Sin final no hay paraíso
La Tierra es destruida en el año 2012, tal como lo predecía el Calendario Maya. En 2009, unos científicos descubren severas anomalías en el Sol con consecuencias en el núcleo de la Tierra. De inmediato, los gobiernos mundiales se ponen en marcha para generar unas naves que sean las salvadoras en un “nuevo amanecer”.
En el medio del Apocalipsis, una familia. Siempre hay una familia con pequeños rollos que intentan volverse tan importantes como la trama misma: una separación, un nuevo marido, lazos padre-hijo debilitados, un excesivo interés por el trabajo, serán pequeños indicios de humanidad en un cine catástrofe que todo lo tapa.
El planeta se agrieta, los polos se magnetizan, el centro de la Tierra aflora creando súper volcanes, los mares sucumben ante la ferocidad de la naturaleza... pero siempre está el hombre. El animal con raciocinio que rompe y arregla. La parca y esperanza de la humanidad. El ser destructivo que siempre le encuentra la vuelta para sobrevivir. Sí, sólo en cines.
Protagonizada por John Cusack como Jack Curtis, ese buenazo que cuida de sus hijos y salva al mundo, Amanda Peet como Kate, su ex mujer, esa que encontró nuevo novio y piensa que su primer marido está loco, y Chiwetel Ejiofor, un científico copado de esos que dan ganas de tener como amigo, 2012 se la juega para ser la gran novedad de esta época del año. En el cast, también figura Danny Glover como el presidente de los Estados Unidos (siempre manufacturado como más bueno que el pan, dando simbólicamente su vida por los demás). Buen elenco para una historia sostenida exclusivamente por lo sensual de la imagen.
El cine de Roland Emmerich es espectacular. Siempre espectacular. El predominio absoluto de la imagen por sobre la historia supone una nueva filosofía del entretenimiento posmoderno. El director de 10.000 A.C. (10.000 B.C., 2008), El Día Después de Mañana (The Day After Tomorrow, 2004) y Día de la Independencia (Independence Day, 1996) sigue en su plan de ser el realizador de calamidades por excelencia.
Aquí la trama poco importa. El espectador debe regalarle dos horas y media a la pantalla y de esa forma, sólo de esa forma, obtendrá el beneficio lúdico. Si alguien busca complejidades, que lo haga en otro estilo de cine. Esto es espectáculo, señores.
Desde un sentido visual, nada puede reclamársele a Roland Emmerich, siempre cumple. Ahora bien, el guión es una fórmula matemática, es uno más uno igual a dos. Básico. Ante la amenaza de destrucción siempre están los norteamericanos que salvan al mundo, la familia tipo que sobrevive, una leve crítica al modo de vida destructivo; esto sostenido por groseros efectos especiales... y todos contentos.
Pochoclos al por mayor con una leve intención de toma de conciencia.