Jocelyn (Franck Dubosc) es un exitoso sobre de negocios, mentiroso y egoísta, capaz de decir cualquier cosa con tal de seducir a una mujer. Cuando muere su madre, él va a su departamento y mientras revisa sus cosas se sienta en su silla de ruedas. Justo en ese momento una joven y bella vecina aparece y cree que Jocelyn está en silla de ruedas. Él decide mentirle y comienza una amistad con ella. Lo que no sabe es que su vecina tiene como plan presentarle a su hermana mayor, que está realmente en sillas de ruedas. Así es como aparece en escena Florence (Alexandra Lamy), la mujer más encantadora del mundo. Bella, inteligente, sensible, jugadora de tenis adaptado y eximia violinista. Florence es perfecta y Jocelyn se enamora perdidamente. El amor es mutuo, pero condenado al desastre por la mentira de él. La película, dirigida por el propio Dubosc, tiene como única gran misión resolver el tema de la mentira del protagonista y convertirlo en un personaje aceptable, a fin de que todos lo perdonemos y pidamos un final feliz. Lo curioso es que lo logra y la película emociona cierra perfectamente. Incluso tiene un maratón que Jocelyn debe correr y que será el final de la película. El logro de la historia no es perdonarlo a él sino conseguirle a ella una pareja digna de su grandeza. Amable y feliz comedia francesa, sin los golpes bajos y las demagogias de otros films taquilleros hechos en Francia.
Un policial potente, con una protagonista que vive un trauma del pasado, un film al estilo de los clásicos del género, desde las películas de Don Siegel a los más actuales como Takeshi Kitano, la directora Karyn Kusama logra una narración intensa pero sin trucos, al servicio del género y de una protagonista espectacular. Nicole Kidman interpreta a la detective Erin Bell, que años atrás se infiltró en una banda de criminales con consecuencias que al comienzo de la película no conocemos pero iremos adivinando poco a poco. Lo que ocurrió la dejó marcada y hoy, cuando cree que el líder de aquella banda, Silas, ha vuelto a aparecer, ella decide emprender una cacería por mano propia sin importarle el precio. El suspenso está muy bien logrado, aun cuando uno imagina los eventos por venir. Justamente adivinar esos eventos los vuelve más trágicos y angustiantes. La detective, alcohólica y desaliñada, no tiene otro objetivo que saldar aquella cuenta. Un personaje que pertenece a una larga tradición de detectives obsesionados con un objetivo. Pero en la detective Erin hay un costado heroico, porque ella asume la responsabilidad de lo ocurrido y lo que quiere es cerrar algo que ha quedado abierto. Para semejante papel se necesita una gran actriz y Nicole Kidman sorprende en uno de los mejores trabajos de su carrera. Una pena que la película no haya recibido el reconocimiento que se merece.
Sexto sentido, tercer largometraje de M. Night Shyamalan, fue uno de los títulos más memorables de la década del noventa. Con la popularidad alcanzada e incluso con cierto prestigio, el director realizó por lo menos tres grandes películas más. El protegido, Señales y La aldea. De esos tres títulos, solo El protegido (Unbreakable) logró la aprobación casi unánime de la crítica y fue considerado, hasta hoy, su mejor película. Señales y La aldea ya dividieron aguas y comenzaron una contracorriente que de forma ridícula y exagerada ubicó a M. Night Shyamalan como uno de los directores más atacados de las décadas siguientes. Su filmografía entonces perdió fuerza y su nombre quedó relegado a un segundo plano. Recién con Fragmentado (Split, 2016) logró llamar la atención nuevamente. Y lo soy no solo porque la película fue mejor recibida, sino porque también se conectaba con la mencionada El protegido. La unión de su film más prestigioso con un regreso a la taquilla y las buenas críticas, auguraba al menos un título más para tener en cuenta. La película Glass es una secuela de El protegido y Fragmentado. Han pasado muchos años después de la historia que narraba El protegido y menos desde la de Fragmentado. David Dunn (Bruce Willis) sigue en su