No tengo el número total de películas de superhéroes que se han hecho en los últimos veinte años, pero claramente han sido muchas más que en los veinte años anteriores. Luego de muchos intentos fallidos y algunos grandes aciertos en la década del setenta y ochenta, los superhéroes llegaron para quedarse. Como el cine de aventuras o el western, los films se multiplicaron y, a diferencia de estos géneros mencionados, hay más ejemplos de superproducciones que de productos de bajo presupuesto o segunda línea. La taquilla mundial está dominada en gran parte por estos personajes. Tienen su público, sin duda. Lo más impactante de la actualidad es que ya no hay que esperar para volver a hacer una versión de un personaje. Si algo sale mal o si algo llegó a un límite, simplemente se empieza con el personaje de cero una vez más. El hombre araña es un ejemplo perfecto de esto. Los espectadores no tienen problema alguno ni se aferran a una versión como si fuera la más importante o definitiva. No sé si está bien o mal, ahora es así. A diferencia de los géneros cinematográficos tradicionales, las historias de superhéroes no suelen renovar personajes, por lo que la multiplicación de películas implica lo mencionado anteriormente. Una película tras otras del mismo personaje o universo. Remake, reboot, secuela, precuela, spin-off y crossover, todo girando más o menos por el mismo lugar. Para los fanáticos, una fiesta de referencias, comparaciones, debates y listas. Para los que están un poco afuera, un universo generalmente insufrible. Las excepciones confirman la regla. Pero mientras que crecen y crecen los proyectos, hay quienes comienzan a darse cuenta de las posibilidades de explorar nuevos caminos. Así como el western tuvo un origen simple y se convirtió luego en el género más complejo de la historias del cine, el cine de superhéroes tal vez pueda, salvando las distancias, encontrar formas novedosas y reinventarse. Aunque creo que hace una década que no aparece un clásico de este tipo de cine, al menos hay que admitir que hubo cambios y ensayos interesantes. A esos cambios y nuevos rumbos se suman claramente Spider-Man: Un nuevo universo. Miles Morales, un adolescente afrolatino admirador de Spider-Man ha comenzado como alumno en un nuevo colegio privado. Sufre, como todo Spider-Man, con los problemas de integración. Sus padres quieren lo mejor para él. Su tío, por otro lado, le da consejos para una educación menos formal. Yendo con su tío a pintar graffitis en una estación de subte, Miles será picado por una araña radioactiva. Las cosas se irán complicando a partir de ese momento. Le gusta una compañera de clase y sus nuevos poderes lo meterán en problemas con ella en cuanto vuelve al colegio. Pero esto recién empieza. Luego quedará en mitad de una verdadera lucha entre Spider-Man y Kingpin y otros villanos. Kingpin ha construido un acelerador de partículas que le permite acceder a universos paralelos. Este será el punto de partida para la aventura ¿Qué tiene esta nueva película de Spider-Man que no tienen las otras? Bueno, tiene varios Spider-Man, para empezar. Pero no solo eso, sino que cada uno de ellos o ellas perteneces a un universo diferente y tiene características muy diferentes, algo que se ve reflejado no solo en su personalidad y aspecto, sino también en como esos universos están dibujados o desarrollados. Ahí la película alcanza un nivel de complejidad y sofisticación diferente a todo lo visto hasta ahora. También utiliza diferentes estilos de dibujo, no se queda en una forma de animación. Como es en dibujos animados acentúa al máximo su vínculo con el comic y fusiona ambos soportes, cine e historieta, de manera fluida y divertida. Desde los títulos del comienzo queda claro que a la película no le faltan ideas, visualmente es una generosidad con el espectador poco habitual. Nada se guarda, todo está puesto en la película. En la velocidad que presenta al personaje queda claro que no va a irse por las ramas en ningún momento. Sabe que todas las películas de superhéroes pasan una hora armando la nueva presentación del protagonista, pero con tantas películas que se hacen, está claro que ese lugar común debe ser erradicado. Acá todo es más dinámico, más moderno, más joven. Sí hay un cameo de Stan Lee, uno realmente muy bueno, y sí hay citas a otras películas, pero todo con un vértigo narrativo y un sentido del humor muy afilado. Nada de eso impide que cuando la película necesite drama, lo obtenga, y que cuando llegue el momento de la emoción, esta también surja. Y claro, hay un montón de versiones Spider-Man, no solo Miles y el mismísimo Peter Parker. Están Peter B. Parker, Spider-Woman, Spider-Man Noir, Spider-Ham y Peni Parker y SP//dr. Cada uno con sus códigos, su estilo, su forma y su humor. Un lujo visual que se agradece y produce el deseo de seguir viendo películas basadas en comics. Los superhéroes no están agotados mientras surjan ideas nuevas como las de Spider-Man: Un nuevo universo.
