Zahira es una joven belga-paquistaní muy cercana a su tradicionalista familia musulmana. Zahira está embaraza y no se ha casado. La familia acepta esto pero la obliga a elegir un marido para su casamiento. Zahira, que ama y respeta a su familia, se divide entre el vínculo que tiene con ellos y la forma civilizada y occidental en que vive Bélgica. Una amiga belga y su familia, pero también su hermano, intentan ayudarla a resolver el conflicto. La película busca ser lo más respetuosa posible de la mirada de la familia paquistaní, pero tampoco busca, por suerte, tolerar la tradición machista de considerar que la libertad de elección de la mujer puede ser un inaceptable deshonra para ellos. Es una buena noticia que el director, Stephan Streker, no buscara explicar que se trata de otra cultura o de otras costumbres y dejara bien en claro la violencia machista aceptada y tolerada dentro de esas familias y esa cultura. El tono es sobrio, hay muchas escenas muy bien resueltas y a pesar de la angustia de muchas de las situaciones el director le dio al relato la impronta vital y juvenil propia de la edad de la protagonista. Visualmente está bien lograda, consigue narrar de forma plausible todo el conflicto y se enfrenta a los momentos más dramáticos sin mal gusto, con el adecuado pudor y respeto. Frente a la tibieza europea –y no solo europea- que hay con respecto a las atrocidades que se cometen en culturas primitivas, machistas y violentas, es de una gran valentía encarar el tema sin temor y con franqueza.
Un adolescente de clase baja anda en su bicicleta en un espacio abierto, suena una canción y la vida parece bella y amable. Pero pronto la película, en un juego narrativo, dejará a André de lado, su historia y todo lo que empezábamos a saber de él. Un obrero que vive cerca de él ha fallecido en circunstancias que no se explican. André encontrará un cuaderno en el cual Cristiano, el obrero, llevaba un diario íntimo. La película será a partir de ese momento la historia del muerto, con su voz en off justificada por la lectura del diario. La película describe el mundo de estos obreros que van abriéndose paso como pueden, que trabajan de diferentes cosas, que pasan de una changa a la otra a medida que les va pasando la vida. El gran hallazgo del film es ocuparse de mostrar el trabajo, el lugar de trabajo, pero también la amistad, los pequeños momentos de ocio, los amores, todo lo que forma parte de la vida de un trabajador y que nunca vemos. Así presenciamos algunos momentos luminosos como cuando cantan canciones, o una melancólica pero poderosa historia de amor con una mujer de la que finalmente se separa. Tal vez el momento más interesante en ese aspecto es cuando discute con otro obrero acerca de que es lo más difícil de cargar. Arranca Cristiano afirmando que lo peor son las bolsas de cemento, pero le retrucan que peor es cargar tejas, la charla enumera varias cosas diferentes y así descubrimos que esa ha sido su vida, cargar durante años todo tipo de cosas. Hay imágenes muy potentes y un gran acierto en abrir la puerta de ese mundo, a punto tal que se le puede perdonar a la película un cierto número de licencias poéticas. Pero donde la película no logra fuerza alguna es en los largos planos de personajes estáticos, sin hacer nada, pero sin que tampoco la película consiga que eso tenga fuerza cinematográfica usando esos momentos.
