La película dirigida por Emilio Martínez-Lázaro fue un éxito en su propio país, ganando incluso 3 premios Goya para sus protagonistas.
Ocho apellidos vascos cuenta una historia de amor entre dos personas de culturas muy distintas, pero también de personalidades muy diferentes. Todo comienza con Amaia tras ser plantada en el altar, cuando las amigas la llevan a un sitio sevillano y allí conoce a Rafa, con quien pasará la noche para luego desaparecer a la mañana siguiente pero olvidando, cual Cenicienta con su zapato, su cartera.
Amaia es malhumorada y está cansada de los hombres, y no puede evitar contestar de manera sarcástica continuamente. Rafa se enamora y decide ir a buscarla, apareciéndole de la nada en su casa sólo para ser echado. Hasta que reaparece el padre de la joven tras vaya uno a saber cuánto tiempo de ausencia, y ella no quiere mostrarle en lo que se ha convertido su vida y aprovecha la aparición de Rafa para fingir que él es su futuro marido, pero también tiene que fingir que es vasco como ella.
Esta comedia romántica apuesta continuamente al enredo y los gags, que algunos funcionan mejor que otro. Lo cierto es que el guión no puede evitar caer de manera constante en situaciones poco verosímiles, forzadas, rebuscadas, exageradas.
Lo más interesante del film es sin duda el retrato de estas dos culturas enfrentadas (aunque también es cierto que funciona más que nada para el público de su país, al menos es el que mejor suele entender este enfrentamiento). Como comedia romántica, Ocho apellidos vascos recurre a estereotipos y clichés, por lo que no es un producto muy novedoso. La fotografía (las bellas locaciones ayudan), un ritmo ágil y el encanto de sus protagonistas Clara Lago y Dani Rivero suman puntos extras para una película poco original pero que funciona, aunque no cumpla con expectativas de un film tan exitoso como lo fue en España.