Una serie de personajes viven sus historias en la noche porteña. Ana tiene una relación con su novio violento, que además la hace trabajar como prostituta, mientras ella añora siempre sus sueños de bailarina por los que llegó a Buenos Aires. Lola es una actriz veterana venida a menos, estrella del cine argentino en otra época, ahora es adicta a las pastillas y actúa en un lugar muy pequeño al que concurren muy pocas personas. Lucio es adicto a la cocaína y también la vende en su restaurante, con la ayuda de una mujer que atiende el baño de mujeres. A estos personajes se les suma un taxista tanguera cuyo pasado e intenciones no se saben al comienzo de la película. Aunque al repasar este cruce de historias y sus temas se descubren ideas interesantes y situaciones que pueden servir a una película, lo cierto es que en la pantalla lo que se ve es muy forzado, las resoluciones no tiene credibilidad alguna y las sorpresas del guión caen de forma abrupta, más como algo demasiado tosco y no como un cierre brillante para los personajes. Por momentos recuerda a un cine argentino de mediados de los noventa, cuando algunos cineastas no lograban plasmar en la pantalla muchos temas ambiciosos colocados sin gracia en un mismo film. No hay manera de sentir empatía con los personajes, aun cuando algunos claramente la merecen, en particular el personaje de Ana, en donde confluyen los temas más potentes de la película. Ni haciendo la vista gorda a resoluciones imposibles la película consigue arrancar y cobrar vida. No parece un film de malas intenciones, al contrario, pero no es solo con buenas intenciones que se hace una película.
En un planeta destruido, la civilización sobreviviente se desplaza por la tierra devastada en ciudades móviles, monstruosas máquinas conformadas con los restos de esas enormes capitales. Esas ciudades destruyen y devoran a otras más pequeñas en lo que podría haber sido la más ambiciosa fantasía steampunk que se haya presentado el cine del siglo XXI. Pero ese género literario y cinematográfico no encuentra aquí su referente de mayor calidad. La película está basada en el libro de Phillip Reeve, quien escribió la tetralogía de Mortal Engines y el guión es de Peter Jackson, Fran Walsh y Philippa Boyens, responsables de los guiones de las trilogías de El señor de los anillos y El Hobbit, entre otros títulos dirigidos por Peter Jackson. Aquí los tres figuran también como productores, dejando a cargo de la dirección a un antiguo y permanente colaborador de Jackson: Christian Rivers. Esta derivación no debería despertar suspicacias, pero a juzgar por los resultados parece que Peter Jackson no quiso meterse en una trilogía con pocas posibilidades de volverse un clásico. El género steampunk es tan grande y abarcador, que podríamos poner en la misma bolsa a Jules Verne, Mary Shelley, Arthur Conan Doyle y H.G. Wells con los autores de fines del siglo XX y las docenas de películas que se basaron en todos ellos. Máquinas mortales (Mortal Engines) pertenece, tanto el libro como la película, a este sub género de la ciencia ficción. Una mezcla de futuro con la tecnología y el imaginario de la Inglaterra de la Revolución Industrial y la época Victoriana. Los ejemplos son muchos y saltan a la vista. En el caso de Máquinas mortales las referencias pueden ser infinitas, pero dos películas vienen al instante: El increíble castillo vagabundo (Hauru no ugoku shiro, 2004) de Hayao Miyazaki (gran parte de su filmografía podría evocarse aquí) y el corto de El sentido de la vida (The Meaning of Life, 1983) “The Crimson Permanent Assurance” (fragmento dirigido por Terry Gilliam, otro cultor