Las películas protagonizadas por animales son un género de golpe bajo fácil y un público cautivo que responde a ellos. Quién no ama a los animales no le verá sentido alguno y quien los adore encontrará en cada escena motivos suficientes para emocionarse, pasando de la ternura a la angustia sin escalas. Mis huellas a casa (A Dog´s Way Home, Estados Unidos, 2019) es una historia que utiliza casi todos los trucos existentes para conmover al espectador que ame a los perros. Para empezar, el primer truco es que escuchamos los pensamiento de Bella, la perra protagonista de la historia. Sus reflexiones, llenas de licencias poéticas, son básicas y sin excesos, pero el escuchar la voz interior de una perra es sin duda el sueño de cualquier humano perruno. Con eso es fácil que un guionista use todos los recursos que tiene a mano para hacer reír, emocionar hasta la catarata de lágrimas y también angustiar mucho. Todas las películas tienen trucos, no es en sí mismo algo malo, y tampoco está mal que se elija a una perra para protagonizar una historia. El cine no has enseñado que desde un héroe mitológico a una pelota de voleibol pueden ser motor de las reflexiones de un realizador y conmover a los espectadores. Bella es una perra que está a gusto con Lucas, su dueño, estudiante de medicina, y demuestra en su vida cotidiana una sensibilidad no solo con su mejor amigo sino también con otros animales y con un grupo de veteranos de guerra con estrés post traumático. Pero un vecino que intenta desalojar un predio con animales generará un problema con Bella que deberá separarse de Lucas y emprenderá una aventura descomunal intentando regresar a casa, no importa cuánto tiempo lleve, no importa cuánto cueste. Un tema universal, tan antiguo como el ser humano, no importa que acá esta tenacidad esté mostrada con un perro. Entretenida, simple, hecha para agradar a su público, la historia es bastante sobria, tiene elementos de los viejos films de los estudios Disney ambientados en la naturaleza y no cae nunca en un momento traumático o perturbador para los espectadores. Es posible que algo de eso se deba a su director, Charles Martin Smith (sí, el actor de American Graffiti y Los intocables) quien ha dirigido varios films que giraban en torno a la figura de un animal. Como alguien que respeta a los animales, evitar locuras efectistas o momentos de espanto. Aun con el sufrimiento que uno siente en cualquier film por el riesgo que sufre el protagonista, acá desde el vamos la idea fue anticipar la trama, tanto en el adelanto del film como en todas las comunicaciones que se han hecho previas a su estreno.
El príncipe encantador (Charming, 2018) es una película de animación canadiense que vuelve sobre una temática favorita del género en estas últimas dos décadas: la revisión de los cuentos de hadas. Acá el que está encantando y ha recibido una maldición de la bruja malvada es el príncipe, no la princesa. Y este príncipe solo podrá salvarse si al cumplir los veintiún años ha conseguido encontrar el verdadero amor. ¿Qué maldición pesa hasta esa fecha? El encantamiento es que él es encantador. Todas las muchachas del reino se enamoran de él, quieran o no, debido a esa maldición. Al ser un encantamiento, nada tiene que ver con el amor verdadero, lo que le complicará mucho al príncipe encontrar a la persona adecuada. Pero claro, esa persona existe. Se llama Lenore y es una aventurera, ladrona, que no busca ningún príncipe. Lo que tiene lo consigue sola. Ella y él se encontrarán, construyendo una comedia alocada al estilo Screwball Comedy en una road movie divertida e inteligente, donde la cosa no se queda solo en el cambio de sentido. Las reglas de los cuentos de hadas se repiten, aun con las variaciones que son el corazón de la trama. También hay tres princesas que son las enamoradas del príncipe: Blancanieves, La bella durmiente y Cenicienta. Pero las tres tienen trastornos ocasionados por sus propias historias. Pero eso es lo de menos, porque su amor por el príncipe no es real. Lo peor que la película tiene es, lamentablemente, la animación. El guión funciona, pero los personajes no se ven bien, ni originales, ni de primera calidad. Eso dificulta mucho conectar con la trama desde el comienzo. Y tampoco le queda muy bien la forzosa entrada de una canción romántica a mitad de la película. Una pena, porque había buen material para hacer una gran película y no quedarse a mitad de camino.
Feliz día de tu muerte (Happy Death Day, 2017) era una película de terror muy divertida cuya trama giraba en torno a la muerte de su protagonista en un día que volvía a comenzar cuando era asesinada por alguien con una máscara. Como en Groundhog Day (1993) ella recordaba todo lo ocurrido, aun cuando amanecía en la misma cama, en la mañana del mismo día luego del momento de su muerte. La combinación entre terror y comedia, con un misterio que nunca era develado, funcionaba muy bien, sin demasiadas pretenciosas extras. Acá en la secuela, Feliz día de tu muerte 2, las cosas se complican. La protagonista no es la única involucrada en este bucle temporal que parece no tener fin, pero además hay una explicación científica para que este fenómeno ocurra. Si se trataba de multiplicar la idea de la primera película sin duda lo logran, pero eso le hace perder parte de su encanto, además de que el chiste del film original ya ha renunciado a su originalidad. Si acaso ver a la protagonista muriendo tantas veces en el primer film resultaba insólito y cómico a la vez, siempre se conservaba el tono dentro del cine de terror. En la secuela se suma la ciencia ficción de forma abierta y la comedia se apodera del relato. Hay escenas de comedia, muchas, a punto tal que uno olvida si queda algo de terror. En la escena de los créditos finales se promete una tercera parte que puede llegar a ser infame o extraordinaria, el juego sigue abierto.
