Una historia de amor entre la locura y la cordura
Una metáfora futbolera aplica perfectamente para el caso de “30 noches con mi ex”. Cuando la selección argentina estaba definiendo equipo, hubo una frase que quedó como máxima cuando se preguntaba quiénes iban a salir de titulares: “Messi y diez más”. Bien, “30 noches con mi ex” es Pilar Gamboa y diez más. Porque su Loba, una enferma psiquiátrica que va en busca de una rehabilitación para reinsertarse en la sociedad, está dotada de una sensibilidad y una carnadura por la que basta y sobra para ir a ver esta película. Claro que antes de analizar el film hay que reparar en Adrián Suar, quien aquí debuta como director, y nada hacía prever que en su ópera prima como realizador cinematográfico iba a correrse de la comedia. Ni tampoco del rol de comediante, en el que le fue mejor en “Un novio para mi mujer” y “Dos más dos”, que en las fallidas “Me casé con un boludo” y “El fútbol o yo” o la paupérrima “Corazón loco”. Con un trabajo cuidado en el manejo de cámara y logradas sutilezas de dirección de arte en las escenas donde interactúa la pareja protagónica, Suar demostró al menos que la ropa de director no le quedó tan grande. Aquí le dará vida a Turbo, un tipo muy ocupado en los números de su trabajo y poco abocado a ponerle el cuerpo a sus vínculos más íntimos. Pero un día su hija Ema (Rocío Hernández) le propone que tendrán que recibir a su mamá, Loba, como parte de un tratamiento. Y él se negará, hasta que aflojará. El Turbo y la Loba se separaron hace seis años, y en los últimos tres casi ni se vieron. Los transtornos psíquicos de la Loba hicieron mella en esa relación, pero claro, más en ella. Y eso es lo que refleja “30 noches con mi ex”. Porque más allá de tratarse de una comedia de enredos, bien resueltos generalmente gracias al oficio de Gamboa y Suar, la película deja flotando el mensaje de la inclusión. Pero no desde un costado políticamente correcto, sino desde ese espacio que se debe dar a una persona por ser diferente, y que muy a pesar suyo, no tiene la posibilidad de cambiar, al menos en lo inmediato. Eso sobrevuela todo el tiempo en esta historia, en la que la Loba intentará vivir como la gente común y corriente, por expresarlo de alguna manera, y se irá dando cuenta que ella es la Loba y su circunstancia. En ese recorrido pasará por varias estaciones, desde no respetar el protocolo de convivencia de un departamento, hasta poner música a las 3 de la mañana, alojar a un compañero del psiquiátrico enamorado de ella, decir barbaridades en la cena en donde su hija le presenta a su novio, robarle la comida a los vecinos o incendiar un edificio porque rompió una pared con una masa para borrar una imagen con forma de pene. Mientras todo esto transcurre, el Turbo la sigue mirando con ternura, como quien guarda una foto con la mejor cara de un ser querido. Y ese recuerdo lo lleva a acercarse tanto que en un momento los planetas explotan. Lo bueno de esta historia es que se corre del final de “y fueron felices y comieron perdices” para llegar a un cierre más cercano a la realidad. En este contexto, “30 noches con mi ex” redondea una comedia para toda la familia que cumple el objetivo buscado: entretener y dejar un mensaje a manera de souvenir. Un aprobado debut del director Adrián Suar.