del steampunk). Estas dos citas son para aclarar que la espectacularidad que supone un edificio o una ciudad en movimiento no necesariamente lleva a una película de igual interés. La primera aparición de la ciudad de Londres convertida en una monstruosa urbe movible que atraviesa extensas distancias destruidas es sin duda impactante. Los leones de Trafalgar Square convertidos casi en mascarones de proa y la cúpula de St. Paul´s Cathedral como marca más reconocible son una imagen impactante. Luego habrá más referencias y guiños, pero todo eso es más diseño que otra cosa, la historia no va a lograr mejorar ese impacto visual inicial, incluso cuando tenga nuevas sorpresas, todas ellas menos efectivas, por cierto. Aquí la protagonista es una joven en busca de venganza que terminará aliándose con un joven habitante de esta ciudad móvil. No mucho más para anticipar, la trama tiene la clásica historia de la resistencia frente al poder, más la mencionada venganza y una mirada con algunos pequeños toques de humor acerca de cómo se construye la historia, con los Minions como pieza de museo, por ejemplo, algo que saca por completo de la estética y el mundo de la película. La gran batalla final, para que el villano no logre su objetivo secreto es de un aburrimiento importante. Para ese momento es muy difícil que a alguien le interese el destino de los personajes. Está claro que más allá del impacto de una estética maravillosa, las películas necesitan muchos más elementos para funcionar.
Jennifer Lopez no tiene una de las mejores filmografías que una estrella pueda tener, aunque ha logrado hacer algunas buenas películas, en general su trabajo ha estados dentro de la medianía del cine de Hollywood. Su carisma y fotogenia han hecho la diferencia, pero un repaso por sus títulos no merece más que rescatar un puñado de títulos, en general en un protagonismo compartido. Jefa por accidente (esos títulos locales, por favor, que vergüenza) es un regreso al largometraje y a la comedia, luego de varios policiales y un paso por la televisión. Second Act cuenta la historia de Maya (Jennifer Lopez) una empleada de supermercado, cansada de su trabajo, que al no recibir un ascenso por no tener estudios universitarios entra en crisis, amargada por su presente y su futuro. Pero la comedia aparece en forma de amigos que le arman un curriculum falso y unas cuentas en redes sociales que muestran una vida y unos contactos que ella realmente no tiene. De esa manera consigue un trabajo extraordinario, pero ahí recién empiezan los problemas, claro. Su crecimiento profesional y social la hace entrar en conflicto con su pareja y sus amigos, que no pertenecen al ámbito donde ella se mueve ahora. El absurdo guión podría funcionar, de hecho lo hace, cuando se centra en la comedia y en sus amigas. Los momentos disparatados son más fuertes que los emotivos y la película se apaga cuando se inclina hace estos últimos. Lo que Maya se demuestra, y nos demuestra, es que la inteligencia, el sentido común, la generosidad, son cosas que valen más que los estudios universitarios. Una propuesta un poco populista y simplona, pero acorde a las ideas de un cine que rápidamente se pone del lado de la heroína del film. Por momentos la película parece un capítulo de The Apprentice, lo que tampoco debe ser tomado como un gran elogio, porque esto es un largometraje y no un reality. El final, lejos de conmover, es bastante ridículo. Podría haberse hecho un final ridículo y emocionante, pero lo que pasa es simplemente no funciona. Si les gusta Nueva York, la película está completamente filmada allí y la ciudad de luce. Algo es algo.
