Clichés en alta mar
Debe haber pocas temáticas más cinematográficas que la de los náufragos, sin duda uno de los tópicos predilectos de Hollywood porque reduce el infaltable conflicto narrativo de toda historia que se precie de tal, en este caso un relato clásico de supervivencia, a un único y vasto escenario y a un único personaje central, el cual a veces puede estar acompañado de un puñado de secundarios de cotillón. El catálogo de variantes del rubro abarca la isla desierta símil Robinson Crusoe, pensemos en Castaway (1986) y Náufrago (Cast Away, 2000), la versión volcada al horror de Mar Abierto (Open Water, 2003) y The Reef (2010), y finalmente la que apunta a sobrellevar las peligrosas inclemencias oceánicas en la misma embarcación de turno, en la tradición reciente de Todo Está Perdido (All Is Lost, 2013), Un Viaje Extraordinario (The Mercy, 2018) y el film que nos ocupa A la Deriva (Adrift, 2018).
En lo que respecta a este último subgrupo, sinceramente casi toda la producción de nuestros días está muy lejos de -por ejemplo- Ocho a la Deriva (Lifeboat, 1944), aquel clásico de tono bélico de Alfred Hitchcock que se desarrollaba y fue estrenado en plena Segunda Guerra Mundial, ya que el cine contemporáneo suele fetichizar tramas más generalistas/ existenciales que estrictamente orientadas a problemas de la actualidad, en esencia por esa obsesión del mainstream con hacer películas para todos los benditos públicos del planeta: así como Todo Está Perdido es superior a Un Viaje Extraordinario, ésta -aun con sus fallas- se ubica por encima de la melosa y repetitiva A la Deriva, un opus dirigido por el islandés Baltasar Kormákur, un señor conocido en especial por Everest (2015), Contraband (2012) y la formalmente similar pero mucho más interesante Lo Profundo (Djúpið, 2012).
La historia involucra a una parejita de burgueses, Tami Oldham (Shailene Woodley) y Richard Sharp (Sam Claflin), que en un periplo en un velero a través del Océano Pacífico son golpeados por un huracán que la deja a ella algo lastimada, al barco bastante destruido y a su novio muy malherido: obligada a conducir el yate apenas con un sextante hacia Hawaii, la mujer hará lo posible para sobrevivir a un derrotero siempre cercano a la muerte. La película, que está basada en un suceso real mucho más crudo de 1983 con motivo del Huracán Raymond, lamentablemente apuesta a constantes saltos en el tiempo entre el romance y los preparativos del viaje por un lado y la dialéctica del superviviente posterior a la embestida climática por el otro, lo que origina una obra esquizofrénica que no unifica correctamente ambos enclaves retóricos ni tampoco ofrece la mejor versión de cada uno.
Quizás el principal inconveniente pase por la muy mala decisión creativa de mantener vivo al hombre durante gran parte del metraje para en el final recaer en otro de los estereotipos del cine en materia de “situaciones límite” de aislamiento, circunstancia que genera una impronta bien monótona ya que lo que pudiese haber sido un atractivo contraste entre el idilio del pasado y la tragedia del presente, se transforma en cambio en una aventura monotemática centrada más en diálogos edulcorados y planteos trillados del melodrama que en la odisea de fondo en alta mar. Más allá de los lugares comunes, Woodley está muy bien porque es una chica mucho más normal que las modelitos que suele elegir Hollywood en productos como estos, aquí nos topamos con dos canciones maravillosas de Tom Waits, Hope I Don’t Fall in Love with You y Picture in a Frame, y a decir verdad se nota la experiencia de Kormákur rodando en ambientes extremos porque consigue pasajes de gran belleza natural. Tan bienintencionada como intrascendente y bobalicona, A la Deriva no puede escapar de sus clichés y una inflexión empalagosa que termina siendo su perdición…