El genocidio como bálsamo social.
Si bien el concepto de “apocalipsis” acumula un recorrido francamente ancestral y ha adquirido una generosa amplitud de matices y acentuaciones, durante los últimos años se fue imponiendo una interpretación concreta “apadrinada” por los medios de comunicación más poderosos, tanto estatales como privados. En el ámbito internacional la industria cultural ha ido introduciendo de manera explícita la idea de que la “salida de emergencia” frente a las contradicciones y padecimientos sociales contemporáneos es la masacre lisa y llana, vinculada por supuesto a una expiación sistemática de culpas y a un “fin del mundo” que aúna el facilismo ideológico con la torpeza procedimental de una utopía maquiavélica.
Ahora bien, concentrándonos específicamente en el cine pronto descubrimos que la fantasía de un armagedón de índole purificadora caló hondo en el imaginario de cartón pintado de Hollywood y buena parte de su público sonámbulo, siempre incapaz de dilucidar las condiciones de producción de la obra en cuestión (como los sectores más ensimismados de la crítica, los espectadores son “expertos” en la lectura aunque nunca en señalar las piezas constitutivas de los films). Pareciera que el genocidio es la “única” opción -y la más rápida- ante las paradojas enquistadas en el capitalismo, una alternativa que goza del beneplácito de la mayoría muda adepta a la displicencia, el armamentismo y esa “mano dura” paranoica.
La insignificante 12 Horas para Sobrevivir (The Purge: Anarchy, 2014) viene a ratificar la mediocridad del director/ guionista James DeMonaco, quien reproduce el tono anodino y los estereotipos de la original, y la crisis actual de la “dialéctica exploitation” en lo que respecta al mainstream, la cual en el pasado generó propuestas furiosamente comerciales y a la vez meritorias a nivel discursivo. El neoyorquino transforma en “película de acción” desaforada lo que fue un thriller de entorno cerrado, mantiene una levedad insoportable en cuanto al andamiaje estándar del terror, insiste con resoluciones poco imaginativas para casi todas las escenas y nos sigue torturando con diálogos huecos que caen en el grotesco.
De hecho, aquí tenemos a una parejita de burgueses en peligro, unas mujeres de color de un barrio carenciado y el clásico antihéroe que aprovecha la purga del título -un “vale todo” gubernamental- para saldar una cuenta pendiente. Nuevamente una noción interesante termina desperdiciada por la falta de talento de DeMonaco, hoy combinando elementos de Escape de Nueva York (Escape from New York, 1981), sandeces a la Hostel (2005) y un esquema que remite a Rollerball (1975). La “apertura acotada” al crimen se convierte en la excusa del que cree estar parodiando el sadismo detrás de la “redistribución de la riqueza”, cuando en realidad sólo licúa sus intenciones hasta finalmente desembocar en el ridículo…