Documental sobre la vida y la obra de Salvador Benesdra dirigido por Damián Finvard y Ariel Borenstein. La historia de este periodista, psicólogo, militante de izquierda y autor de la novela de culto El traductor y que dejó un marca en una época de la Argentina en lo que a los intelectuales refiere. Su muerte prematura -se suicidó a los 43 años- le agrega un aura trágica a toda la historia. Alrededor de esta figura aparecen temas, descripciones de una época y una exploración de la mente de un escritor con un trastorno mental que desembocaría en su muerte. También atrae el comparar la época que describe con la que vivimos actualmente. A diferencia de otros documentales de este estilo, la película no busca imponer la ideología de su protagonista o de los que dan su testimonio. Aun sin coincidir con ellos se puede reconstruir su forma de pensar, su manera de ver el mundo, sus frustraciones y también sus ambiciones. Algunos elementos de archivo que incluyen al propio Salvador Benesdra hablando a cámara, le dan a la película un extra de emoción e interés por entender al personaje.
Border se basa en una novela del mismo autor de Let the Right One In (Låt den rätte komma in, película del 2008), John Ajvide Lindqvist. Este cine fantástico nórdico tiene entonces una nueva entrada bajo el imaginario de este escritor. Acá en esta coproducción entre Suecia y Dinamarca cuenta la historia de Tina, una mujer de aspecto raro, casi animal, que posee un talento extraordinario para detectar personas que intentan traficar cosas en la frontera. Este poder entre animal y sobrenatural la convierte en una valiosa oficial en la aduana. Hasta que de pronto aparece otro como ella, y no puede entender lo que huele ni percibir nada. Entre ambos surgirá un vínculo intenso, de amistad, misterioso sexo, violencia e identificación. Cada paso entre ambos parece estar marcado por algo siniestro, pero a la vez construyen un paraíso perdido en la naturaleza, alejados de la falta tolerancia de la sociedad. Aunque la película pueda volverse discursiva o repetitiva, su originalidad es indiscutible y lo que se disfruta del relato es que no se parece a casi nada que se pueda ver en el cine actual. Entre miles de estrenos anuales, cobran un valor extra aquellos que pueden sorprender estéticamente al espectador, aquello consiguen esa sorpresa con herramientas nobles, no solo con giros de la trama. Border no se parece a casi nada, tal vez a nada, y con eso le alcanza para que cualquier espectador de cine con interés por cosas nuevas salga agradecido de este oscuro relato de cine fantástico no exento de reflexiones sobre la sociedad actual
Obsesión es el título absurdo con el que se estrenó en Argentina la película Serenity. Durante una hora se presenta con un policial negro de manual. Aunque desde el comienzo da pistas acerca de su cambio de género, lo cierto es que todo lo interesante de la primera parte de la película es ser un film noir o un neo noir, parecido a los que se hacían en la década del ochenta y del noventa. Un pescador que vive en una isla paradisíaca sobrevive económicamente a duras penas, obsesionado con un pez al que desea atrapar (tal vez por eso la película se llama obsesión, vaya uno a saber), solitario, apenas vinculado con los pocos lugareños y con una amante. Entonces llega una mujer sacada de una parodia de una parodia de policial negro. Esa mujer es la madre del único hijo que el pescador tiene. Desesperada (en su discurso, su cara y su actitud no lo demuestran) porque su nueva pareja la golpea salvajemente y pone en peligro a su hijo, le pide que por favor, y por el pequeño genio de la computación en que se ha convertido el niño, que elimine al padrastro golpeador. Más policial negro, imposible. Hasta ahí, la trama es muy entretenida, en su tono de exagerado policial negro funciona, tan solo tiene algunos ruidos vinculados con el excesivo y no justificable regodeo en el cuerpo del protagonista. Regodeo aún más absurdo cuando más adelante la película cambie de género. Y entonces este policial con toques eróticos pega un giro de timón violento (anunciado, eso sí, aunque de manera muy rara) y se transforma en otra cosa. La transición no funciona, aunque ambos films por separado son interesantes. Tal vez el peor defecto que tiene es que en su segunda parte, menos de la mitad de la película, en realidad, tiene una especie de absurdo místico que ya bordea el ridículo. Se pueden aceptar dos géneros, pero sumarles es elemento esotérico es algo que destroza cualquier identificación que el espectador pueda tener con la historia.