cruzada contra los criminales, ahora con la ayuda de su hijo Joseph (Spencer Treat Clark) y por supuesto Kevin Crumb y sus múltiples personalidades (Jame McAvoy) sigue haciendo de las suyas. Ahora los personajes se vuelven a cruzar, pero terminan juntos en una institución mental donde también está Mr. Glass. Una doctora (Sarah Paulson) especializada en trastornos psicológicos vinculados con las figuras de los superhéroes tiene la oportunidad de atenderlos y curarlos. Los espectadores sabemos que los poderes que tienen son reales, aunque el estilo realista de la película busque cierta ambigüedad, pero la tensión de la película está en saber si esos poderes se darán a conocer para todos o no. Si no estuviera dirigida por M. Night Shyamalan y si no estuviera conectada con El protegido, Glass será una película completamente irrelevante, con grandes hallazgos visuales pero con una narración general que nunca arranca y un suspenso que jamás llega a donde promete. Grandes actores desperdiciados, en particular Bruce Willis, que tiene un rol muy menor en comparación con sus compañeros de elenco. Y el show de McAvoy que a esta altura resulta tan irritante como las personalidades que sobre actúa en cada momento. Se ha difícil tolerarlo, más aun dentro de este guión sin ninguna gracia. Como una imitación fallida de El protegido, sin fuerza ni el más mínimo impacto emocional, solo se pueden destacar algunos momentos de puesta en escena, el resto no vale la pena.
Anibal, justo una muerte es un documental que cuenta la vida de Anibal Disanti, un hombre que siendo joven llegó a la Capital desde Colón, provincia de Buenos Aires. Allá lejos en el tiempo, cuando era un recién llegado, se dedicó al museo e hizo una carrera marcada por varios eventos, en particular dos: pelear contra José María Gatica y el otro que un rival suyo terminara falleciendo después de la pelea. Disanti, ya anciano, cuenta en diferentes momentos ese pasado en el boxeo y todo lo que hizo para vivir el resto de su vida, siempre poniendo énfasis en la honestidad y el mantener la frente en alto. La película mantiene en general su tono directo y sencillo, filmando bien de cerca a su protagonista, al que en cada plano y escena se le notan mucho los años que han pasado pero también la coherencia en ese largo camino. La película sirve para conocerlo a él, a su hijo, y también explorar un poco el mundo del boxeo de aquellos años. Es todo un género del documental en Argentina esta clase de películas pequeñas, no pretenciosas, que finalmente terminan siendo más tiernas y profundas que las otras. Lo que importa en un documental es si algo de lo que vimos nos interesó, si nos gustó conocer la historia y los personajes que aparecen. Y en este caso, las respuestas son todas positivas.
Descubriendo a mi hijo cuenta la historia de un exitoso empresario que un día se encuentra con una sorpresa. Una ex pareja de él le pide encontrarse para hablar acerca de un tema. Lo que tiene para decirle que luego de haber estado juntos hace veinte años, ella quedó embarazada. Ariel Bloch se entera que tiene un hijo de diecinueve años. Pero un instante después recibe una segunda noticia y es que el motivo verdadero del encuentro es avisarle que su hijo ha muerto hace un mes en un accidente de auto. Entonces Ariel viaja a la ciudad donde vivía su hijo y comienza a conocer a las personas que lo trataron, intentando averiguar, de esa manera, quien era realmente su hijo. Algunos le cuentan cosas maravillosas, otros le cuentan cosas terribles. Este rompecabezas se arma con sensibilidad y resulta conmovedor. Poco a poco comienza a dibujarse la figura de su hijo. Pero pasada la mitad de la trama el guión busca sorprender con escenas oníricas, giros de tuerca efectistas y situaciones absurdas que debilitan el trabajo delicado y artesanal del comienzo. Aun así, conmueve ver el proceso de un padre por entender y admirar a su hijo, al mismo tiempo que por momentos siente la angustia de los fracasos que el joven tuvo. Como todo padre, pero en una versión retroactiva y melancólica.
