Siete miradas sobre La Habana
Un film por cada día de la semana. Siete miradas diferentes sobre un mismo escenario multifacético, colorido y colmado de sugestión: La Habana. Las postales, la música y el color local están asegurados. La variedad de enfoques, también, porque los responsables de estos siete cortometrajes son otros tantos autores reconocidos, la mayoría hijos dilectos de Cannes. Y casi también puede descontarse que, como suele suceder en estas realizaciones colectivas, los altibajos estarán a la orden del día.
7 días en La Habana responde a todas esas expectativas. Si su principal interés proviene de los nombres de los cineastas convocados, la curiosidad reside en averiguar qué camino ha elegido cada uno para responder a la invitación. La apertura le corresponde a Benicio del Toro, que elige el esquema clásico de un recién llegado a la capital cubana que con la guía de un taxista local vive una aventura nocturna que no se aparta demasiado de los lugares comunes: alcohol, sexo, música y eventualmente travestismo. El Yuma es un joven actor norteamericano (Josh Hutcherson) que apenas repara en la superficie de la realidad.
Lejos de los estereotipos, Pablo Trapero aprovecha la frescura de Emir Kusturica para hacerlo representarse a sí mismo en un festival de La Habana durante el cual entabla amistad con su ocasional chofer y disfruta de una jam session particular con el trompetista Alexander Abreu. A Julio Medem se debe uno de los tramos menos felices: la melodramática historia de una cantante cubana de muy escaso mérito a quien tientan para ir a trabajar en España y abandonar a su novio beisbolista.
De ahí al Diary of a Beginner, de Elia Suleiman, hay un brusco cambio: aquí asoma el humor -un poco Tati, un poco Keaton- del palestino para contar la espera que padece antes de ser recibido en su embajada: una espera tan larga como los clásicos discursos de Fidel Castro. A ese capítulo, uno de los mejores de la película, sigue un atractivo ejercicio visual de Gaspar Noé: Ritual, en torno de una suerte de exorcismo al que someten a una muchacha que ha practicado el lesbianismo.
Los dos últimos episodios se acercan más al drama doméstico sobre la realidad cubana de hoy. Uno, Dulce amargo, de Juan Carlos Tabío, expone en un lenguaje algo avejentado, pero con la verdad que le da su familiaridad con el entorno, la breve historia de una psicóloga que difunde sus consejos por televisión, pero se gana la vida como eximia pastelera, papel en el que se luce Mirtha Ibarra al lado de un Jorge Perugorría casi irreconocible.
El final es con lo mejor: La fuente, de Laurent Cantet, apunta a las creencias y costumbres populares de los cubanos a través de los preparativos de una fiesta religiosa en la que la Virgen María se mezcla con Oxum.