Plaza Paris es la historia de dos mujeres, de dos realidades diferentes, de dos clases sociales e historias de vida completamente opuestas. Ambas viven en Río de Janeiro. Una de ellas es Gloria (Grace Passô) que trabaja como ascensorista, vive en la favela y su hermano Jonas está en la cárcel. Gloria decide contarle sus conflictos a una terapeuta, Camila, nacida en Portugal, cuya vida, por supuesto, es complemente diferente. Las que en un principio pueden ser sesiones de terapia sin mayores consecuencias, se convertirán luego en una compleja red en la que ambas mujeres quedarán involucradas. Si las películas son o no un fiel reflejo del lugar donde han sido filmadas no siempre es fácil saberlo, pero Plaza Paris ofrece un crudo retrato de tensiones sociales y violencia en una Río de Janeiro que se siente real. Las historias de abuso, criminalidad y sordidez se mezclan con una vida más tranquila y acomodada, donde parecen, salvo momentos de roce, dos mundos distintos. La directora busca encontrar en un posible choque de ambas situaciones, las preguntas sin respuestas que el entramado social produce. A todo lo descripto debe sumársele la presencia de la religión, tema no menor en la sociedad brasilera. No es una película perfecta, pero en estos días en los que los ojos del mundo parecen mirar a Brasil, Plaza Paris se vuelve aún más interesante para tratar de entender cómo funciona un país tan cercano al nuestro.
Secuela de Ralph el demoledor, una pequeña y simpática películas de los estudios Disney que contaba la historia de un villano de videojuego que se cansaba de su ingrato rol y salía de su máquina para buscar otros universos donde ser feliz. Aquella película funcionaba, la idea original estaba bien, y aunque estaba lejos de ser perfecta cumplía con su consigna. Lo de pequeña es por la simpleza, porque ambos films son de alto presupuesto. La amistad entre el ya no más villano Ralph y la pequeña rebelde Vanellope, a quien Ralph conoció cuando se metió en el juego Sugar Rush donde ella era la oveja negra hasta que finalmente conoció a su amigo. En la secuela el juego se rompe y como ya ha quedado atrás la edad de oro de las casas de videojuego la única forma de reemplazar el volante roto es comprarlo en internet. Ralph y Vanellope salen a buscar entonces la pieza rota, para evitar que su juego no quede fuera de servicio para siempre. En el camino se cruzarán muchos personajes famosos de todas las franquicias de las cuales Disney ahora tiene los derechos. También entrarán en un juego más oscuro como Slaughter Race, donde conocerán a un gran personaje como la conductora de autos Shank. Los personajes femeninos son clave en esta secuela, no hay duda. Algunos chistes son más graciosos que otros y muchas situaciones suenan a publicidad (no muy) encubierta. Esto último un poco rompe la magia de la película anterior pero la cosa cobra algo de vida cuando Vanellope se encuentra con todas las princesas de Disney. Esta pequeña comunidad de princesas dará lugar a los mejores chistes de la película –siempre y cuando el espectador las conozca, claro- y los cambios de sentido que hoy esos personajes tienen en la cultura popular. Vanellope las ayudará y ellas la ayudarán a lograr su cometido y rescatar al príncipe en apuros (bueno, el ex villano en apuros). Este detalle simpático no alcanza a hacer de Wifi Ralph una película muy interesante, solo la extensión de unos personajes simpáticos más algunas ideas sueltas. Los agregados de drama tampoco aportan demasiado, son lo peor de la película, en esta secuela aceptable que no apuesta a ir más allá que la original.
Hay un cine argentino que tiene una difusión pequeña pero una calidad fuera de serie. Son películas que no responden a ninguna moda, que están marcadas por un el buen gusto, la calidad estética y una enorme cantidad de ideas plasmadas en cada escena. No son películas difíciles, pero tampoco son películas estándar, Introduzione all’oscuro de Gastón Solnicki es una de esas películas. Se trata de un documental homenaje y despedida a un amigo del realizador, el austriaco Hans Hurch, director del festival de cine de Viena. No es una película lineal ni obvia, sino la búsqueda por parte de Solnicki de los rastros que su amigo dejó en los lugares donde estuvo. Imágenes cautivantes, algunas insólitas, cada plano tiene un interés en sí mismo y en el conjunto. Es emocionante e inteligente, habla de su amigo pero también de su ciudad, del cine, de la vida. La película que Solnicki finalmente elige para homenajearlo es Trouble in Paradise (1932) de Ernst Lubitsch. Al presentar la película declara que como en un film de John Ford, el homenaje no debe ser con amargura, sino con una idea de comunión y celebración. No conocí a Hans Hurch, pero si él logró tener un amigo que decide homenajearlo con una obra maestra de Lubitsch y citando a John Ford, entonces deber haber sido un gran hombre. Seguro que sí, porque Solnicki no conforme con eso, decidió dedicarle este gran documental.
