El cine argentino tiene una diversidad mucho mayor de la que los prejuicios le han hecho creer a muchos espectadores. Por supuesto, y como pasa con todas las cinematografías, las películas que más se diferencian del resto suelen estar en minoría, por eso se diferencian. Y aunque los más de doscientos títulos nacionales que se estrenan en Argentina son variados, hay un grupo que se destaca y diferencia mucho del resto. La filmografía de los hermanos Luciano y Nicolás Onetti es un clarísimo ejemplo de ello. Amantes del cine de terror en general, y del Giallo en particular, los Onetti están construyendo una sólida filmografía que no da un paso en falso. El Giallo refiere al cine italiano cuyo género fluctúa entre el suspenso y terror, utilizando material de la novela policial, el cine de explotación y el gore en estado puro. El maestro y mejor ejemplo del género es Dario Argentino, autor de una espectacular filmografía que incluye películas como Suspiria (1977) o el título fundacional del género El pájaro de las plumas de cristal (1970). Si acaso el Giallo combinaba elementos del film noir con el terror y el cine de Alfred Hitchcock, los hermanos Onetti repiten el truco y se inspiran a su vez en los films del Giallo. Abrakadabra, con su estilo retro desde el afiche, es un film argentino que se ve como un film italiano de la década del setenta. La objeción más obvia es que se trata de un mero ejercicio estético. Pero aunque fuera tan solo ese chiste, la película es más bella e interesante estéticamente que casi todo el cine argentino. Tan afectos al contenidismo y la bajada de línea, hemos condenado al cine nacional a ser grave, literal y solemne. Abrakadabra es una declaración de amor al cine y de sus muchas posibles herramientas para deslumbrar. La historia que cuenta arranca en el pasado, con El Gran Dante, un prestigioso mago que muere accidentalmente durante un arriesgado truco de magia. Treinta y cinco años después su hijo Lorenzo, también mago, presenta un show de magia en uno de los teatros más importantes de la ciudad. Pero una serie de asesinatos vinculados con su trabajo lo convierten en el sospechoso principal. Los motivos por los cuales alguien intenta involucrarlo en esto se desconoce, y todo el film trata de la tarea de él de resolver el caso sin caer él como culpable. Los colores, la música, las actuaciones, los encuadres, todo nos hace vivir como en un Giallo de los setenta, incluso la película está hablada/doblada al italiano. Hay docenas de sutilezas para recrear ese mundo y cualquier espectador, incluso sin saber de qué se trata el género, puede valorar y disfrutar la rareza. El truco de magia, central en la trama, es la mejor explicación para Abrakadabra. Los cineastas, como los magos, se dedican a realizar un arte que sorprenda y deslumbre. Que nos haga volver a creer. El cine de género necesita un espectador inocente pero también con sensibilidad para disfrutar de tanta belleza y dedicación. El mundo enredado, lisérgico y bello del Giallo está vivo con los hermanos Onetti y goza de buena salud como parte del cine argentino.
David Lynch cuenta siempre una anécdota sobre uno de los momentos más importantes de su carrera. Mel Brooks, famoso director de comedias, estaba buscando director para El hombre elefante película que estaba produciendo. Alguien le sugirió el nombre de un joven director, David Lynch, que solo había dirigido un largometraje, Eraserhead (1977). Le armaron una función exclusiva para Brooks y David Lynch esperó afuera. Cuando la película terminó, Mel Brooks salió de la sala abriendo las puertas de par en par, lo miró a David Lynch y le dijo, antes de abrazarlo: ¡Estás completamente loco, te amo, estás contratado! Esta historia viene al caso porque Mel Brooks hubiera hecho lo mismo al ver Muere monstruo muere de Alejandro Fadel. Lo hubiera abrazado, le hubiera dicho que estaba chiflado y lo hubiera contratado. Salvando las distancias de género, de época y de carreras, Eraserhead es un posible punto de comparación por la cantidad de material inusual, perturbador y a la vez estimulante que tiene Muere, Monstruo, muere. Pero no es justo, ni tiene demasiado sentido llenar una crítica de un film mencionando otros, simplemente hablemos de un árbol genealógico o de un par de puntos de referencias para guiar a un espectador que aún no ha visto el film de Alejandro Fadel. Podemos sumarle a John Carpenter, el que se mueve entre The Thing y In The Mouth Of Madness, este último título a su vez conectado con la obra de H. P. Lovecraft. Pero suficiente, pasemos a la película. Los Andes nevados en Mendoza son el marco en el cual se desarrolla