La reasignación del tiempo
Luego de aquella pequeña maravilla intitulada En la Luna (Moon, 2009), el británico Duncan Jones ratifica su talento en 8 Minutos antes de Morir (Source Code, 2011), otra remarcable exploración en el terreno de la ciencia ficción aunque en esta oportunidad con un presupuesto mucho más generoso detrás. De hecho, el realizador transforma lo que podría haber sido un típico producto industrial en una obra lúcida que funciona a la perfección tanto dentro de las fronteras del género específico como en lo que respecta a las inclinaciones definitivamente humanistas de un señor que hasta hace poco sólo era registrado por su condición de ser el primer hijo del siempre extraordinario David Bowie.
El Capitán Colter Stevens (Jake Gyllenhaal), un piloto del ejército estadounidense en Afganistán, despierta frente a Christina Warren (Michelle Monaghan) en un tren hacia Chicago. A pesar de que ella lo conoce bajo el nombre de Sean Fentress, él no sabe cómo llegó hasta allí y cuando comienza a investigar de pronto la formación ferroviaria estalla a los ocho minutos exactos. En ese momento Stevens parece viajar y vuelve a recuperar la consciencia en una suerte de cápsula desde la cual Colleen Goodwin (Vera Farmiga) y el Doctor Rutledge (Jeffrey Wright) no dejan de interrogarlo sobre lo ocurrido y le anuncian que se encuentra en una misión y deben regresarlo al tren las veces que resulten necesarias.
Como el film presenta un planteo enigmático y sucesivas vueltas de tuerca conviene no adelantar más acerca de la trama, basta con la secuencia inicial. Mientras que En la Luna proponía una mixtura muy peculiar de 2001: Una Odisea del Espacio (2001: A Space Odyssey, 1968) y Solaris (Solyaris, 1972), 8 Minutos antes de Morir combina la estructura narrativa de Hechizo del Tiempo (Groundhog Day, 1993), algunos detalles de 12 Monos (12 Monkeys, 1995) y una intriga de espionaje símil Alfred Hitchcock: en ambas películas descubrimos un cuestionamiento sutil a la insensibilidad contemporánea, en la primera apuntando a las mega corporaciones energéticas y en la segunda al estado norteamericano.
A decir verdad sorprende el trabajo meticuloso de Ben Ripley, un guionista con escasa experiencia y ningún mérito previo que merezca ser señalado. El proyecto se preocupa por acoplar de modo armonioso todas las dimensiones de la historia y especialmente privilegia el desarrollo de personajes y la progresión dramática por encima de la rutina de las escenas de acción y los artilugios visuales, ingredientes cinematográficos por antonomasia a nivel mainstream: el clasicismo y la mesura que encauzan al relato obedecen a las inquietudes de Jones (no cabe la menor duda que con el mismo material cualquier asalariado de los estudios hubiese edificado otro mamotreto estándar de esos que pasan sin pena ni gloria).
La química entre Gyllenhaal y Monaghan constituye un contrapunto inmejorable para los vericuetos de la pesquisa detectivesca y las preguntas del dúo compuesto por Farmiga y Wright, rectores máximos del “código fuente” del título en inglés, un programa informático a testear que controla esa cíclica reasignación temporal que padece el protagonista. Más allá de la banda sonora retro de Chris Bacon y la minuciosa edición de Paul Hirsch, las grandes estrellas de 8 Minutos antes de Morir son la naturalidad e inteligencia en función de las cuales se ejecuta una compleja premisa central vinculada a la manipulación de nuestro devenir cotidiano en beneficio de poderes que nos otorgan “cero margen” de autonomía…