A lo largo de varias décadas, la estrella de cine Clint Eastwood, demostró que también es uno de los más grandes directores de cine de todos los tiempos. Dio ejemplos de eso desde aquella generación dorada de los setentas. Muchos de sus contemporáneos, genios destinados a cambiar la historia del cine, fueron quedando en el camino o terminaron siendo creados de dos o tres títulos memorables y nada más. Dos o tres títulos memorables no es poca cosa, pero el señor Clint Eastwood fue evolucionando y mejorando cada vez más, como los grandes maestros del cine. Aunque algunos de sus títulos tuvieron más impacto que otros en la crítica y han obtenido mucho prestigio, Eastwood tiene más películas ignoradas o subestimadas que cualquiera de los realizadores de moda, esos que hoy son el número uno y mañana han pasado al olvido. No es una competencia, se trata de valorar y agradecer la coherencia de un artista gigantesco, algo que se veía en hace más de cuarenta años, cuando el director y actor de La mula empezaba su carrera como realizador. Conocer profundamente a un director le da a sus títulos un sabor extra. El comienzo de The Mule posee la serenidad y la belleza del mejor Clint Eastwood. En un instante se saborea la manera clásica y bella de su cine. En algún momento hubo directores parecidos a él, hoy se ha quedado prácticamente solo en un cine que busca otras cosas, tanto en lo formal como en su contenido. Por ahora sigue habiendo espacio para todos en el cine industrial de Estados Unidos, difícil saber qué pasará en el futuro, pero ese no es el tema acá, o tal vez sí lo es, porque el legado sigue siendo uno de los temas favoritos de Clint Eastwood. En The Mule, como Honkytonk Man, como Million Dollar Baby, como en Gran Torino, como Los imperdonables, como en varios títulos del director, hay uno o varios personajes jóvenes que lo toman como referencia y buscan en él un camino a seguir. Cuando son familiares, suelen salir decepcionados, traicionados, olvidados. El propio Eastwood ha fluctuado entre ser en su cine un padre ausente o un maestro impotente incapaz de proteger a la nueva generación. Su pesimismo ha cubierto todo el abanico de posibilidades, desde fracasos absolutos a reconciliaciones a un precio demasiado alto, pero también ha tenido sus películas más luminosas y optimistas. Como ocurre desde casi el comienzo de su carrera, Eastwood vuelve a colocarse en el espacio del cine crepuscular, el de las despedidas, los últimos gestos, las culpas y, por supuesto, la vejez, el crepúsculo literal de la existencia. Earl Stone es horticultor. Vemos sus flores al comienzo de la película, su pequeño trabajo artesanal de décadas, su vocación, su gran amor, aquel que rápidamente sabremos ha colocado antes que sus vínculos familiares, dejando un tendal de corazones rotos en su ex esposa y su hija. También es ex combatiente de la Guerra de Corea, lo que no habla solo de su experiencia de vida sino también de su avanzada edad. Earl es, sin maquillaje ni esfuerzo de actuación alguno, un anciano. Un anciano enamorado de su arte, un arte olvidado que se va a apagando poco a poco, al menos en la manera en la que él lo practicaba. No hay que hacer un gran esfuerzo para darse cuenta que, como en muchas otras ocasiones, Clint Eastwood habla de su propio amor por hacer cine. Ya no se hace cine como lo hace Eastwood. Ese director que durante décadas cumplió con los presupuestos asignados y los días de rodaje planificados, siempre. Desde hace tiempo, uno de los últimos de los clásicos. Tal vez toda su vida como director lo fue, el cine clásico a los Clint Eastwood hace décadas que no existe más en la forma depurada e impecable que él lo practica. Earl se ha quedado a un costado de la vida. Su ex esposa lo ama pero no lo perdona, su hija ya no tiene más paciencia para todo el daño que él ha hecho, solo su nieta parece ver un último resquicio de esperanza en ese viejo solitario, cascarrabias, conservador, fiel a sus propias ideas. Entonces le llega una propuesta: conducir llevando un bolso desde El Paso, Texas, a Chicago, Illinois. La distancia es gigantesca, pero Earl Stone ha conducido toda su vida. Es un trabajo sencillo para él, aunque el cargamento es sospechosamente peligroso. Él no actúa como si lo fuera, incluso cuando luego de más de un viaje, descubre que son drogas. Los lleva en el bolso como si no tuviera nada que esconder y maneja relajado, haciendo las paradas que quiere cuando quiere, sin preocuparse. Esa manera