este film policial que pronto troca a película de terror. Una mujer aparece decapitada y no será la única. En medio de un paraje rural comenzará una investigación policial donde el policía que investiga, Cruz, tiene algo en común con David, el principal sospechoso, un perturbado hombre que habita en el lugar: ambos tienen relaciones con la misma mujer, Francisca. Ese es solo el comienzo de una película que es mucho más de lo que uno imagina al resumir su argumento. No hay absolutamente nada en este relato que no sea inquietante. Incluso sus momentos de humor estás contaminados de una carga perturbadora. La maestría de Alejandro Fadel hace que el espectador quede sacudido desde la escena inicial y no tenga respiro hasta el final. No hay manera de encontrarse bajo control con un espectáculo estéticamente tan apabullante, algo que de por sí consume gran parte de la energía que uno le puede dedicar a una película. Y ese es tan solo el marco, con una fotografía es perfecta, que ayuda a crear cada momento. Muere, monstruo, muere tiene una cualidad que solo las obras maestras tienen: está llena de escenas inolvidables. La mayoría no quisiéramos recordarlas, porque son pesadillas abrumadoras, pero en todos los casos son momentos de puro cine. Y no son solo las imágenes las que se fijan en la memoria, también el sonido, un sonido tan terrorífico como el guión, la fotografía, el trabajo de dirección y, finalmente, las actuaciones. Las voces de los actores, en particular la de Cruz, también se graban en el espectador. No hay muchas películas que consigan eso. Muere, monstruo, muere es un viaje al corazón del horror. A todo aquello que no comprendemos, que no conoceremos nunca en toda su dimensión. Fuerzas que nos superan y que nos convierten en seres vulnerables y efímeros. Un poder contra el que no hay nada que se pueda hacer. El horror, el horror… con todas las letras. No se trata de golpes de efecto, sino de una minuciosa puesta en escena que construye ese horror con lenguaje de cine. Lenguaje de imágenes y sonidos, complementados. Un director que entiende que el cine está hecho de lo que se ve y de todo aquello que se elige dejar fuera de campo. Muere, monstruo, muere no es una película fácil. Generar tanta tensión con uso tan sofisticado y extremo del lenguaje cinematográfico puede provocar rechazo. Su ambigüedad no clásica podrá hacer que un espectador, como suele ocurrir con esta clase de films, se cierre al instante frente a lo que tiene enfrente. Incluso alguien que ve mucho cine tiene que adaptarse a una película fuera de serie. No pasa todo el tiempo que un film se vaya de la norma, se corra de lo conocido y realice una apuesta completa a la originalidad y el riesgo. Esta película es una constante sorpresa, lleva al espectador a un terreno no seguro, y a quien se atreva a recorrerlo le devuelve todo lo que dado y mucho más. No hay absolutamente nada en el cine argentino que se parezca a Muere, monstruo, muere. Tal vez sea una película para pocos, pero tiene aire de film de culto, porque posee toda la locura, el riesgo, la originalidad y la desmesura de las películas inolvidables
Regresa a mí, título poco inteligente para estrenar Ben is Back, es un drama acerca de una madre y su hijo adicto a las drogas. Julia Roberts interpreta Holly Burns, una mujer que junto con su familia está enfocada en los preparativos de Navidad. Ella está junto a su hija adolescente y sus dos hijos pequeños. Cuando vuelven a la casa descubren que ha vuelto Ben, el hijo de 19 años internado por su adicción. Toda la familia, incluido el nuevo marido de Holly –padrastro de Ben-, desconfía de ese regreso sorpresivo y no le creen que el supervisor de Ben lo ha autorizado a volver. La única que quiere creer y confiar es Holly. Pronto descubrirá que todo es más complicado, no solo por Ben, sino por todas las cuentas pendientes que él ha dejado entre adictos y dealers del lugar. La película es de una intensidad dramática importante, pero a la vez consigue construir un enorme suspenso, cercano al policial. La madre que contra viento y marea intenta creer en su hijo, pero a cada paso la familia parece tener razón en no confiar en el sorpresivo regreso. Julia Roberts, que a esta altura no merece presentación, realizar un papel extraordinario, generando una autenticidad extra en un número de escenas excesivamente concentradas, sin dudas con fines dramáticos. Desde el comienzo al final la película es una enorme historia de amor y compasión, aun también, posiblemente, de las debilidades humanas, no solo la de los adictos, sino las de aquellos que por amor no pueden ver la realidad que los rodea.