Por suerte cada cierta cantidad de tiempo aparecen películas que recuperan el sentido puro de la narración cinematográfica y crean personajes que valen la pena para protagonizar esas narraciones. Tal es el caso de Alita Battle Angel, dirigida por Robert Rodriguez, producida por James Cameron y guionada por ambos junto a Laeta Kalogridis, basándose en las novelas gráficas futuristas de Yukito Kishiro. Alita es una ciborg encontrada en un centro de residuos tóxicos por Ido, un robot-médico. Cuando Alita recupera el conocimiento no sabe quién es ella ni comprende el mundo que la rodea. No sabe cuánto tiempo ha pasado y no comprende mucho de lo que se vive en Iron City. Deberá aprender poco a poco hasta que finalmente comienza a descubrir quien ese realmente. Si no se supiera que el proyecto fue inicialmente de James Cameron, no sería raro pensar en su cine. Como las heroínas de muchas de sus películas, Alita es un clásico personaje cameroniano, heredera en este caso de las mujeres hawksianas, aquellas mujeres valientes y aventureras que brillaron en el cine clásico. También hay que decir que Robert Rodriguez ofrece lo mejor que tiene como director: Entretenimiento espectacular, amor por los géneros y permanente movimiento. Alita Battle Angel es una aventura de ciencia ficción fuera de serie. También tiene muchos temas interesantes, esos que hace unos años significaban algo para los cineastas. La protagonista combina la emoción de Espartaco, con la furia de Rollerball, pasando por las peleas de bar de un western y los arquetipos más universales del camino del héroe. Alita es un gran personaje y está rodeada por otros grandes personajes. Su rebelión contra el sistema responde al corazón mismo de las aventuras de ciencia ficción, el personaje crece escena tras escena. Volviendo al comienzo, es difícil ver películas así hoy en día, capaces de resumir en dos horas un universo y presentarnos a un nuevo personaje inolvidable. Tan simple como hacer cine, tan difícil que hoy muy pocos lo hacen.
La figura del Gauchito Gil ha crecido a lo largo de los años y este personaje adorado como un santo tiene seguidores fieles y apasionados y otros tanto que lo ven como una figura pintoresca más atractiva visualmente que por su discurso o su historia. Un documental sobre su figura podría haber caído en diferentes trampas de facilismo cinematográfico. Mientras que la televisión suele explotar estos fenómenos sin discutirlos ni analizarlos, llegando incluso a festejarlos y promoverlos, el cine muchas veces se burla de estas situaciones dejando en evidencia a los fieles y mirando con cinismo todo el espectáculo alrededor. El cine independiente y los intelectuales tienden a burlarse de las grandes iglesias pero con estas cosas muchas veces se fascinan desde un lugar banal, como si fuera un objeto de diseño más que un culto. Desde el momento que la película se llama Antonio Gil queda descartada la mirada complaciente por parte de la directora. Queda claro que lo que plantea es una mirada sobre los hechos más que sobre la fe. Aun así, tampoco se burla de la fe, de hecho ni opina sobre ese tema, salvo por lo que uno deduce de las imágenes. No hay otra opinión en la película más que la visual. Por suerte la directora muestra, nos hace ver como es el santuario al Gauchito Gil sin parodia pero tampoco sin hacer apología. Algunos planos son espectacular, en particular los travellings en la ruta con los caballos avanzando. Sin embargo el recurso que quedará fijado en la memoria del espectador son los muchos travellings laterales con los cuales el santuario es recorrido durante varios minutos. Estos planos que son un leitmotiv dentro de la película, dicen mucho y exponen mucho. Es un recurso que se repite tal vez demasiado, pero a la vez es el centro de la película. La directora filmo durante casi una década el lugar. Pasando de un fenómeno pequeño a un multitudinario, dejando en claro que el crecimiento fue cambiando también muchas cosas. En esos largos planos mencionados hay imágenes que nos movilizan, nos enojan, nos invitan a reflexionar, pero la directora al hacer ese movimiento los iguala. No corta para detalles, muestra el todo. Un montaje veloz o muchos planos estáticos no reemplazan la sensación perfecta de totalidad que aquí se manifiesta. Todo esto se completa con la voz en off de personas de lugar que cuentan como nación el mito y cómo surgió el santuario. Casi somos testigos de cómo se construye una leyenda. Los testimonios se contradicen, muestran ausencias en la historia, exponen que hay algo de invento en la historia de Antonio Gil y muchísimo de especulación en la construcción de su santuario. Ni por un segundo la película nos dice lo que tenemos que pensar. Qué alguien haya estudiado tanto un tema y no subestime al espectador que recién comienza a presenciarlo es un acto de respeto muy grande y la demostración de una directora inteligente que confía en la libertad de las imágenes y de las ideas.
