Es bastante poco probable que a una operadora del servicio de emergencias de la policía, que ha sido retirada de su puesto por haber cometido una imprudencia que le costó la vida a quien llamó pidiendo socorro, se la "castigue" destinándola a ser instructora de los novatos que atenderán los teléfonos en el futuro, es decir los que, sin involucrarse jamás personalmente y respetando todas las reglas y los codigos de la institución, tendrán que tener paciencia para responder todo tipo de consultas, aun las más triviales (¿dónde queda el Starbucks más próximo?) o asistir a quienes se encuentran en peligro, incluso algún secuestrado a quien su secuestrador se le ha olvidado confiscarle el teléfono celular. Sin embargo, es lo que le pasa a Jordan, el personaje que acaba de traer a Buenos Aires a Halle Berry, una actriz que por cierto merece otros compromisos más serios que éste o el que desdichadamente aceptó asumir en la recién estrenada Proyecto 43 .
Pero esa absurda sanción constituye apenas la primera señal de que el comienzo con la creíble descripción del lugar en que se reciben las llamadas al 911 había generado falsas expectativas. El guión reserva unas cuantas incongruencias más, incluida la de convertir a la operadora que antes del percance pasaba por ser la mejor entre sus pares en una especie de justiciera que deja los auriculares y, quizá porque duda de la eficiencia profesional de la policía toma el asunto en sus manos y se decide, ella solita, a perseguir al villano del caso, un perverso que -el mismo guión se encarga de explicarlo- tiene sus motivos para justificar las rebuscadas monstruosidades que practica.
No conviene adelantar otros detalles sobre los dislates que irán sumándose a lo largo del metraje porque esto, al fin y al cabo, quiere ser un thriller de suspenso y horror, aunque no precisamente uno memorable, y además porque en ellos, en los desatinos, reside el principal y quizás único atractivo del film: su humor involuntario.
De tan torpes y absurdos, los caprichosos e insensatos caminos que el guión toma en busca de tensión, sorpresas y golpes de efecto sin detenerse a reparar en la coherencia de la historia y mucho menos en la lógica -ni se hable de rigor psicológico-, resultan francamente cómicos, sobre todo a medida que se acerca el desenlace, cuando el desbarranque es total.
Esos disparates que dan risa, claro, y el oficio del director Brad Anderson ( El maquinista ), que por lo menos sostiene el ritmo, impiden que el film aburra. Eso sí: ni siquiera Halle Berry -a quien debe reconocérsele el empeño que pone por dotar de algún rasgo creíble a su personaje- logra salvar al film del naufragio. Menos todavía pueden hacer sus compañeros de elenco, incluido Michael Eklund, que debe cargar con el papel de un psicópata tan afortunado que actúa a la luz del día y logra que nadie nunca lo vea.