muchos puntos en común con “Casino”, por lo épico de la construcción de la saga de una persona que desde lo más bajo construye un imperio, pero también en lo interesante de un biopic sobre otro de los pilares de la estafa norteamericana. El repaso histórico dota también de una gran entidad a la película. Como así también las digresiones fílmicas y oníricas que Scorsese regala de tanto en tanto. La experimentación con las drogas y las mujeres, como así también los intentos por esconder los deslices que a diario se cometían en la empresa: “No somos ortodoxos, sólo un poco escandalosos” dice Jordan en un momento, hacen que cuando el FBI, con Greg Coleman (interpretado por Kyle Chandler) lo empiece a acosar, parece que estemos viendo “Atrapame si puedes”, otra película interpretada por DiCaprio. Algunas reflexiones sobre el matrimonio, la lealtad, el esfuerzo y el trabajo en equipo, se cuelan como subtexto en una película que intenta demostrar que nadie puede llegar a ser tan malo más allá de lo que haga, pero también que nada queda impune cuando uno comete delitos. Gran propuesta.
Mario Benedetti en “La Tregua” desarrolló una historia de amor entre un hombre de oficina, gris, aburrido, ensimismado en sus tareas, y una mujer “despierta”, alegre, e innovadora. Ben Stiller en “La increíble vida de Walter Mitty”(USA, 2013) ha leído y releído éstas páginas (y las que ha escrito James Thurber) y ha logrado construir una épica de superación personal en la que el amor, sin quererlo, va a guiando los pasos de un hombre perdido en su rutina y trabajo. El Mitty del título (Stiller), es uno de los miles de eslabones dentro de la inmensa “cadena de producción” de la mítica revista LIFE. Capitalismo mediante, un día llega a las oficinas (en su cumpleaños número 42) y le anuncian que el semanario fue vendido y que pasará a tener una edición online. En ese “pasaje” a lo virtual, además, habrá una reestructuración en la que algunos (varios) empleados pasarán a “mejor vida”. Mitty vive en un mundo de sueños, y más allá que comprende la gravedad de la situación, cree que por lo importante de su tarea (a su entender) no será removido de su puesto. Sorpresivamente recibe un misterioso paquete en el que uno de los fotógrafos estrellas de la revista, Sean O’Connel (Sean Penn), le ofrece la posibilidad en un negativo (el número 25) de “descubrir” la “quintaesencia” de la vida. Y como en toda historia tiene que haber un objetivo y un obstáculo principal, ese negativo, el que será la portada del número de cierre de LIFE se extravía. Con la ayuda de Cheryl (Kristen Wiig) comenzará a desplegar su acotado sistema de descubrimiento de pistas e indicios (que además harán que su vínculo con ella se estreche) que lo hagan acercarse a O’Connel para recuperar el negativo 25. En sus películas anteriores, y más allá de lo comercial de las mismas, Stiller pudo construir dos potentes discursos sobre síntomas de época en anteriores realizaciones. Si en “Reality Bites” (USA, 1994) el tema principal fue la abulia y apatía de la generación X, en “The Cable Guy”(USA,1996 ) la problemática psicológica de la posmodernidad (con sus obsesiones derivadas) era trabajada en clave de comedia negra, en esta oportunidad nos habla de la dificultad de relacionarse en la vida “real” de los seres humanos; personas escindidas entre su “YO” virtual y el verdadero que no descubren estímulos más que los emitidos por los dispositivos electrónicos de entretenimiento. Este punto además lo presenta en contraposición a lo anacrónico de la tarea de Mitty, una persona que se encarga a archivar negativos, en una época en donde la captura y el “revelado” de las imágenes es digital. Mitty sueña mucho, y despierto, “se desconecta” (en palabras de su madre y hermana, Shirley MacLaine y Kathryn Hahn respectivamente) y se arma una historia diferente a la real (escenas en las que Stiller despliega todo un arsenal de efectos y virtuosismo), una narración paralela de acontecimientos que a medida que la “búsqueda” de él avance irá quedando en un segundo plano. Hay varios momentos divertidos con críticas a la manera en la que estamos viviendo, por ejemplo al excesivo y paranoico control en aeropuertos (escaneo de cuerpos), al desmantelamiento de las empresas (Ted Hendricks, el personaje interpretado por Adam Scott, exacerbado en sus características maniqueas, es uno de los puntos fuertes del filme) y un interesante trabajo con los colores (hombre gris vs mundo real) al inicio de la película. Stiller se apoya en una banda de sonido estimulante y una fotografía impactante para construir un relato épico, nostálgico, de amistad y amor, búsqueda personal, transformación y superación, con grandes actuaciones de secundarios (MacLaine, Penn, Scott), y que más allá de lo fallido que pueden ser sus propuestas en algunas oportunidades, lo afirman como un realizador personal e interesado por la sociedad en la que vive.