Sobre la intimidad fluctuante.
El parisino Philippe Garrel es sin duda uno de los pocos cineastas vivos con un pedigrí que se conecta de manera directa con la Nouvelle Vague de la década del 60: en esencia hablamos de un realizador que dio sus primeros pasos por aquellos años -nada demasiado extraordinario, a decir verdad- para luego ofrecer un puñado de películas interesantes en los 80 y caer de nuevo en una medianía que no suma ni resta nada a la cinematografía francesa en general. El señor viene gozando de una suerte de revival moderado desde la década pasada, lo que hoy por hoy desembocó en la llegada a la cartelera argentina de su último opus, A la Sombra de las Mujeres (L’Ombre des Femmes, 2015), un homenaje tan sencillo como adorable al espíritu artístico de aquel movimiento y a la sensibilidad gala en lo que respecta al amor, sus minucias y esa típica superposición de miradas que llevan al conflicto.
Ya sea que pensemos en los rasgos formales o en el nivel del contenido, definitivamente Garrel se autoimpuso reproducir los ingredientes principales de la vanguardia sesentosa: aquí tenemos una historia de infidelidades cruzadas retratadas vía el ascetismo de una fotografía en blanco y negro, muchas tomas secuencia, ironías, diálogos melancólicos y giros narrativos sumamente secos. Para ser justos, conviene aclarar que el director siempre fue un gran admirador del romanticismo humanista de François Truffaut, así que no es de extrañar que una vez más nos encontremos con referencias a Jules y Jim (Jules et Jim, 1962), La Piel Suave (La Peau Douce, 1964) y la pentalogía de Antoine Doinel, en especial Antoine y Colette (Antoine et Colette, 1962). Entre la ingenuidad y la sabiduría, el film nos regala en apenas 73 minutos una síntesis afable de los estereotipos masculinos y femeninos.
La trama está centrada en una pareja de documentalistas de mediana edad compuesta por Pierre (Stanislas Merhar) y Manon (Clotilde Courau), los cuales sobreviven a duras penas mediante trabajos marginales que les permiten seguir puliendo un proyecto acerca de un veterano de la Resistencia Francesa. Un día el apático Pierre conoce a Elisabeth (Lena Paugam), una joven con la que inicia una relación, generándose un triángulo amoroso que se complica de a poco cuando Elisabeth a su vez descubre que Manon también tiene un amante. Garrel juega con elementos característicos del cine de Truffaut como el narcisismo caprichoso de los hombres y el apasionamiento de las mujeres, un cariño que parece no tener marco de contención ni capacidad para sopesar las indecisiones y tristes rodeos de la contraparte (hasta nos topamos con un narrador que complementa esa intimidad fluctuante).
Desde ya que la propuesta no aporta ni un gramo de originalidad a una temática tan antigua como la humanidad y en ocasiones fastidia un poco en su aproximación tan respetuosa a los pilares de la Nouvelle Vague, pero por lo menos llega al núcleo de la cuestión a través de un naturalismo que construye sutileza a partir del maravilloso desempeño del elenco y un guión que hace gala de intercambios despojados entre los personajes, siempre bordeando una comicidad patética. Si pensamos a la obra en tanto recorte del entorno contemporáneo, resulta una anomalía porque funciona como una máquina del tiempo esculpida al detalle: así como el modelo actual de “cine adulto” está concebido según los cánones del Nuevo Hollywood de los 70, se suele olvidar que éste fue un producto de aquella vanguardia francesa -ya superada- que reaparece de repente y con cuentagotas, paradojas mediante…