de hacerlo y su avanzada edad, lo convierten en una mula perfecta, la persona menos sospechosa en toda la ruta del cartel. Con una serenidad propia de los maestros, Eastwood construye un relato perfecto, visualmente bello, sin un solo truco efectista, toda narración pura. En esta road movie que va y viene una y otra vez, Eastwood se va cruzando con personajes de todo tipo. Se hace amigo de algunos narcotraficantes y enemigo de otros. Pasan de detestarlo a quererlo, y el abuelo comienza a ser respetado. Brillante como pocas veces está Andy García interpretando al jefe de cartel. Tiene tal vez las mejores líneas de diálogo y poco el actor construye su personaje que queda claro es lo que es, no está nada idealizado. Earl ha hecho un desastre con su vida personal, pero siempre ha sido un éxito en su vida profesional, incluyendo la nueva. En esas rutas da buenos consejos, conoce todos los secretos, es un verdadero rey del camino. Hay varias escenas significativas en The Mule que dicen mucho sobre el personaje y el director. Aunque es seguido por dos peligrosos miembros del cartel, Earl se detiene ayudar a una familia que ha tenido un pinchazo de neumático en la ruta. Todo indica que ha sido el primero en detenerse. Se detiene para ayudar. Cuando los está ayudando dice negro, para estupor de los dos adultos que le aclaran, muy incómodos que ya no usan más esa palabra, que prefieren que se refieran a ellos como gente negra o simplemente gente. Earl los mira aceptando la corrección pero también la pérdida de tiempo de la aclaración y los sigue ayudando. Preocupados por el lenguaje y las formas pierden lo esencial del momento, y es que un hombre blanco desconocido se acercó a ayudarlos en medio de la nada. La conducta menos racista del mundo ensombrecida por la corrección política. También se topará como un grupo de motociclistas lesbianas que se hacen llamar Dykes on Bykes (son un grupo de todos famoso en Chicago, de hecho) el encuentro parece incómodo pero él ni se preocupa y les da un consejo porque conoce esas motos. Ellas finalmente agradecidas le dicen “Gracias abuelo” y él contesta: “De nada, tortilleras (dykes)”. Estos personajes secundarios son una rareza mucho más grande de lo que se puede imaginar hoy en día. Tal vez en unos años esos chistes sean imposibles y Clint Eastwood lo sabe. El Abuelo, el Tata, el anciano de noventa años que conecta con todos pero que aún le queda una cuenta pendiente con su familia. No anticiparemos nada, pero las lágrimas a mares surgen de esas escenas, gran mérito de un director al que muchas veces no se le reconoce su capacidad para la emoción. Alison Eastwood, la hija de Clint fuera de la pantalla, interpreta a su hija en la película y la gran Dianne Wiest a su ex pareja. Pero la película estaría despareja sin los oficiales de la DEA que lo persiguen, cada uno también con sus problemas familiares y su vida. Bradley Cooper y Michael Peña equilibran el relato, en una mirada moral que a la película le da su cierre perfecto. Basada en una historia real que poco tiene que ver con la mirada de Eastwood sobre el tema, queda claro que el eje de la película no es si está bien o está mala traficar drogas, queda claro que sí. Eastwood fue policía, militar, músico, director de cine, pistolero a sueldo, ladrón de guante blanco y otros personajes en su carrera como actor y director, acá es un horticultor ya casi jubilado que usa todo lo que gana en ayudar a otras personas. Un artesano que lo ha perdido todo y que tal vez, solo tal vez, tenga la chance de al menos dejar un legado en algunas personas, hacer las paces con su pasado, cerrar círculos si al fin y al cabo le permiten hace lo que él sabe, cultivar flores (o hacer cine) hasta el último día de su vida. Hace una década sentíamos que Clint Eastwood se despedía en Gran Torino, ahora parece que se vuelve a despedir con The Mule. Se lo nota más viejo y la película es más reposada, su tono tiene menos elementos de género y más de drama intimista. El mundo ha cambiado para mejor en muchas cosas y para peor en otras, Clint Eastwood elige mantenerse fiel a sí mismo mientras sigue cuestionándose cosas como persona y como artista. No es el mismo de hace cuarenta y siete años cuando empezó a dirigir, ni tampoco el de hace veinte años o diez, cada nueva película es una pincelada más de un cuadro enorme, incomparable, que es su carrera. Acto incomparable y director único, Clint Eastwood, grande entre los grandes, más allá de cualquier moda.
