Imágenes de un mito santiagueño
Besar un sapo, sacrificar un ser amado, renunciar a la fe cristiana. Son algunos de los siete pasos que hay que cumplir para llegar a la salamanca, que puede ser una cueva, un claro en el monte, un riacho, un lugar sagrado o corporizarse en una mujer vestida de blanco; un espacio al que se acude en busca de un pacto con el diablo (Zupay) y de ciertas sabidurías. Allí acuden los que quieren adquirirla para ser el mejor acordeonista, el mejor guitarrero, el mejor jinete, el mejor bailarín, el mejor curandero.
En este territorio de las leyendas y los mitos -en este caso del Norte, más exactamente de Santiago del Estero-, conservados y transfigurados por la fantasía de cada narrador y transmitidos de boca en boca a lo largo de generaciones, todo es cambiante, impreciso, mágico, misterioso y por eso mismo seductor.
Marcos Pastor (Rastrojero) confesó que fue su abuela tucumana quien le abrió las puertas de ese mundo en el que se mezcla lo religioso y lo profano, los espíritus y las brujerías. Pero para ingresar allí, de algún modo guiado por Manuel Echegaray, el anciano de rostro curtido cuya presencia es el tenue hilo que enhebra las imágenes de esta cruza de documental y ficción, buscó un mecanismo narrativo personal que responde a las propiedades del material que reunió en sus diversos recorridos por territorio santiagueño más que a la voluntad de componer un breve relato. Son pantallazos que ilustran; imágenes que muchas veces seducen por su belleza o su misterio, pero no intentan explicar ni revelar los secretos del mito, y mucho menos contar una historia. Es, quizás antes que nada, una búsqueda estilística. Lo que puede desorientar (o impacientar) bastante al espectador acostumbrado a los formatos narrativos que predominan en la convención cinematográfica.