Hora-Día-Mes cuenta la historia de Nardo, el encargado de un estacionamiento que durante el día se entrega a la más absoluta rutina y de noche, o en soledad, crea un universo en el cual él es amo y señor del lugar, los autos y el mundo en su totalidad. Un personaje que parece gris pero que en realidad encierra una riqueza de ideas y un afán de control y comprensión más allá de lo imaginable. El actor Manuel Vicente le da a Nardo el rostro y la actitud perfectos para el personaje. La casualidad quiere la película tenga muchos puntos en común con El Botones (The Bellboy, 1960) la ópera prima del director (y también guionista, productor y actor) Jerry Lewis. En esa película un productor (guionado) aclaraba que la película no tenía historia ni conflicto, acá la voz en off nos dice lo mismo. En ambos films una serie de viñetas muestran la extraña y por momentos misteriosa relación que tiene el protagonista con el mundo cuando está solo, dominando su espacio de trabajo. El pequeño hombre transformado en gigante, controlando el mundo. Aunque El botones es abiertamente una comedia que busca entretener todo el tiempo y Hora-Día-Mes tiene humor más delicado, por momentos basado en el contraste entre imagen y voz en off, ambas disfrutan de generar a partir de la forma el sentido de la película. Hora-Día-Mes y El botones también parecer venir del árbol genealógico de Jacques Tati y más lejanamente de Buster Keaton. El héroe solitario, incomprendido, filmado por momentos de forma distanciada, en batalla con los objetos y los espacios. No es esteticismo, es aprovechamiento del lenguaje del cine. Es significativo que a pesar de lo muy cinematográfica que es la película, Hora-Día-Mes tenga una conexión tan poderosa con la literatura. Claramente el texto de Marcelo Cohen y la voz en off son parte imprescindible de la película. El choque entre texto e imagen, la frialdad con la que esa voz expresa verdades enormes o trivialidades absolutas le otorga a la película la capa final de sentido a la vez que le otorga gran parte de su humor. En ese aspecto también se une a una línea del cine argentino alejada de los cánones habituales de nuestra cinematografía. Parecida a los primeros films de Mariano Llinás y a los largometrajes de Mariano Cohn y Gastón Duprat, personajes claves de un cine argentino inteligente y sofisticado, más preocupado por ideas transcendentes que por conflictos coyunturales. El director Diego Bliffeld busca mantener el ritmo y el interés con resoluciones originales e inesperadas, aunque en definitiva todo transcurre dentro de esa gran única locación. Por momentos la película se ameseta y en otros se vuelve brillante y luminosa. Nunca es pretenciosa ni grandilocuente, pero tampoco busca regodearse en el minimalismo, al contrario, la película se llena de elementos, amenazando con volverse enciclopédica en el sentido más apasionante del término. Como si fuera un Diderot en película, Diego Bliffeld enumera cosas, la define y las explica. A veces con rigor científico, a veces con delirantes metáforas e interpretaciones acerca del aspecto de los autos. Literatura y cine vuelven a cruzarse en esos momentos fantásticos. Se fascina frente al mundo, no lo mira con el sobrado desdén del que se creé que puede dar cátedra, sino con los ojos del que sueña que algún día todo podría ser explicado y controlado. Nardo quisiera poder controlarlo, calificarlo, enumerarlo, pero esa es solo una ilusión que posee cuando está en soledad. Luego amanece, la magia se termina, y la rutina vuelve a comenzar. Quedará para mañana el retomar la aventura del conocimiento, el secreto control sobre todas las cosas que el protagonista tiene.