Familia argentina de vacaciones en Florianópolis. Lucrecia (Mercedes Morán) y Pedro (Gustavo Garzón) viajan a Brasil junto a sus hijos (Manuela Martínez y Joaquín Garzón), ambos adolescentes. Ya habían visitado Florianópolis una década atrás, cuando las cosas eran muy diferentes. La pareja está en crisis y en consecuencia la familia también. Desde el inicio se ve que no pueden ser las vacaciones ideales, pero queda mucho camino por recorrer y varias situaciones moverán el piso de los cuatro personajes. La comedia parece quedarle mejor al cine de Ana Katz, El juego de la silla y Los Marziano, aunque eran muy diferentes entre sí, mostraban una eficacia y una sutileza para tratar con humor la historia y poner a los personajes en un espacio tragicómico que funcionaba muy bien. En Sueño Florianópolis los apuntes naturalistas resultan aburridos y carentes de cualquier interés. No hay un solo actor del elenco que tenga el tono adecuado, aunque la peor parte de la llevan justamente Gustavo Garzón y Mercedes Morán, a quienes en esa búsqueda de sutileza naturalista la directora los expone en su condición de actores que están todo el tiempo actuando. Se ve su actuación, ni por asomo tienen los matices que Ana Katz intenta darle a la película. Es posible que esta tensión haga que se desmorone todo el plan. Da la impresión de querer ser una comedia, pero difícilmente logre algo más que una sonrisa. Hay momentos en que la película se vuelve minuciosa para describir las situaciones más mundanas y –esto sí es bien de la directora- explorar el aspecto patético de la vida cotidiana. En lugar de disimular la ridiculez de las personas, la expone, no se trata de un error, así es el cine de Ana Katz y se mantiene coherente. Los personajes dejan que las cosas pasen, no parecen tener un ímpetu ni una búsqueda, simplemente dejan que todo ocurra. Están por momentos aburridos, en general apáticos y las vacaciones los sacan solo en algunos instantes de ese estado. Hay una violencia latente, enojos, frustraciones, y la película los distribuye con inteligencia. El problema es que a la falla de los actores hay que sumarle que la película también se vuelve apática, distante y aburrida al verla. No hay interés por esta familia ni lo que le pasa. A diferencia de los otros films mencionados, acá lo que domina es la indiferencia, nada de lo que ocurre nos conecta con la familia, sus vacaciones o sus historias.
Desde que en 1976 Sylvester Stallone logró llevar a la pantalla Rocky, su gran proyecto personal, el personaje ha pasado por un total de seis películas a las que hay que sumarle una nueva saga basada en el hijo de su primer gran rival, Apollo Creed. En total son ocho las películas “de Rocky” que se han estrenado. A pesar de los diferentes de niveles, no hay duda de que se trata de uno de los personajes más populares que ha dado la historia del cine. Con Creed (2015) se buscó hacer una nueva versión de Rocky mientras que en Creed 2 (2018) se juega un paralelo fuerte con Rocky IV, la más alocada, absurda y divertida de las películas con el personaje de Rocky Balboa. Adonis Creed (Michael B. Jordan) consigue convertirse en campeón, tiene un matrimonio feliz y pronto será padre. Pero un desafío pondrá en riesgo todo lo obtenido. El joven Viktor Drago (Florian Munteanu) será el próximo oponente de Creed. Sí, Drago es el hijo de Ivan Drago (Dolph Lundgren), el boxeador soviético que mató a Apollo Creed en una pelea. Aquella pelea que le costó la vida al mejor amigo de Rocky, que desde entonces siente una enorme culpa por no haber detenido aquella pelea. Rocky IV terminaba con Balboa aceptando competir en la Unión Soviética contra esa máquina llamada Ivan Drago. Con el peso de reencontrarse con ese pasado, Donnie quiere aceptar el desafío, pero Rocky cree que es un error. Siendo una película parecida a las de la saga original, no será difícil adivinar como seguirán las cosas. Pero tal vez la mayor diferencia de todas está dada por el interés que el guión de Sylvester Stallone a sus rivales de turno, sin duda lo más interesante de la película. No falta emoción, aun cuando las fórmulas se vean acá un poco gastadas. Ivan Drago y su hijo Viktor también cargan un trauma. Ambos fueron abandonados por Ludmilla Drago, esposa y madre, cuando Rocky venció a Iván en aquella memorable pelea. Y sí, Ludmilla aparece en la