Transformando la impotencia en acción
La verdad es que lo hecho por Robin Campillo en 120 Pulsaciones por Minuto (120 Battements par Minute, 2017) es sumamente admirable, uno de esos trabajos cuya ambición sobrepasa por mucho el rótulo de “obra artística” tradicional para ubicarse más cerca de lo que podríamos definir como un testimonio de una época y sus complejidades: aquí el director y guionista crea un retrato de lo más abarcador de la epidemia del SIDA durante los primeros años de la década del 90, un período en el que a la especulación económica/ comercial de siempre de los laboratorios se sumaba la indiferencia de los estados y la discriminación lisa y llana de gran parte de los colectivos sociales en función de lo que los medios de comunicación -otra manga de imbéciles- repetían una y otra vez, eso de que la enfermedad estaba acotada de lleno a las prostitutas, los homosexuales y los drogadictos.
El propio Campillo fue militante en la delegación francesa de ACT UP (AIDS Coalition to Unleash Power), una organización internacional, fundada en 1987 en Nueva York por Larry Kramer, orientada a acciones concretas para mejorar la vida de los enfermos y mitigar las muertes causadas por la epidemia a través de protestas y presión permanente con el objetivo de modificar la legislación vigente, incentivar la investigación médica y obligar a las distintas administraciones gubernamentales a que lleven adelante políticas de salud pública de manera inmediata. Así las cosas, la película incluye elementos de carácter autobiográfico y se juega por una estructura un tanto inusual en el cine testimonial: la primera parte nos ofrece un retrato de las actividades del grupo (reuniones y avanzadas políticas) y la segunda mitad apuesta a analizar el deterioro de la salud de uno de los miembros más radicalizados.
Más cerca de trabajos sinceros y muy interesantes como Dallas Buyers Club: El Club de los Desahuciados (Dallas Buyers Club, 2013) y El Puto Inolvidable: Vida de Carlos Jáuregui (2016) que de la tibia, hollywoodense e hiper filtrada para el gran público Filadelfia (Philadelphia, 1993), hoy 120 Pulsaciones por Minuto combina con inteligencia la militancia en contra del desconocimiento de las mayorías y la insensibilidad de la industria farmacéutica, la cual todo el tiempo retiene información en torno a las pruebas que lleva a cabo, y esa inexorable condena a muerte durante los 80 y 90 para aquellos que comenzaban a manifestar síntomas de que la infección dejó paso a complicaciones físicas varias, un tópico que no aparece del todo desnudo porque está contextualizado dentro de una historia de amor entre el muchacho en cuestión y su pareja, otro cofrade de ACT UP.
Como ocurre con gran parte de las propuestas que examinan los correlatos del VIH y la evolución histórica de las campañas de prevención, aquí los dos jóvenes -interpretados de forma magistral por Nahuel Pérez Biscayart y Arnaud Valois- se encuentran en una carrera contra el tiempo tratando de disfrutar cada segundo juntos y manteniéndose firmes en la lucha que los une, más allá del amor compartido. Campillo utiliza todos los recursos clásicos del cine galo con motivo de los convites recargados políticamente, desde la retórica agitada de las asambleas, pasando por la crudeza de las manifestaciones del colectivo y llegando a esos cuelgues psicodélicos de las secuencias en las que los activistas van a bailar a una discoteca; ítems que asimismo van siendo sustituidos de manera paulatina por largas escenas sexuales, otras tantas de confesiones mutuas, alguna que otra disputa a viva voz en el seno de ACT UP y finalmente la franqueza total en la representación del dolor de los últimos momentos. El realizador en ocasiones parece perder un poco el rumbo de la película por la multiplicidad de focos de atención y subtramas, pero por suerte siempre logra retomar la línea dramática más importante de ese instante. A pesar de sus algo excesivos 140 minutos, el film consigue rescatar un período candente en el que todo estaba por ser ganado a nivel del reconocimiento popular de los alcances de la enfermedad y los recursos imprescindibles para combatirla, circunstancia que pone en primer plano la valentía de aquellos primeros militantes que le escaparon a la impotencia de muchos de los afectados bajo la convicción de que hay que eliminar las estigmatizaciones mediante una serie gloriosa de protestas, marchas e intervenciones en pos de ser oídos y respetados…