La tumba subacuática
Por supuesto que para juzgar a los thrillers y las propuestas de terror centradas en animales acechantes hay que dejar de lado la triste verdad de que la única especie realmente peligrosa del planeta es el ser humano, un especialista en reproducirse sin freno, cosificar a la naturaleza y destruir incansablemente la flora y la fauna que lo rodea. Aclarado el punto anterior, bien podemos decir que el engranaje retórico por antonomasia del subgénero en cuestión pasa por trasladar el rol del villano psicópata al pobre animal de turno, el cual desea defender su territorio o directamente engullir a los bípedos: la película que nos ocupa forma parte de una larga tradición del cine reciente que gira alrededor de los tiburones, el aislamiento ocasional y/ o un puñado de burgueses vacacionando en regiones más o menos “salvajes” a ojos de los protagonistas de los países centrales y su simpático etnocentrismo.
A 47 Metros (47 Meters Down, 2017) es en esencia una clase B con un presupuesto digno que resulta disfrutable y muy entretenida, consiguiendo que nos interese el destino de los personajes principales y logrando que los ataques de los escualos sean funcionales al desarrollo de los acontecimientos y no se sientan gratuitos, agregando nerviosismo en los momentos propicios. Las protagonistas son las hermanas Lisa (Mandy Moore) y Kate (Claire Holt), dos chicas que están de vacaciones en México y que luego de conocer a unos locales aceptan la invitación de sumergirse en una zona de tiburones a través de una jaula de buceo. Desde ya que las cosas no salen para nada bien porque el cabrestante de la embarcación se desprende de lleno -óxido mediante- y las envía a lo profundo del océano con poco oxígeno en sus tanques y la presencia amenazante de los muchachos dientudos.
Como señalábamos anteriormente, la familia de la propuesta es numerosa y en primera instancia nos remite a la interesante 12 Feet Deep (2016), una película con prácticamente la misma premisa pero sin tiburones y con dos hermanas atrapadas en una gigantesca piscina pública gracias a una cobertura de fibra de vidrio. Si la pensamos en lo que atañe a los escualos en sí, la obra es una mixtura de Mar Abierto (Open Water, 2003), The Reef (2010) y Miedo Profundo (The Shallows, 2016); aunque tampoco podemos obviar que asimismo se inspira en elementos de -ya dejando a los océanos detrás- las también recordadas Black Water (2007) y El Descenso (The Descent, 2005). Los personajes femeninos son algo estereotipados pero cumplen su función de generar expectativa en esta tumba subacuática: Lisa es la conflictuada histérica (se la pasa llorando porque su novio la dejó por aburrida) y Kate es la “experta” dentro del rubro (sabe bucear ya que es la aventurera/ viajera del dúo).
Sin duda estamos ante el primer opus en verdad potable del director y guionista británico Johannes Roberts, un adalid del bajo presupuesto que filmó unas cuantas porquerías en el pasado y hasta ahora no había redondeado un trabajo capaz de atrapar al espectador con artimañas tan sencillas como salir temporalmente de la jaula para comunicarse por radio con el capitán del barco (gran desempeño por parte de Matthew Modine), para acercarse a un destello de luz o para buscar otro tanque de oxígeno que les arrojan desde la superficie. Más allá de la coyuntura inquietante de las profundidades, esos 47 metros a los que hace referencia el título, y toda la iconografía en general que se remonta a Tiburón (Jaws, 1975), por cierto un tanto quemada a esta altura, el convite cuenta con la inteligencia suficiente para emplear CGIs naturalistas y no invasivos y para sumar otro detalle atractivo a la mezcla, la “narcosis de nitrógeno”, un ardid fundamental en el último acto de la aventura…