River, el más grande siempre avisa desde el título que no tiene la más mínima intención de ser una película. A pesar de las muchas posibilidades que ofrece el mundo de un club de fútbol de indiscutible popularidad y grandeza se ven desperdiciadas por no intentar absolutamente nada desde lo cinematográfico o narrativo. El documental como tal no tiene interés alguno ni justifica, más allá del fanatismo de los hinchas de River, perder el tiempo para ver algo que carece de drama, sofisticación o inteligencia. Un institucional sin gracia, carente de los elementos más básicos que necesita una película para ser considerada profesional. El banderazo parece ser más importante que los detalles de los partidos o los testimonios de muchos jugadores que deben haber quedado afuera. Película para los hinchas, festejan más a los hinchas que a aquellos que han construido la historia futbolística del club. Incluso ese evento podría haber sido analizado, pero no, a la película no le importa en lo más mínimo tampoco. Finalmente, quien ame a River no tendrá todos los goles y anécdotas y material de fútbol necesario para poder disfrutar de todo aquello que lo ha hecho emocionarse y disfrutar de su club a lo largo de muchos años. Sin complejidad, sin belleza, sin drama deportivo, sin interés, sin lágrimas de tristeza o alegría, este documental es todo lo contrario a lo que el fútbol significa.
Rosina, la protagonista de Los tiburones vive en un balneario junto a su familia. Ella dice haber visto tiburones y a lo largo de la película hay una preocupación de todo el pueblo por la posibilidad de que sea algo más que una sospecha. Los conflictos familiares, en particular con su hermana, hacen que la tranquilidad del lugar no sea tal. La falta del agua potencia los problemas. Rosina comienza a ayudar a su padre en trabajos de jardinería, junto con otros tres jóvenes. Con uno de ellos empezará una tensión y habrá un acercamiento. Los tiburones del título aluden, tal vez, al comportamiento de los personajes. Sin subrayarlo, pero con claridad, ambas cosas irán creciendo durante la película. Una carismática protagonista y un elenco sólido le permiten a la directora crear drama sin excesos y humor con sutilezas. Es mérito de la realizadora Lucía Garibaldi, sin embargo, que la película consiga un tono exacto, sin estridencias y sin embargo con interés.
Dos hermanos, Lucas y Gilda, de veinte años respectivamente, vuelven a la casa que fue de sus padres, ubicada en la costa argentina, fuera de temporada. En pleno invierno, se meten en la casa, luego de haber llegado en micro. Buscan cumplir el último deseo de su madre fallecida, pero cuando aparezca un paro de transporte, no tendrán manera de volver a sus casas. Varados en la costa, deberán buscar la manera de regresar, a la vez que se enfrentarán a los recuerdos, los conflictos pendientes y sus propias dudas. Los jóvenes en ciudades balnearias fuera de temporada son casi un sub género dentro del cine argentino. Películas con jóvenes que han perdido el rumbo, parajes solitarios, momentos sin aparente conflicto, todo esto se ha multiplicado en muchos títulos a lo largo de las décadas. Tampoco esto fue inventado por el cine argentino, aunque claramente tuvo su primer auge en la década del sesenta. Si bien es un espacio interesante y ha dado grandes títulos, la mayor parte de las veces lo que produce es la sensación de falta de pulso dramático e interés por la narración cinematográfica con conflictos. Depende mucho de los actores y la puesta en escena que los guiones no se vuelvan lánguidos y repetitivos. En el caso de Los miembros de la familia, las situaciones cotidianas y diálogos triviales no se despegan de la inmensa mayoría de esta clase de títulos. Aun así, algunas escenas muestran inspiración y originalidad, mostrando las posibilidades de una película que no termina de funcionar.