Hace veinte años el cine iraní impactaba en los festivales y varias obras maestras comenzaban a llegar a los espectadores de todo el mundo. No eran tan fácil como ahora conseguir una película si no se pasaba en una sala y se podían estrenar películas incluso en el orden cronológico inverso al que se habían realizado. El maestro Abbas Kiarostami fue el nombre más famoso, pero junto con él llegaron las películas de un verdadero genio como Jafar Panahi. En festivales, retrospectivas y también como estrenos, fue un período donde pudimos acceder a un cine fuera de serie. A Panahi se le deben grandes títulos como El globo blanco, El espejo, El círculo, Crimson Gold y Off Side. Su cine poco a poco fue mostrando un costado político fuerte, además de su indiscutible maestría visual, lo que provocó la prohibición de sus películas en la República Islámica de Irán. El cine que nosotros vemos en el mundo, no se puede ver en su propio país. Las cosas se complicaron aún más Panahi fue arrestado en el año 2009 y aunque fue liberado más tarde, ese fue el comienzo de un derrotero que llega hasta la actualidad. Se le quitó el pasaporte y se le prohibió salir del país. Volvió a ser arrestado y mientras el mundo del cine y los organismos de derechos humanos pedían por él, inició una huelga de hambre. Volvió a ser liberado pero luego sentenciado nuevamente, inicialmente a un arresto domiciliario, pero con el tiempo se le ha permitido salir, aunque no fuera del país. También se le ha prohibido realizar películas durante veinte años. A partir de esa prohibición, Panahi comenzó una nueva etapa en su filmografía, con rodajes diminutos, simples, aprovechando todos los trucos posibles para que en teoría no se considere que está haciendo películas. De esta nueva etapa surgen títulos como Esto no es un film, Taxi, Closed Courtain y ahora 3 rostros. Este último rodaje se realizó de manera mínima, con el apoyo y la complicidad de lugares donde Panahi tiene familia y sin guión. La película ganó el premio a Mejor guión en el último Festival de Cannes. Porque claro, no tiene guión en papel, pero la estructura del relato y la historia que cuenta es absolutamente brillante. Toda esta nueva etapa del cine de Panahi no se estrena en Irán y sus películas salen del país en un pendrive. La actriz de cine y televisión Behnaz Jafari y el propio Jafar Panahi viajan en auto a una región rural en el noroeste de su país. El motivo del viaje es buscar a una joven que deseaba ser actriz pero que aparentemente se ha suicidado. Solo tienen un video del momento en que ella se filma mientras intentaba ahorcarse, video que le llegó a la actriz Jafari por Telegram, pero que se corta abruptamente. No se sabe quién lo envío ni tampoco si la joven realmente se ha suicidado. Como un emocionante homenaje al cine de su maestro Abbas Kiarostami, Panahi construye el relato a partir de una road movie, donde se va cruzando con la gente del lugar, preguntando y conociendo las costumbres y las ideas de esa población. Entre la simpatía y la curiosidad, con humor y una sutil puesta en escena, poco a poco se va desplegando una mirada que desnuda el violento machismo del lugar. Como en El círculo y Off Side (ambos films prohibidos en Irán) la denuncia es contundente, aun cuando aquí el tono tienda a mantenerse amable. A las dos actrices –la consagrada y la aspirante- se les suma una tercera historia, la de una veterana actriz retirada, que vive aislada de todo, solo con sus pinturas y los afiches de sus films en una casa alejada de los demás. Ella fue castigada y perseguida por realizar películas en las que bailaba. Estos tres rostros del título le permiten a Panahi hacer un film en apariencia sencillo, en