película y por supuesto está interpretada por Brigitte Nielsen. Es interesante como la conexión con el pasado de la saga viene del lado de la emoción y no del guiño cómplice. De pronto, y de manera completamente inesperada pero brillante, nos enteramos del dolor y el sufrimiento de Ivan Drago y las secuelas de aquella derrota. Pocos artistas entienden tanto el deporte como Sylvester Stallone y lo sigue demostrando película tras película. A pesar de que muchas escenas giren sobre situaciones muy repetidas –no hablamos de códigos de género, sino de escenas ya demasiado conocidas- lo cierto es que Creed II sigue resultando interesante. Tal vez las peleas no son tan impactantes como las de Creed pero la película gana en emoción y drama, como lo hacía la primera de las película de Rocky. Es bueno recordar que Rocky Balboa no es Stallone, sino que es un personaje que él creo y que al verlo actuar aquí uno recuerda que tiene sus propias características y no se parece a ningún otro personaje posterior que Stallone haya hecho. Aquel debate moral sobre detener o no la pelea cobra nuevamente sentido en esta película, pero es sobre los hombres del villano Drago que quedará la decisión más importante y dramática. Los otros temas vinculados a la saga, como la lealtad, el orgullo, la responsabilidad y la humildad, también aparecen y no son menores. La película tiene un cierre parecido al de Creed, lo que también resulta, por quienes lo protagonizan, muy emocionante. Pasan los años, todos envejecen, pero Rocky Balboa y sus historias aún tienen algo para ofrecer y un legado que no deja de crecer.
Cerca del año 1969, varios extraños se encuentran un hotel llamado El Royale, junto al Lago Tahoe. El hotel está exactamente en la frontera entre Nevada y California, lo que está marcado con una línea roja y separa el nivel y el precio de las habitaciones. Todo el hotel ha dejado su esplendor atrás y el botones parece sacado de una película de cine fantástico, una evocación de Barton Fink aunque el film solo tenga esa conexión con la película de los Coen. Los desconocidos son muy diferentes entre sí y solo los une la sospecha de un secreto siniestro sobre sus espaldas. Un cura católico interpretado por Jeff Bridges, una cantante interpretada por Darlene Sweet y un viajante interpretado por John Hamm. A ellos y el raro botones (Miles Miller) se les sumará una mujer misteriosa (Dakota Johnson) de la que poco se sabe de sus intenciones o el motivo por el cual está ahí. Hay tantas ideas interesantes en Bad Times at the El Royale y tantos momentos llamativos, que la historia se hace divertida, incluso apasionante por momentos. Ahora el problema es parece todo más un ejercicio concentrado en su propio ingenio que una película acerca de algo. Los actores son excelentes, la puesta en escena de Drew Goddard también está muy bien, simplemente resulta todo muy calculado y distinta, aun con un actor enorme como Jeff Bridges, se complica sentirse cerca de algún personaje. El talento de Drew Goddard para la dirección había quedado demostrado con Cabin in the Woods (2011) una película con la que Bad Times at the El Royale tiene algunos puntos en común. También escribió –además de las películas que dirigió- varios guiones brillantes: Cloverfield (2008), World War Z (2013) y The Martian (2015). Su trabajo en televisión incluyó su participación en grandes series como Buffy, la cazavampiros, Angel, Alias, Lost, Daredevil y The Good Place. Todo esto explica porque Bad Times at the El Royale es, más allá de virtudes y defectos, una película generosa con el espectador, intentando siempre sorprender, con un trabajo de capas recargado pero al mismo tiempo eufórico. La mayoría de las películas suele tener un planteo más sencillo y una estética más adocenada, sería un poco injusto juzgar negativamente un título como este, plagado de pasión por contar e incluso con una lectura extra acerca de la naturaleza del cine y la condición del espectador frente a los elementos más perturbadores que ve en la pantalla. Tampoco sería justo colocar a esta película al mismo nivel que la genial Cabin in the Woods, de la que está a una notable distancia. Es posible que con el tiempo Bad Times at the El Royale sea una de esas películas que nos engancha cada vez que la volvemos a cruzar en nuestro camino en algún formato de cable o streaming.
