Pilar está en su departamento un sábado a la noche. Todo indica que su plan es estar sola. Habla por teléfono con su madre, lo que nos informa sobre su noviazgo con Marcos y su segundo aniversario que será el domingo. En esa escena inicial ya se nota que la película no va a funcionar. Los planes de Pilar cambian cuando suena el timbre y es su novio, que ha llegado sin avisar. Es la primera visita de la noche, pero no será la última. A los pocos minutos de haber comenzado la película se hace obvio que su duración no podrá ser extensa. La trama no tiene la más mínima complejidad y la anécdota no merece más que media hora, por lo que aun sin llegar a ochenta minutos, la historia resulta demasiado alargada. Ni por un segundo resulta creíble tampoco. Sí, claro que la película parece teatral, como pasa con muchas películas de muchos países, no es un defecto local ni mucho menos. El problema es descubrir la estructura desde el comienzo y sentir que no habrá ninguna sorpresa en la trama, ni siquiera el aire del exterior (qué aquí surge brevemente) que supone el cambio de locación. Cualquier salvavidas sería bienvenido frente al estancamiento dramático que la película tiene. Cuatro personajes principales, más una voz el teléfono, más la breve aparición de un par más. Si hay una comedia acá, no se ve en ningún momento, más allá de que se adivinan los intentos. Y si hay drama, tampoco produce interés alguno, ni hablar de algún tipo de emoción. Todo es, además de lo mencionado, frío y sin conexión con los personajes. Algunos chistes de rodaje en los créditos parecen ser una manera poco sutil de alargar la duración de una película que resulta muy corta y muy larga a la vez.
El documental en el cine argentino –y mundial- ha crecido como mucho en el siglo XXI, producto en gran parte del abaratamiento de los costos y producto también del aumento de los canales de difusión para esta clase de cine. Esto permite que haya muchos documentales sobre los más variados temas. Algunos, como Un cine en concreto, son pequeñas joyas que si el espectador no tiene la suerte de ver en cine, debería por lo menos darle una chance en cable o streaming. La película cuenta la historia de Omar Borcard, un albañil que vive en Villa Elisa, provincia de Entre Ríos. Su vida cambió cuando a mediados de la década del sesenta, en medio de una realidad muy dura para él, descubrió la magia de la sala de cine. Su pasión por el cine se volvió total y durante los siguientes veinte años vio cuánta película que pasaba el cine de su pueblo. Cuando el cine cerró, para Omar fue una tragedia. No se resignó y construyó, en su propio terreno, un cine. Así de simple y así de cinematográfico: con sus propias manos construyó un cine. Omar no es un cinéfilo en el sentido más puro y duro del término. Omar tiene películas y géneros favoritos, pero básicamente cualquier película le parece un milagro. Es un cinéfilo no académico, cuya formación es el amor puro por el cine. El cine como refugio, como espacio para soñar y para sentirse menos solo. No es un experto en cine, es un experto en la experiencia de ir al cine y disfrutar la película. Lo maravilloso del documental es que los cinéfilos y no cinéfilos no podrán quedarse afuera de su historia y su necesidad vital de que sigan proyectando películas. Omar no tiene grandes discusiones acerca del futuro del cinematógrafo, no ve a la sala de cine como un negocio, ni un espacio de prestigio. Su amor es tan profundo y genuino que, aun sin saberlo, explica en cada frase suya y en su propia vida el sentido final y profundo del cine. Todos los que amamos el cine entendemos de que habla Omar. La película lo muestra como es, la historia misma es increíble. Hay tanto de cinematográfico en lo que hizo y se parece a tantas grandes películas de la historia del cine que es asombroso. En un momento la directora elige mostrar la propia filmación de Un cine en concreto y amenaza con romper la magia, pero entonces uno lo imagina a Omar siendo parte del rodaje y entiende el motivo de la decisión. Omar está en una película, él y su familia, él y su historia. La película posee también una enorme melancolía. La forma en la que este albañil lucha contra el tiempo y los cambios culturales es conmovedora. No es una resistencia a los avances tecnológicos ni los cambios culturales, es proteger un espacio de felicidad. Omar encontró la felicidad en la sala de cine y busca que otras personas hagan el mismo descubrimiento y accedan a la misma forma de placer y refugio. Es un acto de obstinada generosidad. Si toda la película es muy emocionante, hay que decir que un par de momentos son para largar lágrimas. Sin anticipar nada de la trama el espectador debe saber que el crecimiento dramático y los giros que la película tiene son dignos de la más elaborada ficción. Los que amamos el cine con todo nuestro corazón y lo hemos convertido en parte de nuestra vida, entenderemos a Omar, pero el sentido de su tarea excede por mucho al cine. La película muestra como los temas pequeños pueden ser grandes reflexiones sobre la condición humana. Con muy pocas pretensiones a la vista, Un cine en concreto dice mucho sobre la vida.
