A ciegas

Crítica de Marcos Ojea - Funcinema

TENSIÓN, ACCIÓN Y RESOLUCIÓN

Después de un accidente que la dejó ciega y alejada de un futuro promisorio como esquiadora, Sophie (Skyler Davenport) se dedica a cuidar mascotas mientras sus dueños no están. Cuando Debra (Laura Vandervoort), una mujer acaudalada, la contrata para hacerse cargo de su gato en una lujosa casa en el bosque, Sophie aprovecha para continuar con su negocio paralelo. Con la ayuda de un amigo, que oficia de guía por videollamada, roba una botella de vino para venderla por Internet. Como todavía necesita ayuda y su amigo se niega a seguir siendo cómplice, Sophie baja una aplicación llamada “See for me” (nombre original de la película), un servicio de operadores para personas no videntes. Así conoce a Kelly (Jessica Parker Kennedy), una veterana de guerra, adicta a los videojuegos, que la ayuda con un problema en la casa. Todo parece marchar bien, hasta que llega la noche y un grupo de ladrones irrumpe en el lugar.

Con esa premisa, el director canadiense-japonés Randall Okita da forma a una película que funciona como un engranaje bien aceitado, con una economía narrativa que no se demora en contemplaciones. Después de una breve presentación de los personajes y los lugares donde ocurrirá la acción, el relato se mete de lleno en lo que quiere contar, que es la noche de supervivencia de Sophie (y Kelly del otro lado del celular) a merced del grupo de perpetradores. Hay algo que es cierto y que, para un análisis auténtico, es imposible de obviar: más allá de un esperable debate sobre la inclusión laboral, el punto de partida de A ciegas -una chica ciega contratada para cuidar una opulenta propiedad en el medio del bosque- es cuánto menos inverosímil. Sin embargo, si uno acepta esa suspensión de la credibilidad en beneficio de la narración, las cosas resultan mucho mejores.

Un poco a la manera de lo que hacía Fede Alvarez en No respires (una película con la que A ciegas comparte algunas cuestiones, más allá de la obviedad de la ceguera, aunque a partir de eso ambas podrían catalogarse en una variante no vidente del home invasion), Okita le da entidad a los espacios y los objetos para utilizarlos después. Vemos un invernadero y sabemos que ahí va a ocurrir algo importante. La cámara se demora un instante en unos vasos sobre la mesada, y nos imaginamos que podrán tener incidencia en un posible enfrentamiento. Es un recurso de puesta en escena simple y efectivo, que entabla un diálogo con el espectador preocupado por el destino de Sophie. De la misma manera, el hecho de haber visto a Kelly jugando videojuegos de guerra contribuye al montaje paralelo, que muestra lo que Sophie hace y lo que Kelly ve a través de la cámara del celular: la acción en primera persona, con el arma que sostiene Sophie asomando por el borde inferior o por el costado del plano, como en un videojuego.

Más allá de los aciertos formales, A ciegas funciona por su concisión y su falta de pretensiones. En 92 minutos, Okita construye un relato cuya principal preocupación es puramente cinematográfica. Tensión, acción, y resolución. Afuera quedan los discursos vacíos y esos comentarios sobre el mundo que a muchos directores actuales les gusta infiltrar en sus películas, con formas cada vez menos sutiles. Si hay una perspectiva de género (que la hay), el director la integra de forma coherente a la trama, evitando convertir a sus protagonistas en instrumentos de un propósito mayor. Si A ciegas no es una película mejor o, digamos, más importante, es porque asume su carácter de entretenimiento, algo que muchos considerarían un pecado. Y en ese desinterés por la trascendencia se cifra su mayor logro: hacer que el espectador la pase bien durante una hora y media, y a otra cosa.