24 horas para vivir

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Esperanza de redención

El caso de Ethan Hawke se suma al de otras figuras del séptimo arte, como por ejemplo Nicolas Cage y John Cusack, quienes pasaron de ser unos exquisitos en el inicio de su carrera con respecto a qué proyectos de largometrajes aceptar y cuáles no, a prácticamente subirse a cualquier tren que les garantice unos mangos y no los haga viajar muy lejos de su casa (es decir, del lugar que hayan elegido como hogar del momento). Resulta de lo más curioso que en una época donde prima el escarnio público por cualquier pavada y muchos actores se preocupan por mantener cierta apariencia de profesionalidad y autoexigencia, este grupito de señores -hay muchos más, por supuesto, sólo estamos citando a los más afamados- tire por la borda toda pretensión de construir una trayectoria estable, ofreciendo como consecuencia un promedio de una película realmente buena cada tres o cuatro malas.

Sin ser tan desparejo como Adrien Brody o Antonio Banderas o cualquier otro actor que nunca se tomó en serio su carrera hollywoodense, Hawke por lo general trata de mechar films arties con epopeyas comerciales… y sin duda la presente 24 Horas para Vivir (24 Hours to Live, 2017) lo acerca al terreno que estuvieron sembrando en los últimos lustros Cage y Cusack, el de ser un héroe de acción un tanto avejentado (esto se explica por la naturaleza infantil del mainstream actual: como los grandes estudios no los llaman, ellos se construyen un personaje cinematográfico que les garantice trabajo por más que sea en el campo del streaming, adaptación contemporánea de aquellos antiguos “directo a video”). Vale aclarar que el desempeño de Hawke es bastante menos freak que el de sus colegas, lo que genera una actuación agria que calza perfecto con el tipo de realización que nos ocupa.

Contra todo pronóstico aquí estamos ante una obra muy digna que mezcla el formato de los thrillers de ciencia ficción con la clásica premisa de los policiales negros -símil A Quemarropa (Point Blank, 1967), del gran John Boorman- en la que el protagonista es dado por muerto y vuelve para iniciar su venganza contra los que lo traicionaron, a lo que se agrega una esperanza de redención porque el susodicho es un asesino a sueldo. Como no podía ser de otra forma, a Travis Conrad (Hawke) la misteriosa empresa La Montaña Roja le pone dos millones de dólares por día para que se cargue a un testigo que amenaza con revelar las chanchadas cometidas por la compañía en Sudáfrica. El señor descubre donde lo tienen oculto los representantes de la ONU a cargo de la investigación, sin embargo nuestro antihéroe termina asesinado por Lin (Qing Xu), la adalid principal de la custodia, a posteriori de un encuentro sexual entre ambos. Wetzler (Liam Cunningham), el jefe de La Montaña Roja, lo revive con una cirugía experimental que sólo le concede 24 horas de vida para que revele la ubicación del testigo. Una vez entregado el dato en cuestión, Travis no se toma muy bien que pretendan matarlo de inmediato, frente a lo cual escapa y se empecina con ayudar a Lin en su misión de sacar a la luz los “secretitos sucios” de la organización.

La propuesta empieza con toda la fuerza, en especial gracias a atrapantes secuencias de acción y suspenso y la maravillosa intervención de Rutger Hauer como Frank, el suegro de Travis, aunque se cae un poco en el desarrollo subsiguiente debido al recurso remanido de incluir una serie de alucinaciones por parte del protagonista -como efectos secundarios del procedimiento para traerlo de vuelta a este plano de la realidad- en torno a su esposa e hijo muertos, quienes fueron asesinados cuando el señor estaba en el extranjero trabajando para sus execrables empleadores. De hecho, el sustrato más interesante del film, más allá de su eficacia general, pasa precisamente por su intención en pos de recuperar ítems muy caros a la izquierda relacionados con la denuncia de los conglomerados que se enriquecen -a la par de los estados de los países del Primer Mundo- con las guerras satélites que inventan a lo largo y ancho del planeta: aquí La Montaña Roja viene a funcionar al mismo tiempo como una contratista militar, una compañía farmacéutica y una empresa de “reconstrucción/ limpieza” de las zonas asediadas por los conflictos bélicos, la hambruna y la depredación del capital sobre los recursos energéticos y humanos de la periferia (la trama hasta enfatiza desde el vamos que la organización se dedica a hacer experimentos símil nazismo con familias enteras de pobres para construir súper soldados, fosas masivas incluidas). Sin llegar a la cúspide de los géneros trabajados pero siendo lo suficientemente entretenida y acertada a nivel político como para resultar satisfactoria, 24 Horas para Vivir es un convite ameno sustentado en un Hawke todo terreno que saca partido de su atribulado personaje…