Como entrenar a tu dragón 3 (How to Train Your Dragon: The Hidden World) Cierra la trilogía de películas con ese nombre. La amistad entre el joven vikingo Hiccup y el dragón Toothless contada en tres películas alarga un poco más la historia para darle un cierre. El único tema que queda es la maduración de los dos protagonistas. El joven que tiene que transformarse en líder y el dragón que se enamora de una de su especie. Ambos deberán, tal vez, tomar dos caminos separados. Aunque la película es especialmente generosa en imágenes hermosas y originales, en otros momentos resultan un tanto excesivas, con un despliegue sin demasiada justificación más que el mostrar las posibilidades técnicas que tienen los que hicieron la película. Tres largometrajes para este se ve aquí que es demasiado, que por más momentos logrados que pueda tener, ya está terminado casi todo lo que había por decir. La rutina de las secuelas queda tapada por una película bella y entretenida, que no molestas ni moviliza, que tiene un final realmente muy perezoso, más propio de una mala comedia romántica que de un film de aventuras. La trilogía se termina acá con gusto a poco, el oficio no alcanza cuando no hay un talento que le permita a las historias reinventarse y volverse novedosas aun siendo secuelas.
Suspiria (1977) de Dario Argento es una de las mejores películas que ha realizado en legendario director italiano en su extensa carrera. La noticia de una remake siempre es motivo de preocupación cuando estamos hablando de un film tan personal y tan logrado, pero toda película es buena hasta que se ha demostrado lo contrario, así que no hay que sacar conclusiones hasta ver el resultado. Luca Guadagnino ha sido el encargado de la dirección de esta nueva versión del clásico italiano. Aunque el propio realizador es italiano, la película no está hablada en su idioma, sino en alemán, inglés y francés. La película transcurre en Berlín, en 1977, y tiene un fondo de contenido político que la película de Argento no tenía ni necesitaba. El costado político de la remake es posiblemente uno de sus puntos más flojos. No es justo seguir analizando el film del 2018 en comparación con el original de 1977. En todo caso mencionar la película de Dario Argento es más que nada para informar sobre su existencia y recomendársela a todos aquellos que no la hayan visto. Es un hecho positivo que Guadagnino haya hecho una película basada en una película (o varias) y el cine de otro realizador para hacer algo personal, con vida propia, con estética original y con sus propias ideas. Así que todo lo que sigue es un análisis de esa película, no su relación con su antecesora. Se mantiene sí, la academia de danza como ámbito principal donde ocurren los eventos. Hay un subgénero del cine de terror al que podríamos calificar de terror artístico o, si no nos gusta, terror pretencioso. Este año Mandy (2018) es una prueba de ese género y ahora Suspiria (2018) es otro. La pretenciosidad está a flor de piel en cada escena y lejos de parecer auténticas, delatan una búsqueda demagógica para ser tomadas como arte superior. Justamente, si algo maravilloso ha tenido el género de terror es que siempre ha ido hacia adelante, apoyado más por el público que por los festivales o los intelectuales. No hay género más vivo que el cine de terror. Con películas como Suspiria (2018) parece que el género tuviera que pedir disculpas por ser popular y buscara desesperadamente un sello de cine de autor, pretencioso y críptico. Sin duda Guadagnino lo ha obtenido. Para que no queden dudas, la película agrega todo un costado político y una bajada de línea ideológica para que no sea un simple cuento de hadas sino todo un trabajo sobre la sociedad europea entre el nazismo, la guerra fría y finalmente el terrorismo de la década del setenta. Una sofisticada iluminación, varias excelentes ideas para resolver escenas, un casting inquietante, un trabajo de reconstrucción de época impecable, todas cosas que hacen que la película se vea muy bien. Pero también una bajada de línea y un elemento alegórico difícil de digerir. También un nivel de sadismo y violencia apenas tolerable, con momentos muy perturbadores y un nivel de gore a la altura del género. Pero si el gore tenía el humor como aliado imprescindible, acá la solemnidad más extrema coloca al director en un espacio complejo. Tener que sufrir todo lo que se sufre en el cine de terror pero el entretenimiento, tener que aguantar los alardes artísticos pero en una película que no tiene nada interesante por decir. Una vez más, lo que sí se puede rescatar de Suspiria (2018) es que no es tímida a la hora de incluir elementos en su relato ni pretende ser una remake respetuosa de la obra maestra de Dario Argento.
