Un Bond inesperado
A estas alturas (van 50 años de Bond), una nueva película con el espía internacional más resucitado de la historia va a estar más allá de todo juicio: seguramente habrá mucha gente a la que no le gusta James Bond, pero si siguen haciendo nuevas secuelas es porque su público sigue (milagrosa, casi inexplicablemente) intacto. A los que les gusta Bond, Skyfall les va a gustar y lo más probable es que la película sea un éxtio de taquilla.
Dicho esto, hay que reconocer que Skyfall es mucho más interesante que un simple producto en cadena. Por varias razones. En primer lugar, se mantienen varias de las características que vienen definiendo esta nueva "época Daniel Craig": un 007 más físico, más vulnerable (aunque no por eso menos inmortal), más tosco (aunque no por eso menos sofisticado). A toda esa atención sobre el costado físico del agente se suma en Skyfall una atención especial sobre el tema de la edad (una de sus cuestiones centrales) y el costado ligeramente anticuado del agente: algo que hoy resulta evidente pero que se opone a los Bond tradicionales, siempre tan preocupados por mostrar la modernidad de sus artefactos y su liberalidad sexual.
Gracias a su continuado (aunque sinuoso) éxito en la taquilla, Bond hoy es un anacronismo: un personaje de los 60 que llegó al siglo XXI. Gracias a unas cuantas piruetas logró sobrevivir al fin de la Guerra Fría hasta llegar hoy un poco más cómodo al mundo del terrorismo internacional; pero aquella obsesión por lo moderno (tan de los ''60) no podía mantenerse intacta hoy que ya vivimos en el futuro: la tecnología real superó los artefactos del MI6. Bond no podía seguir estirando el fetiche tecnológico, corría el riesgo de caer en el ridículo. La estrategia de Skyfall, entonces, es perfecta: de un golpe deja de lado la obsesión por lo nuevo y transforma a Bond en un símbolo de lo anticuado.
Este nuevo Bond que se afeita con navaja cuadra perfecto con el Bond/Craig capaz de sufrir las consecuencias de una herida a lo largo de toda la película, que disminuyen su capacidad física. A este nuevo Bond vulnerable y viejo (algo absolutamente impensado en las anteriores encarnaciones de Bond, que siempre fueron atemporales) se le suma finalmente un trasfondo personal: no solo la melancolía de un gentleman sino toda una historia familiar y personal anterior a su trabajo como espía internacional. "Skyfall" es la clave de este nuevo Bond: un Bond retro en el mundo del futuro que, paradójicamente, se muestra más vital y vibrante en la pantalla (y con posibilidades reales de nuevas secuelas) en la medida en que es más humano y vulnerable.
Todo este contexto concreto para Bond se extiende también a las demás piezas de la película: por primera vez (creería), MI6 tiene un edificio identificable en Londres; la organización tiene que responder ante el gobierno de turno; M (que hace tiempo ya viene siendo interpretada por Judi Dench) adquiere un gran peso como personaje y, a su vez, todo un trasfondo de historia dentro de la agencia (que se cruza, de paso, con la historia de Gran Bretaña). La trama lleva a poner en cuestión la relevancia (y la posibilidad de que no siga existiendo) de toda la organización MI6. En cierta forma, Skyfall busca ser una refundación de Bond: ahora el héroe no solo tiene un pasado y vive en nuestro presente, sino que la trama (y el villano) ponen en duda toda la estructura sobre la que se sustenta su actividad (y sus aventuras) para, finalmente, volver a darles un sentido. Como si finalmente Bond hubiera podido llegar al siglo XXI.
La otra gran sorpresa de Skyfall es su director San Mendes. Mendes es posiblemente uno de los últimos directores que uno hubiera imaginado para la saga de 007. Conocido por películas como Belleza Americana y Solo un Sueño (Revolutionary Road), hasta ahora mostró una preferencia por historias con más "contenido social" o más intimistas. Pero, misteriosamente, la alquimia funciona: la levedad de Bond aliviana a Mendes y el peso de Mendes trae a Bond más a la tierra. Por otro lado, las escenas de acción (que vaya uno a saber si las dirigió Mendes) están bien en general.
La elección de Bardem como el villano era peligrosa y hasta cierto punto es la que más pone en riesgo Skyfall: sin la contención que le exigía, por ejemplo, su papel en Sin lugar para los débiles pero sin el contexto exagerado del cual parece surgir el personaje, este nuevo villano Bond está siempre al borde de caerse del otro lado del ridículo. Su historia de torturas y locuras lo acerca al melodrama (sobre todo en el desenlace final) y el melodrama no se lleva bien con los espías. Entre tanto inglés, el personaje de Bardem (vagamente latino) desentona. Sin embargo, durante buena parte de la película este nuevo villano se manifiesta más a través de planes conspirativos complejos y no tanto con primeros planos. Por suerte.