ÚLTIMO BOND A FINISTERRE
La cita ineludible que cada dos o tres años tenemos con el agente 007 encuentra esta vez a un James Bond, algo cansado. Craig lo interpreta por cuarta y última vez y Sam Mendes dirige por segunda y también última vez una saga en la que la tématica, personajes, actores y directores parecen agotados y encerrados en los parámetros que Ian Flemming marcó en los lejanos años cincuenta.
La tragedia personal y la deshumanización marcó el James Bond de Daniel Craig, desde el juego de espías de Casino Royale (2006), al estilo “Bourne” de Quantum of Solace (2008) y la estilizada seducción de Skyfall (2012). En Spectre Bond perdió casi todo, su amor “verdadero”, su mentor y lo que es peor su capacidad de sentir.
En los papeles Christoph Waltz como “él” villano de la saga: Blofeld, capo de S.P.E.C.T.R.E. la organización criminal que vimos por última vez en Diamonds are Forever (1971) y que fue brillante parodia en Austin Powers, era muy prometedor, pero su tiempo en pantalla es breve y quizás desaprovechado, cayendo en el clásico tropo “en vez de matarte ahora, te mataré lentamente con este elaborado plan, así te doy la posibilidad de escapar”.
Por momentos la modernización del agente y el mundo en el que le toca actuar luce forzado. Bond nunca se trató de geopolítica, sí de autos, armas, chicas y “one liners”, pero ese mundo -también misógino- de Flemming ya no existe, y el film brinda un guiño acerca de lo ridículo que resulta poner un hombre en el llano para espiarse entre estados que ya se manejan con drones.
Los variados “set pieces” (México, Austria, Marruecos y por supuesto Londres) y la trepidante acción a un ritmo que no cesa durante casi todo el metraje logra distraernos de los problemas que tiene el film: los agujeros de un guión lleno de situaciones improbables (que tal vez resultaban carismáticas en los setentas) y un personaje ideológicamente obsoleto. Tal vez en dos o tres años un nuevo Bond intente otro acercamiento al personaje, mientras tanto intentemos no caer en los brazos de 007 -como sus mujeres-, porque ya sabemos lo que nos espera.