Los heroicos soldados de Bengasi
Las trece horas a las que hace referencia el título del film no se refieren a la duración de esta nueva realización de Michael Bay -de todas maneras bastante extensa-, sino a la larga noche del 11 de septiembre de 2012 cuando se produjo el asalto al consulado norteamericano en la ciudad libia de Bengasi, que dejó como saldo, entre otras víctimas, la muerte del embajador norteamericano en aquel país del norte de África. El film procura reconstruir aquella sangrienta, interminable jornada, y sobre todo destacar el arrojo, la bravura, el coraje y la resistencia del grupo de seis soldados de elite que eran los encargados de la seguridad del lugar donde el diplomático había decidido permanecer. Como para garantizar la veracidad de los hechos que recrea -y también para explotar la fama de una obra que figuró entre los best sellers de no ficción-, tomó como base el libro del mismo título firmado por Mitchell Zuckoff y del que también participaron otros sobrevivientes.
Quien haya visto otros films de Bay ya sabe que encontrará aquí sobredosis varias, una casi constante acumulación de escenas de acción, generalmente poco descifrables, tantas explosiones y catástrofes como la tecnología esté dispuesta a suministrar, y mucho más músculos y testosterona que cohesión y habilidad narrativa. La sutileza -también se sabe- no forma parte del menú de Bay. Y cuando debe resolver el montaje, siempre prefiere el vértigo, de manera que quien haya llegado a ver la película sin conocer demasiado sobre lo que pasó en Bengasi hallará en este film poco material ilustrativo en términos dramáticos que enriquezca su información.
A pesar de lo cual en los primeros tramos de la película el libro -bastante plano por lo demás- se encarga de disponer en pocas escenas algunos datos que dan la pauta del estado de la situación, y que -como puede suponerse- serán útiles para entender más o menos lo que viene después. Estruendos, descargas, estallidos, fogonazos, humo, gritos, emboscadas, muerte.
En las manos de un director con más equilibrio y menos mareado por el vértigo que produce la crónica de una misión en territorio desconocido e inestable que conduce a resultados horrorosos por la combinación de errores, decisiones equivocadas y simple mala suerte podía resolverse en términos tan claros y potentes como lo hizo, por ejemplo, Ridley Scott en La caída del Halcón Negro. En lugar de esa claridad, 13 Horas parece contagiarse del caos que pinta. Pero es difícil establecer si se trata de contagio o de la confusión que proviene del propio director, que apenas consigue en el primer tramo de la película y a fuerza de dos o tres pinceladas-diálogos necesarios y obviamente descriptivos deslizar algún detalle sobre el espíritu heroico de esos personajes cuya memoria quiere honrar.