En un pueblo olvidado de la cordillera patagónica vive una mujer que, todos los días, repite su misma tarea: dar de comer a sus gallinas y caballos, y recoger flores y frutos. Nada parece romper esa rutina que la convierte en un ser solitario y necesitado de afectos que nunca llegarán a su vida. El director Miguel Zeballos sigue con su cámara a ese ser inmerso entre la tristeza y la melancolía, y así este documental casi carente de diálogos se convierte en un ensayo poético acerca del tiempo y en una reflexión sobre el vacío y la muerte. El propio realizador, con su voz en off, es otro protagonista para retratar el silencio estruendoso de ese pueblo por el que transita esa mujer sin porvenir. La belleza árida de Neuquén, con la cordillera de fondo, otorga algunas bellas imágenes iniciales que consiguen captar la atención del espectador. Parecen, en ese comienzo, suficientes para cautivar, maravillar e incluso hacer pensar. El documental sigue los pasos de Mercedes Muñoz, una mujer que vive en el medio de esa inmensidad, que guarda conflictos y angustias que asomarán en algún momento, pero que básicamente se dedica, más allá de todo, a su rutina diaria en el campo. Casi no hablará en toda la película, solo hará lo que hace siempre. ¿Pero cuánto puede durar esto manteniendo el interés cinematográfico? Hay otra película que surge, la película dentro de la película, la película sobre las ideas de la película. La voz en off del realizador, una exploración poética y filosófica, no suma nada a lo que se ve, incluso lo rompe, nos genera una distancia, nos arruina la belleza de las imágenes. Si la película deseada no apareció, la que la reemplaza no es mejor, no la completa, no la mejora, solo la desarma. Quedan tan solo algunas bellas imágenes.
Hirokazu Koreeda es uno de los directores japoneses más prestigiosos del cine contemporáneo. Una filmografía de títulos importantes lo respalda. After Life (1998), Nadie sabe (2004), Still Walking (2008), De tal padre, tal hijo (2013), Nuestra hermana menor (2015). Su cine rompe las barreras que lamentablemente existen entre los países del mundo y que nos hacen creer que, por ejemplo, Japón no es una de las cinematografías que más cine produce. En este nuevo título aparecen esos personajes marginales, que viven en sociedad pero al mismo tiempo parecen absolutamente aislados de todo, creando su propio mundo de reglas. Donde la sordidez y lo siniestro aparecen, los personajes de Hirokazu Koreeda muestran un corazón enorme y una humanidad que llega hasta el heroísmo. No son héroes, no son perfectos, tienen contradicciones, temores, miserias, pero también esos gestos parecen romper la indiferencia de una sociedad salvaje. El tono agridulce del film capta también la ambigüedad de sus personajes. La familia protagonista sobrevive a duras penas, con dinero de la abuela (la legendaria Kirin Kiki, fallecida en el 2018) y robando cosas de los negocios, desde comida hasta cañas de pescar. Aunque roban, no son violentos ni le roban a las personas, tan solo se llevan algunos objetos. Claro que son delincuentes por ello, aun cuando la ternura que inspiren sea total. En la misma línea cometerán su acto más criminal al mismo tiempo que el más noble. Descubren en una noche fría a una niña a la que llevan a su casa para darle de comer. Cuando quieren devolverla descubren que la niña sufre violencia por parte de su padre. Una vez más, en esta idea de reglas morales propias, deciden quedarse con la niña para protegerla, pero al hacerlo se convierten en secuestradores. No hay que explicar cuán emocionante es la película por momentos, aun cuando se trate del mejor film de Hirokazu Koreeda y haya algunos subrayados algo innecesarios para un cineasta de este nivel. Lo más destacable es que pueda entender a sus personajes y, como ellos, crear un mundo de reglas e ideas más allá de lo que la sociedad diga que debe ser.