Green Book entró en la pista grande de la temporada de premios por motivos vinculados con lo ideológico. Cumple, sin duda, con el manual de la corrección política, las buenas intenciones y no parece cometer errores que la coloquen en un lugar de polémica. El cine está lleno de estas películas y si alguien quiere ganar premios en la actualidad, lo más probable es que los obtenga por dos vías: biografías de personas famosas o hechos reales y/o defensa de minorías segregadas o discriminadas en el pasado o en el presente. Green Book está basada en hechos reales y tiene los ingredientes de corrección política necesarios. El error es creer que encajar con los tiempos que corren es necesariamente algo malo. Especular con premios no es lo más elevado que un arte puede pretender, eso está claro. Pero lo que si al ver la película no vemos la especulación o los méritos cinematográficos le pasan por encima, entonces no hay necesidad de ningún reclamo. Ese es el problema de la temporada de premios, nos generan un prejuicio a favor o en contra, siempre afectan la evaluación. Una vez aclarado esto, veamos qué película hay en Green Book. La historia es simple, una road movie de opuestos que deben realizar un trayecto juntos. Este argumento sirve para una comedia romántica, para una comedia con Dean Martin y Jerry Lewis o para una historia de dos presos que se fugan. Raza, religión, personalidad, sexo, los opuestos o los diferentes son siempre un material excelente para el cine y las road movie también son un género que da buenos resultados. Tanto para la comedia como para el drama, recorrer rutas, pueblos, cruzarse personas nuevas y situaciones inesperadas son excelente material cinematográfico. En el caso de Green Book los opuestos son Tony Lip Vallelonga, un guardaespaldas italoamericano bastante bruto pero efectivo y Dr. Don Shirley, una pianista y compositor de jazz negro de gustos refinados y buenos modales. Don Shirley contrata a Tony Lip para que sea su guardaespaldas y chofer durante una gira que él hace con su trío por los estados del sur de Estados Unidos. Es el año 1962 y el racismo no solo está en las personas, sino en las leyes. Restaurantes, baños y hoteles están divididos para gente blanca y gente negra. El libro verde al que alude el título es una guía para que los turistas y viajantes negros supieran donde podían alojarse a lo largo de sus viajes por Estados Unidos. Con la simpleza de Tony y para sorpresa de muchos, acepta el trabajo. El camino que recorren tendrá muchos momentos dramáticos pero en general tendrá momentos de comedia y emoción. Porque Green Book es, ante todo, una película para congraciarse con el espectador. Un crowd pleaser, como se dice en inglés. Esas que logran las respuestas exactas en cada momento, muchas veces con trucos muy obvios y previsibles, pero que igual dan en el clavo. Si todas las películas pudieran lograr lo que logra Green Book, no se lo guardarían. Ambos actores, Viggo Mortensen y Mahershala Ali están impecables. A Viggo le toca la mayor composición y al tener que interpretar a un italoamericano extrovertido, la gesticulación se convierte en parte del personaje. También engordó para el papel, lo que le abre la puerta de los premios. Porque ya sabemos, subir o bajar de peso –en los actores de cine- produce premios. Pero esto queda de lado a medida que avanza la película. Ambos están muy bien y le permiten a la película superar sus lugares comunes. El director, Peter Farrely, no hace un trabajo particularmente brillante, solo se dedica a ilustrar con mucho profesionalismo la historia. Farrelly, quien junto a su hermano hizo una serie de comedias escatológicas y provocadoras –a mi gusto horribles- hace tiempo que había mejorado y afinado el tono, incluso en esa clase de comedias, que se habían vuelto realmente buenas. Pero acá en solitario hace algo menos personal. Irónicamente, al hacer su película menos personal obtiene el mayor prestigio. No hay nada nuevo en Green Book, pero lo viejo se ve muy bien.
Comedia de ciencia ficción sobre dos veinteañeros que pasan la noche del sábado decidiendo si ir o no a una fiesta. Están en su departamento y a medida que pasan las horas, se van sumando más amigos, las cosas se van descontrolando y la película pasa de un tono de comedia al exceso y la locura total, siempre dentro del reducido espacio de un edificio en la noche de Montevideo. A pesar de que la película no se parece al promedio que se hacen en Sudamérica, tampoco se tratar de una propuesta completamente original. Y con ser una rareza tampoco alcanza. Este cine de factura notoriamente artesanal ya no tiene el impacto que podía tener décadas atrás. Hoy hay demasiadas películas a las que tenemos acceso como conformarse con un producto así. Es rescatable un trabajo de maquillaje y efectos, algunos bastante bien logrados, parecidos a aquellos que usaba David Lynch al comienzo de su carrera.