La directora Marina Zeising es la protagonista absoluta de este documental que muestra su propio viaje interior y exterior para responder a sus preguntas existenciales acerca de la condición femenina y la naturaleza de la maternidad. A la película le cuesta encontrar un eje claro, salta de un tema a otro, aunque siempre vinculado con los temas anunciados. La voz en off de la directora falla en su búsqueda poética y el tono no consigue tampoco mejorar el relato ni convertirse en un valor destacable. Hay muchos momentos interesantes y es valioso que se hable tanto de aborto y de maternidad no como dos temas que se excluyen mutuamente sino como tópicos importantes para las mujeres. Pero también la película le da cámara a personajes dudosos y termina mostrando algunas teorías que hoy por hoy están cuestionadas por irresponsables. En muchos aspectos la película está fuera de época y tarda mucho tiempo pasando por tópicos feministas ya trabajados muchas veces. Hay mucho material y este no puede ser tomado tan a la ligera como para quedarse en el festejo de su genuino interés feminista.
Traslasierra cuenta la historia de Martín, que vuelve junto a su novia a la casa de su padre en las Sierras para encontrar algunas respuestas a sus dudas existenciales. La salud de su padre, una amiga de la infancia y el futuro de su relación con su pareja confluyen para profundizar y tal vez aclarar las angustias del protagonista. La película no tiene ni la identidad estética o narrativa de los films independientes más interesantes ni tampoco la efectividad profesional de las películas más clásicas. No es una experiencia cinematográfica original ni tampoco un entretenimiento que genere simpatía y emoción. Hay infinitos films que no cumplen con estas dos formas de cine, pero cuando no se está con ninguna de las opciones y no se logra llegar al objetivo, el resultado es pobre y sin gracia. Los actores tampoco producen identificación ni empatía con sus personajes y varias resoluciones terminan siendo insuficientes y bastante fallidas. Diálogos que no suenan auténticos, las situaciones cotidianas no son creíbles, el naturalismo cuando falla resulta particularmente absurdo. Traslasierra no encuentra nunca el tono o el camino para convertirse en una película que llame la atención o aporte algo novedoso.
Cuando empieza El hijo adivinamos que algo malo ha pasado, aunque todavía no sabemos qué. Lorenzo, un artista plástico que ronda los cincuenta años, se ha metido en problemas, pero deberán pasar varios minutos para que se sepa todo lo que ha ocurrido. Luego de una mala experiencia como padre y esposo Lorenzo ha rearmado su vida, la llegada de un hijo parece la mejor de las noticias, pero a medida que avanza la historias sabemos que su mujer, bióloga, tiene un plan diferente a lo que él imagina. En los títulos del comienzo la película ya remite al cine pesadillesco de David Cronemberg, en particular Dead Ringers (1988). No se sabe si estamos frente a un drama familiar, una película policial o una película de terror. En esa ambigüedad El hijo encuentra todo su interés, su suspenso y su logrado clima. La película está claramente por encima del promedio de los estrenos locales, tiene ideas no solo visuales sino también narrativas, manteniendo siempre una calidad que permite entrar en la historia, sufrirla y disfrutarla a la vez. Tal vez el desenlace esté por debajo de todo lo previo, tal vez porque en algún momento hay que llegar a un cierre, no importa que tan ambiguo sea. La película consigue su objetivo con altura cinematográfica indiscutible, algo no siempre común en la enorme pero muy despareja producción nacional que crece año tras año.
Los periféricos es un documental sobre rock que explora la historia de varios personajes de la periferia del rock en Argentina. Ocho directores produjeron seis cortometrajes que cuentan las historias del rock que casi nadie conoce, que se parecen en muchos aspectos a una idea más ideal del rock, con la rebeldía marginal del género y de la que solo queda el nombre en la mayoría de los músicos. No se discute el valor musical de los que han construido la historia oficial del rock nacional ni tampoco la de los que aparecen en la película. Hay muchos hallazgos y curiosidades, muchísimo potencial para entender y seguir estas historias. Toda una idea de lo que significa hacer rock y toda una idea del arte. Pero todo eso, plasmado en esta película que también es periférica, no consigue dar un paso más para mantenerse periférica y a la vez con valor y calidad artística que haga la diferencia. Llena de descubrimientos para los que estén interesados en el rock nacional, la película ofrece algunas historias de ser rescatadas.