Ronda ambiciosa y rebuscada
La referencia a La ronda (la pieza de Schnitzler o la inolvidable película de Ophüls) es inevitable. Puede entenderse 360 como una ronda en versión modernizada y adaptada al mundo globalizado de hoy en el que todos somos, de alguna forma, vecinos de todos. Si algo tiene el film de Fernando Meirelles de actual, más allá del vistoso panorama de ambientaciones chic que propone con sus saltos de ciudad en ciudad y su preferencia por las superficies vidriadas es que remite al vagabundeo que tanto propicia la navegación por Internet con su múltiple oferta de links.
Sucede a menudo, cuando se entra en la Red sin objetivo definido, que un sitio lleve a otro y a otro y a otro más, en una cadena que se va eslabonando por azar, o según una sucesión de elecciones tomadas más o menos precipitadamente, y se prolonga sin rumbo ni destino hasta que, al dar el viaje por concluido, se descubre no sólo que no se ha llegado a ninguna parte sino también que el saldo de tanto curioseo es igual a cero.
Los 360 del título avisan que la ronda se ha vuelto internacional, más próxima a González Iñárritu que a Schnitzler. Ahora, los eslabones -los personajes que antes eran gente de distintas clases y condiciones en el fin de siglo vienés y se engarzaban en sucesivas parejas respondiendo al impulso sexual-cruzan fronteras. De una prostituta eslovaca en Bratislava a un ejecutivo inglés en Berlín en franco plan de aventura y de la esposa de éste, enredada con un brasileño en Londres, a la bella compatriota que lo abandona y se vuelve a Río vía Estados Unidos, y así. En la ronda entrarán muchos otros personajes, casi todos víctimas de parecidos malestares (angustia, culpa, frustración, depresión): un romántico dentista musulmán, un mafioso ruso, un abusador sexual recién salido de la cárcel, un guardaespaldas, un padre que todavía anda en busca de su hija, desaparecida hace años, y un par de chicas sensatas pero tan ingenuas como para trabar relación inmediata con dos desconocidos. Para ligar este heterogéneo y bastante rebuscado muestrario humano, el libretista Peter Morgan ( La reina , Más allá de la vida ) elige subrayar un mensaje obvio: la importancia que tiene para cada ser humano tomar sus propias decisiones.
En la superficie, 360 luce sus brillos, obra de un realizador, Fernando Meirelles, muy dado a un lenguaje que busca sofisticación con hipérboles, montaje artificioso, pantalla dividida y empleo efectista de la música. Cuenta con el atractivo de su elenco, con un Anthony Hopkins que tiene oportunidad de hacer su show, mientras Rachel Weisz y Jude Law optan por la mesura y Ben Foster, por la exuberancia gestual. Pero como suele suceder en este tipo de productos el dibujo de los personajes es sólo esbozo y la superabundancia de conflictos lleva a sacrificar la credibilidad: las notas falsas abundan. Es como en Internet: el vagabundeo puede resultar un poco entretenido mientras dura, pero al final lo que queda es poco y nada.