Conviven dos películas en Mocha. Una es un documental tradicional que cuenta la historia de las personas trans y la fundación del Bachillerato Popular Travesti-Trans Mocha Celis, y la otra son recreaciones de historias trans y situaciones que han vivido las personas de la escuela, en particular Mocha, a quien póstumamente está dedicado el nombre de la institución. La película da por sentado que todo el mundo conoce, entiende, acepta y valora a las personas trans, y aunque esto sería lo ideal, al menos en lo que a comprensión y conocimiento refiere, todavía hay mucho por hacer. Cada información de la vida cotidiana, cada detalle no solo es positivamente didáctico, sino que también es por momentos muy emocionante. Pero los otros elementos, aquellos que son puestas en escena, actuaciones y recreaciones no están al mismo nivel. Tal vez si hubieran sido dos películas separadas hubieran funcionado mejor, pero no es discute la decisión, sino el resultado. El avance en los derechos por los que se trabajado durante tantos años es una buena noticia. A pesar del dolor de tantos momentos terribles, la película muestra un presente positivo.
En Inglaterra se lo conoció como “El robo del siglo” y conmocionó a todos. Durante la Semana Santa del año 2015 un grupo de ladrones robó la compañía de depósitos Hatton Garden Safe Deposit. Además de la gigantesca cifra del robo, dos cosas llamaron la atención: la primera fue el robo de la vieja escuela, según comentaron los expertos y la segunda es que los ladrones eran todos veteranos, muy mayores para esta clase de delitos. Un grupo de ancianos realizando un robo que parecía de película. Todo un evento para la opinión pública y la prensa. Se calcula que es posible que hayan robado alrededor de 200 millones de libras. Un parámetro del impacto que tuvo el robo es el hecho de que se hicieron tres películas sobre un robo ocurrido hace menos de cuatro años. Hatton Garden: The Heist (2016), The Hatton Garden Job, también conocida como One Last Heist (2017) y finalmente la que se estrena ahora King of Thieves (2018) que sin duda es la que tiene el elenco de mayores estrellas y por lo tanto proyección internacional. Si se hicieron dos películas que pasaron desapercibidas eso más que una oportunidad para hacer una tercera debería haberse tomado como una advertencia para no hacerla. El tono elegido no fue el de un policial dramático sino el de una comedia con viejos graciosos, un subgénero que hace tiempo viene dando buenos resultados en la taquilla. Si el ideólogo del plan es nada menos que Michael Caine –que un año antes hizo otras comedia de viejos ladrones, Going in Style– es obvio que la película tiene un interés inicial. El resto de los cómplices lo conforman Ray Winstone, Jim Broadbent, Tom Courtenay Paul Whitehouse y Michael Gambon, todos rostros conocidos, incluso legendarios, del cine británico. Solo se le suma alguien más joven, interpretado por Charlie Cox. Pero la película, dirigida por James Marsh, no puede evitar convertirse en una comedia policial muy rutinaria, donde simplemente se cuentan los eventos con algunos chistes y todo parece forzado y ya muy usado en demasiadas ocasiones. No siempre la repetición falla, pero en este caso que no haya nada novedoso sí se siente. Algunos momentos donde se pasa de lo gracioso a lo dramático consiguen darle algo de fuerza a la historia. Es fácil imaginar que un grupo de ladrones disputándose una suma como esa no eran simpáticos viejitos haciendo chistes. La película no logra su objetivo como comedia y tampoco como policial. No logran despegarse de la realidad a pesar de las obvias licencias poéticas ni tampoco se convierte en una interesante reconstrucción de lo ocurrido. No se trata solo de elegir una historia y actores gigantescos, se necesita más para hacer una buena película.
