Sobre adalides cotidianos
En su nueva y grata película, 15:17 Tren a París (The 15:17 to Paris, 2018), el octogenario realizador Clint Eastwood reproduce el esquema ideológico/ retórico de su film anterior, Sully (2016), léase esa fábula sobre los “héroes cotidianos” que salvan vidas bajo presión. Desde ya que en el fondo hablamos de otra epopeya de derecha en la que no se analiza en serio ninguno de los núcleos centrales de la temática en cuestión y en donde los buenos son representantes institucionales, no obstante la destreza narrativa -y en especial la paciencia- del director logran que el opus se despegue de obras similares a nivel conceptual como por ejemplo Más Fuerte que el Destino (Stronger, 2017) o Tropa de Héroes (12 Strong, 2018), mamarrachos que de tan chauvinistas y probélicos resultaban insoportables. Aquí por lo menos el señor pone el énfasis en esas “historias de vida” de los adalides yanquis de turno.
Hoy el eje del relato es la amistad de tres muchachos en general y el devenir de uno de ellos en particular, Spencer Stone, quien junto a sus compinches Alek Skarlatos y Anthony Sadler detuvo un ataque en 2015 a bordo de un tren en Francia, incidente desencadenado por un supuesto militante musulmán con un rifle. Gran parte del correcto guión de Dorothy Blyskal apunta a retratar la vida como niños y jóvenes adultos del trío, desde los conflictos que tuvieron con las autoridades de su colegio cristiano, pasando por la decepción de sus padres y llegando al momento en que Stone y Skarlatos se alistan en la milicia del país del norte más con intención de socorrer que de matar, algo que nos aleja de Francotirador (American Sniper, 2014), una realización asimismo conservadora y a favor de las huestes estadounidenses aunque más orientada al profesionalismo homicida de las fuerzas armadas.
A decir verdad estamos frente a una de las películas más chiquitas y sutiles de un director de por sí sincero y clasicista en materia narrativa (los tiempos son pausados, prima el desarrollo de personajes, no hay fetichismo tecnológico canchero, el detallismo lo es todo, etc.), circunstancia que por cierto deriva en una nueva anomalía dentro de un panorama cinematográfico contemporáneo en el que los recursos dramáticos más pomposos y demagógicos tienen preeminencia por sobre el naturalismo sencillo de un artesano a la vieja usanza como el legendario Eastwood, quien aquí llega al extremo de conseguir muy buenas actuaciones por parte de los tres protagonistas, los cuales se interpretan a sí mismos en pantalla con una eficacia que sorprende, sin todos esos manierismos típicos de los actores profesionales ni esa obsesión con remarcar los diálogos con una gesticulación excesiva.
Por supuesto que al convalidar el accionar de las tropas yanquis, y al dar visibilidad a cómo se festeja su desempeño en el Primer Mundo como “guardianes de la paz” y bobadas mentirosas semejantes, lo único que se hace es justificar de manera indirecta la sarta de engaños varios que los gobiernos construyen como excusas para sus guerras imperialistas en pos de petróleo, posicionamiento estratégico o simplemente mantener en funcionamiento la millonaria industria bélica de Estados Unidos y Europa. Incluso así, 15:17 Tren a París permite -como cualquier otro producto cultural- una lectura más light y volcada hacia lo artístico/ social… y es allí mismo donde el film resulta satisfactorio porque por un lado critica la burocracia de la milicia y la rigidez dogmática de la educación religiosa, y por el otro edifica una semblanza amena y adulta acerca del sacrificio como vocación humanista.