Tres no son compañía
Los títulos y los anticipos comerciales suelen (de hecho siempre lo hacen) generar expectativas en los potenciales espectadores. Si hablamos de calidad, el nivel de expectativa es inversamente proporcional a la satisfacción obtenida de la película en cuestión. Supongamos que albergamos expectativas altísimas sobre una peli X: por más que no sea mala, o aunque sea buena pero no superlativa, nuestras expectativas se verán defraudadas, necesariamente. En el caso inverso, si la expectativa es bajísima, casi cualquier menjunje nos vendrá bien y hasta nos parecerá bastante apetecible.
Lo mismo se aplica a la temática. No es que uno se siente a ver un determinado género y no pueda aceptar, estoicamente, un viraje, un cambio de dirección de la historia y del tono elegido para contarla. A veces, sin embargo, la brecha entre lo prometido y lo que realmente se termina ofreciendo es tan grande que sólo cabe un alto grado de perplejidad.
Supongo que ésta fue mi experiencia con 3: ¿Cómo recuperar a tu propia familia?, de Pablo Stoll, codirector de las exitosas 25 Watts y Whisky junto con Juan Pablo Rebella (fallecido en el 2006). De la expectativa temática me hago cargo, pues no tenía razón para suponer que 3… fuera un dramón familiar al estilo de Tsai Ming-Liang (He Liu / El río), Nuri Bilge Ceylan (Tres monos), o Thomas Vinterberg (Submarino, de 2010 y aún no estrenada por aquí). Lo único que me cerraba, en todo caso, era el número 3, por el número de integrantes del clan en cuestión.
De qué va la historia de 3 ¿Cómo recuperar a tu propia familia? Yo diría que el epigrama que sigue al título una comedia agridulce le sienta más que bien a este relato tipo composición hecha de Polaroids –o viñetas- ensambladas como para darles un sentido narrativo.
La familia retratada en 3... se compone de Rodolfo (Humberto de Vargas), de profesión odontólogo, y en lo personal un obsesivo pero re simpático y bonachón gordito, obsesionado por la funcionalidad y la pulcritud de las cosas. Su primera esposa, Graciela (Sara Bessio) es taquígrafa de profesión, pero últimamente dedica sus días al cuidado de la tía Beba, de 87 años e internada en terapia intensiva. Ana, la hija adolescente de ambos (Anaclara Ferreyra Palfy), es estudiante secundaria; sus notas son excelentes, pero sus ausencias y llegadas tarde a clase ponen en peligro su año lectivo.
Entre los tres personajes hay algo en común: la palabra desencuentro, eufemismo normalmente utilizado para denotar pelea, confrontación o algo por el estilo. No en esta familia. Aquí los desencuentros no son altercados: es la falta de conexión humana que los lleva a cruzarse, sin planearlo, en la puerta de casa o algún otro lugar, y mandarse a mudar siempre bajo la misma excusa: Yo ya estaba saliendo. Las puertas se abren, pero los encuentros entre ellos jamás se concretan, sobre todo entre Rodolfo, quien insiste en volver al que fuera su hogar y nota, una y otra vez, que ambas mujeres viven en medio de cierto desorden doméstico y de dejadez progresiva, que evidencian el rumbo errático de sus vidas. La ropa tirada en el living o amontonada en un dormitorio; la canilla del lavatorio que gotea; la pintura de las paredes que se descascara; el cielorraso con una incipiente mancha de humedad: pequeñas muestras que le hacen sospechar al obsesivo Rodolfo que no todo está tan bien como aparenta. Aquí entra en juego su volición para vencer la resistencia de su ex (reacia a todo cambio) y de su hija (no tan expulsiva, pero encerrada en su propio mundo).
El pequeño universo que habita la familia parece restringirse al departamento descuidado, al hospital, al colegio, a los ridículos y vanos intentos del padre de integrarse a un equipo de fútbol amateur, a los momentos de insignificante intimidad de la hija con un compañerito de curso, o su deambular en busca de extraños y de un efímero encuentro sexual, paradójicamente más cálido que la relación con sus progenitores.
En otras circunstancias y bajo la mirada de directores como los antes mencionados, todo haría prever un profundo, insondable drama existencial, una malaise subyacente por debajo de una normal cotidianeidad.
La sorpresa es que 3... tiene más de comedia que de agridulce, y dependiendo del catador, ambos están un poco (bastante) diluidos. Las situaciones humorísticas no producen jocosidad, más bien una cierta ternura; y los momentos más duros distan mucho de los dolorosos cachetazos que nos da la vida, como la muerte de un ser querido luego de una interminable agonía.
La conclusión es que, a pesar de las buenas intenciones de Stoll, 3... se queda en medias tintas. Si bien los personajes y las situaciones (no del todo bien resueltas) no son insatisfactorios, la película nos deja con una sensación de cierto vacío, y no nos referimos, precisamente, a bergmanianas angustias existenciales. Se trata, más bien, de un hilo conductor, de un eje narrativo, de una natural fluidez en el retrato de esta familia que pinta Stoll de modo bastante inconexo, como sus personajes.
Lo mejor del film por lejos son las actuaciones de los tres protagonistas, sobre todo de Anaclara Ferreyra Palfy (la hija, personaje lleno de matices), y Sara Bessio (la madre agobiada por el rutinario trabajo de encriptar textos que no le importan un bledo, y abrumada por la responsabilidad y el dolor de la inexorable muerte de su tía Beba).
Pero en definitiva 3... no alcanza a sumar puntos suficientes para lograr un sobresaliente o un muy bueno. Quizás un tibio regular sería mucho más justo.