Jared Eamons (Lucas Hedges), el hijo de un predicador bautista es obligado a participar en un programa para “curar” su homosexualidad cuando sus padres, Nancy (Nicole Kidman) y Marshall (Russell Crowe), ven que su hijo está a punto de asumirse gay. La película comienza con ese conflicto y el posterior envío de Jared a una institución – Amor en acción– dedicada a la conversión de gays. Se trata de dos situaciones diferentes que conviven en la película. Ambas parten de lo mismo, y el que permanezcan unidas o no es el gran interrogante de la historia. Los padres y el hijo tienen sus argumentos, sus puntos de vista, cada uno camino y un aprendizaje, pero la institución al que Jared ingresa es inequívocamente monstruosa sin vueltas. No hay nada, nada de nada, que se puede argumentar para justificar ni siquiera por un instante, la existencia y las conductas de dicha institución. Mientras que todo lo relacionado con ese lugar es claramente una denuncia, el ámbito familiar está lleno de matices y posee una mirada comprensiva acerca de cómo las personas pueden ver el mundo en base a su educación y su experiencia de vida. El director, guionista y actor Joe Edgerton (aquí interpreta a Victor Sykes, el director de la institución a la que envían a Jared) no abusa nunca de los recursos dramáticos, ni carga las tintas, pero tampoco es ambiguo a la hora de separar la locura de Amor en acción de los prejuicios y limitaciones del ámbito familiar. Los actores de la película están absolutamente brillantes, sin exageraciones ni sobreactuaciones, lo que ayuda mucho a que funcione la película. No es raro que en películas así cada uno quiera su momento premiable, por suerte todos juegan para el resultado total y no el individual. Corazón borrado (Boy Erased) cierra con carteles y fotos, confirmando su espíritu de denuncia. Pero sin embargo no pierde ni por un momento las relaciones de afecto entre un hijo y sus padres, ni permite que la bajada de línea les pase por encima. Sobria y emotiva, la película conmueve sin condenar a sus personajes principales, sino todo lo contrario, los comprende completamente.
Zain, un niño de 12 años de los barrios marginales de Beirut, cumple una condena de cinco años en prisión por apuñalar a un hombre. Ni Zain ni sus padres saben su fecha exacta de nacimiento, ya que nunca recibieron un certificado de nacimiento oficial. Zain es llevado ante un tribunal, después de haber decidido emprender acciones civiles contra sus padres, su madre Souad y su padre Selim. Cuando el juez le pregunta por qué quiere demandar a sus padres, Zain responde “por haberme traído al mundo. Mientras tanto, las autoridades libanesas procesan a un grupo de trabajadores inmigrantes ilegales, incluida una joven etíope llamada Rahil. La historia de Zain y su familia y la de la joven Rahil no la conocemos todavía pero a partir de ahí nos enteraremos las penurias de ambos antes de las escenas con las que arranca esta nueva película de Nadine Labaki. A pesar de la dureza de la trama y de los terrible que viven los personajes, Labaki no cae –contrario a lo que muchos colegas críticos afirmaron sin sustento alguno- en golpes bajos ni situaciones escabrosas. Todo lo peor que pasa en la película está fuera de campo, se cuenta o se insinúa. Zain y Rahil sufren pero la película no se regodea ni embellece esto. La película es bastante sobria luego de unos planos iniciales que parecían indicar lo contrario. Cafarnaúm: La Ciudad Olvidada es pura emoción. Los personajes son buenos, las escenas están bien logradas. Y no es un pecado que el cine muestre la pobreza, porque en definitiva no se trata de la marginalidad la películas sino de la grandeza de esos personajes que avanzan en la vida aun en circunstancias adversas. La corrección política de los enemigos de la corrección política: Criticar cualquier película con pobres acusando a los realizadores de vivir en el primer mundo. Algunas películas buscarán la explotación, otras no. Algunas serán más optimistas y otras más pesimistas, como ocurre con todo el cine. Si los que no son pobres no pueden hacer películas sobre pobres entonces llegará el día en el que nadie podrá hacer una película sobre algún grupo al que no pertenece. Cafarnaúm emociona de verdad, conmueve, y además muestra una realidad durísima. Nadine Labaki consiguió un objetivo con armas nobles y efectividad cinematográfica.
