El odio mueve montañas.
Si existe un concepto que ha caído en desuso en el contexto cinematográfico actual es el de “película fallida”, no precisamente por un déficit analítico de la noción en sí sino por las características concretas de una sociedad en la que la profusión informativa y la andanada de metadiscursos -todos autoadjudicándose una legitimación inmediata- terminan licuando las expectativas “sopesadas” de antaño y volcando el discernimiento del espectador promedio hacia un péndulo facilista determinado por los opuestos. Hablamos de la soberbia del “muy bueno” o “muy malo” sin ningún replanteo en el medio, casi un dogma contemporáneo que podemos hallar en esa multiplicidad de sandeces que leemos a diario.
Más allá de los prejuicios de la interpretación popular y la lógica de un fundamentalismo de rasgos ombliguistas, del que por cierto la crítica forma parte porque ayuda a reproducir estos dictámenes “cerrados de antemano”, aún continúan poblando la pantalla películas fallidas como A Million Ways to Die in the West (2014), por más que acumulen buenas intenciones e incluyan alguna que otra escena hilarante. Vale aclarar que nos referimos a una “potencialidad desperdiciada”, específicamente al talento de un grupo de responsables con un “pedigrí artístico” e inquietudes varias que no han sabido trasladar al resultado final, cayendo en un pozo cualitativo al momento de la inevitable comparación con opus pasados.
Aquí el declive para Seth MacFarlane es más pronunciado que de costumbre debido no sólo al “detalle” de que actúa, produce, escribe y dirige, sino también porque hereda el inusual éxito de Ted (2012), una realización correcta que reventó la taquilla a fuerza de captar al “público común”, para el cual aquel humor irreverente fue una novedad por desconocer -o no haber visto más que un par de veces- Padre de Familia (Family Guy). Así como Ted funcionaba como un capítulo de “medio pelo” de la serie animada, repleto de lucubraciones sexuales innecesarias, el presente film imita la estructura de un episodio decididamente flojo de la tira, ahora sobrecargado de alusiones escatológicas que se sienten fuera de lugar.
De hecho, ese es el problema principal de la propuesta, los constantes “manotazos de ahogado” para con fórmulas satíricas extraídas de la genial Locuras en el Oeste (Blazing Saddles, 1974), del gran Mel Brooks. A diferencia de aquella, A Million Ways to Die in the West no se decide entre la parodia a los westerns y la comedia romántica, con MacFarlane como Albert Stark, un ganadero cobarde y paranoico que es “botado” por Louise (Amanda Seyfried) para rápidamente establecer contacto con la bella Anna (Charlize Theron), esposa del pistolero más despiadado de la región, Clinch Leatherwood (Liam Neeson). Un tono aletargado y rebosante de clichés marca el ritmo de una progresión general muy errática.
Vaya uno a saber cuál habrá sido el objetivo del señor a la hora de encarar un proyecto de este calibre, lo que sí podemos asegurar es que el desfasaje entre la excelente performance de Padre de Familia y lo que hoy tenemos ante nosotros es por demás notorio. El desnivel entre Theron y MacFarlane (quien en esencia es un “actor de doblaje” y debería haber delegado el protagónico en un intérprete con mayor experiencia delante de cámaras) y las pocas ideas realmente novedosas detrás del relato (apenas un refrito de gags setentosos, chistes inconducentes y situaciones sin pies ni cabeza) conspiran contra el mismo leitmotiv, ese amor de la pareja central en función del “odio compartido” hacia el Lejano Oeste…