Hacer una secuela de uno de los más grandes clásicos de la historia de los estudios Disney y de la historia del cine en general podría ser considerado un riesgo, pero El regreso de Mary Poppins es mucho peor que eso. Esta película es un insulto prolijo, caro y ridículo a la película producida por Walt Disney en 1964. Y no solo por el cariño o la admiración al film original, sino a toda la idea de los actuales estudios Disney de hacer todos sus éxitos de nuevo sin diferenciar entre una remake o una secuela, entre una película que podría ser cambiada de otra que debería permanecer inmaculada para siempre. Lo bueno de que sea una secuela es que al menos no intenta superponerse con la otra película. P. L. Travers escribió muchos libros con Mary Poppins y estos podrían ser llevados a la pantalla como una saga. No es lo que ocurre aquí, ya que las dos películas están separadas por un abismo de tiempo y de talento, lo que hace que no parezcan del mismo planeta. Como la comparación entre ambos títulos solo produce enojo y malhumor, lo mejor es ir a la crítica de Mary Poppins Returns directamente. El director de la película es Rob Marshall, el mismo de Chicago y En el bosque, dos musicales mediocres, y de Piratas del Caribe: Navegando aguas misteriosas, posiblemente la peor película de una saga que ya se había caído a pedazos. No es menor el dato, porque a pesar de la gigantesca producción y el esforzado trabajo de efectos especiales, la película tiene una falta de encanto, ritmo y emoción que son la marca de este realizador. Sí, vuelve Mary Poppins (ahora interpretada por Emily Blunt) a la casa de los Banks, en Londres, en la década del treinta. Michael (Ben Whishaw) y Jane (Emily Mortimer) ahora son adultos, pero recuerdan a su niñera mágica. Los hermanos viven junto con los tres hijos de Michael y su sirvienta Ellen (Julie Walters). La breve mención de los actores protagónicos alcanza para mostrar la enorme producción de la película, pero ellos son solo una parte del gran elenco donde también Meryl Streep, Colin Firth, Dick Van Dyke (sí, él, pero hacienda otro personaje, no el del film de 1964), Angela Lansbury y David Warner. Mary Poppins deberá rescatarlos una vez más, pero esta vez con la ayuda de Jack, un farolero interpretado de forma insufrible por Lin-Manuel Miranda, sin duda el punto más bajo y menos justificable de un elenco de altísimo nivel aunque desaprovechado. Blunt compone a una Mary Poppins un poco más cercana a los libros y eso le suma a la película, ella está muy bien en un papel muy duro de aceptar por ser la marca de fábrica de otra actriz enorme como Julie Andrews, quien hizo en la película de 1964 el papel de su vida. No son comparables y eso está bien. Las canciones y los números musicales tienen momentos más tolerables que otros, pero siempre con la sensación de que les falta algo. El musical es un género complicado, claro está, pero ni aun con todo el despliegue que aquí se ve se pueden tapar las serias falencias que la película tiene. Secuela de un clásico o no, El regreso de Mary Poppins es por encima de cualquier otra cosa una película mediocre e irrelevante.
Posiblemente a partir de la fama de Alberto Gerchunoff y su libro Los gauchos judíos el pueblo de Moisés Ville no es desconocido para una buena parte de los argentinos. Sin embargo, e incluso varias películas argentinas después, en el año 2018 tal vez no sean tantos los que estén al tanto de cómo sigue la vida del pequeño pueblo rural de la Provincia de Santa Fe. El documental La Jerusalem Argentina se acerca hoy a Moisés Ville y retrata la vida de los últimos descendientes de aquellos inmigrantes que le dieron vida a la localidad, haciendo historia en el sentido más puro del término. La película describe la situación del pueblo con infinito amor y respeto, pero sin dejar escapar una profunda melancolía al ver que sus mejores épocas han quedado atrás y que el propio legado está por momentos en riesgo. Un museo que busca mantener esa memoria, sinagogas casi vacías, tradiciones que van quedando atrás y una población que se ha diversificado y cambiado. En la película vemos como se prepara el 125 aniversario del pueblo, punto culminante de alegría y unión, pero tan efímero como lo puede ser un día de festejo. La película elige bien sus escenas. Se entiende perfectamente el pasado y el presente del pueblo, se vive con tristeza pero también con humor la vida cotidiana. Es un pueblo de origen judío y es a la vez un pueblo de origen rural, ambas cosas conviven en la forma en la que las personas viven su vida cotidiana. También se ve que el recambio generacional no se produjo y la descendencia judía se fue a vivir a Israel o a Buenos Aires. Más allá de Moisés Ville, lo que cuenta el documental es el final de un pueblo, de una época, de un sueño. Hay mucha emoción en eso y también algo de angustia. Pero también la realidad es que todos los pueblos cambian a lo largo de los siglos y esta no es una excepción. El final, particularmente movilizador, muestra a esos pioneros y el increíble desafío que lograron llevar adelante. Para los del presente, pero para aquellos del pasado, la película es un homenaje sin solemnidad y con muchísima humanidad.
