Sobre el cine castrado…
En el ámbito de los proyectos lamentables del Hollywood más industrial, esos que son consumidos pasivamente por un público inmaduro y críticos irresponsables desde el punto de vista ideológico, 300 (2006) fue uno de los exponentes más claros al respecto, un verdadero ejemplo de cómo un cierto grupito de espectadores se conforman con lo que David Bowie una vez definió como “las burbujas y la acción, los pequeños detalles en color”. Más allá de la retórica francamente fascista, una progresión narrativa bastante deficiente y un diseño de producción muy poco imaginativo que duplicaba el comic simplón de Frank Miller, la obra en cuestión era soporífera y hacía agua por todos lados.
Si bien su secuela retoma esa combinación insoportable de cámaras lentas a la Matrix (recurso llevado al extremo del cansancio visual) y batallas épicas/ melodrama de alcoba símil péplum (pero con una arquitectura aún más rudimentaria y bobalicona), no podemos dejar de reconocer una mínima mejoría en cuanto a la estructuración formal y el macro desarrollo. Por suerte parece que el ahora guionista y productor Zack Snyder aprendió un par de trucos trabajando con Christopher Nolan en El Hombre de Acero (Man of Steel, 2013), ya que hoy abandona los discursos belicistas de antaño y decide centrarse en la extraordinaria Eva Green, específicamente en su talento actoral y bella anatomía.
Aquí la protagonista se roba la película al punto de que no importa un comino el resto de los personajes ni las escenas de acción. El film comienza como una precuela explicando la transformación en Dios de Jerjes (Rodrigo Santoro) para luego virar hacia otra incursión armada del susodicho, en paralelo a la original de 300 y dirigida contra Atenas. El magnetismo que despierta Artemisia (Green), comandante de la flota del rey persa, es tal que toda la propuesta se justifica sólo por su presencia y disposición anímica. La obra en sí resulta digerible principalmente porque se focaliza en una serie de combates marítimos más o menos eficaces y “secuencias intermedias” un poco menos anodinas que las del pasado.
Una vez más la verborragia inflada del “éxtasis del acero y la carne” no se condice con una realización profundamente estéril, digno ejemplo de un cine castrado que sucumbe en la mediocridad y la infantilización más aguda: la violencia es muy caricaturesca, el gore artificial e irrisorio, los CGI redundantes, el tono bombástico genera indiferencia, los personajes son casi todos intercambiables, la empatía brilla por su ausencia y las payasadas imperialistas a esta altura provocan más vergüenza ajena que indignación. En suma, Green es lo único real y valioso del film: hablamos de otra creación del Hollywood babeante e imberbe, un mamotreto olvidable que se posiciona apenas por encima de su primera parte…