El melodrama es uno de mis géneros favoritos, donde se van tejiendo las pequeñas situaciones que hacen que el aleteo de una mariposa desencadene el caos. En este tipo de historias que son en un pueblo diminuto, sobre gente común y corriente, el impacto es mucho mayor.
45 años cumplen de matrimonio Geoff y Kate. No tienen hijos y ya están jubilados. Ella fue maestra y él fue un operador de fábrica, siempre dentro del sindicato con fuertes ideas políticas. No pudieron festejar los 40 años de casados porque él se enfermó, con lo cual lo pospusieron 5 años más. Mientras ella está en el idilio de re pensarse como novia, él recibe una notica de un hecho traumático de su pasado involucrando un viejo amor que lo desestabiliza.
El trabajo de Charlotte Rampling es realmente impecable y le sirvió para estar nominada como mejor actriz en los Oscars, pero es mucho más fuerte lo que nos hace como espectadores. Es muy complejo sostener con tantos silencios y gestos mínimos a un personaje tan complejo como Kate. Ir teniendo nociones de lo que le sucede y ella diciendo claramente que no puede expresar todo lo que le gustaría es verla deshaciéndose frente a nosotros.
Tom Courtenay, quien interpreta a Geoff, responde a los estímulos planteados con un aire parco que funcionan muy bien para el personaje y sí usa estos monólogos y confesiones eternas porque será la primera vez que Kate empiece a conocer a su compañero de hace 45 años.
La fotografía se maneja con una luz fría que al principio cambia dentro de casa y luego se convierte en gélida para siempre. Es un espacio de encuentro y de intimidad de la pareja, de la química, de los secretos y el peso del pasado y todo eso se ve en el vestuario simple, en el pueblo que se reduce a un par de tiendas y a una casa como templo. Y con fantasmas en los áticos.
Es una película brillante, que se perdió en las nominaciones de los brillos de la Academia, pero de una sensibilidad y una maestría actoral y de dirección que merece ser revisada. Íntima y tajante.