Dragon Ball Super: Broly demuestra la vigencia absoluta del manga creado por Akira Toriyama, convertido en uno de los animé más famosos del planeta. Con Dragon Ball Super Toriyama volvió al ruedo con nuevas historias y estas se extendieron inmediatamente a la animación. Esta película estrenada ahora responde a estas obras recientes. La respuesta en taquilla de este nuevo estreno deja en claro que no necesita hacer un gran esfuerzo por conseguir que sus seguidores sigan siendo fieles, solo restaría saber si alguien que jamás escuchó hablar de Dragon Ball se acerca al cine. Tal vez el culto le alcanza y le sobra, pero aun así, esta película está hecha con la suficiente habilidad como para ser entendida por cualquier espectador que nunca antes haya visto una sola imagen de estos personajes y su universo. Claro que entender la historia no es entender todo. El humor es lo más difícil de entender, por ejemplo. Aunque hay muy buenos momentos de humor, hay chistes que solo pueden ser entendidos por los que conocen en serio a los personajes y su mundo. Pero hay que insistir en que los buenos chistes están y son universales. Incluso mi consejo es que para aquel que nunca haya visto un animé en su vida, esta película puede llegar a ser una fiesta. Entre la confusión que puede generar ese verosímil no solo de la animación japonesa, sino de Dragon Ball en particular. El animé en general es tan enorme y abarcador que hay que dedicarle muchísimo tiempo para poder entenderlo y disfrutarlo a pleno. Una vez más, la película que se estrena hoy es de las más generosas que se hayan hecho en lo que respecta a su vínculo con el espectador. Y si alguien quisiera ponerse al día, la mala noticia es que le puede llevar mucho tiempo, así que mejor agradecer esta narración más abierta. La película cuenta el origen de sus protagonistas, bien al uso del cine actual con los superhéroes. Este relato está bien construido, es muy didáctico y también sirve para comprender mejor a los personajes. Esta primera parte de la película permite que el espectador se familiarice con el universo y sus características, lo que le permitirá luego comprender mucho más la segunda parte, un festival de peleas espectaculares y momentos de muy logrado humor. Es posible que no cambie el mundo de aquellos que siguen a Dragon Ball desde siempre ni que tampoco se acerque alguien nuevo, pero para los que quieran saber. Goku, Vegeta y Broly no defraudan, e incluso sorprenden. El éxito de la película augura Dragon Ball para rato.
Días de circo es un documental que cuenta como es la vida alrededor de un pequeño circo en Bolivia que viaja por los pequeños pueblos de ese país. El protagonista Nigua, que desde niño escapó de su casa para sumarse a un circo ambulante. Tiene sueños, esperanzas, pelea a diario en un mundo que parece no tener futuro. No está solo, otros personajes viven con él este proyecto circense. La película no logra profundizar en cada uno de los personajes y prefiere centrarse en el derrotero alrededor del circo mismo. Hay un juego de expectativa, el de saber si veremos finalmente una función, si podremos concretar que tan lejos está la visión de Nigua de la realidad que lo circunda. La película brilla en los detalles y el tono terminal de ese universo que parece crepuscular, al borde de su final. Intencionalmente pequeña, la película no intenta elevarse, ni en su estructura ni en su tono, por encima del universo que elige retratar. Esto habla de una mirada sincera y respetuosa, pero a la vez termina limitando el resultado.