el que sin embargo hay varias escenas de enorme complejidad y belleza. Siempre Panahi fue un maestro de la sencillez en la superficie, utilizando recursos mínimos pero asombrosos, eligiendo posiciones de cámara que construyen una historia aun con un plano estático. Este film profundamente feminista emociona y angustia a la vez, porque la injusticia que describe la historia es escalofriante. Este documental ficción o ficción y documental muestra con claridad cómo se vive en esos pueblos y por extensión en todo su país. Un cineasta prohibido entiende perfectamente lo que significa una injusticia y aun así Panahi conserva la calma y la lucidez para que sea su cámara la que denuncia al mismo tiempo que le dedica todos los mejores momentos a sus tres mujeres protagónicas. El plan final, por otro lado, no solo confirmar todo lo mencionado sino que además cierra a la perfección el film homenajeando a Abbas Kiarostami fallecido en el 2016. 3 rostros es otra obra maestra de Jafar Panahi, hecha con inteligencia y sabiduría, pequeña en su apariencia pero gigantesca en realidad.
Bumblebee es la primera película de Transformers que dura menos de dos horas, a diferencia de los cinco films de la serie cinematográfica esta película no está dirigida por Michael Bay y, como dato que se nota en la pantalla, es la que tiene el presupuesto más bajo, aun sin ser una película barata. Las tres cosas sumadas terminan siendo un beneficio cinematográfico que se ve en la pantalla. No hay excesos agotadores, ni una estética insoportable, ni la sensación de ruido y confusión con la que los films anteriores intentaban construir un espectáculo tan aparatoso como soporífero. Es más, si alguien no sabe que es un Transformer puede ver esta película sin problemas y disfrutarla con todos sus méritos. En el año 1987, en una pequeña ciudad de California, vive Charlie Watson (Hailee Steinfeld) una adolescente de casi dieciocho años, solitaria y angustiada. Aun abrumada por la muerte de su madre y peleada con su madre que se ha vuelto a casar, Charlie convive también –no podía ser de otra manera- con un hermano menor gracioso, clásico alivio cómico ochentoso. La vida de la solitaria Charlie cambiará cuando descubra un Volkswagen Beetle en un depósito de chatarra. El escarabajo amarillo de la década del sesenta es en realidad un Transformers. El robot y la joven entablaran rápidamente una amistad. Más cerca de E.T. que de la saga de Transformers, la película enseguida se vuelve divertida y emocionante, con personajes bien desarrollados que nos generan empatía. Es una película de los ochenta hecha hoy. Es que la ubicación en esa década le queda muy bien a la película. La música, la ambientación, el tono general, todo evoca al cine de aquellos años, en particular a Steven Spielberg, pero no solo a él. Fue la década de muchas películas sobre adolescentes incomprendidos, de parejas cinematográficas desparejas, de fantasías inocentes y emocionantes a la vez. Bumblebee logra, en los primeros minutos, ubicarse muy lejos del universo cínico, excesivamente brilloso e irónico de los films de Michael Bay. Es difícil saber si este cambio rotundo se debe al deseo de realizar una nueva serie de películas o simplemente al hacer un guión con una historia más pequeña ya la película consigue acercarse a su objetivo. El director es Travis Knight, el mismo del gran film de animación Kubo y la búsqueda del samurai (2016), y tal vez ese sea uno de los motivos por los cuales la película funciona. No es que siempre menos sea más, sino que siempre tener algo para contar es mucho mejor que gastar fortunas para no decir nada. Bumblebee es la mejor película de Transformers, en realidad la única buena.