El vicepresidente (Vice) es la nueva película de Adam McKay, director de extraordinarias comedias que encaró a partir de The Big Short una etapa de su filmografía más comprometida con la realidad política de Estados Unidos. Vice es una biografía del ex vicepresidente durante las dos presidencias de George W. Bush, considerado por muchos con el vicepresidente más poderoso que haya tenido la historia de ese país. La película no es una biografía convencional, sino que tiene situaciones de humor intencionalmente absurdo que rompen con la narración clásica y la cuarta pared. No hay duda de que hay una gran osadía en la manera cómica, libre e imaginativa con la que la película elige contar cosas terribles sobre la vida de un político tan importante y la gravedad de las decisiones que este ha tomado en su carrera. Pero al mismo tiempo la película se mete de lleno en la moda de las películas biográficas y le permite a su actor que haga el clásico show para ganar premios. Por un lado lo arriesga todo y por el otro es lo más conservador que existe, a nivel cinematográfico, claro está. El director demuestra que tan brillante es en muchos momentos de la película, pero queda claro que su función principal es hacer una campaña política para denunciar las atrocidades de Dick Cheney en su trabajo como vicepresidente y antes también. Como una Michael Moore con talento y mayor inteligencia, pero igualmente atrapado por el discurso político sin filtros. Por momentos la película es muy sofisticada, pero en otros subraya demasiado su discurso. En su búsqueda del humor y el absurdo, su personaje termina teniendo un inesperado encanto, un Ricardo III de la política actual. Casi le deja la palabra final al propio Cheney, pero se engolosina y coloca una escena final entre los créditos. Escenas graciosa pero que termina una vez más subrayando todo lo que quiso decir ya varias veces. Capítulo aparte merecen los actores, todos muy profesionalmente pero insufribles. Christian Bale juega el viejo juego de la imitación y más todavía lo hace Sam Rockwell como George W. Bush. Tal vez la inesperada sorpresa y mayor efectividad esté en Tyler Perry interpretando a Colin Powell, en el único trabajo realmente sobrio que tiene la película.
Una adolescente de dieciocho años sufre con su timidez el entorno hostil de sus compañeros. Sufre en silencio su pobre vida social y la mirada incomprensiva de sus padres. Pero mirándose al espejo aparecerá una imagen de ella que es el reverso de su personalidad. María se encuentra con Airam, su lado oscuro que le permitirá liberar todo aquello que tiene reprimido. Si ese figura es producto de su imaginación o no, no lo adelantaremos, pero la escena inicial de la película de pistas del posible origen de esta dualidad. María terminará pidiéndole ayuda a Airam cuando sus conflictos ya no parezcan tener solución. Esta versión de doble personalidad, esta joven émula de Dr. Jekyll y Mr. Hyde tiene una estructura también muy parecida a una de las mayores obras maestras de la historia del cine argentino, El Retrato (1946) de Carlos Schlieper, protagonizada por Mirtha Legrand. Claro que el film argentino era una comedia, pero ese intercambio de roles partía del fracaso social de la protagonista, como aquí. Si una comedia de la década del cuarenta podía ser más sofisticada que este film de terror del año 2018 no es solo por el mérito de aquel clásico sino por las limitaciones de la película. Toda la idea inicial que tarda en desplegarse luego se instala en un lugar completamente estándar, sin novedades, siempre subrayando todo para dejarlo demasiado claro, más allá de algún que otro detalle más sutil y momentos perturbadores, sin llegar nunca que la película se convierta en algo original o con el suficiente estilo como para diferencia de otras películas. Tampoco la historia se dispersa ni se va demasiado lejos, se mantiene cerca de la protagonista de forma sobria en comparación al género en la actualidad. No alcanza sólo con eso, pero es algo.