No hay reglas estrictas para hacer una película buena. Hay tantas películas buenas diferentes que se contradicen entre sí que es evidente que cada película debe funcionar bajo sus propias ideas y llegar con ellas a buen puerto. Hay comedias, hay dramas, hay películas clásicas y también modernas, pero también hay una enorme cantidad de títulos que no consigue encontrar el rumbo y terminan en medio de la nada. Happy Hour es una de esas películas filmadas con oficio pero que jamás se definen. El humor absurdo del principio le da pasa a un drama intimista, mientras coquetea con la screwball comedy y luego busca una reflexión filosófica acerca de la condición humana. El protagonista es un imposible profesor de literatura latinoamericana interpretado por el no menos imposible Pablo Echarri. Horacio es el profesor en cuestión, un argentino que vive en Río de Janeiro y al cual un evento azaroso lo convertirá en una figura pública (o algo así, porque la película no convence a ningún nivel jamás) y despierta en él deseos reprimidos que destaparán una crisis matrimonial. Vera (Leticia Sabatella), su esposa, una legisladora brasileña tan imposible como el profesor, debe mantener en orden su matrimonio por su carrera política. Todo es tan falso, tan acartonado y tan ilógico que cada escena parece pertenecer a una película nueva. Ver actores argentinos hablando en portugués distrae un poco pero no es tan grave, en cualquier idioma no tienen nada interesante para decir. Cuándo la película busca alcanzar profundidad las cosas se complican aún más que con la comedia. Por donde se la mire, la película no funciona.
Venganza (Cold Pursuit) no se parece a los anteriores films de acción protagonizados por Liam Neeson. Que quieran venderlo de esa manera es entendible para los que distribuyen el film y quieren ganar dinero, pero nadie que vea la película puede sostener que sea parecida a lo que Neeson hizo hasta ahora. En lo superficial, en lo profundo, e incluso en el género, la película no tiene semejanza con los films de Unknown, Taken o Non-Stop o The Commuter, aunque juntas conformen una filmografía de acción más que interesante. No importa como siga la carrera de Liam Neeson, su marca en el género ya ha quedado. Nels (Liam Neeson) trabaja con su camión barrenieve en un pequeño pueblo en Colorado. Es un hombre recto, respetado por la comunidad, que lo premia como el mejor ciudadano del año. Él y su mujer (Laura Dern) reciben la noticia de la muerte de su joven hijo por una sobredosis. Nels no cree que sea todo tan simple y por una pista que recibe decide emprender una venganza contra los narcotraficantes responsables de la muerte de su hijo. Venganza es una remake In Order of Disappearence (Kraftidioten, 2014) película noruega protagonizada Stellan Skarsgård dirigida por Hans Petter Moland. La película no cae en la categoría de remake libre que destruye el sentido de la película original y el resultado está a la vista. El secreto está en que Hans Petter Moland vuelve a estar en la dirección y simplemente hace nuevamente su película pero con la producción de alto presupuesto que requiere esta nueva versión. Ambas son películas muy parecidas y tienen los mismos méritos. Si la venganza es un tema capital en la historia del cine, volver sobre ella tiene sentido. Y una vez que una fórmula se prueba efectiva, todo el problema está en lograr que dicha fórmula se cumpla y a la vez parezca algo nuevo. Venganza tiene ese aire nuevo y esa estructura clásica. El tema es universal, pero la película es muy original y sorprende. Toda la presentación de la historia, los villanos, la muerte de todos y cada uno de los personajes que muere, las extraordinarias elipsis que la narración tiene, la puesta en escena, las actuaciones, todo conforma un relato divertido, con sentido del humor, violento pero sin exagerar, con un gusto por la resolución original y un enorme respeto por la inteligencia del espectador al darle una historia menos estándar de lo que hoy se acostumbra. Es posible que pueda generar algo de rechazo debido a eso, que tal vez al no ser mediocre y tener fuertes decisiones estéticas termine dejando fuera a más de uno, pero quien en definitiva sale ganando es el cine.
La Cooperativa Ar/Tv Trans es una cooperativa de teatro formada por travestis y trans y cuyo objetivo es sacar a las chicas de la prostitución. Ellas estudian teatro y producen espectáculos. La película muestra la vida de sus integrantes, sus sueños, su presente y también su pasado. La lucha por formar parte de la sociedad y realizarse como personas. El objetivo de Reina de corazones es claro y efectivo, las protagonistas muestran su humanidad, su sentido del humor, sus frustraciones y sus sufrimientos. La película consigue dar cuenta de lo difícil es que su vida pero también de la fuerza y la decisión para abrirse paso y seguir adelante. Sin bajadas de líneas políticas, pero sí profundamente humanistas, el film puede ser político pero no partidario, su discurso trasciende cualquier bandera y convence por su claridad y su variedad. Sus personajes son muy diferentes entre sí, en una muestra de diversidad que prueba de manera definitiva que todas las personas tienen derecho a buscar la felicidad.